Por GEORGINA HIGUERAS - Madrid - 27/09/2007
Los tres generales que encabezan la Junta Militar birmana ni siquiera confían entre sí. El aislamiento impuesto al país, uno de los más pobres del mundo pese a que posee gas, petróleo y piedras preciosas, procede en buena parte del ostracismo y el oscurantismo de unos militares que han hecho de la represión su modus operandi y de la superstición y la paranoia su código de conducta.
Los analistas internacionales sostienen que el general Than Shwe, de 74 años y jefe de la junta, recela de la ambición del número dos, el general Maung Aye, de 69 años, y éste, a su vez, de sus inmediatos superior e inferior, el teniente general Soe Win, de 59 años. Los tres, sin embargo, siguen ciegamente el consejo de sus respectivos quirománticos y astrólogos.
Amparados en el eufemismo del Consejo de la Paz y el Desarrollo del Estado, bajo el que se oculta uno de los regímenes más brutales del mundo, los generales hicieron oídos sordos del clamor de su pueblo y de la comunidad internacional para democratizar el país. Mientras tanto, un vídeo colgado en YouTube mostró el año pasado a la hija de Than Shwe, adornada con brillantes como garbanzos el día de su boda.
En la historia de traiciones internas entre los militares, la detención en octubre de 2004 del entonces primer ministro, jefe de los servicios de seguridad y número tres de la junta, general Khin Nyunt, frenó antes incluso de su alumbramiento la hoja de ruta prevista por el destituido para emprender la democratización de Birmania.
El diario del régimen, La Nueva Luz de Myanmar, indicó que Khin Nyunt se encontraba bajo arresto domiciliario por "insubordinación, soborno y prácticas corruptas". Pero analistas occidentales establecidos en Tailandia señalaron que la causa de su desgracia fue "el miedo de la junta a su aperturismo". Los frecuentes contactos del ex primer ministro con sus homólogos de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) y con políticos y diplomáticos occidentales cavaron su tumba política.
La paralizada hoja de ruta era un plan que preveía una nueva Constitución, la legalización de los partidos políticos y elecciones generales. La asignatura pendiente seguía siendo que no tenía en cuenta a la Liga Nacional para la Democracia (LND), que encabeza la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.
Herederos del dictador Ne Win -el general que dio el golpe de Estado de 1962, llevó a su país a la bancarrota y a su pueblo a la desgracia-, los militares que desde entonces dirigen Birmania están, al igual que Ne Win, obsesionados con los supuestos intentos del mundo exterior por arrebatarles el poder. Cualquier extranjero que se aventure por Myanmar, incluidos los representantes de la ONU, es visto con recelo y considerado un saboteador de la "paz y el bienestar" que disfruta el país.
Inventor de la "vía birmana hacia el socialismo", una mezcla nacionalista de marxismo y budismo, Ne Win abandonó sorpresivamente el poder en 1988, en medio de la revuelta estudiantil que pedía apertura y democracia. Conmocionados por la salida del dictador, los militares permitieron un verano de libertades políticas, pero en septiembre un nuevo golpe de timón militar puso otra junta al frente de Birmania, que ordenó meses después cambiar el nombre del país por Myanmar.
Aunque con mayores restricciones, la vida política siguió su curso. La junta permitió la celebración de las elecciones, pero aplastó sin escrúpulos sus resultados cuando se hizo evidente que la LND había ganado 392 de los 485 escaños del Parlamento.
La Junta, cada día más perturbada, inauguró este año la nueva capital, Naypyitaw, levantada en el interior para sustituir a Yangon por "cuestiones de seguridad".
Los tres generales que encabezan la Junta Militar birmana ni siquiera confían entre sí. El aislamiento impuesto al país, uno de los más pobres del mundo pese a que posee gas, petróleo y piedras preciosas, procede en buena parte del ostracismo y el oscurantismo de unos militares que han hecho de la represión su modus operandi y de la superstición y la paranoia su código de conducta.
Los analistas internacionales sostienen que el general Than Shwe, de 74 años y jefe de la junta, recela de la ambición del número dos, el general Maung Aye, de 69 años, y éste, a su vez, de sus inmediatos superior e inferior, el teniente general Soe Win, de 59 años. Los tres, sin embargo, siguen ciegamente el consejo de sus respectivos quirománticos y astrólogos.
Amparados en el eufemismo del Consejo de la Paz y el Desarrollo del Estado, bajo el que se oculta uno de los regímenes más brutales del mundo, los generales hicieron oídos sordos del clamor de su pueblo y de la comunidad internacional para democratizar el país. Mientras tanto, un vídeo colgado en YouTube mostró el año pasado a la hija de Than Shwe, adornada con brillantes como garbanzos el día de su boda.
En la historia de traiciones internas entre los militares, la detención en octubre de 2004 del entonces primer ministro, jefe de los servicios de seguridad y número tres de la junta, general Khin Nyunt, frenó antes incluso de su alumbramiento la hoja de ruta prevista por el destituido para emprender la democratización de Birmania.
El diario del régimen, La Nueva Luz de Myanmar, indicó que Khin Nyunt se encontraba bajo arresto domiciliario por "insubordinación, soborno y prácticas corruptas". Pero analistas occidentales establecidos en Tailandia señalaron que la causa de su desgracia fue "el miedo de la junta a su aperturismo". Los frecuentes contactos del ex primer ministro con sus homólogos de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) y con políticos y diplomáticos occidentales cavaron su tumba política.
La paralizada hoja de ruta era un plan que preveía una nueva Constitución, la legalización de los partidos políticos y elecciones generales. La asignatura pendiente seguía siendo que no tenía en cuenta a la Liga Nacional para la Democracia (LND), que encabeza la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.
Herederos del dictador Ne Win -el general que dio el golpe de Estado de 1962, llevó a su país a la bancarrota y a su pueblo a la desgracia-, los militares que desde entonces dirigen Birmania están, al igual que Ne Win, obsesionados con los supuestos intentos del mundo exterior por arrebatarles el poder. Cualquier extranjero que se aventure por Myanmar, incluidos los representantes de la ONU, es visto con recelo y considerado un saboteador de la "paz y el bienestar" que disfruta el país.
Inventor de la "vía birmana hacia el socialismo", una mezcla nacionalista de marxismo y budismo, Ne Win abandonó sorpresivamente el poder en 1988, en medio de la revuelta estudiantil que pedía apertura y democracia. Conmocionados por la salida del dictador, los militares permitieron un verano de libertades políticas, pero en septiembre un nuevo golpe de timón militar puso otra junta al frente de Birmania, que ordenó meses después cambiar el nombre del país por Myanmar.
Aunque con mayores restricciones, la vida política siguió su curso. La junta permitió la celebración de las elecciones, pero aplastó sin escrúpulos sus resultados cuando se hizo evidente que la LND había ganado 392 de los 485 escaños del Parlamento.
La Junta, cada día más perturbada, inauguró este año la nueva capital, Naypyitaw, levantada en el interior para sustituir a Yangon por "cuestiones de seguridad".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario