Por Jorge Sampaio, alto representante de la Alianza de Civilizaciones y ex presidente de la República de Portugal (EL MUNDO, 22/09/07):
La paz sigue siendo uno de los principales retos de nuestro tiempo. Destruir vidas humanas y hacer la guerra no contribuyen a solucionar nada. Ya lo dice el refrán: «La violencia engendra violencia». Por desgracia, en este mundo nuestro, cada vez más interrelacionado, los conflictos se desarrollan ante nuestros ojos a diario, casi en tiempo real: entran en nuestro salón imágenes que atestiguan el sufrimiento humano. Al mismo tiempo, se hace más patente la diversidad de factores que pueden conducir a la guerra o al conflicto civil.
Las ambiciones territoriales, los intereses geopolíticos y las rivalidades políticas son sólo algunas de las causas de los conflictos. La competencia por los recursos naturales, la inestabilidad económica, la injusticia social y las desigualdades acentúan también el riesgo de confrontación entre los países y en el seno de cada uno de ellos. Y en un mundo de identidades desarraigadas, valores cambiantes y conflictos entre tradición y modernidad, el fundamentalismo y el extremismo han conseguido ocupar un lugar preferente, a la vez que se han marginado las voces de la moderación y la razón. El lenguaje del nosotros y el ellos y la política del miedo tienden a polarizar las percepciones y a profundizar la división, propiciando la aparición de conflictos étnicos o entre comunidades.
En los últimos tiempos, se ha vuelto a percibir la religión como una fuente de odio y de hostilidad. Ciertamente, no siempre resulta fácil defender la postura de que la religión puede actuar como una fuerza positiva para la paz. De Irak a Afganistán, de Cachemira a Sri Lanka, de Indonesia a Israel y Palestina, a menudo parece que la religión fomenta la violencia y el belicismo. Pero el hecho de que la religión sea uno de los factores en muchas de las crisis actuales no la convierte necesariamente en el detonante de las mismas.
Sostener la idea de que la religión es una de las fuentes principales del daño y la violencia que existen en el mundo es peligroso, además de injusto, y desvía nuestra atención de la raíz política de la mayoría de los conflictos. La discriminación de todo tipo, la exclusión social, la injusticia económica, la ambición militar, la ausencia de buen gobierno y las rivalidades geopolíticas desempeñan un importante papel en el estallido de las guerras. Incluso en el caso de los conflictos de origen cultural o religioso, la violencia y el extremismo generalmente se deben a la utilización de la religión con fines ideológicos.
Por el contrario, la influencia positiva de la religión se hace sentir en los valores esenciales y los ideales comunes de las grandes tradiciones religiosas, que instan a sus fieles a respetar tanto el valor humano por excelencia -el derecho a la vida de cada uno de nosotros-, como el derecho a una vida digna. Este principio básico articula la exigencia ineludible de unas relaciones pacíficas entre los pueblos y entre las sociedades. Constituye uno de los cimientos de la democracia y del Estado de Derecho y se encuentra en el núcleo de los principales tratados y acuerdos internacionales y, muy especialmente, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Los líderes religiosos de todas las tendencias utilizan cada vez más su influencia para promover la resolución pacífica de los conflictos a través del diálogo y de vías políticas. En particular, no suele destacarse suficientemente el papel que desempeñan los líderes musulmanes en la defensa de la paz y la condena del terrorismo. Y, sin embargo, una y otra vez, en todos los lugares del mundo, han denunciado en voz alta la violencia como la antítesis de las enseñanzas islámicas.
No podemos permitir que el extremismo y el fundamentalismo desvíen a la religión de su senda humanista y la conviertan en instrumento de la violencia y el terror. No podemos aceptar que, en nombre de la lucha contra el terrorismo a escala mundial, los políticos dejen de lado su responsabilidad de garantizar a los ciudadanos una vida digna y la protección de los derechos humanos en que se fundamentan las sociedades estables y las relaciones internacionales pacíficas.
La política y la religión han de aunar sus fuerzas en contra del extremismo, el totalitarismo y la exclusión. Políticos, líderes religiosos, iglesias y otras organizaciones confesionales deben trabajar juntos para hacer posible una alianza mundial por la paz a través de la educación. En mi opinión, la mejor forma de prevenir las tensiones entre las diferentes culturas es mejorar la educación para el diálogo intercultural e interreligioso, el respeto y el entendimiento mutuos.
Con el fin de evitar un choque de civilizaciones, la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas pretende contribuir a mejorar las relaciones interculturales insistiendo en un paradigma de respeto entre las personas de diferentes culturas y tradiciones religiosas. En concreto, se centra en el diálogo entre culturas y entre religiones como vía para garantizar una paz y una estabilidad duraderas en todo el mundo. Lanzada por los Gobiernos de España y Turquía, la Alianza cuenta ya con el respaldo activo de un Grupo de Amigos integrado por más de 70 estados, organizaciones y agencias internacionales. Su finalidad es impulsar una amplia gama de proyectos interculturales que sirvan para tender puentes entre las distintas comunidades y para promover sociedades más pluralistas y abiertas.
En enero del año próximo se celebrará en Madrid un Foro de la Alianza de Civilizaciones al que asistirán gobiernos, organizaciones internacionales, organismos donantes y representantes de la sociedad civil y del sector empresarial, con el objetivo de establecer relaciones interculturales y fortalecer la colaboración en los ámbitos de la juventud, la educación, los medios de comunicación y la migración. En este evento participarán también líderes religiosos, que debatirán cuáles son las funciones concretas que pueden desempeñar tanto ellos como sus comunidades en apoyo de una seguridad compartida y un mejor entendimiento.
Pese a los importantes esfuerzos realizados en los últimos años para salvar las diferencias culturales desde la base, el factor decisivo en la búsqueda de la paz sigue siendo asegurar la voluntad política colectiva de corregir los desequilibrios, las tensiones y las fuentes de conflicto que aquejan a nuestro mundo.
La paz sigue siendo uno de los principales retos de nuestro tiempo. Destruir vidas humanas y hacer la guerra no contribuyen a solucionar nada. Ya lo dice el refrán: «La violencia engendra violencia». Por desgracia, en este mundo nuestro, cada vez más interrelacionado, los conflictos se desarrollan ante nuestros ojos a diario, casi en tiempo real: entran en nuestro salón imágenes que atestiguan el sufrimiento humano. Al mismo tiempo, se hace más patente la diversidad de factores que pueden conducir a la guerra o al conflicto civil.
Las ambiciones territoriales, los intereses geopolíticos y las rivalidades políticas son sólo algunas de las causas de los conflictos. La competencia por los recursos naturales, la inestabilidad económica, la injusticia social y las desigualdades acentúan también el riesgo de confrontación entre los países y en el seno de cada uno de ellos. Y en un mundo de identidades desarraigadas, valores cambiantes y conflictos entre tradición y modernidad, el fundamentalismo y el extremismo han conseguido ocupar un lugar preferente, a la vez que se han marginado las voces de la moderación y la razón. El lenguaje del nosotros y el ellos y la política del miedo tienden a polarizar las percepciones y a profundizar la división, propiciando la aparición de conflictos étnicos o entre comunidades.
En los últimos tiempos, se ha vuelto a percibir la religión como una fuente de odio y de hostilidad. Ciertamente, no siempre resulta fácil defender la postura de que la religión puede actuar como una fuerza positiva para la paz. De Irak a Afganistán, de Cachemira a Sri Lanka, de Indonesia a Israel y Palestina, a menudo parece que la religión fomenta la violencia y el belicismo. Pero el hecho de que la religión sea uno de los factores en muchas de las crisis actuales no la convierte necesariamente en el detonante de las mismas.
Sostener la idea de que la religión es una de las fuentes principales del daño y la violencia que existen en el mundo es peligroso, además de injusto, y desvía nuestra atención de la raíz política de la mayoría de los conflictos. La discriminación de todo tipo, la exclusión social, la injusticia económica, la ambición militar, la ausencia de buen gobierno y las rivalidades geopolíticas desempeñan un importante papel en el estallido de las guerras. Incluso en el caso de los conflictos de origen cultural o religioso, la violencia y el extremismo generalmente se deben a la utilización de la religión con fines ideológicos.
Por el contrario, la influencia positiva de la religión se hace sentir en los valores esenciales y los ideales comunes de las grandes tradiciones religiosas, que instan a sus fieles a respetar tanto el valor humano por excelencia -el derecho a la vida de cada uno de nosotros-, como el derecho a una vida digna. Este principio básico articula la exigencia ineludible de unas relaciones pacíficas entre los pueblos y entre las sociedades. Constituye uno de los cimientos de la democracia y del Estado de Derecho y se encuentra en el núcleo de los principales tratados y acuerdos internacionales y, muy especialmente, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Los líderes religiosos de todas las tendencias utilizan cada vez más su influencia para promover la resolución pacífica de los conflictos a través del diálogo y de vías políticas. En particular, no suele destacarse suficientemente el papel que desempeñan los líderes musulmanes en la defensa de la paz y la condena del terrorismo. Y, sin embargo, una y otra vez, en todos los lugares del mundo, han denunciado en voz alta la violencia como la antítesis de las enseñanzas islámicas.
No podemos permitir que el extremismo y el fundamentalismo desvíen a la religión de su senda humanista y la conviertan en instrumento de la violencia y el terror. No podemos aceptar que, en nombre de la lucha contra el terrorismo a escala mundial, los políticos dejen de lado su responsabilidad de garantizar a los ciudadanos una vida digna y la protección de los derechos humanos en que se fundamentan las sociedades estables y las relaciones internacionales pacíficas.
La política y la religión han de aunar sus fuerzas en contra del extremismo, el totalitarismo y la exclusión. Políticos, líderes religiosos, iglesias y otras organizaciones confesionales deben trabajar juntos para hacer posible una alianza mundial por la paz a través de la educación. En mi opinión, la mejor forma de prevenir las tensiones entre las diferentes culturas es mejorar la educación para el diálogo intercultural e interreligioso, el respeto y el entendimiento mutuos.
Con el fin de evitar un choque de civilizaciones, la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas pretende contribuir a mejorar las relaciones interculturales insistiendo en un paradigma de respeto entre las personas de diferentes culturas y tradiciones religiosas. En concreto, se centra en el diálogo entre culturas y entre religiones como vía para garantizar una paz y una estabilidad duraderas en todo el mundo. Lanzada por los Gobiernos de España y Turquía, la Alianza cuenta ya con el respaldo activo de un Grupo de Amigos integrado por más de 70 estados, organizaciones y agencias internacionales. Su finalidad es impulsar una amplia gama de proyectos interculturales que sirvan para tender puentes entre las distintas comunidades y para promover sociedades más pluralistas y abiertas.
En enero del año próximo se celebrará en Madrid un Foro de la Alianza de Civilizaciones al que asistirán gobiernos, organizaciones internacionales, organismos donantes y representantes de la sociedad civil y del sector empresarial, con el objetivo de establecer relaciones interculturales y fortalecer la colaboración en los ámbitos de la juventud, la educación, los medios de comunicación y la migración. En este evento participarán también líderes religiosos, que debatirán cuáles son las funciones concretas que pueden desempeñar tanto ellos como sus comunidades en apoyo de una seguridad compartida y un mejor entendimiento.
Pese a los importantes esfuerzos realizados en los últimos años para salvar las diferencias culturales desde la base, el factor decisivo en la búsqueda de la paz sigue siendo asegurar la voluntad política colectiva de corregir los desequilibrios, las tensiones y las fuentes de conflicto que aquejan a nuestro mundo.
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