Por ANDREU MISSÉ - Bruselas - 23/09/2007
El explorador Herman van Rompuy lleva oteando en la jungla de partidos políticos belgas desde finales de agosto sin amarrar el más mínimo acuerdo. El explorador es un democristiano flamenco (CDV) -partido que, aliado con los nacionalistas moderados (N-VA), ganó las elecciones el 10 de junio -es el último elegido por el rey Alberto II para tantear a las demás fuerzas para formar Gobierno. Es el cuarto intento del monarca, que ve cómo el país se le va de las manos, por la difícil digestión de las crecientes demandas independentistas de Flandes.
Tres días después de las elecciones, el monarca había probado suerte, sin éxito, designando un informador, Didier Reynders, liberal francófono vencedor de los comicios en Valonia, para que realizara los primeros escarceos. Después, a primeros de julio, Alberto II, 73 años, recuperado de una rotura de cuello de fémur, recurrió a un negociador-mediador, Jean-Luc Dehaene, cristiano flamenco y ex primer ministro, que renunció al empleo al cabo de 10 días. Seguidamente, el jefe del Estado optó directamente por un formador, Ives Leterme, para que intentara formar Gobierno. El líder de los democristianos flamencos, que con 800.000 votos, fue el más claro ganador y se perfilaba como primer ministro, tampoco logró la cuadratura del círculo.
A finales de agosto el rey pasó la pelota al explorador Van Rompuy, que sigue sin encontrar un equipo para llevar las riendas de este país, uno de los Estados más jóvenes de Europa, que se independizó de la luterana Holanda en 1830 con el impulso de sus activos liberales y el auspicio de los británicos, que se adelantaron en la revolución industrial a franceses y alemanes.
Hoy Bélgica cumple 105 días sin Gobierno. El país sigue funcionando con envidiable normalidad con el Ejecutivo anterior de Guy Verhofstadt (liberales y socialistas), que se limita a ejecutar los affaires courantes y las cuestiones urgentes. Este país de gente educada, culta y pacífica, que ha sido barrido en las dos últimas guerras mundiales, funciona la mar de bien y sin sobresaltos, a pesar de sus querellas. Los belgas ya han pasado por este trance de vivir más de 100 días sin Gobierno en tres ocasiones. En 1979 (106 días); 1988 (148 días) y 1992 (103).
Las dificultades de constituir el Gobierno federal derivan de los problemas para formar una mayoría parlamentaria que represente equilibradamente a Flandes y Valonia, dos comunidades que marchan a distinta velocidad y en diferente dirección. Los flamencos al norte, unos seis millones, monolingües con su neerlandés, han pasado de ser los ignorantes campesinos que enviaban a sus hijos a las industrias del sur a una sociedad pujante donde florecen miles de pequeñas y medianas empresas y con una gran pasión artística. Los valones, 3,5 millones, de habla exclusivamente francófona, intentan superar el declive que han sufrido sus grandes siderurgias y minerías y por primera vez rompiendo clichés aprenden la lengua del norte.
El país aguanta gracias a Bruselas, más de un millón de habitantes, bilingües, también en plena expansión económica, con un creciente protagonismo político internacional desde que acoge la capital de la Unión Europea. La suerte o la desgracia es que Bruselas está en Flandes y es reivindicada como capital por las dos partes. Completa el cuadro una pequeña comunidad alemana de unos 70.000 habitantes.
En calidad de formador, Leterme ha propuesto la coalición naranja-azul, un fruto surrealista, típicamente belga, que como se ve es de difícil maduración. Sus colores provienen de los partidos que la integran. El naranja simboliza a la familia democristiana en Flandes (CDV) y a su equivalente democristiano humanista en Valonia (CDH), que lidera Joëlle Milquet. El azul es el de los liberales flamencos (Open VLD) de Bart Somers y sus correligionarios francófonos del Sur del Movimiento Reformatorio de Reynders. Los socialistas flamencos de Johan Vande Lanotte, han preferido ir a la oposición.
Las dificultades de Leterme para formar Gobierno han aparecido a la hora de intentar llevar a la práctica su ambicioso programa electoral rebosante de reclamaciones de nuevas competencias, que exigían una profunda reforma institucional. De aquellos barros, estos lodos. Flandes pide competencias en justicia, empleo, impuesto sobre la renta, código de circulación y gestionar los servicios de salud, la política familiar, los convenios colectivos y ferrocarriles, entre otros. Su lema es "lo que hacemos nosotros mismos lo hacemos mejor". En síntesis, aspiran a convertir el actual Estado federal en confederal, para dar más poder a las regiones, que después podrían decidir las condiciones de su asociación. El modelo sería Suiza. Pero esta reforma requiere mayorías de dos tercios, de las que no disponen los flamencos. Por ello intentan pactarlas ahora junto a la negociación del Gobierno.
Los valones, especialmente Milquet, conocida como madame no, no están por regalar nada. Al principio no pedían nada, pero tal como van las cosas también han hecho su lista. Quieren ampliar la región de Bruselas y un Senado paritario. La presidenta de la comunidad francófona, Marie Arena, promueve la redefinición de esta comunidad, que junto con Bruselas suman 4,5 millones de habitantes. Una sugerencia pasa por crear un corredor entre Valonia y Bruselas por si algún día se ven obligados a reducir a Bélgica a este territorio.
El radicalismo de la campaña electoral y los forcejeos para formar Gobierno han disparado el sentimiento nacionalista en Flandes. Una encuesta reciente reflejaba que el 46% de los flamencos son partidarios de la separación ahora y dos tercios están convencidos de que más pronto o más tarde Flandes será independiente.
Frente a esta avalancha de malos presagios, Louis Michel, liberal francófono pero que se identifica como belga, comisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria de la UE, se muestra "optimista" pese a la crisis. "Hemos tenido situaciones más dramáticas en el pasado y hemos encontrado solución", asegura. Michel sostiene que "la separación de las tres regiones no se producirá jamás".
El clima de excitación política llevó el 10 de septiembre al Vlaams Belang, el partido separatista flamenco, acusado de xenófobo, a proponer un referéndum para la independencia de Flandes en su Parlamento. Filip Dewinter, líder de este partido de extrema derecha, afirmó: "Asistimos a la lucha contra la muerte de un paciente en fase terminal llamado Bélgica; ya es hora de que le apliquemos la eutanasia". Nadie le apoyó, salvo sus diputados y un ex miembro del partido. Socialistas, liberales, verdes, democristianos y nacionalistas moderados se pronunciaron en contra. Los flamencos quieren reformas, pero no el divorcio. Al menos por ahora.
Desde los años sesenta, la senda de la división se agranda. Se han separado los partidos, las universidades y las bibliotecas, según las comunidades. En 1968, la fiebre alcanzó a la histórica Universidad de Lovaina (1425). Los católicos flamencos expulsaron a los católicos valones. Cuestión de lenguas. La solución fue crear una universidad para los francófonos en Ottinges. En la biblioteca, los libros pares para los flamencos y los impares para los valones.
Bélgica, que nació bilingüe y como tal funcionó durante más de un siglo, retrocedió al monolingüismo en los años veinte, por decisión de los valones. Un error grave. El pueblo flamenco fue dominado por la burguesía francófona y la suya, que prohibió su lengua e impuso el francés.
Pero a medida que asoma el abismo de la ruptura se calman los ánimos. Paul Goossens, periodista de la agencia belga, fundador de De Morgen y compañero de clase del entonces estudiante en Lovaina Felipe González, advierte: "Cuando se hacen las cuentas y se consideran las consecuencias de todo esto se ve que hay que reflexionar mucho más".
Las cuentas están enfriando muchos ánimos. Y aparecen las preguntas de difícil respuesta: ¿Cómo se reparten los 250.000 millones de euros de deuda? ¿Qué pasa con las prestaciones sociales de los valones, que se reducirían en un 20%? ¿Cómo se reparte el ferrocarril? ¿Qué pasa con las sedes europeas y la representación en la UE? Los flamencos perderían las dos marcas más importantes del país, Bélgica y Bruselas, que les abren las puertas al mundo.
"El llano país" y también "falso país" que adoraba Jacques Brel se encuentra en una grave disyuntiva, aunque lo serio no se discute. De común acuerdo, los belgas han logrado sanear las cuentas públicas, acordado un plan para sus centrales nucleares y envían sus soldados a Líbano y Afganistán. "Los belgas, los galos más bravos" como les definió Julio César, tienen todavía mucho que contar.
