Por Joschka Fischer, ex ministro de Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.© Project Syndicate/Institute for Human Sciences, 2008 (EL PAÍS, 24/06/08):
Ha ocurrido. Después de que Francia y Holanda rechazasen el Tratado Constitucional europeo, el no de Irlanda es el segundo golpe, y probablemente el decisivo, contra una Europa fuerte y unida.
El 12 de junio de 2008 tendrá que ser recordado como un día que hizo historia en Europa. Independientemente de los esfuerzos de rescate que se emprendan, no podrá ocultarse que la Unión Europea ha dejado de ser un actor serio en política exterior en el escenario mundial durante, al menos, 10 años (si no mucho más).
Esto sucede en un momento en el que los problemas de los Balcanes continúan sin resolverse, Estados Unidos experimenta un declive relativo, Rusia recupera fuerza, la política interior de Turquía está empeorando, Oriente Próximo -vecino directo de la UE- amenaza con estallar y el rápido ascenso de China e India como potencias emergentes va a definir la economía y la política del mundo en el futuro.
¡Pobre Europa! Con el referéndum irlandés se ha arrojado de manera ciega e innecesaria a un desastre político. Desde luego, la UE va a seguir existiendo y sus instituciones van a seguir funcionando, para bien o para mal, sobre la base del Tratado de Niza. Pero lo que no veremos ya durante bastante tiempo es una Europa activa, fuerte, capaz de decidir su propio destino.
Cuando medios británicos respetables como Financial Times advierten contra un nuevo psicodrama europeo y piden, en cambio, que se trabaje para obtener una “Europa de los resultados”, debemos considerarlo un mal chiste, no una alternativa seria. Ni mimos ni palos nos ayudan a convertir un asno en caballo de carreras, a no ser que estemos secretamente satisfechos con el asno. Y ése es exactamente el problema esencial de Europa: varios miembros no quieren tener más que un asno.
Por el contrario, unas instituciones que ya no funcionan se pueden reformar, y eso es lo que la UE intenta hacer, sin resultados, desde hace 20 años. Desde 1989, la historia ha hecho que la ampliación de la Unión Europea sea indispensable, pero, sin una reforma institucional, la Europa de los 27 no tiene más remedio que ofrecer resultados peores y cada vez más decepcionantes a sus ciudadanos.
¿Qué consecuencias tendrá el referéndum irlandés?
1. El 12 de junio se enterró, por ahora, la posibilidad de una política exterior europea fuerte, tan necesaria dado el estado actual del mundo. Las naciones-Estado volverán a controlar la política exterior. Lo mismo ocurre con la democratización de la UE y, por consiguiente, con una mayor proximidad a los ciudadanos y una mayor aceptación por parte de ellos. Desde esta perspectiva, la decisión irlandesa resulta especialmente grotesca, porque ha rechazado precisamente lo que exigía.
2. La UE se estancará. El proceso de ampliación se aplazará o se detendrá por completo, porque la UE ya no puede admitir a nuevos miembros sobre la base de la constitución de Niza. Los primeros en pagar el precio serán los Balcanes, y luego Turquía.
3. Los miembros pequeños y medianos de la Unión serán los que más caro pagarán el precio de la decisión irlandesa cuando vuelva a nacionalizarse la política exterior. Perderán influencia. No hay nada nuevo en ello si sólo nos detenemos en las políticas exteriores de Francia y Gran Bretaña. Pero el caso de Alemania es distinto. Alemania lleva mucho tiempo contemplando sus intereses estratégicos desde el contexto de una UE integrada. El bloqueo a largo plazo de una UE fuerte tendrá necesariamente que cambiar este punto de vista.
4. Como alternativa a una Unión Europea grande y fuerte, la relación franco-alemana volverá a primer plano. En el futuro, la estrecha cooperación entre estos dos países será, más que nunca, el centro de gravedad de la UE bloqueada. Ahora bien, con el Tratado de Niza eso desembocará en la desintegración interna de la UE y la formación de dos bandos: la UE de la integración y la UE del Mercado Común. En definitiva, dentro de la Unión volverán a surgir en la práctica la vieja Comunidad Económica Europea y el viejo Acuerdo Europeo de Libre Comercio.
5. Dentro de la Unión Europea en general, corre peligro de disminuir la solidaridad. La solidaridad no es una vía de dirección única. Irlanda, uno de los países que más se ha beneficiado en términos materiales de la idea de la unificación europea, ha rechazado esa idea. Por tanto, las negociaciones sobre las transferencias financieras en Europa, que son el núcleo de la solidaridad europea, serán mucho más duras en el futuro que hasta ahora (que ya lo eran bastante). Los países más pobres de la UE saldrán perjudicados.
Todavía existe una mínima posibilidad de evitar el desastre si Irlanda, con su no, se queda aislada dentro de la Unión. De no ser así, deberíamos pensar seriamente si, dentro del marco del Tratado de Niza y la base del Mercado Común, todas las partes implicadas y la propia Europa no estarían mejor con una separación: que los miembros partidarios de la integración política sigan adelante y los que están satisfechos con el Mercado Común se queden atrás.
Esta fórmula funcionó en el caso de la Unión Monetaria. ¿Por qué no con la integración política? En cualquier caso, unas cláusulas amplias de exclusión son mejores que los bloqueos duraderos y la desintegración del proyecto europeo.
