Por José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo (EL PAÍS, 17/07/09):
Nicolas Sarkozy se ha convertido en una nueva y rutilante estrella de la muy selectiva galaxia política. Responde al modelo de lo que se ha dado en definir como político sin complejos que no duda en pasar por encima de los valores, calculando minuciosamente el precio que puede pagar. De momento, tiene carta blanca para ofrecer políticas duras en materia de seguridad.
Los emigrantes fueron el pretexto de sus promesas de cambio, aprovechando los sentimientos xenófobos de una parte de la sociedad francesa que no le va a reprochar las políticas restrictivas y las drásticas expulsiones. Pero lo más estridente hasta ahora ha sido su propuesta de castrar químicamente a los pederastas que presenten un cuadro patológico incompatible con la reinserción, incluso una vez cumplida íntegramente la condena.
Reaparecen, un siglo después, las teorías del criminólogo Cesare Lombroso, que pasó a la historia por teorizar la existencia del criminal nato. A la luz de los avances científicos, las conclusiones de Lombroso resultan insostenibles. Él nunca se molestó en bucear o intentar descifrar el complejo mundo de la mente humana; le bastaba con medir su cráneo y describir sus contornos. En esas medidas, aseguraba, radica el núcleo y el impulso delictivo.
Dada la simpleza de su propuesta, los fundamentalistas de las etapas posteriores extendieron sus teorías, incluyendo en el catálogo a especies, tipos étnicos y comportamientos “viciosos” y extraños al modelo de sociedad pura e ideal imaginada por la mente del Gran Dictador. Nunca les faltaron especialistas dispuestos a corroborar esas teorías con datos más o menos científicos que pueden avalar un caso aislado y estadísticamente insignificante, pero nunca elevarse a la categoría de tesis infalible.
La pederastia y los delitos sexuales tienen un componente emocional, psíquico, psicológico e incluso bioquímico que está perfectamente detectado y analizado. En ningún caso puede descartarse que muchas personas cometen delitos contra la libertad sexual impulsados por motivos ocasionales y no por patologías mentales. De modo que en pleno siglo XXI resulta incomprensible que se intente una y otra vez reproducir métodos que han demostrado, a lo largo de la historia, su absoluta inutilidad.
La castración quirúrgica, la extirpación de los testículos, se ha presentado como un remedio para los violadores. Está científicamente demostrado, sin embargo, que sólo evita la penetración, pero no inhibe otros comportamientos sexuales practicados, si cabe, con mayor violencia. En Suiza y Alemania se mantiene esa “terapia” y no parece que haya dado resultados satisfactorios ni para la persona mutilada ni para el resto de sus conciudadanos.
Tratando de soslayar el impacto insoportable de la cirugía, se ofrece como alternativa menos traumática la terapia hormonal, también conocida como castración química, que no mutila y mantiene la integridad corporal, reduciendo o anulando la función eréctil del sujeto tratado.
Puestos en el camino de desactivar farmacológica o químicamente los factores de criminalidad, si los que esto sostienen fueran coherentes con sus propuestas tendrían que solicitar una campaña masiva de investigación que se dirija a regular, atenuar o controlar la totalidad o la mayoría de los actos o impulsos criminales que anidan en el ser humano. Merecería la pena emplear dinero de los presupuestos en la búsqueda de un fármaco capaz de inhibir la capacidad de matar, robar violenta o suavemente, prevaricar o defraudar. La investigación se podría extender a comportamientos que, sin estar en el código penal, son muy perjudiciales para la sociedad, como los que denotan falta de ética social y ciudadana. Y el éxito sería total si se consiguiese influir en los cerebros de los dirigentes políticos mundiales para desactivar la génesis de los impulsos bélicos y buscar terapias para evitar las guerras.
Para ceñirnos al tema propuesto por Sarkozy y que ha suscitado un estudio en Cataluña, la personalidad anómala de los paidófilos o pederastas está abundantemente estudiada por la ciencia de los comportamientos humanos. Como decía Marañón, no aman lo que verdaderamente quieren sino lo que pueden. Su incapacidad intelectiva es una consecuencia indisociable de su tendencia sexual. Se trata de personas con fantasías sexuales que no pueden llevar a la realidad sino de una manera incompleta. No tienen una especial perversión criminal, pero sus conductas ocasionan grandes traumas a las víctimas de sus debilidades mentales.
¿Qué sentido tiene, pues, volcar el aparato represivo sobre delincuentes que deben tener las mismas oportunidades de cumplimiento de la pena que el resto de los responsables de conductas incluso más graves? El fracaso del sistema penitenciario no puede justificar ni perpetuar agresiones a la dignidad del ser humano.
No es admisible, ni científica ni legalmente que la única solución, como apunta Sarkozy, sea el cumplimiento íntegro de la condena. Si los responsables de los centros penitenciarios, con sus equipos de clasificación y seguimiento de presos, llegan a la conclusión de que el condenado ha evolucionado positivamente, no parece lógica la permanencia en la cárcel de una persona rehabilitada que, conforme a la legislación penitenciaria, podría obtener una disminución de la pena o una forma de cumplimiento más atenuada.
Se nos propone asimismo que en el caso de que la persona no consiga liberarse de su particular dolencia, le espere el eterno aislamiento en un centro del que sólo podría liberarse si admite “voluntariamente” la castración química. Ahora bien, los efectos de esta intervención pueden atenuar la libido, pero aumentan su agresividad. Un castrado químico puede ser más peligroso para la vida de las personas por las que se siente atraído.
Nadie se ha parado a pensar que la medicación puede constituir o generar un grave trastorno adicional de la personalidad, convirtiendo al paidófilo en un ser no sólo “depredador”, sino en un potencial homicida o asesino. El cambio, como se ve, no puede ser peor. Se abandona la psicoterapia, se encomienda la solución a los fármacos y se propone una terapia cruel, inhumana y degradante, incompatible con nuestra Constitución y con todos los instrumentos internacionales de los derechos humanos firmados por Francia y los países civilizados.
No se puede vender el humo del pasado como si constituyera la esencia más vanguardista del presente. Cuando se disfruta de la confianza mayoritaria de la sociedad, es más necesario que nunca renunciar a la demagogia.
Se viven tiempos difíciles para el Derecho Penal emanado de la Ilustración y de las convicciones democráticas. El ministro del Interior alemán, Wolfgang Schäuble, se ha apuntado a la moda de los “asesinatos selectivos”. Un semanario alemán ha publicado una viñeta en la que se le ve, en su silla de ruedas, apuntar con un misil apoyado en su hombro contra la estatua de la Justicia, en la que trata de refugiarse un diminuto Bin Laden.
Nicolas Sarkozy se ha convertido en una nueva y rutilante estrella de la muy selectiva galaxia política. Responde al modelo de lo que se ha dado en definir como político sin complejos que no duda en pasar por encima de los valores, calculando minuciosamente el precio que puede pagar. De momento, tiene carta blanca para ofrecer políticas duras en materia de seguridad.
Los emigrantes fueron el pretexto de sus promesas de cambio, aprovechando los sentimientos xenófobos de una parte de la sociedad francesa que no le va a reprochar las políticas restrictivas y las drásticas expulsiones. Pero lo más estridente hasta ahora ha sido su propuesta de castrar químicamente a los pederastas que presenten un cuadro patológico incompatible con la reinserción, incluso una vez cumplida íntegramente la condena.
Reaparecen, un siglo después, las teorías del criminólogo Cesare Lombroso, que pasó a la historia por teorizar la existencia del criminal nato. A la luz de los avances científicos, las conclusiones de Lombroso resultan insostenibles. Él nunca se molestó en bucear o intentar descifrar el complejo mundo de la mente humana; le bastaba con medir su cráneo y describir sus contornos. En esas medidas, aseguraba, radica el núcleo y el impulso delictivo.
Dada la simpleza de su propuesta, los fundamentalistas de las etapas posteriores extendieron sus teorías, incluyendo en el catálogo a especies, tipos étnicos y comportamientos “viciosos” y extraños al modelo de sociedad pura e ideal imaginada por la mente del Gran Dictador. Nunca les faltaron especialistas dispuestos a corroborar esas teorías con datos más o menos científicos que pueden avalar un caso aislado y estadísticamente insignificante, pero nunca elevarse a la categoría de tesis infalible.
La pederastia y los delitos sexuales tienen un componente emocional, psíquico, psicológico e incluso bioquímico que está perfectamente detectado y analizado. En ningún caso puede descartarse que muchas personas cometen delitos contra la libertad sexual impulsados por motivos ocasionales y no por patologías mentales. De modo que en pleno siglo XXI resulta incomprensible que se intente una y otra vez reproducir métodos que han demostrado, a lo largo de la historia, su absoluta inutilidad.