El explorador Herman van Rompuy lleva oteando en la jungla de partidos políticos belgas desde finales de agosto sin amarrar el más mínimo acuerdo. El explorador es un democristiano flamenco (CDV) -partido que, aliado con los nacionalistas moderados (N-VA), ganó las elecciones el 10 de junio -es el último elegido por el rey Alberto II para tantear a las demás fuerzas para formar Gobierno. Es el cuarto intento del monarca, que ve cómo el país se le va de las manos, por la difícil digestión de las crecientes demandas independentistas de Flandes.
Tres días después de las elecciones, el monarca había probado suerte, sin éxito, designando un informador, Didier Reynders, liberal francófono vencedor de los comicios en Valonia, para que realizara los primeros escarceos. Después, a primeros de julio, Alberto II, 73 años, recuperado de una rotura de cuello de fémur, recurrió a un negociador-mediador, Jean-Luc Dehaene, cristiano flamenco y ex primer ministro, que renunció al empleo al cabo de 10 días. Seguidamente, el jefe del Estado optó directamente por un formador, Ives Leterme, para que intentara formar Gobierno. El líder de los democristianos flamencos, que con 800.000 votos, fue el más claro ganador y se perfilaba como primer ministro, tampoco logró la cuadratura del círculo.
A finales de agosto el rey pasó la pelota al explorador Van Rompuy, que sigue sin encontrar un equipo para llevar las riendas de este país, uno de los Estados más jóvenes de Europa, que se independizó de la luterana Holanda en 1830 con el impulso de sus activos liberales y el auspicio de los británicos, que se adelantaron en la revolución industrial a franceses y alemanes.
Hoy Bélgica cumple 105 días sin Gobierno. El país sigue funcionando con envidiable normalidad con el Ejecutivo anterior de Guy Verhofstadt (liberales y socialistas), que se limita a ejecutar los affaires courantes y las cuestiones urgentes. Este país de gente educada, culta y pacífica, que ha sido barrido en las dos últimas guerras mundiales, funciona la mar de bien y sin sobresaltos, a pesar de sus querellas. Los belgas ya han pasado por este trance de vivir más de 100 días sin Gobierno en tres ocasiones. En 1979 (106 días); 1988 (148 días) y 1992 (103).
Las dificultades de constituir el Gobierno federal derivan de los problemas para formar una mayoría parlamentaria que represente equilibradamente a Flandes y Valonia, dos comunidades que marchan a distinta velocidad y en diferente dirección. Los flamencos al norte, unos seis millones, monolingües con su neerlandés, han pasado de ser los ignorantes campesinos que enviaban a sus hijos a las industrias del sur a una sociedad pujante donde florecen miles de pequeñas y medianas empresas y con una gran pasión artística. Los valones, 3,5 millones, de habla exclusivamente francófona, intentan superar el declive que han sufrido sus grandes siderurgias y minerías y por primera vez rompiendo clichés aprenden la lengua del norte.
El país aguanta gracias a Bruselas, más de un millón de habitantes, bilingües, también en plena expansión económica, con un creciente protagonismo político internacional desde que acoge la capital de la Unión Europea. La suerte o la desgracia es que Bruselas está en Flandes y es reivindicada como capital por las dos partes. Completa el cuadro una pequeña comunidad alemana de unos 70.000 habitantes.
En calidad de formador, Leterme ha propuesto la coalición naranja-azul, un fruto surrealista, típicamente belga, que como se ve es de difícil maduración. Sus colores provienen de los partidos que la integran. El naranja simboliza a la familia democristiana en Flandes (CDV) y a su equivalente democristiano humanista en Valonia (CDH), que lidera Joëlle Milquet. El azul es el de los liberales flamencos (Open VLD) de Bart Somers y sus correligionarios francófonos del Sur del Movimiento Reformatorio de Reynders. Los socialistas flamencos de Johan Vande Lanotte, han preferido ir a la oposición.
