Por Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein. Autor de Nasser, el último árabe (LA VANGUARDIA, 19/06/08):
Que Estados Unidos impulse políticas contradictorias con relación a Iraq no es noticia, pero que aplique una política que podría conducir a una victoria iraní en Iraq no deja de ser sorprendente. En realidad, Estados Unidos muestra una conducta cuyos efectos y consecuencias le perseguirán - y también al mundo entero- durante generaciones.
En este caso, el factor catalizador es Moqtada al Sadr y el ejército del Mahdi, la organización que las fuerzas estadounidenses han combatido en Basora y Bagdad hasta fecha reciente. Su destrucción, que Estados Unidos persigue, suprimirá cualquier posibilidad de que Iraq sea de nuevo un país verdaderamente unido y dejará al país a merced de grupos políticos contrarios aun gobierno central fuerte en Bagdad, los kurdos y algunos chiíes.
Los chiíes iraquíes representan más del 60% de la población del país.
Han sido oprimidos por los británicos, por la monarquía respaldada por los británicos y derrocada en 1958 y más recientemente por el régimen de predominio suní de Sadam Husein; en total, casi un siglo. Si nos remontamos a 1921, iniciaron una rebelión contra los británicos que costó a estos últimos 4.000 víctimas y obligó al ministro para las Colonias, Winston Churchill, a decir en la Cámara de los Comunes: “Lamento informar a la Cámara que el lugar (Iraq) es imposible de controlar”.
En su invasión de Iraq, Estados Unidos dependió de los grupos de oposición chií antes y después de desembarazarse de Sadam Husein. Tanto Ahmed Chalabi, presidente del Consejo Nacional Iraquí, como Iyad Alaui, del Acuerdo Nacional Iraquí, eran chiíes y personas obligadas para con Estados Unidos. Tras desembarazarse de Sadam, Estados Unidos convirtió a Alaui en el primer jefe de Gobierno del país ocupado. Y Chalabi, aun sin ostentar cargo oficial alguno, hablaba a favor de los intereses de Estados Unidos. Pero ambos hombres representaban un problema importante. Ninguno de ellos resultaba conocido al pueblo iraquí o aceptable a los ojos de la población. Ambos habían vivido durante decenios fuera del país. Chalabi había sido declarado culpable de malversación de fondos y Alaui había sido un matón de Sadam. Con el paso del tiempo, los chiíes de Iraq dejaron bien claro que apoyaban a dos partidos religiosos, el movimiento Sadr y el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq, dirigido por la familia Hakim.
Ambos partidos sufrieron bajo Sadam; Mohamed al Sadr, padre de Moqtada y también persona de convicciones religiosas, fue ejecutado por Sadam, al igual que la tía de Moqtada, Nur Al Huda. El mayor de los Sadr fue partidario del ayatolá Jomeini, que derrocó al sha en 1979.
El mencionado Consejo es gobernado por la familia Hakim, un clan que rivaliza por el liderazgo chií. Superiores en número a los Sadr, Sadam ejecutó a 74 miembros de la familia Hakim.
La rivalidad entre ambos bandos, aunque de origen y naturaleza tribal, ha adquirido ciertos tintes ideológicos. Ambos son próximos a Irán, pero el Consejo admite la presencia estadounidense en Iraq y Sadr exige la partida de Estados Unidos. Las cosas, por lo demás, son más complejas.
El Consejo es partidario de un Iraq federal y su vertiente chií le aproxima a Irán, en tanto que Sadr apoya la existencia de un gobierno central fuerte de identidad árabe.
Nuri al Maliki, primer ministro de Iraq, pertenece al partido Dawa, que respalda al Consejo y, como tal, es más próximo a Irán. Su mano podía apreciarse tras la reciente visita del presidente iraní Ahmadineyad a Bagdad, con el desafío a Estados Unidos que tal gesto entrañaba.
Irán sabe valerse eficazmente de ambas instancias. Utiliza a Sadr para complicar la vida a los estadounidenses, y el Consejo y el partido Dawa para poner a buen recaudo un Iraq débil y expuesto a su influencia y poder.
Los iraquíes informados estiman que Sadr cuenta con numerosos seguidores y partidarios. Su antiamericanismo atrae a la juventud y él personalmente es un sayyid (jefe), descendiente del profeta. Su compromiso con un Iraq sólido y fuerte atrae asimismo a los vecinos árabes de Iraq y a Turquía. Un Iraq débil y fracturado suscitaría la avaricia de sus vecinos y sería difícil controlar las consecuencias.
La hostilidad de Estados Unidos contra Sadr resulta comprensible dado su odio contra aquel país. Sin embargo, un Iraq gobernado por Sadr tiene más posibilidades de mantenerse unido contribuyendo a detener el auge de la influencia de Irán en la región.
La única forma de enderezar la situación en el caso de Estados Unidos consiste en aceptar su impopularidad y hacer las maletas para marcharse de Iraq. Tal factor debilitaría a Al Sadr y a su movimiento. Pero que se sepa Estados Unidos nunca ha reconocido sus errores. Ya que no ha aprendido nada de las desastrosas consecuencias de apoyar a Chalabi y Alaui, le falta aún experimentarlo con Maliki.
Que Estados Unidos impulse políticas contradictorias con relación a Iraq no es noticia, pero que aplique una política que podría conducir a una victoria iraní en Iraq no deja de ser sorprendente. En realidad, Estados Unidos muestra una conducta cuyos efectos y consecuencias le perseguirán - y también al mundo entero- durante generaciones.
En este caso, el factor catalizador es Moqtada al Sadr y el ejército del Mahdi, la organización que las fuerzas estadounidenses han combatido en Basora y Bagdad hasta fecha reciente. Su destrucción, que Estados Unidos persigue, suprimirá cualquier posibilidad de que Iraq sea de nuevo un país verdaderamente unido y dejará al país a merced de grupos políticos contrarios aun gobierno central fuerte en Bagdad, los kurdos y algunos chiíes.
Los chiíes iraquíes representan más del 60% de la población del país.
Han sido oprimidos por los británicos, por la monarquía respaldada por los británicos y derrocada en 1958 y más recientemente por el régimen de predominio suní de Sadam Husein; en total, casi un siglo. Si nos remontamos a 1921, iniciaron una rebelión contra los británicos que costó a estos últimos 4.000 víctimas y obligó al ministro para las Colonias, Winston Churchill, a decir en la Cámara de los Comunes: “Lamento informar a la Cámara que el lugar (Iraq) es imposible de controlar”.
En su invasión de Iraq, Estados Unidos dependió de los grupos de oposición chií antes y después de desembarazarse de Sadam Husein. Tanto Ahmed Chalabi, presidente del Consejo Nacional Iraquí, como Iyad Alaui, del Acuerdo Nacional Iraquí, eran chiíes y personas obligadas para con Estados Unidos. Tras desembarazarse de Sadam, Estados Unidos convirtió a Alaui en el primer jefe de Gobierno del país ocupado. Y Chalabi, aun sin ostentar cargo oficial alguno, hablaba a favor de los intereses de Estados Unidos. Pero ambos hombres representaban un problema importante. Ninguno de ellos resultaba conocido al pueblo iraquí o aceptable a los ojos de la población. Ambos habían vivido durante decenios fuera del país. Chalabi había sido declarado culpable de malversación de fondos y Alaui había sido un matón de Sadam. Con el paso del tiempo, los chiíes de Iraq dejaron bien claro que apoyaban a dos partidos religiosos, el movimiento Sadr y el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq, dirigido por la familia Hakim.
Ambos partidos sufrieron bajo Sadam; Mohamed al Sadr, padre de Moqtada y también persona de convicciones religiosas, fue ejecutado por Sadam, al igual que la tía de Moqtada, Nur Al Huda. El mayor de los Sadr fue partidario del ayatolá Jomeini, que derrocó al sha en 1979.
El mencionado Consejo es gobernado por la familia Hakim, un clan que rivaliza por el liderazgo chií. Superiores en número a los Sadr, Sadam ejecutó a 74 miembros de la familia Hakim.
La rivalidad entre ambos bandos, aunque de origen y naturaleza tribal, ha adquirido ciertos tintes ideológicos. Ambos son próximos a Irán, pero el Consejo admite la presencia estadounidense en Iraq y Sadr exige la partida de Estados Unidos. Las cosas, por lo demás, son más complejas.
El Consejo es partidario de un Iraq federal y su vertiente chií le aproxima a Irán, en tanto que Sadr apoya la existencia de un gobierno central fuerte de identidad árabe.
Nuri al Maliki, primer ministro de Iraq, pertenece al partido Dawa, que respalda al Consejo y, como tal, es más próximo a Irán. Su mano podía apreciarse tras la reciente visita del presidente iraní Ahmadineyad a Bagdad, con el desafío a Estados Unidos que tal gesto entrañaba.
Irán sabe valerse eficazmente de ambas instancias. Utiliza a Sadr para complicar la vida a los estadounidenses, y el Consejo y el partido Dawa para poner a buen recaudo un Iraq débil y expuesto a su influencia y poder.
Los iraquíes informados estiman que Sadr cuenta con numerosos seguidores y partidarios. Su antiamericanismo atrae a la juventud y él personalmente es un sayyid (jefe), descendiente del profeta. Su compromiso con un Iraq sólido y fuerte atrae asimismo a los vecinos árabes de Iraq y a Turquía. Un Iraq débil y fracturado suscitaría la avaricia de sus vecinos y sería difícil controlar las consecuencias.
La hostilidad de Estados Unidos contra Sadr resulta comprensible dado su odio contra aquel país. Sin embargo, un Iraq gobernado por Sadr tiene más posibilidades de mantenerse unido contribuyendo a detener el auge de la influencia de Irán en la región.
La única forma de enderezar la situación en el caso de Estados Unidos consiste en aceptar su impopularidad y hacer las maletas para marcharse de Iraq. Tal factor debilitaría a Al Sadr y a su movimiento. Pero que se sepa Estados Unidos nunca ha reconocido sus errores. Ya que no ha aprendido nada de las desastrosas consecuencias de apoyar a Chalabi y Alaui, le falta aún experimentarlo con Maliki.
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