Por Judith Astelarra, socióloga (EL PAÍS, 13/06/08):
Desilusión feminista por la derrota de Hillary Clinton y una pregunta: ¿perdió porque era una mujer? En su discurso de retirada y apoyo a Obama, Clinton dijo: “Cuando se me preguntaba lo que significaba ser una mujer candidata a la presidencia, siempre respondía lo mismo, que estaba orgullosa de ser una candidata mujer, pero que si competía era porque pensaba que yo era la mejor opción para la presidencia. Pero soy una mujer y como millones de mujeres sé que todavía hay barreras y prejuicios, muchas veces inconscientes, y quiero construir una América que respete y acepte el potencial de todos y cada uno de nosotros”. Por eso es importante reflexionar sobre su derrota y extraer algunas lecciones.
Se ha repetido incesantemente lo histórico que ha sido que por primera vez un negro y una mujer, dos grupos ausentes de los altos niveles políticos, compitieran por llegar a la presidencia. Sin embargo, ni Obama puso como centro de su campaña la discriminación racial ni Hillary la de género. No competían dos colectivos sino dos personalidades políticas. Las mujeres no son un grupo homogéneo ni sus lealtades políticas provienen del hecho de ser mujeres. Precisamente porque no son una minoría sino la mitad de la población, tienen divisiones sociales e ideológicas. Hillary contó con el apoyo de algunas y la oposición frontal de otras. Como ejemplo de lo último, Maureen Dowd, del New York Times, una mujer que refleja muy bien el rechazo que los Clinton provocan en la izquierda demócrata. En una de sus columnas, Dowd lamentó que no hubiera un “Mes de la Zorra Blanca” dedicado a Hillary.
Hacer política a esos niveles supone actuaciones y decisiones que no tienen que ver con ser mujer u hombre. Más importantes son los proyectos políticos concretos, tener un buen equipo de campaña, saber quiénes son tus electores y tener suerte para afrontar imprevistos. Todos los analistas han coincidido en los errores de la campaña de Clinton: desorganización de su equipo; falta de una línea propia clara; acción impulsada más por fuerzas exteriores que por un plan propio, de modo que Obama le arrebató la iniciativa; no valorar la importancia de Internet y varios otros más.
Luego viene el sistema electoral. Hillary no supo darle suficiente importancia a los caucuses, sistema asambleario a mano alzada de elegir candidatos. Al ganar los caucuses, Obama sumó suficientes delegados para compensar los triunfos de Hillary en los Estados norteamericanos con primarias formales, los más grandes.
El perfil político de un candidato depende de su trayectoria, pero en campaña electoral se debe proyectar una imagen. El ser mujer añade dificultades porque aún subsisten estereotipos sexistas. NOW (Nacional Organization of Women) fue recogiendo a lo largo de la campaña los que se reflejaban en los medios de comunicación. Por ejemplo, nadie duda que un hombre, cualquiera sea el color de su piel, pueda ser comandante en jefe, pero Hillary Clinton, por ser mujer, tenía que demostrarlo. Para contrarrestar los estereotipos, el equipo de Hillary centró su imagen en su experiencia y con ello acentuó su perfil de establishment. Eso dejó a Obama como garante del “cambio”, con gran demanda social y especial fuerza en la base demócrata, aunque los dos comparten un impecable historial político de progresismo. Hubo además un problema real en la postura frente a la guerra de Irak. Los dos proponían salir de allí, pero Hillary había votado a favor de la guerra en el Senado y lo asumió con honestidad, sin hacer una concesión electoralista. En cambio, Obama se había opuesto a la guerra, aunque en esos momentos aún no era senador. Es difícil saber si hubiera votado en contra.
Finalmente, la familia, siempre un tema importante para las mujeres. La familia en femenino, su madre y su hija, fueron un activo como un símbolo implícito de su trayectoria feminista. En el discurso de retirada las mostró además como tres generaciones que muestran la realidad del cambio en la situación política de las mujeres. En cuanto a Bill Clinton, hay divergencias sobre si su aporte fue positivo o negativo, aunque Hillary lo reivindicó en su discurso final. Pero, en realidad, el tema de fondo es el de las relaciones familiares en la política (entre cónyuges o entre padres e hijos). Lleva al problema de las dinastías políticas y al cuestionamiento sobre su vinculación con la democracia. En la política democrática no existe el dos por el precio de uno que Hillary siempre ha pregonado, porque no hay “parejas políticas”. La carrera del político debe ser individual y separada de las relaciones familiares.
En la actualidad ya hay mujeres presidentas y primeras ministras en muchos países. Pero que una mujer llegara a la presidencia del país más poderoso del mundo era un cambio de gran trascendencia política y simbólica. En este sentido, la decepción es comprensible. Pero hay muchas razones para sentir orgullo por la campaña de Hillary, aunque haya perdido. Más allá de que se estuviera o no con ella, es difícil no admitir sus muchos valores. Tuvo una campaña difícil y fue notable que ante las enormes presiones para que se retirara, no tirara la toalla y siguiera hasta el final. Lo más importante es que con su espléndida actuación ha hecho posible que en el futuro ser mujer no sea un impedimento para llegar a la presidencia de Estados Unidos.
Desilusión feminista por la derrota de Hillary Clinton y una pregunta: ¿perdió porque era una mujer? En su discurso de retirada y apoyo a Obama, Clinton dijo: “Cuando se me preguntaba lo que significaba ser una mujer candidata a la presidencia, siempre respondía lo mismo, que estaba orgullosa de ser una candidata mujer, pero que si competía era porque pensaba que yo era la mejor opción para la presidencia. Pero soy una mujer y como millones de mujeres sé que todavía hay barreras y prejuicios, muchas veces inconscientes, y quiero construir una América que respete y acepte el potencial de todos y cada uno de nosotros”. Por eso es importante reflexionar sobre su derrota y extraer algunas lecciones.
Se ha repetido incesantemente lo histórico que ha sido que por primera vez un negro y una mujer, dos grupos ausentes de los altos niveles políticos, compitieran por llegar a la presidencia. Sin embargo, ni Obama puso como centro de su campaña la discriminación racial ni Hillary la de género. No competían dos colectivos sino dos personalidades políticas. Las mujeres no son un grupo homogéneo ni sus lealtades políticas provienen del hecho de ser mujeres. Precisamente porque no son una minoría sino la mitad de la población, tienen divisiones sociales e ideológicas. Hillary contó con el apoyo de algunas y la oposición frontal de otras. Como ejemplo de lo último, Maureen Dowd, del New York Times, una mujer que refleja muy bien el rechazo que los Clinton provocan en la izquierda demócrata. En una de sus columnas, Dowd lamentó que no hubiera un “Mes de la Zorra Blanca” dedicado a Hillary.
Hacer política a esos niveles supone actuaciones y decisiones que no tienen que ver con ser mujer u hombre. Más importantes son los proyectos políticos concretos, tener un buen equipo de campaña, saber quiénes son tus electores y tener suerte para afrontar imprevistos. Todos los analistas han coincidido en los errores de la campaña de Clinton: desorganización de su equipo; falta de una línea propia clara; acción impulsada más por fuerzas exteriores que por un plan propio, de modo que Obama le arrebató la iniciativa; no valorar la importancia de Internet y varios otros más.
Luego viene el sistema electoral. Hillary no supo darle suficiente importancia a los caucuses, sistema asambleario a mano alzada de elegir candidatos. Al ganar los caucuses, Obama sumó suficientes delegados para compensar los triunfos de Hillary en los Estados norteamericanos con primarias formales, los más grandes.
El perfil político de un candidato depende de su trayectoria, pero en campaña electoral se debe proyectar una imagen. El ser mujer añade dificultades porque aún subsisten estereotipos sexistas. NOW (Nacional Organization of Women) fue recogiendo a lo largo de la campaña los que se reflejaban en los medios de comunicación. Por ejemplo, nadie duda que un hombre, cualquiera sea el color de su piel, pueda ser comandante en jefe, pero Hillary Clinton, por ser mujer, tenía que demostrarlo. Para contrarrestar los estereotipos, el equipo de Hillary centró su imagen en su experiencia y con ello acentuó su perfil de establishment. Eso dejó a Obama como garante del “cambio”, con gran demanda social y especial fuerza en la base demócrata, aunque los dos comparten un impecable historial político de progresismo. Hubo además un problema real en la postura frente a la guerra de Irak. Los dos proponían salir de allí, pero Hillary había votado a favor de la guerra en el Senado y lo asumió con honestidad, sin hacer una concesión electoralista. En cambio, Obama se había opuesto a la guerra, aunque en esos momentos aún no era senador. Es difícil saber si hubiera votado en contra.
Finalmente, la familia, siempre un tema importante para las mujeres. La familia en femenino, su madre y su hija, fueron un activo como un símbolo implícito de su trayectoria feminista. En el discurso de retirada las mostró además como tres generaciones que muestran la realidad del cambio en la situación política de las mujeres. En cuanto a Bill Clinton, hay divergencias sobre si su aporte fue positivo o negativo, aunque Hillary lo reivindicó en su discurso final. Pero, en realidad, el tema de fondo es el de las relaciones familiares en la política (entre cónyuges o entre padres e hijos). Lleva al problema de las dinastías políticas y al cuestionamiento sobre su vinculación con la democracia. En la política democrática no existe el dos por el precio de uno que Hillary siempre ha pregonado, porque no hay “parejas políticas”. La carrera del político debe ser individual y separada de las relaciones familiares.
En la actualidad ya hay mujeres presidentas y primeras ministras en muchos países. Pero que una mujer llegara a la presidencia del país más poderoso del mundo era un cambio de gran trascendencia política y simbólica. En este sentido, la decepción es comprensible. Pero hay muchas razones para sentir orgullo por la campaña de Hillary, aunque haya perdido. Más allá de que se estuviera o no con ella, es difícil no admitir sus muchos valores. Tuvo una campaña difícil y fue notable que ante las enormes presiones para que se retirara, no tirara la toalla y siguiera hasta el final. Lo más importante es que con su espléndida actuación ha hecho posible que en el futuro ser mujer no sea un impedimento para llegar a la presidencia de Estados Unidos.
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