Por Carlos Taibo (EL CORREO DIGITAL, 15/09/07):
Si hay algo que queda claro en virtud de las últimas noticias llegadas de Moscú -las que hacen referencia a la sustitución del primer ministro, Mijaíl Fradkov, y a la promoción como sustituto de Víktor Zubkov- es que la determinación de las reglas del juego que habrán de guiar al país en los años venideros corre a cargo, en exclusiva, del presidente Putin. Al respecto no parece tener peso alguno ninguna instancia colegiada -fuere la que fuere: segmentos del poder ejecutivo o direcciones de uno u otro partido- y menos aún, claro, la ciudadanía, convidado de piedra condenado a refrendar lo que Putin decida.
No sin alguna paradoja, lo anterior en modo alguno se ha convertido en un freno razonable a las especulaciones. Buena parte de éstas toman como fundamento lo que, mal que bien, sabemos en lo relativo a lo que ocurrió con el puesto de primer ministro en la era de Yeltsin. El puesto en cuestión operó al cabo, al menos en los momentos decisivos, como catapulta hacia la presidencia del país. No parece que este modelo haya conservado su ascendiente, sin embargo, en los años de dirección putiniana. No olvidemos que antes de la promoción de Zubkov ningún analista consideraba que el cabeza de gobierno fuese en modo alguno un candidato solvente a la presidencia del país. Más aún: cuando, años atrás, el a la sazón primer ministro, Mijáil Kasiánov, fue destituido y reemplazado por el ya mentado Fradkov, todos los estudiosos interpretaron que Putin deseaba deshacerse de un eventual competidor político -Kasiánov- que empezaba a asomar en demasía la cabeza, en provecho de un discreto gestor en el que no cabía adivinar ambición alguna -Fradkov-. Hora es ésta de subrayar que el código de análisis correspondiente no puede invocarse ahora, toda vez que el destituido Fradkov ha permanecido estrictamente fiel a su papel y no aparecía en ninguna de las quinielas -recurramos de nuevo a esta cláusula- que enuncian los nombres de los candidatos llamados a sustituir a Putin.
Claro que la rumorología, por lógica, se pregunta de forma legítima si Putin no estará poniendo en marcha una jugada un tanto sorprendente con Zubkov como beneficiario. Avisemos que el análisis correspondiente, muy imaginativo, parte de una presunción discutible: la de que el presidente obedece al patrón de un desconfiado patológico que estaría preparando en su propio provecho un retorno rapidísimo al Kremlin una vez que, al menos sobre el papel, y con la Constitución en vigor en la mano, no puede contender en las elecciones de marzo. Según esta percepción de los hechos, cada vez más receloso de la pujanza mediática de quienes se antojaban sus candidatos a contender en esas elecciones -Serguéi Ivanov y Dmitri Medvédev-, y acaso temeroso de que, desde la presidencia del país, alguno de ellos decidiese seguir un rumbo propio y le diese la espalda a su mentor de estas horas, Putin habría cortado por lo sano el procedimiento. Así las cosas, se habría inclinado por promocionar a una figura de segundo orden, Zubkov, que -como Fradkov en los últimos años, pero ahora desde la presidencia del país- se encargaría de velar por el legado del actual inquilino del Kremlin y por facilitar -fórmulas no faltan a los ojos de los analistas imaginativos- un rápido retorno de Putin. Convengamos, por añadidura, en que, con un formidable aparato de propaganda a su servicio, la estrategia anterior no reclamaría de mayores esfuerzos en lo que hace a convertir a Zubkov en un candidato asequible y razonablemente aceptado por la población.
Si alguien pregunta por el crédito que merece la consideración que acabo de glosar diré que, hoy por hoy, parece escaso. En realidad su mayor fundamento no es otro que la inicial dificultad de explicar la promoción de Zubkov en estos días. No está de más agregar que la tesis que acabamos de manejar, lejos de otorgar tranquilidad a quienes -y en Rusia son muchos, claro- preferirían que Putin siguiese a la cabeza del país en los años venideros, de forma manifiesta o encubierta, antes bien conduciría inexorablemente a una conclusión delicada: la de que la lucha por el poder dentro del aparato que hemos descrito plácidamente como putiniano es mucho más aguda de lo que parece. Y ello es así porque, de ser cierto el diagnóstico del que nos hemos hecho eco, los desplazados Ivanov y Medvédev, no precisamente ayunos de ambición y de influencia, tendrían, claro, algo que decir.
Si hay algo que queda claro en virtud de las últimas noticias llegadas de Moscú -las que hacen referencia a la sustitución del primer ministro, Mijaíl Fradkov, y a la promoción como sustituto de Víktor Zubkov- es que la determinación de las reglas del juego que habrán de guiar al país en los años venideros corre a cargo, en exclusiva, del presidente Putin. Al respecto no parece tener peso alguno ninguna instancia colegiada -fuere la que fuere: segmentos del poder ejecutivo o direcciones de uno u otro partido- y menos aún, claro, la ciudadanía, convidado de piedra condenado a refrendar lo que Putin decida.
No sin alguna paradoja, lo anterior en modo alguno se ha convertido en un freno razonable a las especulaciones. Buena parte de éstas toman como fundamento lo que, mal que bien, sabemos en lo relativo a lo que ocurrió con el puesto de primer ministro en la era de Yeltsin. El puesto en cuestión operó al cabo, al menos en los momentos decisivos, como catapulta hacia la presidencia del país. No parece que este modelo haya conservado su ascendiente, sin embargo, en los años de dirección putiniana. No olvidemos que antes de la promoción de Zubkov ningún analista consideraba que el cabeza de gobierno fuese en modo alguno un candidato solvente a la presidencia del país. Más aún: cuando, años atrás, el a la sazón primer ministro, Mijáil Kasiánov, fue destituido y reemplazado por el ya mentado Fradkov, todos los estudiosos interpretaron que Putin deseaba deshacerse de un eventual competidor político -Kasiánov- que empezaba a asomar en demasía la cabeza, en provecho de un discreto gestor en el que no cabía adivinar ambición alguna -Fradkov-. Hora es ésta de subrayar que el código de análisis correspondiente no puede invocarse ahora, toda vez que el destituido Fradkov ha permanecido estrictamente fiel a su papel y no aparecía en ninguna de las quinielas -recurramos de nuevo a esta cláusula- que enuncian los nombres de los candidatos llamados a sustituir a Putin.
Claro que la rumorología, por lógica, se pregunta de forma legítima si Putin no estará poniendo en marcha una jugada un tanto sorprendente con Zubkov como beneficiario. Avisemos que el análisis correspondiente, muy imaginativo, parte de una presunción discutible: la de que el presidente obedece al patrón de un desconfiado patológico que estaría preparando en su propio provecho un retorno rapidísimo al Kremlin una vez que, al menos sobre el papel, y con la Constitución en vigor en la mano, no puede contender en las elecciones de marzo. Según esta percepción de los hechos, cada vez más receloso de la pujanza mediática de quienes se antojaban sus candidatos a contender en esas elecciones -Serguéi Ivanov y Dmitri Medvédev-, y acaso temeroso de que, desde la presidencia del país, alguno de ellos decidiese seguir un rumbo propio y le diese la espalda a su mentor de estas horas, Putin habría cortado por lo sano el procedimiento. Así las cosas, se habría inclinado por promocionar a una figura de segundo orden, Zubkov, que -como Fradkov en los últimos años, pero ahora desde la presidencia del país- se encargaría de velar por el legado del actual inquilino del Kremlin y por facilitar -fórmulas no faltan a los ojos de los analistas imaginativos- un rápido retorno de Putin. Convengamos, por añadidura, en que, con un formidable aparato de propaganda a su servicio, la estrategia anterior no reclamaría de mayores esfuerzos en lo que hace a convertir a Zubkov en un candidato asequible y razonablemente aceptado por la población.
Si alguien pregunta por el crédito que merece la consideración que acabo de glosar diré que, hoy por hoy, parece escaso. En realidad su mayor fundamento no es otro que la inicial dificultad de explicar la promoción de Zubkov en estos días. No está de más agregar que la tesis que acabamos de manejar, lejos de otorgar tranquilidad a quienes -y en Rusia son muchos, claro- preferirían que Putin siguiese a la cabeza del país en los años venideros, de forma manifiesta o encubierta, antes bien conduciría inexorablemente a una conclusión delicada: la de que la lucha por el poder dentro del aparato que hemos descrito plácidamente como putiniano es mucho más aguda de lo que parece. Y ello es así porque, de ser cierto el diagnóstico del que nos hemos hecho eco, los desplazados Ivanov y Medvédev, no precisamente ayunos de ambición y de influencia, tendrían, claro, algo que decir.
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