Las dificultades de Leterme para formar Gobierno han aparecido a la hora de intentar llevar a la práctica su ambicioso programa electoral rebosante de reclamaciones de nuevas competencias, que exigían una profunda reforma institucional. De aquellos barros, estos lodos. Flandes pide competencias en justicia, empleo, impuesto sobre la renta, código de circulación y gestionar los servicios de salud, la política familiar, los convenios colectivos y ferrocarriles, entre otros. Su lema es "lo que hacemos nosotros mismos lo hacemos mejor". En síntesis, aspiran a convertir el actual Estado federal en confederal, para dar más poder a las regiones, que después podrían decidir las condiciones de su asociación. El modelo sería Suiza. Pero esta reforma requiere mayorías de dos tercios, de las que no disponen los flamencos. Por ello intentan pactarlas ahora junto a la negociación del Gobierno.
Los valones, especialmente Milquet, conocida como madame no, no están por regalar nada. Al principio no pedían nada, pero tal como van las cosas también han hecho su lista. Quieren ampliar la región de Bruselas y un Senado paritario. La presidenta de la comunidad francófona, Marie Arena, promueve la redefinición de esta comunidad, que junto con Bruselas suman 4,5 millones de habitantes. Una sugerencia pasa por crear un corredor entre Valonia y Bruselas por si algún día se ven obligados a reducir a Bélgica a este territorio.
El radicalismo de la campaña electoral y los forcejeos para formar Gobierno han disparado el sentimiento nacionalista en Flandes. Una encuesta reciente reflejaba que el 46% de los flamencos son partidarios de la separación ahora y dos tercios están convencidos de que más pronto o más tarde Flandes será independiente.
Frente a esta avalancha de malos presagios, Louis Michel, liberal francófono pero que se identifica como belga, comisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria de la UE, se muestra "optimista" pese a la crisis. "Hemos tenido situaciones más dramáticas en el pasado y hemos encontrado solución", asegura. Michel sostiene que "la separación de las tres regiones no se producirá jamás".
El clima de excitación política llevó el 10 de septiembre al Vlaams Belang, el partido separatista flamenco, acusado de xenófobo, a proponer un referéndum para la independencia de Flandes en su Parlamento. Filip Dewinter, líder de este partido de extrema derecha, afirmó: "Asistimos a la lucha contra la muerte de un paciente en fase terminal llamado Bélgica; ya es hora de que le apliquemos la eutanasia". Nadie le apoyó, salvo sus diputados y un ex miembro del partido. Socialistas, liberales, verdes, democristianos y nacionalistas moderados se pronunciaron en contra. Los flamencos quieren reformas, pero no el divorcio. Al menos por ahora.
Desde los años sesenta, la senda de la división se agranda. Se han separado los partidos, las universidades y las bibliotecas, según las comunidades. En 1968, la fiebre alcanzó a la histórica Universidad de Lovaina (1425). Los católicos flamencos expulsaron a los católicos valones. Cuestión de lenguas. La solución fue crear una universidad para los francófonos en Ottinges. En la biblioteca, los libros pares para los flamencos y los impares para los valones.
Bélgica, que nació bilingüe y como tal funcionó durante más de un siglo, retrocedió al monolingüismo en los años veinte, por decisión de los valones. Un error grave. El pueblo flamenco fue dominado por la burguesía francófona y la suya, que prohibió su lengua e impuso el francés.
Pero a medida que asoma el abismo de la ruptura se calman los ánimos. Paul Goossens, periodista de la agencia belga, fundador de De Morgen y compañero de clase del entonces estudiante en Lovaina Felipe González, advierte: "Cuando se hacen las cuentas y se consideran las consecuencias de todo esto se ve que hay que reflexionar mucho más".
Las cuentas están enfriando muchos ánimos. Y aparecen las preguntas de difícil respuesta: ¿Cómo se reparten los 250.000 millones de euros de deuda? ¿Qué pasa con las prestaciones sociales de los valones, que se reducirían en un 20%? ¿Cómo se reparte el ferrocarril? ¿Qué pasa con las sedes europeas y la representación en la UE? Los flamencos perderían las dos marcas más importantes del país, Bélgica y Bruselas, que les abren las puertas al mundo.
"El llano país" y también "falso país" que adoraba Jacques Brel se encuentra en una grave disyuntiva, aunque lo serio no se discute. De común acuerdo, los belgas han logrado sanear las cuentas públicas, acordado un plan para sus centrales nucleares y envían sus soldados a Líbano y Afganistán. "Los belgas, los galos más bravos" como les definió Julio César, tienen todavía mucho que contar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario