Por Norberto Fuentes, escritor (ABC, 20/06/08):
Era uno de los casos que Fidel reservaba para su atención directa. Una laxitud en las normas de conducta, una permisibilidad de la que no disponían los más encumbrados dirigentes y una actualización diaria de la información sobre cada uno de sus pasos. El despliegue de la escolta y los portazos de los coches al parquear sólo disponible en Cuba para el mismo Fidel, o Raúl si acaso, resultaba inédito. Los que tuvieron acceso al personaje, recordarán que llegaba segundo a sus citas y que se presentaba en la sala de su casa, desde una rampa exterior conectada al parqueo, empuñando una metralleta checa T-25 de culatín plegable. Otro lujo impensable entre nosotros. Una metralleta como quien se desplaza con un maletín de negocios. No era una UZI ni ninguno de sus derivados occidentales sino un armamento que sólo podía salir de los arsenales cubanos.
Estamos a mediados de los 80. Fidel acepta su presencia en el país «por razones humanitarias» -una forma de decir que lo está poniendo a salvo de casi todas las agencia policiales de Occidente- mientras a él se le supone invirtiendo en el sector azucarero y de la industria cigarrera amén de mover algunos fondos para importar café. No le va mal. Ni tiene por qué. Con más de 200 millones de dólares en el bolsillo, como producto de sus estafas a través de la Investors Overseas Services, se le permiten esos retozos desde su nueva base de operaciones en Cuba. De cualquier manera, ya es un rehén a largo plazo, aunque no lo sepa todavía.
El coronel Antonio de la Guardia «Tony» fue el primer oficial designado para atenderle y decía haber descubierto unos manejos en los que el país llevaba perdiendo millones de dólares, irregularidades especialmente en las compras de café en Brasil, luego de que a los productores del patio se les malograra una cosecha. Esa era una trifulca que estaba cogiendo vapor el sábado 3 de agosto de 1985 cuando el equipo de tres corresponsales de NBC acreditado por La Habana para cubrir un evento sobre la Deuda Externa fue descubierto mientras se ocultaban para filmar la casa de Robert Vesco, al otro lado de un solar yermo, mientras éste tomaba el sol en el portal de su casa, siempre bajo la devota observación de un auténtico mastodonte -Bernardo Junco, «El Yum»-, procedente de la oficina de Tony y que al final Vesco le comió el cerebro y lo puso en contra de Tony. Un chófer del Buró K de la Contrainteligencia -encargado de todas las fórmulas del chequeo- al conducir un coche Lada por una de las apartadas calles de esta tranquila barriada llamada La Coronela, al oeste de La Habana, les detectó y dio la voz de alarma. Los americanos ni se dieron cuenta de que enseguida lo que tenían detrás era la más competente de las unidades de chequeo visual del mundo: la Brigada Uno, del KJ cubano, dedicada en tiempos normales a la vigilancia del personal diplomático americano. Ni siquiera esa noche en el aeropuerto de La Habana, al ir a tomar su avión, se percataron de los oficiales que, con los walkie talkies abiertos, aguardaban por la orden de Fidel para decomisarles las películas. No hubo la orden. Luz verde, en cambio. Tampoco supieron que estaban cercados. Ni prestaron atención a la llamativa personalidad del joven oficial al frente del operativo del aeropuerto, un muchachón de pelo rojo, unos 6 pies y 3 pulgadas de estatura y 250 libras de peso. Manuel Piñeiro, alias «Calí». El hijo del comandante Manuel Piñeiro alias «Barbarroja», una de las criaturas mitológicas de la Revolución y su primer jefe de Inteligencia. El hijo hecho a mano por el padre.
