Por Blanca Sánchez Alonso, catedrática de Historia Económica y profesora de la Universidad San Pablo-CEU (EL PAÍS, 09/06/08):
Se veía venir. La creciente desaceleración del crecimiento de las economías receptoras de inmigración, con el consiguiente aumento del paro, explicaría por qué cambia su actitud ante los trabajadores extranjeros. No es tampoco ninguna sorpresa el que éstos sean uno de los grupos más afectados por el desempleo: por la temporalidad de sus contratos en muchos casos, por su excesiva concentración en sectores donde el empleo se está destruyendo más rápidamente, como la construcción, por su menor antigüedad en las empresas o simple y llanamente por reacciones xenófobas, conscientes o no, de los empleadores.
Lo que no es tan evidente es saber si ante el cambio de escenario se debe cambiar la política migratoria. Porque en las propuestas, discursos, declaraciones y noticias recientes se mezclan planos diferentes. Uno es el endurecimiento de la lucha contra la inmigración ilegal y de las condiciones de repatriación de los ilegales. Resulta sonrojante que esta cuestión se plantee ahora con más energía que nunca, pues ningún Gobierno europeo va a reconocer que ha sido más o menos tolerante con la inmigración ilegal en tiempos de bonanza económica, aunque ahora debe desplegar todo el poder del Estado para evitar la entrada irregular de trabajadores extranjeros. Lo que es ilegal ahora lo era igualmente hace 10 o 5 años, y tan ilegales son, y eran, las llegadas en cayucos como las entradas por los aeropuertos con visado de turista.
Muy diferente es el control de flujos migratorios legales, es decir, la adopción de políticas para cerrar aún más la puerta a la inmigración legal y ordenada. Ésta es una medida que entra dentro de las competencias de cualquier Gobierno, y es obvio que se va a plantear en breve tanto para los Estados individuales como a nivel de la Unión Europea.
El ciclo migratorio europeo de los años cincuenta y sesenta se cerró abruptamente cuando tras la crisis de 1973 todos los gobiernos de los países receptores (Alemania, Francia, Suiza, Bélgica) interrumpieron de la noche a la mañana la contratación y reclutamiento de trabajadores españoles, portugueses, yugoslavos, griegos y turcos. Hasta dónde se cerrará ahora la puerta plantea de nuevo la irresoluble cuestión de cuántos inmigrantes necesitamos, y está claro que muchos europeos, españoles entre ellos, piensan que ya tenemos demasiados.
Ahora bien, errarían aquellos que consideren que con una política más restrictiva a la entrada de inmigrantes cambiaría el escenario radicalmente. Porque una cosa es que se cierre el grifo de la entrada de trabajadores extranjeros y otra, muy diferente, que descienda el número de inmigrantes residiendo en nuestros países.
La experiencia histórica europea en los años de la crisis de los setenta muestra cómo disminuyeron las entradas de trabajadores extranjeros, pero siguió aumentando bastante el stock de población inmigrante residente, en particular en Francia y Alemania. Los Gobiernos europeos animaron a los trabajadores “invitados” a marcharse, pero siguieron autorizando la entrada de las familias de los inmigrantes ya asentados. La frase es bien conocida: “Necesitábamos trabajadores y vinieron personas”… y claro, las personas tenían familia, y bastante numerosas. La política de reunificación familiar, ahora y hace 30 años, fuerza el que haya que seguir planteándose distintos escenarios de empleo de extranjeros y, por supuesto, políticas de integración de inmigrantes.
Mucho más complejas y discutibles son las medidas de estímulo e incentivos al retorno voluntario de inmigrantes a sus países de origen. No sólo porque influye, como es lógico, la situación de los países de origen y los propios planes de los inmigrantes, entre los que pesan, y mucho, la apuesta de futuro para aquellos con hijos, sino porque ningún plan de retorno voluntario ha tenido los resultados esperados.
No hubo tal retorno masivo de emigrantes españoles en la Europa en los años setenta. Alemania y Francia lanzaron todo tipo de planes e iniciativas para estimular el regreso de inmigrantes tras la crisis de 1973 con resultados muy desiguales. En torno a 180.000 trabajadores turcos en Alemania a principios de los ochenta capitalizaron sus pensiones y volvieron a su país de origen; sólo 16.000 portugueses encontraron atractiva esa posibilidad. Peor suerte, corrieron los planes de pagos directos a los inmigrantes desempleados para que abandonaran el país con sus familias: la respuesta fue tan pobre que la mayoría de los países europeos los abandonaron a los pocos años. Además, dada la legislación actual, el retorno implica la imposibilidad de reemigrar, o al menos la muy costosa reemigración en términos administrativos y burocráticos. Por ello, dado que el viaje de vuelta genera enormes incertidumbres de poder regresar, es probable que haya un modesto porcentaje de inmigrantes que opten por volver a sus países de origen.
Las políticas migratorias no son nunca sencillas de diseñar, pero el panorama se complica mucho en un escenario de desaceleración económica y aumento del desempleo. Aparecerán, desgraciadamente, los que creen tener soluciones fáciles: que no vengan más y que se vayan los que están.
Se veía venir. La creciente desaceleración del crecimiento de las economías receptoras de inmigración, con el consiguiente aumento del paro, explicaría por qué cambia su actitud ante los trabajadores extranjeros. No es tampoco ninguna sorpresa el que éstos sean uno de los grupos más afectados por el desempleo: por la temporalidad de sus contratos en muchos casos, por su excesiva concentración en sectores donde el empleo se está destruyendo más rápidamente, como la construcción, por su menor antigüedad en las empresas o simple y llanamente por reacciones xenófobas, conscientes o no, de los empleadores.
Lo que no es tan evidente es saber si ante el cambio de escenario se debe cambiar la política migratoria. Porque en las propuestas, discursos, declaraciones y noticias recientes se mezclan planos diferentes. Uno es el endurecimiento de la lucha contra la inmigración ilegal y de las condiciones de repatriación de los ilegales. Resulta sonrojante que esta cuestión se plantee ahora con más energía que nunca, pues ningún Gobierno europeo va a reconocer que ha sido más o menos tolerante con la inmigración ilegal en tiempos de bonanza económica, aunque ahora debe desplegar todo el poder del Estado para evitar la entrada irregular de trabajadores extranjeros. Lo que es ilegal ahora lo era igualmente hace 10 o 5 años, y tan ilegales son, y eran, las llegadas en cayucos como las entradas por los aeropuertos con visado de turista.
Muy diferente es el control de flujos migratorios legales, es decir, la adopción de políticas para cerrar aún más la puerta a la inmigración legal y ordenada. Ésta es una medida que entra dentro de las competencias de cualquier Gobierno, y es obvio que se va a plantear en breve tanto para los Estados individuales como a nivel de la Unión Europea.
El ciclo migratorio europeo de los años cincuenta y sesenta se cerró abruptamente cuando tras la crisis de 1973 todos los gobiernos de los países receptores (Alemania, Francia, Suiza, Bélgica) interrumpieron de la noche a la mañana la contratación y reclutamiento de trabajadores españoles, portugueses, yugoslavos, griegos y turcos. Hasta dónde se cerrará ahora la puerta plantea de nuevo la irresoluble cuestión de cuántos inmigrantes necesitamos, y está claro que muchos europeos, españoles entre ellos, piensan que ya tenemos demasiados.
Ahora bien, errarían aquellos que consideren que con una política más restrictiva a la entrada de inmigrantes cambiaría el escenario radicalmente. Porque una cosa es que se cierre el grifo de la entrada de trabajadores extranjeros y otra, muy diferente, que descienda el número de inmigrantes residiendo en nuestros países.
La experiencia histórica europea en los años de la crisis de los setenta muestra cómo disminuyeron las entradas de trabajadores extranjeros, pero siguió aumentando bastante el stock de población inmigrante residente, en particular en Francia y Alemania. Los Gobiernos europeos animaron a los trabajadores “invitados” a marcharse, pero siguieron autorizando la entrada de las familias de los inmigrantes ya asentados. La frase es bien conocida: “Necesitábamos trabajadores y vinieron personas”… y claro, las personas tenían familia, y bastante numerosas. La política de reunificación familiar, ahora y hace 30 años, fuerza el que haya que seguir planteándose distintos escenarios de empleo de extranjeros y, por supuesto, políticas de integración de inmigrantes.
Mucho más complejas y discutibles son las medidas de estímulo e incentivos al retorno voluntario de inmigrantes a sus países de origen. No sólo porque influye, como es lógico, la situación de los países de origen y los propios planes de los inmigrantes, entre los que pesan, y mucho, la apuesta de futuro para aquellos con hijos, sino porque ningún plan de retorno voluntario ha tenido los resultados esperados.
No hubo tal retorno masivo de emigrantes españoles en la Europa en los años setenta. Alemania y Francia lanzaron todo tipo de planes e iniciativas para estimular el regreso de inmigrantes tras la crisis de 1973 con resultados muy desiguales. En torno a 180.000 trabajadores turcos en Alemania a principios de los ochenta capitalizaron sus pensiones y volvieron a su país de origen; sólo 16.000 portugueses encontraron atractiva esa posibilidad. Peor suerte, corrieron los planes de pagos directos a los inmigrantes desempleados para que abandonaran el país con sus familias: la respuesta fue tan pobre que la mayoría de los países europeos los abandonaron a los pocos años. Además, dada la legislación actual, el retorno implica la imposibilidad de reemigrar, o al menos la muy costosa reemigración en términos administrativos y burocráticos. Por ello, dado que el viaje de vuelta genera enormes incertidumbres de poder regresar, es probable que haya un modesto porcentaje de inmigrantes que opten por volver a sus países de origen.
Las políticas migratorias no son nunca sencillas de diseñar, pero el panorama se complica mucho en un escenario de desaceleración económica y aumento del desempleo. Aparecerán, desgraciadamente, los que creen tener soluciones fáciles: que no vengan más y que se vayan los que están.
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