Por Pascal Boniface (LA VANGUARDIA, 16/09/07):
El ejercicio se ha convertido en un rito desde que Alain Juppé lo creó en 1993. En cada inicio del curso político se organiza en París una conferencia de embajadores;se trata de una ocasión para reunir a los responsables de la red diplomática francesa y para que el jefe de Estado precise su visión de la situación del mundo y del papel que Francia debe desempeñar en él. Este año, el ejercicio se ha convertido en la ocasión para que el nuevo presidente, Nicolas Sarkozy, haga un primer gran discurso global sobre política exterior. El tema había estado dramáticamente ausente de la campaña electoral. Alcanzada la presidencia, Nicolas Sarkozy ha querido imprimir su marca y dejar claro que él era el jefe de la diplomacia francesa.
La prevención de un enfrentamiento entre el islam y Occidente se sitúa en primera línea de los grandes desafíos a los que debe plantar cara el mundo. El presidente francés estima que semejante choque es buscado por grupos como Al Qaeda, que sueña con instaurar desde Indonesia hasta Nigeria un califato opuesto a toda apertura y a toda idea de modernidad y diversidad. Según predice Sarkozy, de alcanzar dichas fuerzas sus objetivos, el siglo que viene sería peor que el pasado. Sobre este diagnóstico hay un consenso bastante general. Lo nuevo es que, por primera vez, Sarkozy ha mencionado el conflicto palestino-israelí y ha establecido un vínculo con el riesgo de enfrentamiento entre el islam y Occidente. Los amigos incondicionales de Israel suelen rechazar esa relación entre la perspectiva de un choque de civilizaciones y la perpetuación del conflicto palestino-israelí.
Sarkozy asume desde hace tiempo su proximidad con Israel. Ahora la ha reafirmado: “Tengo fama de ser amigo de Israel y es verdad, no transigiré nunca sobre la seguridad de Israel”. Con anterioridad a su elección como presidente, visitó varias veces el Estado israelí, pero nunca los territorios palestinos; se había manifestado en favor de la solución biestatal (aunque no es ésa la posición oficial de toda la comunidad internacional, incluidos Estados Unidos e Israel), pero sin precisar demasiado los contornos de dicha solución. Ahora ha sido mucho más preciso recordando, claro está, los parámetros Clinton y el legado de Taba. Esas dos soluciones fijan un marco para esa paz muy alejada de los actuales proyectos israelíes, puesto que prevén la restitución de todos los territorios ocupados y una solución común para Jerusalén. Si bien Francia admite su disponibilidad EL PRESIDENTE francés ha evolucionado; admite que la ausencia de perspectivas de paz alimenta a los extremistas a favorecer el proceso, también recuerda que la paz se negociará ante todo entre israelíes y palestinos. De todos modos, Sarkozy advierte ante la ausencia de una verdadera dinámica de paz que conduzca a la creación de un Estado palestino: “La creación de un Hamastán corre el riesgo de convertirse en la primera etapa de la toma de control de todos los territorios palestinos por parte de los islamistas radicales”, ha declarado.
Nicolas Sarkozy ha criticado en ocasiones lo que se ha llamado la política árabe de Francia.
Ahora bien, la mayoría de quienes condenaban esa política tenían en mente que Francia dejara de apoyar las reivindicaciones palestinas y que dejara de oponerse sobre ese punto a Israel. Por lo tanto, hay una evolución de la postura de Sarkozy. El nuevo presidente francés está más cerca cultural y políticamente de los israelíes y los estadounidenses, pero es pragmático. Ya no sólo reconoce la centralidad del conflicto palestino-israelí, sino que admite que la ausencia de perspectivas de paz alimenta a los extremistas.
También ha insistido en su proyecto de Unión Mediterránea, concebida como una respuesta a los riesgos de enfrentamiento entre el islam y Occidente. Ha propuesto una primera reunión de jefes de Estado para el primer semestre del 2008. Este proyecto mediterráneo no es nuevo en Sarkozy. Al principio no incluía la cuestión palestino-israelí. Seguramente Sarkozy esperaba que la perspectiva de una Unión Mediterránea permitiera escapar al bloqueo de la cuestión palestina. Hoy se da cuenta de que es imposible separar los dos asuntos.
En cuanto a Irán, numerosos observadores han comentado la dureza en el tono empleado por el presidente francés, que ha calificado la crisis iraní como la “más grave que se cierne hoy sobre el orden internacional”. Nicolas Sarkozy ha reafirmado, además, su oposición a un Irán provisto del arma nuclear, una perspectiva juzgada inaceptable. Los iraníes plantean, según él, una alternativa catastrófica: “La bomba iraní o el bombardeo de Irán”. Algunos han visto ahí un respaldo a la postura estadounidense. Pero, ¿acaso no se ha limitado a describir la dramática realidad del problema frente a las crecientes tentaciones estadounidenses de recurrir a un ataque contra Irán? Asimismo, ha hablado de apertura si Irán respetaba sus compromisos. Porque, además de la catástrofe estratégica que representaría una nueva guerra para la estabilidad mundial, Sarkozy - al igual que los demás dirigentes europeos- no quiere verse enfrentado al dilema: no seguir a Washington sobre ese punto y abrir una grave crisis con Estados Unidos, o seguirle y crear una grave crisis con su propia opinión pública.