La castración quirúrgica, la extirpación de los testículos, se ha presentado como un remedio para los violadores. Está científicamente demostrado, sin embargo, que sólo evita la penetración, pero no inhibe otros comportamientos sexuales practicados, si cabe, con mayor violencia. En Suiza y Alemania se mantiene esa “terapia” y no parece que haya dado resultados satisfactorios ni para la persona mutilada ni para el resto de sus conciudadanos.
Tratando de soslayar el impacto insoportable de la cirugía, se ofrece como alternativa menos traumática la terapia hormonal, también conocida como castración química, que no mutila y mantiene la integridad corporal, reduciendo o anulando la función eréctil del sujeto tratado.
Puestos en el camino de desactivar farmacológica o químicamente los factores de criminalidad, si los que esto sostienen fueran coherentes con sus propuestas tendrían que solicitar una campaña masiva de investigación que se dirija a regular, atenuar o controlar la totalidad o la mayoría de los actos o impulsos criminales que anidan en el ser humano. Merecería la pena emplear dinero de los presupuestos en la búsqueda de un fármaco capaz de inhibir la capacidad de matar, robar violenta o suavemente, prevaricar o defraudar. La investigación se podría extender a comportamientos que, sin estar en el código penal, son muy perjudiciales para la sociedad, como los que denotan falta de ética social y ciudadana. Y el éxito sería total si se consiguiese influir en los cerebros de los dirigentes políticos mundiales para desactivar la génesis de los impulsos bélicos y buscar terapias para evitar las guerras.
Para ceñirnos al tema propuesto por Sarkozy y que ha suscitado un estudio en Cataluña, la personalidad anómala de los paidófilos o pederastas está abundantemente estudiada por la ciencia de los comportamientos humanos. Como decía Marañón, no aman lo que verdaderamente quieren sino lo que pueden. Su incapacidad intelectiva es una consecuencia indisociable de su tendencia sexual. Se trata de personas con fantasías sexuales que no pueden llevar a la realidad sino de una manera incompleta. No tienen una especial perversión criminal, pero sus conductas ocasionan grandes traumas a las víctimas de sus debilidades mentales.
¿Qué sentido tiene, pues, volcar el aparato represivo sobre delincuentes que deben tener las mismas oportunidades de cumplimiento de la pena que el resto de los responsables de conductas incluso más graves? El fracaso del sistema penitenciario no puede justificar ni perpetuar agresiones a la dignidad del ser humano.
No es admisible, ni científica ni legalmente que la única solución, como apunta Sarkozy, sea el cumplimiento íntegro de la condena. Si los responsables de los centros penitenciarios, con sus equipos de clasificación y seguimiento de presos, llegan a la conclusión de que el condenado ha evolucionado positivamente, no parece lógica la permanencia en la cárcel de una persona rehabilitada que, conforme a la legislación penitenciaria, podría obtener una disminución de la pena o una forma de cumplimiento más atenuada.
Se nos propone asimismo que en el caso de que la persona no consiga liberarse de su particular dolencia, le espere el eterno aislamiento en un centro del que sólo podría liberarse si admite “voluntariamente” la castración química. Ahora bien, los efectos de esta intervención pueden atenuar la libido, pero aumentan su agresividad. Un castrado químico puede ser más peligroso para la vida de las personas por las que se siente atraído.
Nadie se ha parado a pensar que la medicación puede constituir o generar un grave trastorno adicional de la personalidad, convirtiendo al paidófilo en un ser no sólo “depredador”, sino en un potencial homicida o asesino. El cambio, como se ve, no puede ser peor. Se abandona la psicoterapia, se encomienda la solución a los fármacos y se propone una terapia cruel, inhumana y degradante, incompatible con nuestra Constitución y con todos los instrumentos internacionales de los derechos humanos firmados por Francia y los países civilizados.
No se puede vender el humo del pasado como si constituyera la esencia más vanguardista del presente. Cuando se disfruta de la confianza mayoritaria de la sociedad, es más necesario que nunca renunciar a la demagogia.
Se viven tiempos difíciles para el Derecho Penal emanado de la Ilustración y de las convicciones democráticas. El ministro del Interior alemán, Wolfgang Schäuble, se ha apuntado a la moda de los “asesinatos selectivos”. Un semanario alemán ha publicado una viñeta en la que se le ve, en su silla de ruedas, apuntar con un misil apoyado en su hombro contra la estatua de la Justicia, en la que trata de refugiarse un diminuto Bin Laden.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario