Por Antonio Skármeta, escritor chileno (EL PAÍS, 18/09/07):
Todos queremos ser izquierdistas, ¿pero cómo hacemos para serlo?
Ésta es la pregunta que parece afligir al Gobierno de Michelle Bachelet, que recientemente ha visto bajar sus índices de apoyo en las encuestas a un 39%. La cifra recoge fundamentalmente la insatisfacción que sienten los santiaguinos por la desastrosa implementación de un ambicioso plan de transporte urbano que ha dejado a la gente expuesta a horas de espera, a caminatas por calles peligrosas, a ausentismo laboral, o simplemente a viajar en los apretujados buses como un animal rumbo al matadero.
La imprecisión en identificar a los culpables de este mal servicio ha irritado a la ciudadanía de la capital, que ve con escepticismo cómo los funcionarios escabullen las responsabilidades o las remiten a funcionarios de administraciones pasadas. La gente pide una solución urgente para poder movilizarse y le interesa poco saber si el culpable fue quien diseñó el sistema de transporte que no funciona, o quien lo implementó. En ambos casos, son los Gobiernos de la Concertación de centro-izquierda que gobierna en Chile desde el retorno de la democracia en 1989 los que se sientan en el banquillo de acusados. Y de esta grave situación debiera estar aprovechando la oposición de centro-derecha, llamada aquí “La Alianza”, para ganar adeptos.
Pero las mismas encuestas que magullan la popularidad de Bachelet no dan cifras nada auspiciosas para la derecha. Antes bien, la población marca un distanciamiento fuerte con ambos conglomerados políticos. En un momento de la historia del país -y acaso del mundo occidental- donde las fronteras entre derecha e izquierda son difusas, la gente se siente confundida y le resta adhesión a los políticos.
El tema no tiene urgencia, pues las elecciones municipales son en Chile el próximo año, y las presidenciales, recién el 2009. Pero que un cúmulo de candidatos eventuales de ambas coaliciones ya esté haciendo campaña habla de una cierta debilidad de la imagen de Michelle Bachelet como conductora “política”. Entre comillas va el término “política”, porque la credibilidad hacia las buenas intenciones de la gobernante es enorme. Todo el mundo le tiene simpatía, y acaso eso explica que las encuestas no la castiguen aún más.
Si el tema del sistema de transporte pareciera ser sólo un asunto de la capital, también las regiones del país, del norte al extremo sur, se encuentran alteradas, pues muchos fondos que deberían ir para fomentar el desarrollo de las provincias se destinan a parchar malamente el transporte en la capital. Los provincianos sienten que están “subvencionando” a los capitalinos.
Pero, en fin, lentamente, el transporte muestra señas de recuperación y puede ser que de aquí a un año esté funcionando de maravilla. Probablemente entonces las nuevas encuestas eleven la figura de Bachelet y sus ministros, y deje a la Concertación en mejor pie para las elecciones que habrá el 2008 y el 2009.
La crisis del transporte hace evidente la frustración de la gente y también destapa un cierto clima de insatisfacción generalizado donde los trabajadores tienen la sensación de que el éxito de Chile como país exportador, con opulentas arcas fiscales gracias, entre otras exportaciones, a los miles de millones de dólares que Chile ha conseguido vendiéndole cobre a China, no se derrama en sueldos dignos para ellos.
¿Qué es un sueldo digno en Chile? El honorario básico de un trabajador es tan bajo que mis lectores españoles abrirán espantados los ojos. Ronda apenas los 200 euros mensuales. Y si bien los distintos gobiernos de la Concertación centro-izquierdista muestran notables cifras de reducción de la pobreza, y un macizo esfuerzo para beneficiar a la población en salud, vivienda y educación, persiste la impresión demoledora de que la riqueza en Chile está brutalmente mal distribuida y que los economistas tienen más puesto el corazón en los temas de equilibrios macroeconómicos que en aliviar las necesidades de la gente.
La percepción de que los políticos y empresarios son indolentes a estos apremios fue tan grande que hace pocas semanas un incidente detonó en Chile lo que estaba tapado por distintos tipos de retóricas: la Iglesia católica, a través de su portador, el obispo Alejandro Goic, llamó a los poderes chilenos a establecer ya no un sueldo mínimo, sino un sueldo “ético”. E incluso le puso una cifra: 250.000 pesos. Algo así como 370 euros mensuales.
El noble obispo Goic recibió fuego granado e irónico de los economistas, y frases tiernas y evasivas de los políticos. Pero que la Iglesia, para usar un término futbolístico, pusiera en movimiento el balón, excitó la capacidad dormida de movilización de los chilenos, y, tras mucho tiempo de calma, se ha vuelto a ver efervescencia social en las calles del país.
Esto culminó el 29 de agosto, cuando la Central Unitaria de Trabajadores convocó a protestas en las calles. El Gobierno no las autorizó, pero las protestas de todos modos se hicieron. No faltaron los actos de vandalismo, ni tampoco las conductas sorprendentes de algunos políticos de la coalición gobernante, que se solidarizaron con los manifestantes “contra” su propio Gobierno.
Conclusión: ¡alarma roja! Varios políticos quieren perfilarse ante el pueblo como de “más izquierda” sembrando la polémica y la división entre las fuerzas gobernantes.
Un senador de origen popular, Alejandro Navarro, fue golpeado brutalmente por un policía, y las imágenes del político con la cabeza sangrando rumbo al hospital subieron la temperatura de los insatisfechos chilenos. Según un entretenido observador, también esa cabeza sangrante habría hecho subir el rating del senador algunos puntos en su improbable carrera hacia la presidencia de 2009.
Si la activa Iglesia chilena habló por imperativo ético, es porque percibe que hay una insatisfacción ya no sólo soterrada en Chile, sino muy expresiva, que a mediano plazo puede vulnerar el exitoso, aunque poco sensible, modelo de desarrollo.
¡Menuda encrucijada en la que se encuentra Chile: próspera economía con dramática desigualdad social, amplia riqueza que no va a dar al desarrollo de los pobres con la urgencia que éstos necesitan, sino al ritmo pusilánime de los equilibrios macroeconómicos, deterioro de la imagen de los políticos que hace que no cosechen “futuro” ni gobierno ni oposición!
Curioso momento: se esperaba que Michelle Bachelet fuera más izquierdista que sus predecesores, el demócrata-cristiano Eduardo Frei y el socialista Ricardo Lagos, pues partió con mayoría en la cámara de diputados y de senadores que le auguraba un rápido tranco en la aceleración de leyes que beneficiaran a los pobres y ratificaran el “Humanismo socialista” de la mandataria. Pero a poco andar, algunas figuras parlamentarias del bloque gobernante se desgajaron de él hacia una independencia crítica y la mayoría se ha vuelto inestable e impredecible.
¿Cómo es el amor en los tiempos del cólera? ¿Cómo se puede ser izquierdista en los tiempos de la beatificación mediática del neoliberalismo?
O, puesto de otra manera: ¿se puede ser socialista sin que se enojen los empresarios y los políticos socialistas? Al parecer, en el Chile de Bachelet, esta inocente pregunta no tiene por el momento respuesta.
Todos queremos ser izquierdistas, ¿pero cómo hacemos para serlo?
Ésta es la pregunta que parece afligir al Gobierno de Michelle Bachelet, que recientemente ha visto bajar sus índices de apoyo en las encuestas a un 39%. La cifra recoge fundamentalmente la insatisfacción que sienten los santiaguinos por la desastrosa implementación de un ambicioso plan de transporte urbano que ha dejado a la gente expuesta a horas de espera, a caminatas por calles peligrosas, a ausentismo laboral, o simplemente a viajar en los apretujados buses como un animal rumbo al matadero.
La imprecisión en identificar a los culpables de este mal servicio ha irritado a la ciudadanía de la capital, que ve con escepticismo cómo los funcionarios escabullen las responsabilidades o las remiten a funcionarios de administraciones pasadas. La gente pide una solución urgente para poder movilizarse y le interesa poco saber si el culpable fue quien diseñó el sistema de transporte que no funciona, o quien lo implementó. En ambos casos, son los Gobiernos de la Concertación de centro-izquierda que gobierna en Chile desde el retorno de la democracia en 1989 los que se sientan en el banquillo de acusados. Y de esta grave situación debiera estar aprovechando la oposición de centro-derecha, llamada aquí “La Alianza”, para ganar adeptos.
Pero las mismas encuestas que magullan la popularidad de Bachelet no dan cifras nada auspiciosas para la derecha. Antes bien, la población marca un distanciamiento fuerte con ambos conglomerados políticos. En un momento de la historia del país -y acaso del mundo occidental- donde las fronteras entre derecha e izquierda son difusas, la gente se siente confundida y le resta adhesión a los políticos.
El tema no tiene urgencia, pues las elecciones municipales son en Chile el próximo año, y las presidenciales, recién el 2009. Pero que un cúmulo de candidatos eventuales de ambas coaliciones ya esté haciendo campaña habla de una cierta debilidad de la imagen de Michelle Bachelet como conductora “política”. Entre comillas va el término “política”, porque la credibilidad hacia las buenas intenciones de la gobernante es enorme. Todo el mundo le tiene simpatía, y acaso eso explica que las encuestas no la castiguen aún más.
Si el tema del sistema de transporte pareciera ser sólo un asunto de la capital, también las regiones del país, del norte al extremo sur, se encuentran alteradas, pues muchos fondos que deberían ir para fomentar el desarrollo de las provincias se destinan a parchar malamente el transporte en la capital. Los provincianos sienten que están “subvencionando” a los capitalinos.
Pero, en fin, lentamente, el transporte muestra señas de recuperación y puede ser que de aquí a un año esté funcionando de maravilla. Probablemente entonces las nuevas encuestas eleven la figura de Bachelet y sus ministros, y deje a la Concertación en mejor pie para las elecciones que habrá el 2008 y el 2009.
La crisis del transporte hace evidente la frustración de la gente y también destapa un cierto clima de insatisfacción generalizado donde los trabajadores tienen la sensación de que el éxito de Chile como país exportador, con opulentas arcas fiscales gracias, entre otras exportaciones, a los miles de millones de dólares que Chile ha conseguido vendiéndole cobre a China, no se derrama en sueldos dignos para ellos.
¿Qué es un sueldo digno en Chile? El honorario básico de un trabajador es tan bajo que mis lectores españoles abrirán espantados los ojos. Ronda apenas los 200 euros mensuales. Y si bien los distintos gobiernos de la Concertación centro-izquierdista muestran notables cifras de reducción de la pobreza, y un macizo esfuerzo para beneficiar a la población en salud, vivienda y educación, persiste la impresión demoledora de que la riqueza en Chile está brutalmente mal distribuida y que los economistas tienen más puesto el corazón en los temas de equilibrios macroeconómicos que en aliviar las necesidades de la gente.
La percepción de que los políticos y empresarios son indolentes a estos apremios fue tan grande que hace pocas semanas un incidente detonó en Chile lo que estaba tapado por distintos tipos de retóricas: la Iglesia católica, a través de su portador, el obispo Alejandro Goic, llamó a los poderes chilenos a establecer ya no un sueldo mínimo, sino un sueldo “ético”. E incluso le puso una cifra: 250.000 pesos. Algo así como 370 euros mensuales.
El noble obispo Goic recibió fuego granado e irónico de los economistas, y frases tiernas y evasivas de los políticos. Pero que la Iglesia, para usar un término futbolístico, pusiera en movimiento el balón, excitó la capacidad dormida de movilización de los chilenos, y, tras mucho tiempo de calma, se ha vuelto a ver efervescencia social en las calles del país.
Esto culminó el 29 de agosto, cuando la Central Unitaria de Trabajadores convocó a protestas en las calles. El Gobierno no las autorizó, pero las protestas de todos modos se hicieron. No faltaron los actos de vandalismo, ni tampoco las conductas sorprendentes de algunos políticos de la coalición gobernante, que se solidarizaron con los manifestantes “contra” su propio Gobierno.
Conclusión: ¡alarma roja! Varios políticos quieren perfilarse ante el pueblo como de “más izquierda” sembrando la polémica y la división entre las fuerzas gobernantes.
Un senador de origen popular, Alejandro Navarro, fue golpeado brutalmente por un policía, y las imágenes del político con la cabeza sangrando rumbo al hospital subieron la temperatura de los insatisfechos chilenos. Según un entretenido observador, también esa cabeza sangrante habría hecho subir el rating del senador algunos puntos en su improbable carrera hacia la presidencia de 2009.
Si la activa Iglesia chilena habló por imperativo ético, es porque percibe que hay una insatisfacción ya no sólo soterrada en Chile, sino muy expresiva, que a mediano plazo puede vulnerar el exitoso, aunque poco sensible, modelo de desarrollo.
¡Menuda encrucijada en la que se encuentra Chile: próspera economía con dramática desigualdad social, amplia riqueza que no va a dar al desarrollo de los pobres con la urgencia que éstos necesitan, sino al ritmo pusilánime de los equilibrios macroeconómicos, deterioro de la imagen de los políticos que hace que no cosechen “futuro” ni gobierno ni oposición!
Curioso momento: se esperaba que Michelle Bachelet fuera más izquierdista que sus predecesores, el demócrata-cristiano Eduardo Frei y el socialista Ricardo Lagos, pues partió con mayoría en la cámara de diputados y de senadores que le auguraba un rápido tranco en la aceleración de leyes que beneficiaran a los pobres y ratificaran el “Humanismo socialista” de la mandataria. Pero a poco andar, algunas figuras parlamentarias del bloque gobernante se desgajaron de él hacia una independencia crítica y la mayoría se ha vuelto inestable e impredecible.
¿Cómo es el amor en los tiempos del cólera? ¿Cómo se puede ser izquierdista en los tiempos de la beatificación mediática del neoliberalismo?
O, puesto de otra manera: ¿se puede ser socialista sin que se enojen los empresarios y los políticos socialistas? Al parecer, en el Chile de Bachelet, esta inocente pregunta no tiene por el momento respuesta.
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