Por Norman Birnbaum, catedrático emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 20/06/08):
El profeta Daniel entró en el foso de los leones confiado en el poder de su fe. Por el contrario, Obama, ante los fracasos políticos y las contradicciones morales de Estados Unidos en Oriente Próximo, ha renunciado a tener fe en su propio juicio. Ante las acusaciones de que es poco entusiasta con Israel y se inclina demasiado a negociar con Irán, se ha defendido a base de repetir las simplezas y distorsiones convencionales sobre el papel de EE UU en Oriente Próximo. Y ello, a pesar de que lo que ha hecho que atrajera a millones de votantes es lo contrario, es su insistencia en la necesidad de prescindir de los convencionalismos.
En un reciente discurso ante el poderoso Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí, Obama declaró que Jerusalén es indivisible, una postura que los palestinos no pueden aceptar y bastantes israelíes están dispuestos a revisar. Asimismo, eximió a Israel de cualquier responsabilidad por la opresión y el caos en los territorios palestinos ocupados, así como por las penalidades que sufren los mismos israelíes. En cuanto a Irán, habló en los mismos términos siniestros que emplea Bush y declaró que la acción militar contra ese país es una opción.
Ahora dos de los principales asesores de política exterior de Obama, el ex consejero de Seguridad Nacional Anthony Lake y la ex secretaria de Estado adjunta Susan Rice, han firmado con varios partidarios de McCain una declaración que, en la práctica, concede a Israel el derecho de veto sobre la política de EE UU respecto a Irán. La declaración podría haber sido redactada por el Ministerio de Exteriores israelí. Proclama que Israel no aceptará limitarse a la amenaza de represalias severas para disuadir a Irán de nuclearizarse. Israel exigirá una acción militar preventiva de EE UU, cuyo próximo presidente debería considerar prioritario el peligro iraní. El documento no menciona las armas nucleares israelíes. Presenta un Israel amenazado de extinción por un Irán que no conoce normas ni límites.
Esta declaración fue difundida en un momento significativo, cuando Solana anunciaba en Teherán ciertos progresos en las negociaciones. El mensaje a la Unión Europea (y a todos los demás) no puede ser más claro: frente a Irán, en particular, y en Oriente Próximo, en general, Estados Unidos no conoce más que un aliado indispensable, que es Israel.
Este punto de vista tiene sus motivos. La intransigencia de Israel respecto a los palestinos es un elemento indispensable para el ejercicio del poder de EE UU en Oriente Próximo. Israel es nuestra primera línea de defensa contra los movimientos panárabes o islamistas. Los Estados árabes satélites de EE UU -Egipto, Jordania, Arabia Saudí- lo saben y tienen una alianza tácita con Israel. El problema es que Irán, con Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza y los chiíes en Irak, es igual de intransigente. La última derrota israelí en Líbano y la posterior recomposición de la política libanesa demuestran que EE UU e Israel no pueden alterar el mapa político de Oriente Próximo como no sea recurriendo a la guerra total. Y la catástrofe estadounidense en Irak prueba que no está claro, en absoluto, que EE UU e Israel pudieran ganar una guerra así ni controlar sus consecuencias. Los dirigentes norteamericanos lo saben. Como también lo sabe un segmento considerable de la clase política estadounidense al que el lobby israelí presiona para que no lo diga.
La alianza con Israel es un elemento esencial de la estrategia mundial de EE UU. El lobby israelí (que incluye a los literalistas bíblicos protestantes, mucho más numerosos que los judíos en EE UU) ofrece apoyo desde dentro a las políticas imperialistas estadounidenses. Sobre todo, apoya el presupuesto para armamento y la propagación de una ideología de amenazas (la “guerra contra el terror”, en la que siempre entran los palestinos) para justificarlo.
Muchos votantes eligieron en las primarias demócratas a Obama porque pensaron que terminaría con la guerra de Irak y se abstendría de nuevas aventuras militares. Obama ha aceptado sus votos, pero no les ha dado esperanzas de que vaya a cambiar la política exterior y militar. El Sí, podemos no engloba una reducción gradual del poder militar estadounidense en un mundo cada vez más escéptico sobre el uso que Washington hace de la retórica de la democracia y la moral para disfrazar proyectos más profanos.
Obama tendrá que afrontar estos problemas en la convención demócrata de Denver. Muchos de sus delegados exigirán políticas antiimperialistas en el programa electoral. La insistencia en la retirada de Irak irá unida a la exigencia de negociaciones serias con Irán. Entonces, los colaboradores de Obama tratarán de tranquilizar a sus partidarios desilusionados. Una vez elegido, dirán, el verdadero Obama empezará una reconstrucción de todo el edificio político de EE UU.
Ahora bien, es posible que, una vez elegido, Obama pida calma hasta las elecciones de 2012. Y es que el hombre que promete una ruptura con el pasado no está siendo capaz de alcanzar, en un área fundamental de la acción exterior, ni siquiera una versión matizada de la vieja política. Obama se ha apartado de su antigua iglesia. Pero nada le impide reflexionar sobre las lecciones que los profetas del Antiguo Testamento dieron a reyes y príncipes.
El profeta Daniel entró en el foso de los leones confiado en el poder de su fe. Por el contrario, Obama, ante los fracasos políticos y las contradicciones morales de Estados Unidos en Oriente Próximo, ha renunciado a tener fe en su propio juicio. Ante las acusaciones de que es poco entusiasta con Israel y se inclina demasiado a negociar con Irán, se ha defendido a base de repetir las simplezas y distorsiones convencionales sobre el papel de EE UU en Oriente Próximo. Y ello, a pesar de que lo que ha hecho que atrajera a millones de votantes es lo contrario, es su insistencia en la necesidad de prescindir de los convencionalismos.
En un reciente discurso ante el poderoso Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí, Obama declaró que Jerusalén es indivisible, una postura que los palestinos no pueden aceptar y bastantes israelíes están dispuestos a revisar. Asimismo, eximió a Israel de cualquier responsabilidad por la opresión y el caos en los territorios palestinos ocupados, así como por las penalidades que sufren los mismos israelíes. En cuanto a Irán, habló en los mismos términos siniestros que emplea Bush y declaró que la acción militar contra ese país es una opción.
Ahora dos de los principales asesores de política exterior de Obama, el ex consejero de Seguridad Nacional Anthony Lake y la ex secretaria de Estado adjunta Susan Rice, han firmado con varios partidarios de McCain una declaración que, en la práctica, concede a Israel el derecho de veto sobre la política de EE UU respecto a Irán. La declaración podría haber sido redactada por el Ministerio de Exteriores israelí. Proclama que Israel no aceptará limitarse a la amenaza de represalias severas para disuadir a Irán de nuclearizarse. Israel exigirá una acción militar preventiva de EE UU, cuyo próximo presidente debería considerar prioritario el peligro iraní. El documento no menciona las armas nucleares israelíes. Presenta un Israel amenazado de extinción por un Irán que no conoce normas ni límites.
Esta declaración fue difundida en un momento significativo, cuando Solana anunciaba en Teherán ciertos progresos en las negociaciones. El mensaje a la Unión Europea (y a todos los demás) no puede ser más claro: frente a Irán, en particular, y en Oriente Próximo, en general, Estados Unidos no conoce más que un aliado indispensable, que es Israel.
Este punto de vista tiene sus motivos. La intransigencia de Israel respecto a los palestinos es un elemento indispensable para el ejercicio del poder de EE UU en Oriente Próximo. Israel es nuestra primera línea de defensa contra los movimientos panárabes o islamistas. Los Estados árabes satélites de EE UU -Egipto, Jordania, Arabia Saudí- lo saben y tienen una alianza tácita con Israel. El problema es que Irán, con Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza y los chiíes en Irak, es igual de intransigente. La última derrota israelí en Líbano y la posterior recomposición de la política libanesa demuestran que EE UU e Israel no pueden alterar el mapa político de Oriente Próximo como no sea recurriendo a la guerra total. Y la catástrofe estadounidense en Irak prueba que no está claro, en absoluto, que EE UU e Israel pudieran ganar una guerra así ni controlar sus consecuencias. Los dirigentes norteamericanos lo saben. Como también lo sabe un segmento considerable de la clase política estadounidense al que el lobby israelí presiona para que no lo diga.
La alianza con Israel es un elemento esencial de la estrategia mundial de EE UU. El lobby israelí (que incluye a los literalistas bíblicos protestantes, mucho más numerosos que los judíos en EE UU) ofrece apoyo desde dentro a las políticas imperialistas estadounidenses. Sobre todo, apoya el presupuesto para armamento y la propagación de una ideología de amenazas (la “guerra contra el terror”, en la que siempre entran los palestinos) para justificarlo.
Muchos votantes eligieron en las primarias demócratas a Obama porque pensaron que terminaría con la guerra de Irak y se abstendría de nuevas aventuras militares. Obama ha aceptado sus votos, pero no les ha dado esperanzas de que vaya a cambiar la política exterior y militar. El Sí, podemos no engloba una reducción gradual del poder militar estadounidense en un mundo cada vez más escéptico sobre el uso que Washington hace de la retórica de la democracia y la moral para disfrazar proyectos más profanos.
Obama tendrá que afrontar estos problemas en la convención demócrata de Denver. Muchos de sus delegados exigirán políticas antiimperialistas en el programa electoral. La insistencia en la retirada de Irak irá unida a la exigencia de negociaciones serias con Irán. Entonces, los colaboradores de Obama tratarán de tranquilizar a sus partidarios desilusionados. Una vez elegido, dirán, el verdadero Obama empezará una reconstrucción de todo el edificio político de EE UU.
Ahora bien, es posible que, una vez elegido, Obama pida calma hasta las elecciones de 2012. Y es que el hombre que promete una ruptura con el pasado no está siendo capaz de alcanzar, en un área fundamental de la acción exterior, ni siquiera una versión matizada de la vieja política. Obama se ha apartado de su antigua iglesia. Pero nada le impide reflexionar sobre las lecciones que los profetas del Antiguo Testamento dieron a reyes y príncipes.
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