Tony decía que el propio Vesco había coordinado el episodio de la filmación. Y realmente el crew de NBC liderado por Nicole Szulk -hija del Tad Szulk de The New York Times- había encontrado con demasiada facilidad el camino hacia esa apartada zona de La Habana. El caso es que Vesco obtuvo como beneficios inmediatos que le sacaran a Tony de arriba y que le designaran para su custodia lo que el propio Fidel llamó un combinado de seguridad, la tropita que lo acompañaría a todas partes. Se formó con combatientes del Comando 43 de las Tropas Especiales -la principal unidad antiterrorista del país-, bajo el mando del teniente Orlando Cowley, un tirador de reflejos rápidos, diría que automáticos, y probado poder y velocidad de análisis, y mucha vista. Le asignaron unos de los dos Ladas de color azul celeste que acababan de despojarle al coronel José Luis Padrón. El coche junto con el cargo de presidente del Instituto de Turismo. Tres turnos de protección, con el personal vestido de civil y una Beretta y dos AK-47 en el piso del Lada. A Calí, por su parte, se le asignó mantener el control permanente sobre Vesco. José Abrantes, el ministro del Interior, quedó al frente de las dos tareas. El combinado de seguridad y de que Calí le informara diariamente de cualquier actividad de Vesco. Los contactos se efectuaban al atardecer, en la piscina adyacente al gimnasio de Tropas Especiales. Pepe Abrantes y Calí, con el agua hasta la cintura, despachaban.
Sacudirse de Tony y verse con escolta propia y con lo que él calculó como una entera libertad de movimiento y siendo ya del conocimiento de todo el mundo que estaba en Cuba, actuó como un espejismo. Increíble que no se diera cuenta, un tipo de su pedigrí. Ignoró el viejo axioma de que en Cuba tú puedes jugar con la cadena, pero nunca con el mono. Y lo primero que se le ocurre es robarse unas fórmulas de las avanzadas investigaciones de los cubanos con drogas muy prometedoras en la lucha contra el cáncer y el SIDA. ¡Las fórmulas secretas de Fidel! Fue, por supuesto, su última artimaña -o intento de ella-. Conozco por un viejo compañero de Tropas Especiales que en la diligencia del arresto se le ocuparon en su casa 100.000 dólares, una estiba de lingotes de oro, lo que me describió como «cuantiosas obras de arte» y muestras de la famosa droga TX. No lo esposaron. Y se mostró tranquilo y confiado e incluso pasó amistosamente el brazo por encima de los hombros de un custodio cuando ingresó en el patrullero de Seguridad del Estado.
Era uno de los casos que Fidel reservaba para su atención directa. Una laxitud en las normas de conducta, una permisibilidad de la que no disponían los más encumbrados dirigentes y una actualización diaria de la información sobre cada uno de sus pasos. El despliegue de la escolta y los portazos de los coches al parquear sólo disponible en Cuba para el mismo Fidel, o Raúl si acaso, resultaba inédito. Los que tuvieron acceso al personaje, recordarán que llegaba segundo a sus citas y que se presentaba en la sala de su casa, desde una rampa exterior conectada al parqueo, empuñando una metralleta checa T-25 de culatín plegable. Otro lujo impensable entre nosotros. Una metralleta como quien se desplaza con un maletín de negocios. No era una UZI ni ninguno de sus derivados occidentales sino un armamento que sólo podía salir de los arsenales cubanos.
Estamos a mediados de los 80. Fidel acepta su presencia en el país «por razones humanitarias» -una forma de decir que lo está poniendo a salvo de casi todas las agencia policiales de Occidente- mientras a él se le supone invirtiendo en el sector azucarero y de la industria cigarrera amén de mover algunos fondos para importar café. No le va mal. Ni tiene por qué. Con más de 200 millones de dólares en el bolsillo, como producto de sus estafas a través de la Investors Overseas Services, se le permiten esos retozos desde su nueva base de operaciones en Cuba. De cualquier manera, ya es un rehén a largo plazo, aunque no lo sepa todavía.
