Por Robert D. Kaplan, corresponsal de The Atlantic y profesor en la Academia Naval de Estados Unidos, además de autor de Hog Pilots, Blue Water Grunts: The American Military in the Air, at Sea and on the Ground (EL MUNDO, 25/09/07):
El verdadero efecto estratégico de la Guerra de Irak ha sido acelerar la llegada del Siglo de Asia. Mientras el Gobierno estadounidense se ha mantenido ocupado en Mesopotamia, y sus aliados europeos continúan recortando sus programas de Defensa, los ejércitos de Asia, en particular los de China, la India, Japón y Corea del Sur, se han dedicado a modernizarse discretamente y, en algunos casos, a aumentar de tamaño.
El dinamismo de los países asiáticos es en la actualidad de carácter militar, además de económico. La tendencia militar que permanece oculta, pero a la vista de todo el mundo, es la paulatina pérdida del océano Pacífico como ámbito de influencia estadounidense tras 60 años de dominio casi absoluto sobre la región. Dentro de poco tiempo, según los analistas de seguridad del grupo de expertos de Strategic Forecasting, los estadounidenses no serán la principal fuente de ayuda humanitaria en casos de desastres naturales en zonas como el archipiélago de Indonesia, como lo fue en 2005. Los barcos de EEUU compartirán las aguas (y el prestigio) con los nuevos superportaaviones de Australia, Japón y Corea del Sur.
Y luego está China, cuya producción y adquisición de submarinos es ahora cinco veces mayor que la de Estados Unidos. Muchos analistas militares piensan que este país está obteniendo una ventaja cuantitativa en términos de tecnología naval, lo que podría erosionar la superioridad cualitativa norteamericana. De hecho, los chinos han hecho adquisiciones inteligentes en lugar de comprar material corriente. Además de en submarinos, Pekín se ha centrado en minas marinas, misiles balísticos capaces de destruir objetivos móviles en el mar, así como en tecnologías que bloquean los satélites GPS.
El objetivo es denegar los mares: disuadir a los portaaviones y a los buques de escolta estadounidenses de acercarse al continente asiático dondequiera y cuando quieran. Este tipo de disuasión es el extremo sutil de la alta tecnología, de la asimetría militar, a diferencia del extremo rudimentario, de baja tecnología, que hemos visto en las bombas de fabricación casera de Irak. Independientemente de que China tenga o no alguna vez motivo para desafiar a EEUU, cada vez dispondrá de una mayor capacidad para hacerlo. Sin duda, no todos los miles de millones de dólares que se han gastado en Irak (una guerra que contó con mi apoyo) se habrían empleado en los nuevos y costosos sistemas aéreos y navales necesarios para mantener nuestra relativa ventaja ante algún futuro socio competidor como China. Pero una parte sí.
La expansión militar de China, cuyo presupuesto de defensa ha registrado un crecimiento anual de dos dígitos en los últimos 19 años, es parte de una tendencia regional más amplia. Rusia -una nación tanto del Pacífico como de Europa, no debemos olvidarlo-, va por detrás de Estados Unidos y China en lo que concierne a gasto militar. Japón, que cuenta con 119 buques de combate, incluidos 20 submarinos de tipo diésel-eléctrico, puede presumir de tener una fuerza naval tres veces más grande que la del Reino Unido (y pronto será cuatro veces mayor: entre 13 y 19 de los últimos 44 grandes buques de Reino Unido pasarán a la reserva por orden del Gobierno laboralista).
La Armada de la India podría llegar a ser la tercera del mundo en sólo unos años, a medida que incrementa su actividad en el océano Indico, desde el canal de Mozambique hasta el estrecho de Malaca, entre Indonesia y Malasia. Por su parte, Corea del sur, Singapur y Pakistán invierten un mayor porcentaje de su producto interior bruto en defensa que el Reino Unido o Francia, que son, de lejos, los países europeos con más mentalidad militar.
Las tendencias simultáneas de una Asia en auge y un Oriente Próximo que se desmorona políticamente probablemente destaquen la importancia naval del océano Indico y los mares circundantes, que son los cuellos de botella de aguas marrones del comercio mundial: el estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico, el estrecho de Bab el Mandeb, a la entrada del Mar Rojo, y Malaca. Estas angostas vías marítimas serán cada vez más susceptibles a ataques terroristas, incluso a medida que se vean más atascadas por los petroleros que transportan el crudo de Oriente Próximo a las crecientes clases medias de la India y China. Los mares circundantes se convertirán en aguas territoriales para los buques de combate chinos e indios, que navegarán para proteger las rutas de sus respectivos petroleros.
De hecho, China va a conceder 200 millones de dólares a Pakistán para construir un puerto de aguas profundas en Gwadar, a apenas 390 millas náuticas del estrecho de Ormuz. Pekín también intenta colaborar con la Junta Militar de Myanmar para crear otro puerto de aguas profundas en la Bahía de Bengala. Incluso ha dado a entender que está dispuesta a financiar la construcción de un canal de 30 kilómetros a lo largo del istmo de Kra, en Tailandia, que abriría una nueva vía de comunicación entre los océanos Indico y Pacífico. Por extraño que parezca, el Pacífico, como principio organizador de los asuntos militares del planeta, también se cernirá sobre Africa. No es un secreto que uno de los principales motivos detrás de la decisión del Pentágono de establecer su nuevo Centro de Mando Africano es contener y vigilar la creciente red de proyectos de desarrollo que China ha emprendido a lo largo de las regiones subsaharianas.
No obstante, el cálculo de presupuestos, despliegues y plataformas aéreas y marinas no indica del todo hasta qué punto se está moviendo el suelo que pisamos. El poder militar yace fundamentalmente en la voluntad de utilizarlo, quizá menos en tiempos de guerra que en tiempos de paz, como medio de influencia y coacción.
Esto, a su vez, requiere un nacionalismo enérgico, algo que resulta más evidente ahora en Asia que en otras regiones de un Occidente que deja cada vez más en el pasado su época nacionalista. Como señala Paul Bracken, analista político de la Universidad de Yale, en su libro Fire in the East: The Rise of Asian Military Power and the Second Nuclear Age, «los indios, paquistaníes y chinos están muy orgullosos de poseer armas nucleares, a diferencia de las potencias occidentales, que parecen sentirse casi avergonzadas de necesitarlas. De la misma manera, el derecho a producir armas nucleares es algo que une a los iraníes, independientemente de la opinión que tengan del actual régimen clerical».
Reparar las relaciones con Europa es sólo una respuesta parcial a los problemas de Estados Unidos en los océanos Pacífico e Indico, pues Europa continúa distanciándose del poder militar. Esta tendencia se ha visto acelerada por la Guerra de Irak, que ha contribuido a la legitimación del naciente pacifismo europeo. Los ciudadanos de países como Alemania, Italia y España no ven como soldados a los integrantes de sus Fuerzas Armadas, sino como funcionarios con uniforme: sus cometidos son las misiones de pacificación y las misiones humanitarias.
Mientras, Asia está marcada por rivalidades que fomentan la carrera armamentística tradicional. A pesar de cordiales lazos económicos entre Japón y China, y entre Japón y Corea del Sur, los japoneses y los chinos se han enfrentado verbalmente por la reivindicación de las islas de Senkaku (o de Diaoyutai, como las llaman los chinos) en el mar de China Oriental; así como lo han hecho japoneses y surcoreanos a causa de las islas de Takeshima (o islas Tokdo para los coreanos) en el mar de Japón. Se trata de disputas territoriales clásicas, que despiertan el tipo de emociones que a menudo han provocado guerras en Europa en tiempos modernos.
A pesar de estas tensiones, Estados Unidos también debería preocuparse de un posible acuerdo de cooperación entre China y Japón. Algunos de los recientes acercamientos diplomáticos de China se han expresado con un nuevo tono de respeto y camaradería, mientras intenta moderar la campaña de rearme de Japón y de este modo reducir la influencia regional de Estados Unidos.
El empuje militar y económico en la región es producto de la unión de las élites militares, políticas y económicas. En Asia, la política suele detenerse al borde del agua. En un Estados Unidos posterior a George W. Bush, si no encontramos la manera de ponernos de acuerdo en preceptos básicos, la guerra de Irak puede, de hecho, resultar el acontecimiento que marque nuestro declive militar.
Impedir eso requerirá un gasto militar elevado y continuo, en combinación con un multilateralismo implacable, una política que no seguimos desde los años 90. En los vastos espacios oceánicos que bordean los océanos Pacífico e Indico, el poder aéreo, naval y espacial será primordial tanto como medio de disuasión como para la vigilancia de vías de comercio marítimo. Una potencia mundial en paz necesita de todos modos una Armada y unas Fuerzas Aéreas desplegadas lo más lejos posible. Eso cuesta dinero. Incluso a pesar del coste pantagruélico de Irak, nuestro presupuesto de defensa sigue estando por debajo del 5% del PIB, una cifra baja en términos históricos.
Además, la vitalidad misma de las naciones-Estado en los océanos Pacífico e Indico nos llevan de vuelta a un mundo anterior, basado en el arte del gobierno tradicional, en el que tendremos que apoyar incansablemente a nuestros aliados y buscar la cooperación con los competidores. Por tanto, debemos aprovechar la ventaja que supone el creciente peligro del terrorismo y de la piratería para conseguir que las fuerzas navales chinas e indias participen en patrullas conjuntas en los cuellos de botella del comercio marítimo y las rutas de los petroleros.
De todos modos, debemos de tener cuidado de no apoyar muy abiertamente a Japón y a India en detrimento de China. Los japoneses siguen inspirando desconfianza en toda Asia, particularmente en la Península de Corea, por motivo de los horrores de la II Guerra Mundial. En cuanto a India, como me indicaron varios destacados expertos políticos del país durante una visita que hice recientemente, seguirá no alineada, pero ligeramente inclinada hacia Estados Unidos. Sin embargo, cualquier alianza oficial con India comprometería la frágil relación que mantiene con China. La sutileza debe ser la piedra angular de nuestra política. Tenemos que atraer a China, no confabularnos en su contra. Ya que seguimos siendo el único actor de importancia en los océanos Pacífico e Indico que no tiene ambiciones ni disputas territoriales con los vecinos, nuestro objetivo debería hacernos indispensables, en lugar de ejercer el dominio. Mantener esta posición hasta bien entrado el siglo XXI sería un logro clamoroso.
El verdadero efecto estratégico de la Guerra de Irak ha sido acelerar la llegada del Siglo de Asia. Mientras el Gobierno estadounidense se ha mantenido ocupado en Mesopotamia, y sus aliados europeos continúan recortando sus programas de Defensa, los ejércitos de Asia, en particular los de China, la India, Japón y Corea del Sur, se han dedicado a modernizarse discretamente y, en algunos casos, a aumentar de tamaño.
El dinamismo de los países asiáticos es en la actualidad de carácter militar, además de económico. La tendencia militar que permanece oculta, pero a la vista de todo el mundo, es la paulatina pérdida del océano Pacífico como ámbito de influencia estadounidense tras 60 años de dominio casi absoluto sobre la región. Dentro de poco tiempo, según los analistas de seguridad del grupo de expertos de Strategic Forecasting, los estadounidenses no serán la principal fuente de ayuda humanitaria en casos de desastres naturales en zonas como el archipiélago de Indonesia, como lo fue en 2005. Los barcos de EEUU compartirán las aguas (y el prestigio) con los nuevos superportaaviones de Australia, Japón y Corea del Sur.
Y luego está China, cuya producción y adquisición de submarinos es ahora cinco veces mayor que la de Estados Unidos. Muchos analistas militares piensan que este país está obteniendo una ventaja cuantitativa en términos de tecnología naval, lo que podría erosionar la superioridad cualitativa norteamericana. De hecho, los chinos han hecho adquisiciones inteligentes en lugar de comprar material corriente. Además de en submarinos, Pekín se ha centrado en minas marinas, misiles balísticos capaces de destruir objetivos móviles en el mar, así como en tecnologías que bloquean los satélites GPS.
El objetivo es denegar los mares: disuadir a los portaaviones y a los buques de escolta estadounidenses de acercarse al continente asiático dondequiera y cuando quieran. Este tipo de disuasión es el extremo sutil de la alta tecnología, de la asimetría militar, a diferencia del extremo rudimentario, de baja tecnología, que hemos visto en las bombas de fabricación casera de Irak. Independientemente de que China tenga o no alguna vez motivo para desafiar a EEUU, cada vez dispondrá de una mayor capacidad para hacerlo. Sin duda, no todos los miles de millones de dólares que se han gastado en Irak (una guerra que contó con mi apoyo) se habrían empleado en los nuevos y costosos sistemas aéreos y navales necesarios para mantener nuestra relativa ventaja ante algún futuro socio competidor como China. Pero una parte sí.
La expansión militar de China, cuyo presupuesto de defensa ha registrado un crecimiento anual de dos dígitos en los últimos 19 años, es parte de una tendencia regional más amplia. Rusia -una nación tanto del Pacífico como de Europa, no debemos olvidarlo-, va por detrás de Estados Unidos y China en lo que concierne a gasto militar. Japón, que cuenta con 119 buques de combate, incluidos 20 submarinos de tipo diésel-eléctrico, puede presumir de tener una fuerza naval tres veces más grande que la del Reino Unido (y pronto será cuatro veces mayor: entre 13 y 19 de los últimos 44 grandes buques de Reino Unido pasarán a la reserva por orden del Gobierno laboralista).
La Armada de la India podría llegar a ser la tercera del mundo en sólo unos años, a medida que incrementa su actividad en el océano Indico, desde el canal de Mozambique hasta el estrecho de Malaca, entre Indonesia y Malasia. Por su parte, Corea del sur, Singapur y Pakistán invierten un mayor porcentaje de su producto interior bruto en defensa que el Reino Unido o Francia, que son, de lejos, los países europeos con más mentalidad militar.
Las tendencias simultáneas de una Asia en auge y un Oriente Próximo que se desmorona políticamente probablemente destaquen la importancia naval del océano Indico y los mares circundantes, que son los cuellos de botella de aguas marrones del comercio mundial: el estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico, el estrecho de Bab el Mandeb, a la entrada del Mar Rojo, y Malaca. Estas angostas vías marítimas serán cada vez más susceptibles a ataques terroristas, incluso a medida que se vean más atascadas por los petroleros que transportan el crudo de Oriente Próximo a las crecientes clases medias de la India y China. Los mares circundantes se convertirán en aguas territoriales para los buques de combate chinos e indios, que navegarán para proteger las rutas de sus respectivos petroleros.
De hecho, China va a conceder 200 millones de dólares a Pakistán para construir un puerto de aguas profundas en Gwadar, a apenas 390 millas náuticas del estrecho de Ormuz. Pekín también intenta colaborar con la Junta Militar de Myanmar para crear otro puerto de aguas profundas en la Bahía de Bengala. Incluso ha dado a entender que está dispuesta a financiar la construcción de un canal de 30 kilómetros a lo largo del istmo de Kra, en Tailandia, que abriría una nueva vía de comunicación entre los océanos Indico y Pacífico. Por extraño que parezca, el Pacífico, como principio organizador de los asuntos militares del planeta, también se cernirá sobre Africa. No es un secreto que uno de los principales motivos detrás de la decisión del Pentágono de establecer su nuevo Centro de Mando Africano es contener y vigilar la creciente red de proyectos de desarrollo que China ha emprendido a lo largo de las regiones subsaharianas.
No obstante, el cálculo de presupuestos, despliegues y plataformas aéreas y marinas no indica del todo hasta qué punto se está moviendo el suelo que pisamos. El poder militar yace fundamentalmente en la voluntad de utilizarlo, quizá menos en tiempos de guerra que en tiempos de paz, como medio de influencia y coacción.
Esto, a su vez, requiere un nacionalismo enérgico, algo que resulta más evidente ahora en Asia que en otras regiones de un Occidente que deja cada vez más en el pasado su época nacionalista. Como señala Paul Bracken, analista político de la Universidad de Yale, en su libro Fire in the East: The Rise of Asian Military Power and the Second Nuclear Age, «los indios, paquistaníes y chinos están muy orgullosos de poseer armas nucleares, a diferencia de las potencias occidentales, que parecen sentirse casi avergonzadas de necesitarlas. De la misma manera, el derecho a producir armas nucleares es algo que une a los iraníes, independientemente de la opinión que tengan del actual régimen clerical».
Reparar las relaciones con Europa es sólo una respuesta parcial a los problemas de Estados Unidos en los océanos Pacífico e Indico, pues Europa continúa distanciándose del poder militar. Esta tendencia se ha visto acelerada por la Guerra de Irak, que ha contribuido a la legitimación del naciente pacifismo europeo. Los ciudadanos de países como Alemania, Italia y España no ven como soldados a los integrantes de sus Fuerzas Armadas, sino como funcionarios con uniforme: sus cometidos son las misiones de pacificación y las misiones humanitarias.
Mientras, Asia está marcada por rivalidades que fomentan la carrera armamentística tradicional. A pesar de cordiales lazos económicos entre Japón y China, y entre Japón y Corea del Sur, los japoneses y los chinos se han enfrentado verbalmente por la reivindicación de las islas de Senkaku (o de Diaoyutai, como las llaman los chinos) en el mar de China Oriental; así como lo han hecho japoneses y surcoreanos a causa de las islas de Takeshima (o islas Tokdo para los coreanos) en el mar de Japón. Se trata de disputas territoriales clásicas, que despiertan el tipo de emociones que a menudo han provocado guerras en Europa en tiempos modernos.
A pesar de estas tensiones, Estados Unidos también debería preocuparse de un posible acuerdo de cooperación entre China y Japón. Algunos de los recientes acercamientos diplomáticos de China se han expresado con un nuevo tono de respeto y camaradería, mientras intenta moderar la campaña de rearme de Japón y de este modo reducir la influencia regional de Estados Unidos.
El empuje militar y económico en la región es producto de la unión de las élites militares, políticas y económicas. En Asia, la política suele detenerse al borde del agua. En un Estados Unidos posterior a George W. Bush, si no encontramos la manera de ponernos de acuerdo en preceptos básicos, la guerra de Irak puede, de hecho, resultar el acontecimiento que marque nuestro declive militar.
Impedir eso requerirá un gasto militar elevado y continuo, en combinación con un multilateralismo implacable, una política que no seguimos desde los años 90. En los vastos espacios oceánicos que bordean los océanos Pacífico e Indico, el poder aéreo, naval y espacial será primordial tanto como medio de disuasión como para la vigilancia de vías de comercio marítimo. Una potencia mundial en paz necesita de todos modos una Armada y unas Fuerzas Aéreas desplegadas lo más lejos posible. Eso cuesta dinero. Incluso a pesar del coste pantagruélico de Irak, nuestro presupuesto de defensa sigue estando por debajo del 5% del PIB, una cifra baja en términos históricos.
Además, la vitalidad misma de las naciones-Estado en los océanos Pacífico e Indico nos llevan de vuelta a un mundo anterior, basado en el arte del gobierno tradicional, en el que tendremos que apoyar incansablemente a nuestros aliados y buscar la cooperación con los competidores. Por tanto, debemos aprovechar la ventaja que supone el creciente peligro del terrorismo y de la piratería para conseguir que las fuerzas navales chinas e indias participen en patrullas conjuntas en los cuellos de botella del comercio marítimo y las rutas de los petroleros.
De todos modos, debemos de tener cuidado de no apoyar muy abiertamente a Japón y a India en detrimento de China. Los japoneses siguen inspirando desconfianza en toda Asia, particularmente en la Península de Corea, por motivo de los horrores de la II Guerra Mundial. En cuanto a India, como me indicaron varios destacados expertos políticos del país durante una visita que hice recientemente, seguirá no alineada, pero ligeramente inclinada hacia Estados Unidos. Sin embargo, cualquier alianza oficial con India comprometería la frágil relación que mantiene con China. La sutileza debe ser la piedra angular de nuestra política. Tenemos que atraer a China, no confabularnos en su contra. Ya que seguimos siendo el único actor de importancia en los océanos Pacífico e Indico que no tiene ambiciones ni disputas territoriales con los vecinos, nuestro objetivo debería hacernos indispensables, en lugar de ejercer el dominio. Mantener esta posición hasta bien entrado el siglo XXI sería un logro clamoroso.
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