Por Chris Abbott, miembro del Oxford Research Group y autor de Más allá del terror (Los Libros del Lince), en colaboración con Paul Rogers y John Sloboda (EL PERIÓDICO, 10/06/08):
¿De qué hablamos cuando hablamos de “seguridad”? La pregunta acerca de cuál puede ser el origen de las futuras amenazas que acechan nuestra seguridad se convirtió en un asunto de altísima tensión tras los atentados terroristas de Nueva York, Madrid y Londres. Esos espantosos acontecimientos están grabados a fuego en las conciencias de la gente, y parecen haber provocado también efectos profundos entre los líderes políticos. Algunos de ellos aún piensan que el terrorismo internacional, sobre todo el islámico, es una de las principales amenazas contra la seguridad internacional.
Se trata de una deducción peligrosa que condujo a la llamada guerra contra el terror, que ha traído consigo tragedias y abusos: los presos de Guantánamo, las extradiciones extraordinarias, las víctimas civiles. Insistir en que el terrorismo internacional es la principal amenaza que acecha al mundo es un error. Los datos nos dicen que no es cierto. Probablemente, las amenazas más serias provienen de una serie de peligrosas tendencias sociales, económicas y ambientales que en la actualidad no se consideran como fuentes potenciales de inseguridad. Me refiero al cambio climático, la competencia por la obtención de recursos, la creciente marginalización del mundo mayoritario (países subdesarrollados) y la militarización global.
ANALIZO a fondo estas cuatro tendencias en Más allá del terror, el libro que he escrito en colaboración con otros dos expertos británicos en seguridad. Es cierto que hay otras amenazas, pero nosotros creemos que estas cuatro que acabo de mencionar son las que mayor potencial tienen de provocar pérdidas de vidas humanas a gran escala, y de una magnitud muy superior a las que podrían ser causadas por otras. Son las que con mayor probabilidad podrían encender la mecha de la guerra o una desestabilización del actual equilibrio internacional.
A plazo medio y largo, estas son las principales causas de preocupación desde el punto de vista de la seguridad. A corto plazo, en cambio, la más grave amenaza no es la del terrorismo considerado en sí mismo, sino nuestra respuesta al terrorismo. Porque la llamada guerra contra el terror se basa en una falsa premisa según la cual la utilización de la fuerza militar permitirá controlar la inseguridad resultante. Es un buen ejemplo de lo que nosotros llamamos el paradigma del control. Quienes proponen esta política creen que basta con mantener cerrada la tapadera para evitar que estalle la inseguridad. Esa es una política que hace agua por todos lados, y que impide a los políticos centrar su atención en la búsqueda de soluciones realistas y sostenibles ante las nuevas amenazas que acechan al mundo, entre las cuales el terrorismo en modo alguno puede considerarse la más grave.
Nosotros proponemos una seguridad sostenible que ataque de raíz las causas de los problemas. Como resulta imposible controlar todas las amenazas, trabajemos por buscar soluciones que pongan remedio a sus causas. En otras palabras, no ataquemos los síntomas, curemos la enfermedad. Una respuesta sostenible exige una serie de cambios radicales: la reforma del comercio global; la de los sistemas de ayuda y socorro internacionales; un frenazo urgente de la economía generadora de CO; un avance visible, valiente y sustancial que nos conduzca al desarme nuclear, y un cambio radical de la política de seguridad que desvíe los actuales presupuestos hacia gastos no militares.
Como los recursos son limitados, los gobiernos deberían encontrar la manera más adecuada de hacer frente a las verdaderas amenazas contra la seguridad mundial. Cabe preguntarse entonces por qué se han centrado tantos esfuerzos en una sola, la del terrorismo internacional. En parte se debe a que los políticos no actúan para hacer frente al riesgo, sino a lo que perciben como tal. Y esa percepción del riesgo depende de una suma de aspectos psicológicos, emocionales, mediáticos y electoralistas.
LAS AMENAZAS, y lo que uno entiende como amenazas, varían según los países. Un senador norteamericano diría que la primera es el terrorismo internacional y los llamados estados canallas, como Irán; mientras que un ministro de Bangladés comenzaría por la amenaza del hambre o la de los desastres naturales. En todas partes los políticos sienten una mayor alarma ante las amenazas más espectaculares y más próximas, y una alarma mucho menor ante las que se producen en forma de un goteo lento, aunque constante, en países lejanos. Necesitamos que nuestros gobiernos comprendan que las actuales medidas de seguridad son a largo plazo ineficaces. Hace tiempo que es urgente pensar otra vez de qué hablamos cuando hablamos de seguridad. Y para que ese nuevo enfoque se produzca, hace falta que los gobernantes se sientan presionados por la ciudadanía. Es normal que los gobiernos sean miopes y se centren solo en los asuntos económicos y nacionales, pero el evidente fracaso de las actuales políticas de seguridad podría resultar una oportunidad inmejorable para provocar ese enorme cambio de mentalidad. Es responsabilidad de los ciudadanos conseguir que ese cambio se produzca.
¿De qué hablamos cuando hablamos de “seguridad”? La pregunta acerca de cuál puede ser el origen de las futuras amenazas que acechan nuestra seguridad se convirtió en un asunto de altísima tensión tras los atentados terroristas de Nueva York, Madrid y Londres. Esos espantosos acontecimientos están grabados a fuego en las conciencias de la gente, y parecen haber provocado también efectos profundos entre los líderes políticos. Algunos de ellos aún piensan que el terrorismo internacional, sobre todo el islámico, es una de las principales amenazas contra la seguridad internacional.
Se trata de una deducción peligrosa que condujo a la llamada guerra contra el terror, que ha traído consigo tragedias y abusos: los presos de Guantánamo, las extradiciones extraordinarias, las víctimas civiles. Insistir en que el terrorismo internacional es la principal amenaza que acecha al mundo es un error. Los datos nos dicen que no es cierto. Probablemente, las amenazas más serias provienen de una serie de peligrosas tendencias sociales, económicas y ambientales que en la actualidad no se consideran como fuentes potenciales de inseguridad. Me refiero al cambio climático, la competencia por la obtención de recursos, la creciente marginalización del mundo mayoritario (países subdesarrollados) y la militarización global.
ANALIZO a fondo estas cuatro tendencias en Más allá del terror, el libro que he escrito en colaboración con otros dos expertos británicos en seguridad. Es cierto que hay otras amenazas, pero nosotros creemos que estas cuatro que acabo de mencionar son las que mayor potencial tienen de provocar pérdidas de vidas humanas a gran escala, y de una magnitud muy superior a las que podrían ser causadas por otras. Son las que con mayor probabilidad podrían encender la mecha de la guerra o una desestabilización del actual equilibrio internacional.
A plazo medio y largo, estas son las principales causas de preocupación desde el punto de vista de la seguridad. A corto plazo, en cambio, la más grave amenaza no es la del terrorismo considerado en sí mismo, sino nuestra respuesta al terrorismo. Porque la llamada guerra contra el terror se basa en una falsa premisa según la cual la utilización de la fuerza militar permitirá controlar la inseguridad resultante. Es un buen ejemplo de lo que nosotros llamamos el paradigma del control. Quienes proponen esta política creen que basta con mantener cerrada la tapadera para evitar que estalle la inseguridad. Esa es una política que hace agua por todos lados, y que impide a los políticos centrar su atención en la búsqueda de soluciones realistas y sostenibles ante las nuevas amenazas que acechan al mundo, entre las cuales el terrorismo en modo alguno puede considerarse la más grave.
Nosotros proponemos una seguridad sostenible que ataque de raíz las causas de los problemas. Como resulta imposible controlar todas las amenazas, trabajemos por buscar soluciones que pongan remedio a sus causas. En otras palabras, no ataquemos los síntomas, curemos la enfermedad. Una respuesta sostenible exige una serie de cambios radicales: la reforma del comercio global; la de los sistemas de ayuda y socorro internacionales; un frenazo urgente de la economía generadora de CO; un avance visible, valiente y sustancial que nos conduzca al desarme nuclear, y un cambio radical de la política de seguridad que desvíe los actuales presupuestos hacia gastos no militares.
Como los recursos son limitados, los gobiernos deberían encontrar la manera más adecuada de hacer frente a las verdaderas amenazas contra la seguridad mundial. Cabe preguntarse entonces por qué se han centrado tantos esfuerzos en una sola, la del terrorismo internacional. En parte se debe a que los políticos no actúan para hacer frente al riesgo, sino a lo que perciben como tal. Y esa percepción del riesgo depende de una suma de aspectos psicológicos, emocionales, mediáticos y electoralistas.
LAS AMENAZAS, y lo que uno entiende como amenazas, varían según los países. Un senador norteamericano diría que la primera es el terrorismo internacional y los llamados estados canallas, como Irán; mientras que un ministro de Bangladés comenzaría por la amenaza del hambre o la de los desastres naturales. En todas partes los políticos sienten una mayor alarma ante las amenazas más espectaculares y más próximas, y una alarma mucho menor ante las que se producen en forma de un goteo lento, aunque constante, en países lejanos. Necesitamos que nuestros gobiernos comprendan que las actuales medidas de seguridad son a largo plazo ineficaces. Hace tiempo que es urgente pensar otra vez de qué hablamos cuando hablamos de seguridad. Y para que ese nuevo enfoque se produzca, hace falta que los gobernantes se sientan presionados por la ciudadanía. Es normal que los gobiernos sean miopes y se centren solo en los asuntos económicos y nacionales, pero el evidente fracaso de las actuales políticas de seguridad podría resultar una oportunidad inmejorable para provocar ese enorme cambio de mentalidad. Es responsabilidad de los ciudadanos conseguir que ese cambio se produzca.
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