Por Anthony Giddens, sociólogo británico, autor de La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 09/09/07):
He asistido recientemente a un encuentro de los Gracos [Gracques] en París. Los Gracos son un influyente grupo de la izquierda francesa, formado por ex altos funcionarios, embajadores y otras personalidades. Son esencialmente un grupo modernizador, que pretende transportar a la izquierda al siglo XXI, una tarea más difícil en Francia que en la mayoría de los demás países porque allí la izquierda sigue siendo más tradicional. Muchos siguen pensando que su tarea fundamental es mantener a raya las fuerzas de la globalización, resistir frente a la americanización y conservar los sistemas de bienestar actuales tal como están, en vez de reformarlos.
En mi intervención afirmé que la política actual tiene cuatro dimensiones. La división entre derecha e izquierda sigue teniendo sentido. Una persona de izquierdas cree en el progresismo -que podemos influir en la historia para mejorarla-, la solidaridad -una sociedad en la que nadie se queda fuera-, la igualdad -reducir las desigualdades es beneficioso para toda la sociedad-, la necesidad de proteger a los más vulnerables y la idea de que para lograr esos objetivos son necesarios el Estado y otras instituciones públicas. Sin embargo, en un mundo en cambio constante, existe otra dimensión igual de importante, la de la modernización contra el conservadurismo.
Modernización significa elaborar políticas que nos permitan adaptarnos a un mundo distinto del anterior, en el que la globalización es el principal motor del cambio. Y ya no tiene por qué identificarse a la derecha política con el conservadurismo. Puede haber modernizadores de derechas; Sarkozy es un ejemplo perfecto. El futuro de la izquierda en Francia, dije, pero también en general, está en adoptar la modernización; en otras palabras, en elaborar políticas que nos ayuden a preservar y profundizar los valores de izquierdas en la era de la globalización. Tenemos que convencer a los conservadores de izquierdas de que avancen hacia la modernidad.
Me parece muy bien que las personas de izquierdas sigan llamándose a sí mismas socialistas, siempre que reconozcan que esa palabra, hoy, no es más que una etiqueta que significa ser de izquierdas. El socialismo en sí es un proyecto muerto, porque se basaba en la idea de que los mecanismos de mercado pueden sustituirse por una economía regulada y en la tesis de que es posible superar el capitalismo con una sociedad muy distinta. El socialismo fue hijo de la sociedad industrial, mientras que ahora vivimos en una sociedad posindustrial (globalizadora), con una estructura de clase distinta y una dinámica diferente. Ya no podemos definir la izquierda en función de la lucha de la clase obrera; la clase obrera está desapareciendo. La izquierda de hoy tiene que ir mucho más allá de sus partidarios establecidos. La izquierda sólo puede prosperar como “centroizquierda”.
Estas ideas tuvieron buena acogida en la conferencia. Después de su derrota, la izquierda francesa está tratando de reformarse. Hubo otros que hablaron en un sentido similar. Uno de ellos fue el alcalde de Roma, Walter Veltroni, que causó un gran revuelo al afirmar que habría que modernizar la Internacional Socialista en el mismo sentido que las izquierdas nacionales de los distintos países. La historia de la IS es representativa de la evolución de la izquierda, con sus continuidades pero también con sus divisiones sectarias. Se fundó a principios del siglo XX y fue el vehículo del “socialismo democrático”, es decir, los que deseaban establecer el socialismo a través del proceso democrático, no mediante la revolución. Se disolvió durante la I Guerra Mundial, luego volvió a organizarse y posteriormente se escindió en diversos fragmentos. Su encarnación actual data de 1951.
Sobre el papel, la IS es muy activa. En su declaración de principios afirma su interés por todos los problemas y dilemas fundamentales de la sociedad mundial. Cuenta con diversos grupos de trabajo y a menudo envía misiones y delegaciones a varias regiones del mundo. Entre quienes la han presidido figuran algunos de los principales líderes de izquierdas de la historia, como Willy Brandt, Pierre Mauroy y Antonio Guterres. En la práctica, aunque elabora informes y documentos muy preparados y exhaustivos, tiene escasa influencia. La mayoría de los ciudadanos, seguramente, no ha oído hablar nunca de ella. La situación es muy distinta del objetivo inicial de la organización, que era nada más y nada menos que el triunfo del socialismo en el ámbito internacional.
Veltroni propuso cambiarle el nombre y, al mismo tiempo, renovar y modificar su misión. La nueva organización podría lanzarse bajo el título de Asociación de Socialdemócratas, o algo semejante. La IS mantiene una definición más bien doctrinaria de “socialista” y “socialdemócrata” a la hora de decidir qué partidos tienen derecho a integrarse. Ése es uno de los factores que explican que tenga una influencia tan limitada. El mayor partido de izquierdas, el Partido Demócrata, en el país más poderoso del mundo, Estados Unidos, no cumple los requisitos. El único partido estadounidense afiliado es el diminuto Partido de los Socialistas Democráticos de América.
Como es natural, las sugerencias de Veltroni son, en parte, interesadas. El nuevo grupo político proyectado en Italia, el Partido Demócrata, cuyos miembros han pertenecido en el pasado a diversos partidos de izquierdas, puede verse excluido de la IS. Sin embargo, es justo decir que esta propuesta pone sobre la mesa muchas más cosas. Simpatizo enormemente con la postura de Veltroni. La IS necesita reformarse y modernizarse, por su propio interés. No hay motivos para insistir en imponer límites estrictos entre unos partidos progresistas que incluyen en su nombre “socialista” o “socialdemócrata” y otros que no. Un cambio de nombre y una entrada de aire fresco entre los miembros no servirían por sí solos para hacer que la IS tuviera más influencia en el mundo, pero constituirían un comienzo.
