Por Ahmed Rashid, periodista y escritor paquistaní, autor del libro Los talibán, Editorial Península (EL MUNDO, 13/06/08):
En las últimas semanas han ido in crescendo las críticas de la comunidad internacional a Pakistán por haber llegado a acuerdos de paz con los talibán paquistaníes en su territorio, lo que les permitirá cruzar la frontera y atacar a las fuerzas de la OTAN en Afganistán. Altos cargos políticos y legisladores de EEUU, comandantes de la OTAN, representantes de Naciones Unidas y del Gobierno afgano han expresado su rabia y frustración, al tiempo que han instado a Pakistán a que continúe apoyando la lucha contra el terrorismo.
Sin embargo, las relaciones entre dos aliados cruciales en la guerra contra el terrorismo -las Fuerzas Armadas de EEUU y el Ejército paquistaní- atraviesan su peor momento desde los ataques del 11 de septiembre de 2001. Las tropas paquistaníes se están replegando de todos los territorios tribales de la frontera con Afganistán donde están asentados los líderes talibán y de Al Qaeda, y miles de sus combatientes, según altos oficiales de la OTAN y diplomáticos en Kabul. Los talibán controlan prácticamente los siete territorios tribales que forman los llamados Territorios Tribales Administrados Federalmente, o FATA (según sus siglas en inglés).
Lo que ha frustrado aún más a los comandantes occidentales es que el general Ashfaq Kayani, jefe del Ejército de Pakistán, ha dicho a los militares de Estados Unidos y a la OTAN que no piensa volver a entrenar o reequipar a las Fuerzas Armadas paquistaníes, y ni siquiera a un contingente de efectivos, para participar en la campaña de contrainsurgencia en las montañas de la frontera occidental con Afganistán, tal como exigen los estadounidenses.
El grueso del Ejército paquistaní seguirá desplegado en las fronteras orientales del país y se entrenará para cualquier eventualidad que surja con la India, su enemigo tradicional, contra el que siempre ha combatido en las llanuras del Punjab. Más del 80% de los 10.000 millones de dólares en ayudas que Pakistán ha recibido de Washington desde el 11-S ha ido directamente a su Ejército, y buena parte de estos fondos se ha empleado en la compra de costosos sistemas de armamento para el frente indio, en lugar de utilizarse en las armas de menor coste que son necesarias para las operaciones de contrainsurgencia.
Hay indicios ahora de que Washington está retrasando discretamente la entrega de armamento destinado al frente oriental, que ya ha pagado Islamabad, y de que ha pedido a otros aliados occidentales que hagan lo mismo.
Además, en las últimas semanas militantes islámicos que combaten en la Cachemira india, contenidos por Islamabad desde 2004, cuando India y Pakistán entablaron negociaciones de paz, han reanudado sus ataques contra las fuerzas indias en esta zona. Otros extremistas han llevado a cabo recientemente atentados terroristas en Jaipur, en el estado indio de Rajastán, en los que han muerto 80 personas. Las relaciones entre estos dos países han mejorado de manera espectacular en los últimos años, pero las tensiones podrían aumentar una vez más.
No obstante, el general Kayani ha dicho a Washington que Pakistán continuará el despliegue de fuerzas paramilitares a lo largo de su extensa y porosa frontera con Afganistán, aunque estos efectivos están mal equipados y entrenados, y hasta la fecha han sido derrotados en todos los enfrentamientos importantes contra los militantes islámicos. El Ejército de Estados Unidos está proporcionando ahora entrenamiento y equipo a estas fuerzas paramilitares, cuyo número asciende a casi 100.000, pero ha rechazado la solicitud de Pakistán de aumentarlas equipando a entre cuatro y cinco nuevas unidades.
Pakistán ha perdido a más de 1.000 soldados y paramilitares desde que su Ejército lanzó su primera ofensiva contra los talibán paquistaníes en 2004, y sus tropas están muy desmoralizadas. En los últimos meses las Fuerzas Armadas paquistaníes han establecido acuerdos de paz secretos y sumamente polémicos con los líderes de los talibán afganos y paquistaníes, según los cuales éstos prometen no atacar al Ejército paquistaní en los territorios de FATA.
Sin embargo, estos acuerdos no impiden a los talibán atacar a las fuerzas afganas y de la OTAN en Afganistán. Las ataques que realizan los talibán desde el lado paquistaní de la frontera se han duplicado entre marzo y abril de este año en comparación con el mismo periodo del año pasado. En este momento cada semana se registran más de 100 ataques terroristas lanzados desde el otro lado de la frontera con Pakistán, en comparación con los 60 del año pasado.
Se prevé que esta cifra aumente aun más cuando se disponga de los datos finales de mayo, según representantes de la OTAN, que también han informado de un espectacular aumento en el número de paquistaníes, árabes y combatientes de otras nacionalidades que ahora luchan junto a los talibán afganos en Afganistán.
Una de las consecuencias de los acuerdos de FATA se hizo patente cuando 30 periodistas fueron invitados a una conferencia de prensa sin precedentes celebrada el 23 de mayo en el territorio de Waziristán del Sur y organizada por Baitula Mehsud, líder de los talibán pakistaníes y principal protector de los talibán afganos y de los líderes de Al Qaeda en FATA. Los periodistas vieron pocas señales del Ejército paquistaní mientras los talibán ocupaban los puestos de control militares que habían sido abandonados.
Mehsud prometió que «la yihad continuará en Afganistán» y declaró que «el Islam no reconoce ninguna barrera o frontera artificial». El 26 de mayo, una página web de los talibán llamó a un levantamiento general en Afganistán, «hasta la retirada del último cruzado invasor».
Las víctimas inmediatas del primer gran cambio estratégico del Ejército paquistaní desde el 11-S son los gobiernos civiles de ambos países. En una larga conversación con el presidente afgano, Hamid Karzai, objeto de una intensa presión internacional para que mejore la administración y luche contra la corrupción si desea que su Gobierno reciba más ayudas de la conferencia de donantes de alto nivel que se celebra ayer en París, declaró que estaba profundamente frustrado por la actitud de Pakistán.
Karzai dijo que el creciente ritmo de actividad de la insurgencia talibán en el sur y el este de su país estaba haciendo más difícil proporcionar a las personas la seguridad necesaria para mejorar la administración y acelerar la reconstrucción.
En la ciudad fronteriza paquistaní de Peshawar, capital de la provincia de la Frontera Noroccidental, altos cargos del nuevo Gobierno de coalición (dirigido por el Partido del Pueblo de Pakistán) aseguran que el Ejército no les ha informado de los detalles de los acuerdos de paz, ni ha compartido información de los servicios secretos, pero que no se encontraban en posición de contradecir a las Fuerzas Armadas u oponerse a sus acuerdos.
Los talibán operan ahora en toda esta provincia y entran en las zonas urbanas. Peshawar, el centro urbano más grande de la región, está prácticamente sitiada por varias milicias talibán situadas al norte, sur y este de la ciudad que, pese a los acuerdos, llevan a cabo bombardeos, secuestros y robos cuando lo desean.
Se esperaba que, después de las elecciones generales de febrero, el primer Gobierno civil elegido democráticamente tras nueve años de Gobierno militar pudiera ir recuperando lentamente el control de la política exterior del país y convenciera al Ejército de compartir más poder en la cuestión que ha sido patrimonio exclusivo suyo durante los últimos 60 años: la política de seguridad nacional hacia India y Afganistán. Sin embargo, el Gobierno de coalición se ha visto plagado por problemas que lo han paralizado en todos los frentes.
La crisis actual es también enormemente perjudicial para el presidente Bush en estos últimos meses de su Administración. Da la impresión de que Estados Unidos carece de una estrategia clara para gestionar la crisis actual con Pakistán, salvo la de dar más palo que zanahoria.
Las principales potencias extranjeras tienen que involucrarse más con el Ejército paquistaní para determinar, en primer lugar, si esta nueva política es un cambio estratégico que lo aleja de su apoyo a la lucha internacional contra el terrorismo. El mundo también debe convencer a India para que haga un mayor esfuerzo y avance en las negociaciones de paz a fin de resolver el problema de Cachemira y reforzar el Gobierno civil, especialmente ante los graves problemas económicos a los que tiene que hacer frente. Volver a incorporar al Ejército en la lucha contra el extremismo es fundamental para evitar que ciertas zonas de Afganistán se vean desbordadas por los talibán y que todo el país se convierta en un refugio de Al Qaeda.
