Por Mijail Gorbachov, ex presidente de la URSS y premio Nobel de la Paz (EL PERIÓDICO, 22/06/08):
Soy una persona que ha participado en política durante 55 años. Y durante mucho tiempo quise sentir el pulso político de Bruselas, una de las capitales de Europa, que es ahora anfitriona de debates que con frecuencia se extienden más allá de Europa.
Encontré la oportunidad de hacerlo durante una reciente visita a Bruselas, donde recibí un galardón de la organización Energy Globe. Ese premio, donde se cita mi contribución a las causas de defensa del medio ambiente, fue presentado en el Parlamento Europeo por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso.
Bruselas fue un buen sitio para que esos galardones tuviesen un alcance global. Y la visita se produjo en un momento que para mí fue muy interesante: apenas una semana después de que Rusia y la UE llegaron finalmente a un acuerdo para iniciar negociaciones sobre un nuevo acuerdo.
Resulta claro que el peso internacional de la UE radica en su fuerza interna, que está siendo ahora sometida a prueba debido a su rápida expansión. La Unión Europea está ordenando sus complicados asuntos internos mientras intenta alcanzar un lugar en el escenario mundial.
Las discusiones sobre la vieja y la nueva Europa, que, por cierto, no recibieron una réplica apropiada de los europeos, parecen languidecer. Y el intento de dividir a Europa desde el exterior ha fallado.
Pero eso trae a primer plano el asunto real: se requiere todavía un enorme esfuerzo para asegurarse de que los miembros más recientes de la UE adopten los altos estándares de la organización en materia de economía, protecciones sociales y en el combate contra la corrupción.
¿Qué ocurre con los estándares de democracia? También ahí hay problemas. Basta un ejemplo reciente: mientras dos terceras partes de los ciudadanos de la República Checa se oponen al sistema antimisiles de Estados Unidos en su territorio, el Parlamento del país ha respaldado el proyecto. Se trata de un truco que muy difícilmente funciona en una democracia madura.
Muchos en Bruselas sospechan que la UE se dedicará totalmente a integrar a los nuevos miembros y a reajustar su trabajo interno a fin de satisfacer sus necesidades de expansión. Y eso, temen muchos, podría socavar la capacidad de la UE para convertirse en un verdadero líder global. Y me parece que esos temores tienen alguna verosimilitud.
BASTA OBSERVAR lo que ocurre con el medioambiente, un área donde la UE tiene todo el derecho del mundo a reclamar una posición de liderazgo. La Comisión Europea ha establecido objetivos ambiciosos para combatir el cambio climático. El propósito es que en el 2020 se hayan reducido un 20% las emisiones causantes del efecto invernadero, un incremento del 20% de la eficiencia en materia energética y que la provisión de un 20% de la energía total se haga a través de recursos de energía renovable. Pese a ello, los registros europeos en materia de reducción de emisiones son bastante mediocres. La adopción de medidas está muy retrasada en relación con la ambición.
Una razón de que suceda esto puede ser el mecanismo obsoleto de toma de decisiones. Entre otras cosas, suele obstaculizar esfuerzos para crear nuevas relaciones de trabajo entre la UE y Rusia. Por obvias razones, me preocupa en especial ese dato, que fue central en mis discusiones en Bruselas. El acuerdo para iniciar negociaciones sobre un nuevo pacto entre Rusia y la UE ha sido pospuesto casi 18 meses. Nadie ha obtenido beneficios de esa situación, donde dos miembros de la UE, primero Polonia y luego Lituania, bloquearon de manera sucesiva el comienzo de las negociaciones entre socios mutuamente indispensables.
Sin importar los motivos de Polonia y de Lituania para frustrar la cooperación con Rusia –ya sean históricos ajustes de cuentas o reacciones alentadas del otro lado del océano– esas acciones son esencialmente antieuropeas.
No se puede dar un paso adelante si mira para atrás o hacia el costado. Eso solo sirve a los intereses de quienes, incluidos algunos en Rusia, no han olvidado ni aprendido nada. Es asombroso cómo políticos que gustan de la confrontación y los partidarios de la fuerza en diferentes países se ayudan entre sí. Por supuesto, esa ayuda es lo último que Rusia necesita.
En mis discursos y en las entrevistas que me hicieron en Bruselas dije una y otra vez lo que expliqué cuando asumí el cargo de presidente de Rusia: uno de los principales desafíos de nuestro país es modernizar la economía, la política y la sociedad en su conjunto. Esa tarea tiene varios aspectos. El presidente Dmitri Medvédev ha señalado uno especialmente importante: combatir el “nihilismo legal”, que significa fortalecer el imperio de la ley.
YO RESPALDO su énfasis, que es, por supuesto, coherente con los valores europeos. Este es un buen momento para que nuestros amigos europeos piensen en la manera de respaldar a Rusia en esta tarea de vital importancia. Y, ciertamente, no a través de la imposición de toda clase de condiciones o sermoneando a Rusia. Eso se ha intentado y ha fracasado. Lo que se necesita es un diálogo exhaustivo destinado a construir una asociación avanzada entre la Unión Europea y Rusia. Creo que tal asociación debe ser institucionalizada, con organismos conjuntos de toma de decisiones y para poner en marcha iniciativas concretas.
Para algunos, tal proyecto parece demasiado ambicioso y carente de realismo. Pero yo no creo que sea una quimera. En el mundo actual, tan complejo e inclusive peligroso, es algo que ambas partes obviamente necesitan.
Soy una persona que ha participado en política durante 55 años. Y durante mucho tiempo quise sentir el pulso político de Bruselas, una de las capitales de Europa, que es ahora anfitriona de debates que con frecuencia se extienden más allá de Europa.
Encontré la oportunidad de hacerlo durante una reciente visita a Bruselas, donde recibí un galardón de la organización Energy Globe. Ese premio, donde se cita mi contribución a las causas de defensa del medio ambiente, fue presentado en el Parlamento Europeo por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso.
Bruselas fue un buen sitio para que esos galardones tuviesen un alcance global. Y la visita se produjo en un momento que para mí fue muy interesante: apenas una semana después de que Rusia y la UE llegaron finalmente a un acuerdo para iniciar negociaciones sobre un nuevo acuerdo.
Resulta claro que el peso internacional de la UE radica en su fuerza interna, que está siendo ahora sometida a prueba debido a su rápida expansión. La Unión Europea está ordenando sus complicados asuntos internos mientras intenta alcanzar un lugar en el escenario mundial.
Las discusiones sobre la vieja y la nueva Europa, que, por cierto, no recibieron una réplica apropiada de los europeos, parecen languidecer. Y el intento de dividir a Europa desde el exterior ha fallado.
Pero eso trae a primer plano el asunto real: se requiere todavía un enorme esfuerzo para asegurarse de que los miembros más recientes de la UE adopten los altos estándares de la organización en materia de economía, protecciones sociales y en el combate contra la corrupción.
¿Qué ocurre con los estándares de democracia? También ahí hay problemas. Basta un ejemplo reciente: mientras dos terceras partes de los ciudadanos de la República Checa se oponen al sistema antimisiles de Estados Unidos en su territorio, el Parlamento del país ha respaldado el proyecto. Se trata de un truco que muy difícilmente funciona en una democracia madura.
Muchos en Bruselas sospechan que la UE se dedicará totalmente a integrar a los nuevos miembros y a reajustar su trabajo interno a fin de satisfacer sus necesidades de expansión. Y eso, temen muchos, podría socavar la capacidad de la UE para convertirse en un verdadero líder global. Y me parece que esos temores tienen alguna verosimilitud.
BASTA OBSERVAR lo que ocurre con el medioambiente, un área donde la UE tiene todo el derecho del mundo a reclamar una posición de liderazgo. La Comisión Europea ha establecido objetivos ambiciosos para combatir el cambio climático. El propósito es que en el 2020 se hayan reducido un 20% las emisiones causantes del efecto invernadero, un incremento del 20% de la eficiencia en materia energética y que la provisión de un 20% de la energía total se haga a través de recursos de energía renovable. Pese a ello, los registros europeos en materia de reducción de emisiones son bastante mediocres. La adopción de medidas está muy retrasada en relación con la ambición.
Una razón de que suceda esto puede ser el mecanismo obsoleto de toma de decisiones. Entre otras cosas, suele obstaculizar esfuerzos para crear nuevas relaciones de trabajo entre la UE y Rusia. Por obvias razones, me preocupa en especial ese dato, que fue central en mis discusiones en Bruselas. El acuerdo para iniciar negociaciones sobre un nuevo pacto entre Rusia y la UE ha sido pospuesto casi 18 meses. Nadie ha obtenido beneficios de esa situación, donde dos miembros de la UE, primero Polonia y luego Lituania, bloquearon de manera sucesiva el comienzo de las negociaciones entre socios mutuamente indispensables.
Sin importar los motivos de Polonia y de Lituania para frustrar la cooperación con Rusia –ya sean históricos ajustes de cuentas o reacciones alentadas del otro lado del océano– esas acciones son esencialmente antieuropeas.
No se puede dar un paso adelante si mira para atrás o hacia el costado. Eso solo sirve a los intereses de quienes, incluidos algunos en Rusia, no han olvidado ni aprendido nada. Es asombroso cómo políticos que gustan de la confrontación y los partidarios de la fuerza en diferentes países se ayudan entre sí. Por supuesto, esa ayuda es lo último que Rusia necesita.
En mis discursos y en las entrevistas que me hicieron en Bruselas dije una y otra vez lo que expliqué cuando asumí el cargo de presidente de Rusia: uno de los principales desafíos de nuestro país es modernizar la economía, la política y la sociedad en su conjunto. Esa tarea tiene varios aspectos. El presidente Dmitri Medvédev ha señalado uno especialmente importante: combatir el “nihilismo legal”, que significa fortalecer el imperio de la ley.
YO RESPALDO su énfasis, que es, por supuesto, coherente con los valores europeos. Este es un buen momento para que nuestros amigos europeos piensen en la manera de respaldar a Rusia en esta tarea de vital importancia. Y, ciertamente, no a través de la imposición de toda clase de condiciones o sermoneando a Rusia. Eso se ha intentado y ha fracasado. Lo que se necesita es un diálogo exhaustivo destinado a construir una asociación avanzada entre la Unión Europea y Rusia. Creo que tal asociación debe ser institucionalizada, con organismos conjuntos de toma de decisiones y para poner en marcha iniciativas concretas.
Para algunos, tal proyecto parece demasiado ambicioso y carente de realismo. Pero yo no creo que sea una quimera. En el mundo actual, tan complejo e inclusive peligroso, es algo que ambas partes obviamente necesitan.
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