El coronel Antonio de la Guardia «Tony» fue el primer oficial designado para atenderle y decía haber descubierto unos manejos en los que el país llevaba perdiendo millones de dólares, irregularidades especialmente en las compras de café en Brasil, luego de que a los productores del patio se les malograra una cosecha. Esa era una trifulca que estaba cogiendo vapor el sábado 3 de agosto de 1985 cuando el equipo de tres corresponsales de NBC acreditado por La Habana para cubrir un evento sobre la Deuda Externa fue descubierto mientras se ocultaban para filmar la casa de Robert Vesco, al otro lado de un solar yermo, mientras éste tomaba el sol en el portal de su casa, siempre bajo la devota observación de un auténtico mastodonte -Bernardo Junco, «El Yum»-, procedente de la oficina de Tony y que al final Vesco le comió el cerebro y lo puso en contra de Tony. Un chófer del Buró K de la Contrainteligencia -encargado de todas las fórmulas del chequeo- al conducir un coche Lada por una de las apartadas calles de esta tranquila barriada llamada La Coronela, al oeste de La Habana, les detectó y dio la voz de alarma. Los americanos ni se dieron cuenta de que enseguida lo que tenían detrás era la más competente de las unidades de chequeo visual del mundo: la Brigada Uno, del KJ cubano, dedicada en tiempos normales a la vigilancia del personal diplomático americano. Ni siquiera esa noche en el aeropuerto de La Habana, al ir a tomar su avión, se percataron de los oficiales que, con los walkie talkies abiertos, aguardaban por la orden de Fidel para decomisarles las películas. No hubo la orden. Luz verde, en cambio. Tampoco supieron que estaban cercados. Ni prestaron atención a la llamativa personalidad del joven oficial al frente del operativo del aeropuerto, un muchachón de pelo rojo, unos 6 pies y 3 pulgadas de estatura y 250 libras de peso. Manuel Piñeiro, alias «Calí». El hijo del comandante Manuel Piñeiro alias «Barbarroja», una de las criaturas mitológicas de la Revolución y su primer jefe de Inteligencia. El hijo hecho a mano por el padre.
Tony decía que el propio Vesco había coordinado el episodio de la filmación. Y realmente el crew de NBC liderado por Nicole Szulk -hija del Tad Szulk de The New York Times- había encontrado con demasiada facilidad el camino hacia esa apartada zona de La Habana. El caso es que Vesco obtuvo como beneficios inmediatos que le sacaran a Tony de arriba y que le designaran para su custodia lo que el propio Fidel llamó un combinado de seguridad, la tropita que lo acompañaría a todas partes. Se formó con combatientes del Comando 43 de las Tropas Especiales -la principal unidad antiterrorista del país-, bajo el mando del teniente Orlando Cowley, un tirador de reflejos rápidos, diría que automáticos, y probado poder y velocidad de análisis, y mucha vista. Le asignaron unos de los dos Ladas de color azul celeste que acababan de despojarle al coronel José Luis Padrón. El coche junto con el cargo de presidente del Instituto de Turismo. Tres turnos de protección, con el personal vestido de civil y una Beretta y dos AK-47 en el piso del Lada. A Calí, por su parte, se le asignó mantener el control permanente sobre Vesco. José Abrantes, el ministro del Interior, quedó al frente de las dos tareas. El combinado de seguridad y de que Calí le informara diariamente de cualquier actividad de Vesco. Los contactos se efectuaban al atardecer, en la piscina adyacente al gimnasio de Tropas Especiales. Pepe Abrantes y Calí, con el agua hasta la cintura, despachaban.
Sacudirse de Tony y verse con escolta propia y con lo que él calculó como una entera libertad de movimiento y siendo ya del conocimiento de todo el mundo que estaba en Cuba, actuó como un espejismo. Increíble que no se diera cuenta, un tipo de su pedigrí. Ignoró el viejo axioma de que en Cuba tú puedes jugar con la cadena, pero nunca con el mono. Y lo primero que se le ocurre es robarse unas fórmulas de las avanzadas investigaciones de los cubanos con drogas muy prometedoras en la lucha contra el cáncer y el SIDA. ¡Las fórmulas secretas de Fidel! Fue, por supuesto, su última artimaña -o intento de ella-. Conozco por un viejo compañero de Tropas Especiales que en la diligencia del arresto se le ocuparon en su casa 100.000 dólares, una estiba de lingotes de oro, lo que me describió como «cuantiosas obras de arte» y muestras de la famosa droga TX. No lo esposaron. Y se mostró tranquilo y confiado e incluso pasó amistosamente el brazo por encima de los hombros de un custodio cuando ingresó en el patrullero de Seguridad del Estado.
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