Ha ocurrido. Después de que Francia y Holanda rechazasen el Tratado Constitucional europeo, el no de Irlanda es el segundo golpe, y probablemente el decisivo, contra una Europa fuerte y unida.
El 12 de junio de 2008 tendrá que ser recordado como un día que hizo historia en Europa. Independientemente de los esfuerzos de rescate que se emprendan, no podrá ocultarse que la Unión Europea ha dejado de ser un actor serio en política exterior en el escenario mundial durante, al menos, 10 años (si no mucho más).
Esto sucede en un momento en el que los problemas de los Balcanes continúan sin resolverse, Estados Unidos experimenta un declive relativo, Rusia recupera fuerza, la política interior de Turquía está empeorando, Oriente Próximo -vecino directo de la UE- amenaza con estallar y el rápido ascenso de China e India como potencias emergentes va a definir la economía y la política del mundo en el futuro.
¡Pobre Europa! Con el referéndum irlandés se ha arrojado de manera ciega e innecesaria a un desastre político. Desde luego, la UE va a seguir existiendo y sus instituciones van a seguir funcionando, para bien o para mal, sobre la base del Tratado de Niza. Pero lo que no veremos ya durante bastante tiempo es una Europa activa, fuerte, capaz de decidir su propio destino.
Cuando medios británicos respetables como Financial Times advierten contra un nuevo psicodrama europeo y piden, en cambio, que se trabaje para obtener una “Europa de los resultados”, debemos considerarlo un mal chiste, no una alternativa seria. Ni mimos ni palos nos ayudan a convertir un asno en caballo de carreras, a no ser que estemos secretamente satisfechos con el asno. Y ése es exactamente el problema esencial de Europa: varios miembros no quieren tener más que un asno.
Por el contrario, unas instituciones que ya no funcionan se pueden reformar, y eso es lo que la UE intenta hacer, sin resultados, desde hace 20 años. Desde 1989, la historia ha hecho que la ampliación de la Unión Europea sea indispensable, pero, sin una reforma institucional, la Europa de los 27 no tiene más remedio que ofrecer resultados peores y cada vez más decepcionantes a sus ciudadanos.
¿Qué consecuencias tendrá el referéndum irlandés?
1. El 12 de junio se enterró, por ahora, la posibilidad de una política exterior europea fuerte, tan necesaria dado el estado actual del mundo. Las naciones-Estado volverán a controlar la política exterior. Lo mismo ocurre con la democratización de la UE y, por consiguiente, con una mayor proximidad a los ciudadanos y una mayor aceptación por parte de ellos. Desde esta perspectiva, la decisión irlandesa resulta especialmente grotesca, porque ha rechazado precisamente lo que exigía.
2. La UE se estancará. El proceso de ampliación se aplazará o se detendrá por completo, porque la UE ya no puede admitir a nuevos miembros sobre la base de la constitución de Niza. Los primeros en pagar el precio serán los Balcanes, y luego Turquía.
3. Los miembros pequeños y medianos de la Unión serán los que más caro pagarán el precio de la decisión irlandesa cuando vuelva a nacionalizarse la política exterior. Perderán influencia. No hay nada nuevo en ello si sólo nos detenemos en las políticas exteriores de Francia y Gran Bretaña. Pero el caso de Alemania es distinto. Alemania lleva mucho tiempo contemplando sus intereses estratégicos desde el contexto de una UE integrada. El bloqueo a largo plazo de una UE fuerte tendrá necesariamente que cambiar este punto de vista.
4. Como alternativa a una Unión Europea grande y fuerte, la relación franco-alemana volverá a primer plano. En el futuro, la estrecha cooperación entre estos dos países será, más que nunca, el centro de gravedad de la UE bloqueada. Ahora bien, con el Tratado de Niza eso desembocará en la desintegración interna de la UE y la formación de dos bandos: la UE de la integración y la UE del Mercado Común. En definitiva, dentro de la Unión volverán a surgir en la práctica la vieja Comunidad Económica Europea y el viejo Acuerdo Europeo de Libre Comercio.
5. Dentro de la Unión Europea en general, corre peligro de disminuir la solidaridad. La solidaridad no es una vía de dirección única. Irlanda, uno de los países que más se ha beneficiado en términos materiales de la idea de la unificación europea, ha rechazado esa idea. Por tanto, las negociaciones sobre las transferencias financieras en Europa, que son el núcleo de la solidaridad europea, serán mucho más duras en el futuro que hasta ahora (que ya lo eran bastante). Los países más pobres de la UE saldrán perjudicados.
Todavía existe una mínima posibilidad de evitar el desastre si Irlanda, con su no, se queda aislada dentro de la Unión. De no ser así, deberíamos pensar seriamente si, dentro del marco del Tratado de Niza y la base del Mercado Común, todas las partes implicadas y la propia Europa no estarían mejor con una separación: que los miembros partidarios de la integración política sigan adelante y los que están satisfechos con el Mercado Común se queden atrás.
Esta fórmula funcionó en el caso de la Unión Monetaria. ¿Por qué no con la integración política? En cualquier caso, unas cláusulas amplias de exclusión son mejores que los bloqueos duraderos y la desintegración del proyecto europeo.
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