Por CRISTINA GALINDO (ENVIADA ESPECIAL) - Varsovia - 22/09/2007
Desde que fue encontrada desfallecida, en estado de shock y helada de frío al pie de las montañas polacas de Bieszczady, cerca de la frontera polaca con Ucrania, Kamisa Djamaldinova no se separa ni cinco minutos de su hijo de dos años. "Empieza a darse cuenta ahora de lo que ha pasado y aguanta la situación con coraje", explica Julian Curyla, director del centro para refugiados de Debak, a unos 40 kilómetros de Varsovia, que acoge a esta chechena de 36 años que perdió a sus tres hijas cuando iban de camino hacia el paraíso europeo.
Las hermanas -Xaea, Ceda y Elina, de 13, 10 y seis años- murieron de cansancio e hipotermia a principios de este mes mientras intentaban entrar ilegalmente en Polonia con su madre y su hermano pequeño, Mahomet. Procedían de la localidad de Shali (45.000 habitantes), a 20 kilómetros de Grozni, la capital de Chechenia, un país arrasado por la guerra.
"Soy ama de casa y no entiendo de política, pero en mi país no se puede vivir; mi hija estaba enferma y en Chechenia no iba a recibir tratamiento: ¿qué futuro nos esperaba?", decía Kamisa a una periodista de Gazeta Wyborcza desde el coche que la trasladó el pasado miércoles junto a su hijo -una vez recuperados del horrible viaje- del hospital de Ustrzyki Dolne, en el sureste del país, a la capital.
Nada más ha dicho en público Kamisa sobre los motivos que le llevaron a pagar 2.000 euros a una mafia para que les ayudara a cruzar las fronteras de la Unión Europea y que acabó engañándoles.
Estos días no quiere hablar con nadie, ni que se diga dónde están ella y su hijo, al menos de momento. Se encuentran, supuestamente cerca de Varsovia, en un piso tutelado por el centro de Debak, que supervisa a la familia hasta que el Estado polaco decida si les otorga el certificado de refugiados, lo que les daría derecho a vivir y trabajar en el país.
La tragedia de Kamisa y su familia ha conmocionado a los polacos, y eso que están acostumbrados a la llegada de inmigrantes ilegales del Cáucaso a través de la frontera verde, entre Polonia y Ucrania. En Polonia se llama frontera verde a cualquier ruta utilizada habitualmente para pasar ilegalmente la frontera, pero la zona montañosa a la que fue a parar Kamisa y su familia es además muy boscosa. Desde la caída del totalitarismo, en 1989, este lugar se ha convertido en una de las principales rutas hacia Europa occidental desde los países de la antigua Unión Soviética.
Los que intentan cruzar lo hacen en coche, en autobús o, como Kamisa, se pasan días caminando por las montañas para llegar al otro lado.
Muchos se pierden, como Kamisa. Un guía les llevó en coche desde Chechenia hasta Moscú, según contó la mujer a la policía de fronteras que la interrogó. De Rusia fueron a Ucrania y, allí, en las montañas, el guía les abandonó sin más tras indicarles la dirección para llegar a Eslovenia y de ahí alcanzar Austria, qu-e era el objetivo de la familia. "Estuvimos dando vueltas un día entero", contó la mujer a los agentes que la interrogaron.
La temperatura apenas superaba los cero grados en las montañas, y las chicas llevaban ropa de verano (una de ellas fue hallada descalza). Pronto empezaron a pasar frío y hambre. Tras más de un día vagando por la zona, la madre, desesperada, cargó a su hijo varón y fue a buscar ayuda. Tardó más de dos días en ser encontrada por la policía. Cuando volvieron a por las hermanas, las tres estaban muertas, cubiertas por helechos, justo en el puesto fronterizo número 82. Kamisa se derrumbó. "Quiero que entierren a mis hijas en Chechenia", dijo a la policía de fronteras.
"La psicóloga y yo estuvimos hablando con ella y creemos que, aunque sufre un trauma, no necesita ayuda psiquiátrica urgente", cuenta Julyan Curila. "Llevo seis años en este centro y es el caso más extremo, con diferencia, que he visto; es normal que necesiten un tiempo de tranquilidad para asumir lo ocurrido", añade.
El responsable médico de madre e hija, Adam Tolkacz, no se extiende tanto en sus explicaciones: "No puedo hablar de mis pacientes". El marido de Kamisa, taxista, fue avisado de todo y está ahora con ella (no está muy claro por qué no acompañó a su familia en el viaje), y también un tío que vive en Austria.
Un total de 455 personas intentaron entrar en 2006 por la frontera verde; y, en lo que va de año, son 126 personas, sobre todo procedentes de Ucrania, Chechenia, Ingushetia, Daguestán y Moldavia. "Es normal que vengamos; la verdadera vida está en Occidente", afirma el checheno Ilyasov Sharpudin, de 42 años, que está pendiente de que le den el estatuto de refugiado en Polonia.
"El Ejército ha arrasado con todo en el Cáucaso; en Chechenia, si no sigues la corriente a [el presidente Ramzan] Kadírov amenazan a tu familia, secuestran a tu hijo, te queman la casa", añade. Casi 3.600 chechenos han solicitado asilo en Polonia este año.
Pero Polonia suele ser una escala en el camino. Las leyes aquí son muy rígidas y los inmigrantes buscan países más comprensivos con los refugiados, como Austria, Alemania, Francia y Noruega.
El caso de Chantiyev Abdulaj, musulmán checheno de 44 años, es significativo. Él y su familia llevan 10 años viviendo cerca de Varsovia -dice que en su país los imanes que, como él, se niegan a dar la doctrina del Gobierno, son perseguidos- y le han rechazado dos veces la solicitud de refugiado. "Es como si estuviéramos en el limbo; legalmente no podríamos ni trabajar", explica. Si la rechazan por tercera vez, será deportado.
Desde que fue encontrada desfallecida, en estado de shock y helada de frío al pie de las montañas polacas de Bieszczady, cerca de la frontera polaca con Ucrania, Kamisa Djamaldinova no se separa ni cinco minutos de su hijo de dos años. "Empieza a darse cuenta ahora de lo que ha pasado y aguanta la situación con coraje", explica Julian Curyla, director del centro para refugiados de Debak, a unos 40 kilómetros de Varsovia, que acoge a esta chechena de 36 años que perdió a sus tres hijas cuando iban de camino hacia el paraíso europeo.
Las hermanas -Xaea, Ceda y Elina, de 13, 10 y seis años- murieron de cansancio e hipotermia a principios de este mes mientras intentaban entrar ilegalmente en Polonia con su madre y su hermano pequeño, Mahomet. Procedían de la localidad de Shali (45.000 habitantes), a 20 kilómetros de Grozni, la capital de Chechenia, un país arrasado por la guerra.
"Soy ama de casa y no entiendo de política, pero en mi país no se puede vivir; mi hija estaba enferma y en Chechenia no iba a recibir tratamiento: ¿qué futuro nos esperaba?", decía Kamisa a una periodista de Gazeta Wyborcza desde el coche que la trasladó el pasado miércoles junto a su hijo -una vez recuperados del horrible viaje- del hospital de Ustrzyki Dolne, en el sureste del país, a la capital.
Nada más ha dicho en público Kamisa sobre los motivos que le llevaron a pagar 2.000 euros a una mafia para que les ayudara a cruzar las fronteras de la Unión Europea y que acabó engañándoles.
Estos días no quiere hablar con nadie, ni que se diga dónde están ella y su hijo, al menos de momento. Se encuentran, supuestamente cerca de Varsovia, en un piso tutelado por el centro de Debak, que supervisa a la familia hasta que el Estado polaco decida si les otorga el certificado de refugiados, lo que les daría derecho a vivir y trabajar en el país.
La tragedia de Kamisa y su familia ha conmocionado a los polacos, y eso que están acostumbrados a la llegada de inmigrantes ilegales del Cáucaso a través de la frontera verde, entre Polonia y Ucrania. En Polonia se llama frontera verde a cualquier ruta utilizada habitualmente para pasar ilegalmente la frontera, pero la zona montañosa a la que fue a parar Kamisa y su familia es además muy boscosa. Desde la caída del totalitarismo, en 1989, este lugar se ha convertido en una de las principales rutas hacia Europa occidental desde los países de la antigua Unión Soviética.
Los que intentan cruzar lo hacen en coche, en autobús o, como Kamisa, se pasan días caminando por las montañas para llegar al otro lado.
Muchos se pierden, como Kamisa. Un guía les llevó en coche desde Chechenia hasta Moscú, según contó la mujer a la policía de fronteras que la interrogó. De Rusia fueron a Ucrania y, allí, en las montañas, el guía les abandonó sin más tras indicarles la dirección para llegar a Eslovenia y de ahí alcanzar Austria, qu-e era el objetivo de la familia. "Estuvimos dando vueltas un día entero", contó la mujer a los agentes que la interrogaron.
La temperatura apenas superaba los cero grados en las montañas, y las chicas llevaban ropa de verano (una de ellas fue hallada descalza). Pronto empezaron a pasar frío y hambre. Tras más de un día vagando por la zona, la madre, desesperada, cargó a su hijo varón y fue a buscar ayuda. Tardó más de dos días en ser encontrada por la policía. Cuando volvieron a por las hermanas, las tres estaban muertas, cubiertas por helechos, justo en el puesto fronterizo número 82. Kamisa se derrumbó. "Quiero que entierren a mis hijas en Chechenia", dijo a la policía de fronteras.
"La psicóloga y yo estuvimos hablando con ella y creemos que, aunque sufre un trauma, no necesita ayuda psiquiátrica urgente", cuenta Julyan Curila. "Llevo seis años en este centro y es el caso más extremo, con diferencia, que he visto; es normal que necesiten un tiempo de tranquilidad para asumir lo ocurrido", añade.
El responsable médico de madre e hija, Adam Tolkacz, no se extiende tanto en sus explicaciones: "No puedo hablar de mis pacientes". El marido de Kamisa, taxista, fue avisado de todo y está ahora con ella (no está muy claro por qué no acompañó a su familia en el viaje), y también un tío que vive en Austria.
Un total de 455 personas intentaron entrar en 2006 por la frontera verde; y, en lo que va de año, son 126 personas, sobre todo procedentes de Ucrania, Chechenia, Ingushetia, Daguestán y Moldavia. "Es normal que vengamos; la verdadera vida está en Occidente", afirma el checheno Ilyasov Sharpudin, de 42 años, que está pendiente de que le den el estatuto de refugiado en Polonia.
"El Ejército ha arrasado con todo en el Cáucaso; en Chechenia, si no sigues la corriente a [el presidente Ramzan] Kadírov amenazan a tu familia, secuestran a tu hijo, te queman la casa", añade. Casi 3.600 chechenos han solicitado asilo en Polonia este año.
Pero Polonia suele ser una escala en el camino. Las leyes aquí son muy rígidas y los inmigrantes buscan países más comprensivos con los refugiados, como Austria, Alemania, Francia y Noruega.
El caso de Chantiyev Abdulaj, musulmán checheno de 44 años, es significativo. Él y su familia llevan 10 años viviendo cerca de Varsovia -dice que en su país los imanes que, como él, se niegan a dar la doctrina del Gobierno, son perseguidos- y le han rechazado dos veces la solicitud de refugiado. "Es como si estuviéramos en el limbo; legalmente no podríamos ni trabajar", explica. Si la rechazan por tercera vez, será deportado.
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