He asistido recientemente a un encuentro de los Gracos [Gracques] en París. Los Gracos son un influyente grupo de la izquierda francesa, formado por ex altos funcionarios, embajadores y otras personalidades. Son esencialmente un grupo modernizador, que pretende transportar a la izquierda al siglo XXI, una tarea más difícil en Francia que en la mayoría de los demás países porque allí la izquierda sigue siendo más tradicional. Muchos siguen pensando que su tarea fundamental es mantener a raya las fuerzas de la globalización, resistir frente a la americanización y conservar los sistemas de bienestar actuales tal como están, en vez de reformarlos.
En mi intervención afirmé que la política actual tiene cuatro dimensiones. La división entre derecha e izquierda sigue teniendo sentido. Una persona de izquierdas cree en el progresismo -que podemos influir en la historia para mejorarla-, la solidaridad -una sociedad en la que nadie se queda fuera-, la igualdad -reducir las desigualdades es beneficioso para toda la sociedad-, la necesidad de proteger a los más vulnerables y la idea de que para lograr esos objetivos son necesarios el Estado y otras instituciones públicas. Sin embargo, en un mundo en cambio constante, existe otra dimensión igual de importante, la de la modernización contra el conservadurismo.
Modernización significa elaborar políticas que nos permitan adaptarnos a un mundo distinto del anterior, en el que la globalización es el principal motor del cambio. Y ya no tiene por qué identificarse a la derecha política con el conservadurismo. Puede haber modernizadores de derechas; Sarkozy es un ejemplo perfecto. El futuro de la izquierda en Francia, dije, pero también en general, está en adoptar la modernización; en otras palabras, en elaborar políticas que nos ayuden a preservar y profundizar los valores de izquierdas en la era de la globalización. Tenemos que convencer a los conservadores de izquierdas de que avancen hacia la modernidad.
Me parece muy bien que las personas de izquierdas sigan llamándose a sí mismas socialistas, siempre que reconozcan que esa palabra, hoy, no es más que una etiqueta que significa ser de izquierdas. El socialismo en sí es un proyecto muerto, porque se basaba en la idea de que los mecanismos de mercado pueden sustituirse por una economía regulada y en la tesis de que es posible superar el capitalismo con una sociedad muy distinta. El socialismo fue hijo de la sociedad industrial, mientras que ahora vivimos en una sociedad posindustrial (globalizadora), con una estructura de clase distinta y una dinámica diferente. Ya no podemos definir la izquierda en función de la lucha de la clase obrera; la clase obrera está desapareciendo. La izquierda de hoy tiene que ir mucho más allá de sus partidarios establecidos. La izquierda sólo puede prosperar como “centroizquierda”.
Estas ideas tuvieron buena acogida en la conferencia. Después de su derrota, la izquierda francesa está tratando de reformarse. Hubo otros que hablaron en un sentido similar. Uno de ellos fue el alcalde de Roma, Walter Veltroni, que causó un gran revuelo al afirmar que habría que modernizar la Internacional Socialista en el mismo sentido que las izquierdas nacionales de los distintos países. La historia de la IS es representativa de la evolución de la izquierda, con sus continuidades pero también con sus divisiones sectarias. Se fundó a principios del siglo XX y fue el vehículo del “socialismo democrático”, es decir, los que deseaban establecer el socialismo a través del proceso democrático, no mediante la revolución. Se disolvió durante la I Guerra Mundial, luego volvió a organizarse y posteriormente se escindió en diversos fragmentos. Su encarnación actual data de 1951.
Sobre el papel, la IS es muy activa. En su declaración de principios afirma su interés por todos los problemas y dilemas fundamentales de la sociedad mundial. Cuenta con diversos grupos de trabajo y a menudo envía misiones y delegaciones a varias regiones del mundo. Entre quienes la han presidido figuran algunos de los principales líderes de izquierdas de la historia, como Willy Brandt, Pierre Mauroy y Antonio Guterres. En la práctica, aunque elabora informes y documentos muy preparados y exhaustivos, tiene escasa influencia. La mayoría de los ciudadanos, seguramente, no ha oído hablar nunca de ella. La situación es muy distinta del objetivo inicial de la organización, que era nada más y nada menos que el triunfo del socialismo en el ámbito internacional.
Veltroni propuso cambiarle el nombre y, al mismo tiempo, renovar y modificar su misión. La nueva organización podría lanzarse bajo el título de Asociación de Socialdemócratas, o algo semejante. La IS mantiene una definición más bien doctrinaria de “socialista” y “socialdemócrata” a la hora de decidir qué partidos tienen derecho a integrarse. Ése es uno de los factores que explican que tenga una influencia tan limitada. El mayor partido de izquierdas, el Partido Demócrata, en el país más poderoso del mundo, Estados Unidos, no cumple los requisitos. El único partido estadounidense afiliado es el diminuto Partido de los Socialistas Democráticos de América.
Como es natural, las sugerencias de Veltroni son, en parte, interesadas. El nuevo grupo político proyectado en Italia, el Partido Demócrata, cuyos miembros han pertenecido en el pasado a diversos partidos de izquierdas, puede verse excluido de la IS. Sin embargo, es justo decir que esta propuesta pone sobre la mesa muchas más cosas. Simpatizo enormemente con la postura de Veltroni. La IS necesita reformarse y modernizarse, por su propio interés. No hay motivos para insistir en imponer límites estrictos entre unos partidos progresistas que incluyen en su nombre “socialista” o “socialdemócrata” y otros que no. Un cambio de nombre y una entrada de aire fresco entre los miembros no servirían por sí solos para hacer que la IS tuviera más influencia en el mundo, pero constituirían un comienzo.
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