En las últimas semanas han ido in crescendo las críticas de la comunidad internacional a Pakistán por haber llegado a acuerdos de paz con los talibán paquistaníes en su territorio, lo que les permitirá cruzar la frontera y atacar a las fuerzas de la OTAN en Afganistán. Altos cargos políticos y legisladores de EEUU, comandantes de la OTAN, representantes de Naciones Unidas y del Gobierno afgano han expresado su rabia y frustración, al tiempo que han instado a Pakistán a que continúe apoyando la lucha contra el terrorismo.
Sin embargo, las relaciones entre dos aliados cruciales en la guerra contra el terrorismo -las Fuerzas Armadas de EEUU y el Ejército paquistaní- atraviesan su peor momento desde los ataques del 11 de septiembre de 2001. Las tropas paquistaníes se están replegando de todos los territorios tribales de la frontera con Afganistán donde están asentados los líderes talibán y de Al Qaeda, y miles de sus combatientes, según altos oficiales de la OTAN y diplomáticos en Kabul. Los talibán controlan prácticamente los siete territorios tribales que forman los llamados Territorios Tribales Administrados Federalmente, o FATA (según sus siglas en inglés).
Lo que ha frustrado aún más a los comandantes occidentales es que el general Ashfaq Kayani, jefe del Ejército de Pakistán, ha dicho a los militares de Estados Unidos y a la OTAN que no piensa volver a entrenar o reequipar a las Fuerzas Armadas paquistaníes, y ni siquiera a un contingente de efectivos, para participar en la campaña de contrainsurgencia en las montañas de la frontera occidental con Afganistán, tal como exigen los estadounidenses.
El grueso del Ejército paquistaní seguirá desplegado en las fronteras orientales del país y se entrenará para cualquier eventualidad que surja con la India, su enemigo tradicional, contra el que siempre ha combatido en las llanuras del Punjab. Más del 80% de los 10.000 millones de dólares en ayudas que Pakistán ha recibido de Washington desde el 11-S ha ido directamente a su Ejército, y buena parte de estos fondos se ha empleado en la compra de costosos sistemas de armamento para el frente indio, en lugar de utilizarse en las armas de menor coste que son necesarias para las operaciones de contrainsurgencia.
Hay indicios ahora de que Washington está retrasando discretamente la entrega de armamento destinado al frente oriental, que ya ha pagado Islamabad, y de que ha pedido a otros aliados occidentales que hagan lo mismo.
Además, en las últimas semanas militantes islámicos que combaten en la Cachemira india, contenidos por Islamabad desde 2004, cuando India y Pakistán entablaron negociaciones de paz, han reanudado sus ataques contra las fuerzas indias en esta zona. Otros extremistas han llevado a cabo recientemente atentados terroristas en Jaipur, en el estado indio de Rajastán, en los que han muerto 80 personas. Las relaciones entre estos dos países han mejorado de manera espectacular en los últimos años, pero las tensiones podrían aumentar una vez más.
No obstante, el general Kayani ha dicho a Washington que Pakistán continuará el despliegue de fuerzas paramilitares a lo largo de su extensa y porosa frontera con Afganistán, aunque estos efectivos están mal equipados y entrenados, y hasta la fecha han sido derrotados en todos los enfrentamientos importantes contra los militantes islámicos. El Ejército de Estados Unidos está proporcionando ahora entrenamiento y equipo a estas fuerzas paramilitares, cuyo número asciende a casi 100.000, pero ha rechazado la solicitud de Pakistán de aumentarlas equipando a entre cuatro y cinco nuevas unidades.
Pakistán ha perdido a más de 1.000 soldados y paramilitares desde que su Ejército lanzó su primera ofensiva contra los talibán paquistaníes en 2004, y sus tropas están muy desmoralizadas. En los últimos meses las Fuerzas Armadas paquistaníes han establecido acuerdos de paz secretos y sumamente polémicos con los líderes de los talibán afganos y paquistaníes, según los cuales éstos prometen no atacar al Ejército paquistaní en los territorios de FATA.
