Por Vicenç Fisas, director de la Escuela de Cultura de Paz, UAB (EL PAÍS, 26/09/07):
Hace trece años, en este mismo periódico, comenté que el genocidio de Ruanda había puesto tan alto el listón de muertos en los conflictos que podríamos acabar pagándolo haciendo invisibles muchos otros dramas que, a pesar de su inmensa crueldad, no se caracterizan por acumular centenares de miles de muertos, pero sí por vulnerar todo tipo de derechos humanos, despreciar la democracia e impedir la libertad de sus habitantes. Myanmar era, y continúa siendo, uno de los paradigmas de la sinrazón de una dictadura militar autista, instalada en el poder desde hace más de cuarenta años, y en un país mayoritariamente desconocido, un gran productor de opio, y que tiene una premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, líder de la Liga Nacional para la Democracia, que ha pasado largos años encarcelada o confinada en su domicilio, a pesar de haber ganado unas elecciones en 1990, motivo por el cual fue arrestada. ¿Tiene arreglo este país? ¿Con qué tipo de apoyos cuenta la Junta Militar? ¿Podemos esperar, en definitiva, que esa amplísima movilización popular iniciada por los monjes budistas haga cambiar el escenario?
Los primeros encuentros entre los militares y la oposición democrática no se produjeron hasta finales de 2000, con la mediación de Malasia y Naciones Unidas. Durante el periodo 2001-2004 se realizaron una serie de gestos por parte de la Junta Militar en lo que podríamos denominar “diplomacia de las visitas”, que se tradujo en la liberación de presos políticos antes y/o después de las visitas periódicas que efectuaban en el país el enviado especial del secretario general de Naciones Unidas, el relator especial sobre Derechos Humanos y dirigentes políticos de varios países, aunque hubo periodos en los que la Junta Militar no permitió dichas visitas. En 2004, el Gobierno promovió una Convención Nacional para democratizar el país, tachada de farsa por los mismos EE UU, pero el NLD condicionó su participación a la liberación de sus miembros encarcelados. Muchas de las gestiones diplomáticas para resolver el conflicto se hicieron a través del Centro para el Diálogo Humanitario, con sede central en Ginebra y con una oficina en la capital birmana desde el 2000, pero que fue clausurada por la Junta Militar en marzo de 2006. Un año antes, en 2005, voces como la del ex presidente checo Václav Havel y el premio Nobel de la Paz Desmond Tutu instaron al Consejo de Seguridad de la ONU para que llevara a cabo acciones contra el régimen militar de Myanmar de forma inmediata. La suspensión de las visitas de la Cruz Roja Internacional, la existencia de campos de trabajo forzado y de la esclavitud, y el continuo encarcelamiento de opositores políticos, empezaron a incomodar a varios países y a organismos internacionales. A finales del pasado año, el embajador de EE UU en la ONU pidió al presidente del Consejo de Seguridad que se llevara a cabo una discusión formal sobre la deteriorada situación del país, pero en enero del año actual, dos países del Consejo de Seguridad, China y Rusia, además de Qatar y RD Congo, votaron en contra de esa posibilidad. En paralelo, numerosas organizaciones internacionales de apoyo a la oposición democrática birmana criticaron la falta de esfuerzos de la UE para impedir que empresas originarias de los Estados miembros inviertan en Myanmar en sectores como el del petróleo, el gas o la madera, que generan importantes beneficios al mafioso Gobierno militar. Para colmo de la vergüenza, el Gobierno indio se comprometió a incrementar la ayuda militar a Myanmar a cambio de una mayor cooperación para combatir a los grupos insurgentes indios que operan a lo largo de la frontera con Myanmar.
En el segundo trimestre de este año, el secretario general de la ONU nombró a Ibrahim Gambari como su representante en el país, con la difícil intención de implementar las resoluciones de la Asamblea General, que no tienen carácter obligatorio. La respuesta de la Junta Militar fue prorrogar por un año la detención de la líder opositora y premio Nobel de la Paz. Ibrahim Gambari visitó en julio distintos países asiáticos (Singapur, Indonesia, Malasia y Tailandia) para mantener consultas con los diferentes Gobiernos sobre la situación y el futuro del país. Entre las reuniones mantenidas cabe destacar el encuentro con las autoridades chinas, uno de los aliados más importantes del régimen militar de Myanmar. Gambari también se reunió con representantes del Gobierno indio, que en los últimos meses ha incrementado la cooperación, sobre todo en términos militares, con el Ejecutivo de Myanmar, así como con el presidente Putin. Ha sido, pues, en este contexto de un cierto movimiento a nivel internacional que los monjes budistas han emprendido la iniciativa de salir a la calle y alentar, con su ejemplo, la movilización de un pueblo que está harto de sentirse humillado por una dictadura militar corrupta y delirante.
Es una cuestión importante el que estas manifestaciones se produzcan en los días en que está reunida la Asamblea General de la ONU, porque la presencia en Nueva York de gran cantidad de gobernantes podría permitir llegar a un acuerdo de presión final sobre la Junta Militar. Para ello será imprescindible que China e India retiren su apoyo militar a la junta, que el Consejo de Seguridad, incluyendo Rusia, sea capaz de buscar una fórmula consensuada para que se ponga en marcha una hoja de ruta para la democratización del país a corto plazo (algo así como el quinteto que ayudó a superar la crisis norcoreana), y que la premio Nobel de la Paz quede en libertad de forma inmediata. Para lograrlo es fundamental que Myanmar no quede en el olvido y sea titular diario en las próximas semanas. Sólo así, ante la mirada permanente del mundo, la población birmana podrá recuperar la libertad, y nosotros dejar de ser espectadores pasivos de una de las peores vergüenzas del último medio siglo.
Hace trece años, en este mismo periódico, comenté que el genocidio de Ruanda había puesto tan alto el listón de muertos en los conflictos que podríamos acabar pagándolo haciendo invisibles muchos otros dramas que, a pesar de su inmensa crueldad, no se caracterizan por acumular centenares de miles de muertos, pero sí por vulnerar todo tipo de derechos humanos, despreciar la democracia e impedir la libertad de sus habitantes. Myanmar era, y continúa siendo, uno de los paradigmas de la sinrazón de una dictadura militar autista, instalada en el poder desde hace más de cuarenta años, y en un país mayoritariamente desconocido, un gran productor de opio, y que tiene una premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, líder de la Liga Nacional para la Democracia, que ha pasado largos años encarcelada o confinada en su domicilio, a pesar de haber ganado unas elecciones en 1990, motivo por el cual fue arrestada. ¿Tiene arreglo este país? ¿Con qué tipo de apoyos cuenta la Junta Militar? ¿Podemos esperar, en definitiva, que esa amplísima movilización popular iniciada por los monjes budistas haga cambiar el escenario?
Los primeros encuentros entre los militares y la oposición democrática no se produjeron hasta finales de 2000, con la mediación de Malasia y Naciones Unidas. Durante el periodo 2001-2004 se realizaron una serie de gestos por parte de la Junta Militar en lo que podríamos denominar “diplomacia de las visitas”, que se tradujo en la liberación de presos políticos antes y/o después de las visitas periódicas que efectuaban en el país el enviado especial del secretario general de Naciones Unidas, el relator especial sobre Derechos Humanos y dirigentes políticos de varios países, aunque hubo periodos en los que la Junta Militar no permitió dichas visitas. En 2004, el Gobierno promovió una Convención Nacional para democratizar el país, tachada de farsa por los mismos EE UU, pero el NLD condicionó su participación a la liberación de sus miembros encarcelados. Muchas de las gestiones diplomáticas para resolver el conflicto se hicieron a través del Centro para el Diálogo Humanitario, con sede central en Ginebra y con una oficina en la capital birmana desde el 2000, pero que fue clausurada por la Junta Militar en marzo de 2006. Un año antes, en 2005, voces como la del ex presidente checo Václav Havel y el premio Nobel de la Paz Desmond Tutu instaron al Consejo de Seguridad de la ONU para que llevara a cabo acciones contra el régimen militar de Myanmar de forma inmediata. La suspensión de las visitas de la Cruz Roja Internacional, la existencia de campos de trabajo forzado y de la esclavitud, y el continuo encarcelamiento de opositores políticos, empezaron a incomodar a varios países y a organismos internacionales. A finales del pasado año, el embajador de EE UU en la ONU pidió al presidente del Consejo de Seguridad que se llevara a cabo una discusión formal sobre la deteriorada situación del país, pero en enero del año actual, dos países del Consejo de Seguridad, China y Rusia, además de Qatar y RD Congo, votaron en contra de esa posibilidad. En paralelo, numerosas organizaciones internacionales de apoyo a la oposición democrática birmana criticaron la falta de esfuerzos de la UE para impedir que empresas originarias de los Estados miembros inviertan en Myanmar en sectores como el del petróleo, el gas o la madera, que generan importantes beneficios al mafioso Gobierno militar. Para colmo de la vergüenza, el Gobierno indio se comprometió a incrementar la ayuda militar a Myanmar a cambio de una mayor cooperación para combatir a los grupos insurgentes indios que operan a lo largo de la frontera con Myanmar.
En el segundo trimestre de este año, el secretario general de la ONU nombró a Ibrahim Gambari como su representante en el país, con la difícil intención de implementar las resoluciones de la Asamblea General, que no tienen carácter obligatorio. La respuesta de la Junta Militar fue prorrogar por un año la detención de la líder opositora y premio Nobel de la Paz. Ibrahim Gambari visitó en julio distintos países asiáticos (Singapur, Indonesia, Malasia y Tailandia) para mantener consultas con los diferentes Gobiernos sobre la situación y el futuro del país. Entre las reuniones mantenidas cabe destacar el encuentro con las autoridades chinas, uno de los aliados más importantes del régimen militar de Myanmar. Gambari también se reunió con representantes del Gobierno indio, que en los últimos meses ha incrementado la cooperación, sobre todo en términos militares, con el Ejecutivo de Myanmar, así como con el presidente Putin. Ha sido, pues, en este contexto de un cierto movimiento a nivel internacional que los monjes budistas han emprendido la iniciativa de salir a la calle y alentar, con su ejemplo, la movilización de un pueblo que está harto de sentirse humillado por una dictadura militar corrupta y delirante.
Es una cuestión importante el que estas manifestaciones se produzcan en los días en que está reunida la Asamblea General de la ONU, porque la presencia en Nueva York de gran cantidad de gobernantes podría permitir llegar a un acuerdo de presión final sobre la Junta Militar. Para ello será imprescindible que China e India retiren su apoyo militar a la junta, que el Consejo de Seguridad, incluyendo Rusia, sea capaz de buscar una fórmula consensuada para que se ponga en marcha una hoja de ruta para la democratización del país a corto plazo (algo así como el quinteto que ayudó a superar la crisis norcoreana), y que la premio Nobel de la Paz quede en libertad de forma inmediata. Para lograrlo es fundamental que Myanmar no quede en el olvido y sea titular diario en las próximas semanas. Sólo así, ante la mirada permanente del mundo, la población birmana podrá recuperar la libertad, y nosotros dejar de ser espectadores pasivos de una de las peores vergüenzas del último medio siglo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario