Por Boban Minic, periodista (EL PERIÓDICO, 29/06/08):
Estos días son días de emociones. Los de Luis Aragonés dicen que pueden, y buena parte del país les cree. Es un mes de patriotismo español. Se olvidan el paro, los precios, las sequías e inundaciones… La UEFA (y los bares) hacen el agosto en el mes de junio. Por eso no me extrañaré si ya han olvidado uno de los espots de la propia UEFA en cuya primera parte, ambientada evidentemente en la Bosnia de 1994 como paradigma de la dejadez balcánica, unos chavales sucios y mal vestidos corren detrás del balón en un campo lleno de cristales rotos y con unas casas destruidas al fondo. La segunda parte ya está situada en el año 2004, también en los Balcanes, pero con los niños limpios, bien vestidos y el campo reconstruido, igual que las fachadas de casas del fondo. En la pantalla aparecen las letras: “Nosotros nos cuidamos del fútbol”. Visto desde fuera, el espot puede parecer incluso simpático. Pero desde Bosnia, a la gente le parece un insulto que hiere el orgullo que les queda.
Andrej Nikolaidis es un joven periodista y escritor montenegrino, nacido y crecido en Sarajevo –¿en qué otro lugar de Europa podría nacer un chaval de matrimonio bosnio-albanés, con un nombre ruso, apellido griego y residencia montenegrina?–. Con un estilo un poco brusco, pero directo, está permanentemente amenazado, incluso de muerte, por los grupos del poder y las mafias balcánicas (un artículo sobre el controvertido director de cine Emir Kusturica le costó dos juicios, una condena y, también, 2.000 firmas de apoyo de los intelectuales y artistas de todo el mundo). Su denuncia del oportunismo de la UEFA es contundente: “La propaganda de la UEFA es falsa, porque todo lo que, siempre cuidando el fútbol, nos ha dado nosotros ya lo tuvimos. Antes de 1994 tuvimos el sistema, los campos e instalaciones, buenos equipos y prestigio en el mundo futbolístico y del deporte en general. La propaganda de la UEFA es solo la continuación de la ideología de la UE con otros medios, y, entre otras cosas, contiene un desprecio permanente hacia los Balcanes”.
Como representante de una nueva generación sin complejos, el joven compañero de profesión propone una réplica a ese espot. En la primera parte, la de 1994, las imágenes de Srebrenica asediada, cuando los europeos todavía estaban allí. En la segunda, las filas de ca- dáveres y las fosas comunes después de que los europeos abandonaran la “zona protegida” y dejaran a su gente en manos de los asesinos del general Mladic. En la pantalla aparece: “Nosotros cuidamos de vosotros”.
LA RÉPLICA es dura y directa, pero refleja muy bien la opinión que comparte cada día más gente y que es solo una parte de una cuestión que, para los de allí, importa más que el fútbol: el trato que los Balcanes y los balcánicos reciben en la sociedad occidental. Los Balcanes no eran colonia de Occidente, sino de los turcos, así que los occidentales no sienten la más mínima culpa moral por lo que ocurre allí. Los balcánicos son blancos, así que pueden decir de ellos lo mismo que dirían de los negros o los árabes sin ser acusados de racistas. “Los Balcanes son la única África que les queda”, concluye Nikolaidis.
Desde hace tiempo, los Balcanes son el punto negro de Europa, y parece que lo serán una buena temporada más. El término balcanización entró en el diccionario político y, ya en el mundo entero, sirve para descalificar el adversario: sus intenciones, su política y conducta. “Los Balcanes tienen la peculiaridad de generar más historia de la que pueden absorber”, ironizaba Winston Churchill. Pero se olvida fácilmente que la península es la cuna de la civilización occidental; que la escritura no nació, como se creía, en Mesopotamia, sino a orillas del Danubio, hace 7.000 años; que Grecia, antigua y moderna, es un país balcánico. La extensión de la cultura helénica también era balcanización. Pero, como en la eterna pregunta de la gallina y el huevo, ¿creen que esta zona es tan desgraciada porque la gente es desgraciada, o al revés: la gente es así porque su tierra, con ellos incluidos, siempre ha sido objeto de intercambio, conquista, compra y venta por parte de imperios occidentales y orientales, y lugar de constantes choques entre civilizaciones, culturas y religiones?
“CREO QUE las terribles imágenes televisivas de la guerra de los Balcanes son, en realidad, como una especie de escudo”, dice Slavenka Drakulic, la escritora croata cuyo nuevo libro, No matarían ni una mosca, ya presentó EL PERIÓDICO. Si los europeos dijeran que entienden esos espantosos sucesos, significaría que somos iguales o, al menos, parecidos. Como si Occidente fuera un territorio inmaculado, nunca hollado por el mal. Como si los estados nacionales o las revoluciones europeas no hubieran nacido con sangre. Como si no hubiera existido Auschwitz”.
No hay disculpas. Si Occidente pudo pacificar Alemania y, después de tantas barbaridades y crímenes cometidos en dos guerras mundiales, convertirla en referente democrático, ¿por qué no quiso hacer lo mismo con los Balcanes y así salvar una bellísima y apasionante península con historia y culturas milenarias?
Sé que en este mundo turbulento hay más preguntas que respuestas. Además, ¿quién tiene tiempo de pensar en estas cosas tan lejanas y complicadas cuando Viena ocupa todo nuestro tiempo y, para algunos, todas las emociones?
Estos días son días de emociones. Los de Luis Aragonés dicen que pueden, y buena parte del país les cree. Es un mes de patriotismo español. Se olvidan el paro, los precios, las sequías e inundaciones… La UEFA (y los bares) hacen el agosto en el mes de junio. Por eso no me extrañaré si ya han olvidado uno de los espots de la propia UEFA en cuya primera parte, ambientada evidentemente en la Bosnia de 1994 como paradigma de la dejadez balcánica, unos chavales sucios y mal vestidos corren detrás del balón en un campo lleno de cristales rotos y con unas casas destruidas al fondo. La segunda parte ya está situada en el año 2004, también en los Balcanes, pero con los niños limpios, bien vestidos y el campo reconstruido, igual que las fachadas de casas del fondo. En la pantalla aparecen las letras: “Nosotros nos cuidamos del fútbol”. Visto desde fuera, el espot puede parecer incluso simpático. Pero desde Bosnia, a la gente le parece un insulto que hiere el orgullo que les queda.
Andrej Nikolaidis es un joven periodista y escritor montenegrino, nacido y crecido en Sarajevo –¿en qué otro lugar de Europa podría nacer un chaval de matrimonio bosnio-albanés, con un nombre ruso, apellido griego y residencia montenegrina?–. Con un estilo un poco brusco, pero directo, está permanentemente amenazado, incluso de muerte, por los grupos del poder y las mafias balcánicas (un artículo sobre el controvertido director de cine Emir Kusturica le costó dos juicios, una condena y, también, 2.000 firmas de apoyo de los intelectuales y artistas de todo el mundo). Su denuncia del oportunismo de la UEFA es contundente: “La propaganda de la UEFA es falsa, porque todo lo que, siempre cuidando el fútbol, nos ha dado nosotros ya lo tuvimos. Antes de 1994 tuvimos el sistema, los campos e instalaciones, buenos equipos y prestigio en el mundo futbolístico y del deporte en general. La propaganda de la UEFA es solo la continuación de la ideología de la UE con otros medios, y, entre otras cosas, contiene un desprecio permanente hacia los Balcanes”.
Como representante de una nueva generación sin complejos, el joven compañero de profesión propone una réplica a ese espot. En la primera parte, la de 1994, las imágenes de Srebrenica asediada, cuando los europeos todavía estaban allí. En la segunda, las filas de ca- dáveres y las fosas comunes después de que los europeos abandonaran la “zona protegida” y dejaran a su gente en manos de los asesinos del general Mladic. En la pantalla aparece: “Nosotros cuidamos de vosotros”.
LA RÉPLICA es dura y directa, pero refleja muy bien la opinión que comparte cada día más gente y que es solo una parte de una cuestión que, para los de allí, importa más que el fútbol: el trato que los Balcanes y los balcánicos reciben en la sociedad occidental. Los Balcanes no eran colonia de Occidente, sino de los turcos, así que los occidentales no sienten la más mínima culpa moral por lo que ocurre allí. Los balcánicos son blancos, así que pueden decir de ellos lo mismo que dirían de los negros o los árabes sin ser acusados de racistas. “Los Balcanes son la única África que les queda”, concluye Nikolaidis.
Desde hace tiempo, los Balcanes son el punto negro de Europa, y parece que lo serán una buena temporada más. El término balcanización entró en el diccionario político y, ya en el mundo entero, sirve para descalificar el adversario: sus intenciones, su política y conducta. “Los Balcanes tienen la peculiaridad de generar más historia de la que pueden absorber”, ironizaba Winston Churchill. Pero se olvida fácilmente que la península es la cuna de la civilización occidental; que la escritura no nació, como se creía, en Mesopotamia, sino a orillas del Danubio, hace 7.000 años; que Grecia, antigua y moderna, es un país balcánico. La extensión de la cultura helénica también era balcanización. Pero, como en la eterna pregunta de la gallina y el huevo, ¿creen que esta zona es tan desgraciada porque la gente es desgraciada, o al revés: la gente es así porque su tierra, con ellos incluidos, siempre ha sido objeto de intercambio, conquista, compra y venta por parte de imperios occidentales y orientales, y lugar de constantes choques entre civilizaciones, culturas y religiones?
“CREO QUE las terribles imágenes televisivas de la guerra de los Balcanes son, en realidad, como una especie de escudo”, dice Slavenka Drakulic, la escritora croata cuyo nuevo libro, No matarían ni una mosca, ya presentó EL PERIÓDICO. Si los europeos dijeran que entienden esos espantosos sucesos, significaría que somos iguales o, al menos, parecidos. Como si Occidente fuera un territorio inmaculado, nunca hollado por el mal. Como si los estados nacionales o las revoluciones europeas no hubieran nacido con sangre. Como si no hubiera existido Auschwitz”.
No hay disculpas. Si Occidente pudo pacificar Alemania y, después de tantas barbaridades y crímenes cometidos en dos guerras mundiales, convertirla en referente democrático, ¿por qué no quiso hacer lo mismo con los Balcanes y así salvar una bellísima y apasionante península con historia y culturas milenarias?
Sé que en este mundo turbulento hay más preguntas que respuestas. Además, ¿quién tiene tiempo de pensar en estas cosas tan lejanas y complicadas cuando Viena ocupa todo nuestro tiempo y, para algunos, todas las emociones?
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