Sin embargo, estos acuerdos no impiden a los talibán atacar a las fuerzas afganas y de la OTAN en Afganistán. Las ataques que realizan los talibán desde el lado paquistaní de la frontera se han duplicado entre marzo y abril de este año en comparación con el mismo periodo del año pasado. En este momento cada semana se registran más de 100 ataques terroristas lanzados desde el otro lado de la frontera con Pakistán, en comparación con los 60 del año pasado.
Se prevé que esta cifra aumente aun más cuando se disponga de los datos finales de mayo, según representantes de la OTAN, que también han informado de un espectacular aumento en el número de paquistaníes, árabes y combatientes de otras nacionalidades que ahora luchan junto a los talibán afganos en Afganistán.
Una de las consecuencias de los acuerdos de FATA se hizo patente cuando 30 periodistas fueron invitados a una conferencia de prensa sin precedentes celebrada el 23 de mayo en el territorio de Waziristán del Sur y organizada por Baitula Mehsud, líder de los talibán pakistaníes y principal protector de los talibán afganos y de los líderes de Al Qaeda en FATA. Los periodistas vieron pocas señales del Ejército paquistaní mientras los talibán ocupaban los puestos de control militares que habían sido abandonados.
Mehsud prometió que «la yihad continuará en Afganistán» y declaró que «el Islam no reconoce ninguna barrera o frontera artificial». El 26 de mayo, una página web de los talibán llamó a un levantamiento general en Afganistán, «hasta la retirada del último cruzado invasor».
Las víctimas inmediatas del primer gran cambio estratégico del Ejército paquistaní desde el 11-S son los gobiernos civiles de ambos países. En una larga conversación con el presidente afgano, Hamid Karzai, objeto de una intensa presión internacional para que mejore la administración y luche contra la corrupción si desea que su Gobierno reciba más ayudas de la conferencia de donantes de alto nivel que se celebra ayer en París, declaró que estaba profundamente frustrado por la actitud de Pakistán.
Karzai dijo que el creciente ritmo de actividad de la insurgencia talibán en el sur y el este de su país estaba haciendo más difícil proporcionar a las personas la seguridad necesaria para mejorar la administración y acelerar la reconstrucción.
En la ciudad fronteriza paquistaní de Peshawar, capital de la provincia de la Frontera Noroccidental, altos cargos del nuevo Gobierno de coalición (dirigido por el Partido del Pueblo de Pakistán) aseguran que el Ejército no les ha informado de los detalles de los acuerdos de paz, ni ha compartido información de los servicios secretos, pero que no se encontraban en posición de contradecir a las Fuerzas Armadas u oponerse a sus acuerdos.
Los talibán operan ahora en toda esta provincia y entran en las zonas urbanas. Peshawar, el centro urbano más grande de la región, está prácticamente sitiada por varias milicias talibán situadas al norte, sur y este de la ciudad que, pese a los acuerdos, llevan a cabo bombardeos, secuestros y robos cuando lo desean.
Se esperaba que, después de las elecciones generales de febrero, el primer Gobierno civil elegido democráticamente tras nueve años de Gobierno militar pudiera ir recuperando lentamente el control de la política exterior del país y convenciera al Ejército de compartir más poder en la cuestión que ha sido patrimonio exclusivo suyo durante los últimos 60 años: la política de seguridad nacional hacia India y Afganistán. Sin embargo, el Gobierno de coalición se ha visto plagado por problemas que lo han paralizado en todos los frentes.
La crisis actual es también enormemente perjudicial para el presidente Bush en estos últimos meses de su Administración. Da la impresión de que Estados Unidos carece de una estrategia clara para gestionar la crisis actual con Pakistán, salvo la de dar más palo que zanahoria.
Las principales potencias extranjeras tienen que involucrarse más con el Ejército paquistaní para determinar, en primer lugar, si esta nueva política es un cambio estratégico que lo aleja de su apoyo a la lucha internacional contra el terrorismo. El mundo también debe convencer a India para que haga un mayor esfuerzo y avance en las negociaciones de paz a fin de resolver el problema de Cachemira y reforzar el Gobierno civil, especialmente ante los graves problemas económicos a los que tiene que hacer frente. Volver a incorporar al Ejército en la lucha contra el extremismo es fundamental para evitar que ciertas zonas de Afganistán se vean desbordadas por los talibán y que todo el país se convierta en un refugio de Al Qaeda.
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