El ejercicio se ha convertido en un rito desde que Alain Juppé lo creó en 1993. En cada inicio del curso político se organiza en París una conferencia de embajadores;se trata de una ocasión para reunir a los responsables de la red diplomática francesa y para que el jefe de Estado precise su visión de la situación del mundo y del papel que Francia debe desempeñar en él. Este año, el ejercicio se ha convertido en la ocasión para que el nuevo presidente, Nicolas Sarkozy, haga un primer gran discurso global sobre política exterior. El tema había estado dramáticamente ausente de la campaña electoral. Alcanzada la presidencia, Nicolas Sarkozy ha querido imprimir su marca y dejar claro que él era el jefe de la diplomacia francesa.
La prevención de un enfrentamiento entre el islam y Occidente se sitúa en primera línea de los grandes desafíos a los que debe plantar cara el mundo. El presidente francés estima que semejante choque es buscado por grupos como Al Qaeda, que sueña con instaurar desde Indonesia hasta Nigeria un califato opuesto a toda apertura y a toda idea de modernidad y diversidad. Según predice Sarkozy, de alcanzar dichas fuerzas sus objetivos, el siglo que viene sería peor que el pasado. Sobre este diagnóstico hay un consenso bastante general. Lo nuevo es que, por primera vez, Sarkozy ha mencionado el conflicto palestino-israelí y ha establecido un vínculo con el riesgo de enfrentamiento entre el islam y Occidente. Los amigos incondicionales de Israel suelen rechazar esa relación entre la perspectiva de un choque de civilizaciones y la perpetuación del conflicto palestino-israelí.
Sarkozy asume desde hace tiempo su proximidad con Israel. Ahora la ha reafirmado: “Tengo fama de ser amigo de Israel y es verdad, no transigiré nunca sobre la seguridad de Israel”. Con anterioridad a su elección como presidente, visitó varias veces el Estado israelí, pero nunca los territorios palestinos; se había manifestado en favor de la solución biestatal (aunque no es ésa la posición oficial de toda la comunidad internacional, incluidos Estados Unidos e Israel), pero sin precisar demasiado los contornos de dicha solución. Ahora ha sido mucho más preciso recordando, claro está, los parámetros Clinton y el legado de Taba. Esas dos soluciones fijan un marco para esa paz muy alejada de los actuales proyectos israelíes, puesto que prevén la restitución de todos los territorios ocupados y una solución común para Jerusalén. Si bien Francia admite su disponibilidad EL PRESIDENTE francés ha evolucionado; admite que la ausencia de perspectivas de paz alimenta a los extremistas a favorecer el proceso, también recuerda que la paz se negociará ante todo entre israelíes y palestinos. De todos modos, Sarkozy advierte ante la ausencia de una verdadera dinámica de paz que conduzca a la creación de un Estado palestino: “La creación de un Hamastán corre el riesgo de convertirse en la primera etapa de la toma de control de todos los territorios palestinos por parte de los islamistas radicales”, ha declarado.
Nicolas Sarkozy ha criticado en ocasiones lo que se ha llamado la política árabe de Francia.
Ahora bien, la mayoría de quienes condenaban esa política tenían en mente que Francia dejara de apoyar las reivindicaciones palestinas y que dejara de oponerse sobre ese punto a Israel. Por lo tanto, hay una evolución de la postura de Sarkozy. El nuevo presidente francés está más cerca cultural y políticamente de los israelíes y los estadounidenses, pero es pragmático. Ya no sólo reconoce la centralidad del conflicto palestino-israelí, sino que admite que la ausencia de perspectivas de paz alimenta a los extremistas.
También ha insistido en su proyecto de Unión Mediterránea, concebida como una respuesta a los riesgos de enfrentamiento entre el islam y Occidente. Ha propuesto una primera reunión de jefes de Estado para el primer semestre del 2008. Este proyecto mediterráneo no es nuevo en Sarkozy. Al principio no incluía la cuestión palestino-israelí. Seguramente Sarkozy esperaba que la perspectiva de una Unión Mediterránea permitiera escapar al bloqueo de la cuestión palestina. Hoy se da cuenta de que es imposible separar los dos asuntos.
En cuanto a Irán, numerosos observadores han comentado la dureza en el tono empleado por el presidente francés, que ha calificado la crisis iraní como la “más grave que se cierne hoy sobre el orden internacional”. Nicolas Sarkozy ha reafirmado, además, su oposición a un Irán provisto del arma nuclear, una perspectiva juzgada inaceptable. Los iraníes plantean, según él, una alternativa catastrófica: “La bomba iraní o el bombardeo de Irán”. Algunos han visto ahí un respaldo a la postura estadounidense. Pero, ¿acaso no se ha limitado a describir la dramática realidad del problema frente a las crecientes tentaciones estadounidenses de recurrir a un ataque contra Irán? Asimismo, ha hablado de apertura si Irán respetaba sus compromisos. Porque, además de la catástrofe estratégica que representaría una nueva guerra para la estabilidad mundial, Sarkozy - al igual que los demás dirigentes europeos- no quiere verse enfrentado al dilema: no seguir a Washington sobre ese punto y abrir una grave crisis con Estados Unidos, o seguirle y crear una grave crisis con su propia opinión pública.
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