Por Rafael Moreno Izquierdo, profesor de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid (FUNDACIÓN ALTERNATIVAS, 10/06/08):
CONTEXTO
América Latina ha sido hasta ahora una zona que ha gravitado en términos militares –y políticos- alrededor de Estados Unidos y sus influencias directas o indirectas. El siglo pasado ha estado plagado de acciones unilaterales e intervenciones de Washington orientadas a menudo a mediatizar los procesos políticos de la región y establecer mecanismos de control de sus respectivos gobiernos. Al mismo tiempo, ha diseñado estrategias orientadas a impedir que profundizara cualquier proceso de cohesión intraregional que no estuviera en concordancia con sus intereses nacionales. La debilidad estructural de las instituciones y gobiernos de los países de la zona ha contribuido, al mismo tiempo, a debilitar el posible avance de todas las iniciativas destinadas a una mayor cooperación regional o subregional. Es curioso que este escaso avance en la formulación de estructuras multilaterales coincida, precisamente, con una fuerte atracción de América Latina hacia las organizaciones y tratados internacionales. Basta resaltar que hace sesenta años, en 1948, ya entraban en vigor el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (ITAR) –curiosamente en Río de Janeiro (Brasil)- y casi al mismo tiempo en Bogotá, se establecía la Organización de Estados Americanos (OEA), el foro tradicional de prevención y resolución de conflictos aunque con un impacto muy limitado en este terreno por diversas razones. Otras iniciativas, como la Junta Interamericana de Defensa o la dimensión militar de MERCOSUR, han intentado también progresar en una mayor colaboración en esta dimensión aunque con escasos resultados hasta el momento.
Ha hecho falta un conflicto bilateral entre Colombia y Ecuador, relativamente limitado a nivel hemisférico, para despertar –como fulgurante catalítico- la urgencia política de recuperar rápidamente el terreno cedido. Hay que reconocer, sin embargo, que no es consecuencia sólo del ataque colombiano a las bases de las FARC en territorio ecuatoriano. También lo es de los paulatinos –aunque a veces imperceptibles- avances acumulados durante las últimas dos décadas que han consolidando en las élites y pueblos latinoamericanos el convencimiento de la necesidad de estructurar formas de actuación multilaterales que eviten el intervencionismo o que la región se convierta en un mero apéndice de otros grandes bloques económico-políticos, sea Estados Unidos, la Unión Europea o la aún por definir Asia Pacífico.
Leer artículo completo (pdf). También disponible en la Fundación Alternativas.
CONTEXTO
América Latina ha sido hasta ahora una zona que ha gravitado en términos militares –y políticos- alrededor de Estados Unidos y sus influencias directas o indirectas. El siglo pasado ha estado plagado de acciones unilaterales e intervenciones de Washington orientadas a menudo a mediatizar los procesos políticos de la región y establecer mecanismos de control de sus respectivos gobiernos. Al mismo tiempo, ha diseñado estrategias orientadas a impedir que profundizara cualquier proceso de cohesión intraregional que no estuviera en concordancia con sus intereses nacionales. La debilidad estructural de las instituciones y gobiernos de los países de la zona ha contribuido, al mismo tiempo, a debilitar el posible avance de todas las iniciativas destinadas a una mayor cooperación regional o subregional. Es curioso que este escaso avance en la formulación de estructuras multilaterales coincida, precisamente, con una fuerte atracción de América Latina hacia las organizaciones y tratados internacionales. Basta resaltar que hace sesenta años, en 1948, ya entraban en vigor el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (ITAR) –curiosamente en Río de Janeiro (Brasil)- y casi al mismo tiempo en Bogotá, se establecía la Organización de Estados Americanos (OEA), el foro tradicional de prevención y resolución de conflictos aunque con un impacto muy limitado en este terreno por diversas razones. Otras iniciativas, como la Junta Interamericana de Defensa o la dimensión militar de MERCOSUR, han intentado también progresar en una mayor colaboración en esta dimensión aunque con escasos resultados hasta el momento.
Ha hecho falta un conflicto bilateral entre Colombia y Ecuador, relativamente limitado a nivel hemisférico, para despertar –como fulgurante catalítico- la urgencia política de recuperar rápidamente el terreno cedido. Hay que reconocer, sin embargo, que no es consecuencia sólo del ataque colombiano a las bases de las FARC en territorio ecuatoriano. También lo es de los paulatinos –aunque a veces imperceptibles- avances acumulados durante las últimas dos décadas que han consolidando en las élites y pueblos latinoamericanos el convencimiento de la necesidad de estructurar formas de actuación multilaterales que eviten el intervencionismo o que la región se convierta en un mero apéndice de otros grandes bloques económico-políticos, sea Estados Unidos, la Unión Europea o la aún por definir Asia Pacífico.
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