Por Jordi Borja, profesor de la Universidad Oberta de Catalunya (EL PAÍS, 26/09/07):
Sarkozy, “el presidente caníbal”, como titula el Nouvel Observateur, es la última moda de la derecha europea. Presidente hiperactivo que anula a sus ministros e impone una acción reformadora a ritmo diario o casi, ha desarbolado a la izquierda francesa esgrimiendo la bandera del cambio y reclutando a algunas de sus personalidades.
Rocard (el cual por cierto no se ha pasado a la corte de Sarkozy como Lang o Kouchner) recuerda que no se “cambia la sociedad por decreto” (como dijo en su día el sociólogo Michel Crozier) y por ahora las reformas sarkozyanas con efectos prácticos han sido desgravar las herencias de los ricos y aumentar la represión sobre la inmigración imponiendo a los servicios del Ministerio del Interior cupos anuales de detenciones y expulsiones de extranjeros y limitación del reagrupamiento familiar mediante normas más propias de regímenes racistas como lo es la exigencia del ADN de los hijos. Si éstos son los cambios de la derecha moderna la izquierda tiene asegurada una larga vida.
Pero debe reconocerse que el estilo de Sarkozy (al que ha sucumbido Yasmina Reza, la autora de Arte, la exitosa obra teatral, quien acaba de publicar un libro sobre el personaje) es llamativo, seductor y tiene la virtud de afrontar problemas reales de la sociedad con un lenguaje nuevo, muy lejos de la ramplonería grosera de las conservadoras cúpulas del PP o de la Iglesia.
La otra cara de la moda actual es considerar a la socialdemocracia como algo vetusto, casi reaccionario, a la que se acusa contradictoriamente de defender ideas utópicas (por ejemplo, su generosidad o tolerancia respecto a temas como la inmigración) y privilegios sindicales o sociales (como los relativos a la reducción del trabajo y la generación de empleo). Es decir, valores propios del liberalismo democrático y del Estado del bienestar como reductor de desigualdades sociales y garantizador del acceso a los servicios básicos que proporcionan seguridad frente al riesgo y ofrecen esperanza de movilidad ascendente.
El principal acusado es el Partido Socialista Francés. Se olvida que su candidata al Elíseo, Ségolène Royal, tan criticada incluso por algunos de los líderes de su partido (Jospin acaba de publicar un libro de una sorprendente agresividad), alcanzó el 47% de los votos en las elecciones presidenciales y que posteriormente el PS obtuvo uno de sus mejores resultados en las legislativas, aunque el sistema mayoritario haya permitido que la derecha alcanzara la mayoría absoluta, lo cual no hubiera ocurrido con un sistema proporcional, como en España. Ya nos gustaría en España que el debate y las ideas renovadoras que se producen en la izquierda francesa tuvieran su equivalente acá.
Un libro reciente del brillante intelectual Jacques Attali ha irrumpido con fuerza en este debate, en Francia y en otros países europeos y americanos: una voluminosa biografía de Karl Marx. Attali fue asesor de Mitterrand pero, como él mismo reconoce, se consideraba ajeno a la cultura política dominante en los partidos de izquierda y nunca se había interesado por el marxismo. Pero tuvo la intuición de que Marx podía ofrecer algunas pistas para entender el mundo actual, el de la globalización. Algo que ya habían explicado otros autores anglosajones como David Harvey en su libro Espacios de esperanza, traducido al castellano. La obra de Attali es ante todo una biografía de las ideas de Marx y reconstruye su pensamiento sin perderse por los caminos dogmáticos e inoperantes del marxismo burocrático y menos aún por la degeneración criminal del modelo político estalinista, tan alejado de Marx como la Inquisición pueda estarlo de la teología de la liberación.
Asistimos, pues, a una revalorización en los medios intelectuales del marxismo de Marx, o como él expresaba cuando se declaraba no marxista, de un conjunto de ideas que ayudan a entender nuestro mundo, sus contradicciones y sus tendencias de futuro, y que afortunadamente no se presentan como una receta política prêt-à-porter. Pero sí que son un estímulo para cualquier proyecto renovador.
Estamos, nos parece, en el inicio de un nuevo ciclo político, y los que no se renueven están destinados a desaparecer en las catacumbas de la historia. Lo viejo, lo que se muere, aún ocupa a veces el poder o está presente en el escenario de la política, pero es simplemente un poder agónico o una presencia fantasmal. Como Bush, este cadáver político disfrazado de presidente, que sólo ha destacado por su perversa ignorancia. O Berlusconi, un patético clown que, como cantaba Reggiani, está dando su última vuelta a la pista. En España no estoy seguro de que el PSOE haya hecho muchos merecimientos para ganar las elecciones, pero sí estoy con vencido de que el actual PP no puede ganarlas ni se lo merece, no por ser conservador sino por rancio, anticuado, retrógrado, apolillado, intolerante, feo y malo.
Sarkozy representa la derecha renovada, y es útil distinguir en qué es renovada y en qué es conservadora. Su discurso es republicano, democrático, ciudadano, sin resabios ancien régime, a diferencia del de una derecha como el actual Partido Popular español que incluso es incapaz de rechazar el franquismo y sus secuelas.
En España, una derecha inteligente sería la más interesada en promover una ley de la Memoria Histórica como la que ahora se debate. Sarkozy, cuando practica una política represiva contra la población inmigrada lo hace en nombre de los valores de la República y de los intereses de las clases populares. Es neoliberal y proamericano, pero se declara protector del interés y de la identidad nacionales. Exalta el valor de la autoridad y del orden, pero también del trabajo y del mérito como medio de ascenso social. Y lo utiliza para alargar la jornada laboral y reducir las ayudas sociales. En resumen, el discurso es renovado, capaz de llegar a amplios sectores de la sociedad, y al mismo tiempo exalta los valores del pasado y preserva la desigual estructura social, con sus privilegios y sus víctimas. En nuestras sociedades hipermodernas sólo esta derecha tiene futuro.
La izquierda busca también sus modos de renovarse. Como es más difícil cambiar para reformar la sociedad que para conservarla es lógico que sus intentos tarden más en convertirse en éxitos y en consolidarse. La vía predominante es el “centrismo”, como el blairismo, o el que ahora gobierna en Italia. Tiene el inconveniente de que se coloca en muchos aspectos en el terreno del adversario: sumisión al mercado, discurso securitario, aceptación acrítica de la globalización, actitud reverencial hacia poderes fácticos como los religiosos…
El riesgo de la renovación de la izquierda es que diluya un proyecto de futuro, que su práctica de gobierno mantenga las desigualdades y que se pierdan apoyos en los sectores populares. La renovación sólo será eficaz si recupera los valores de igualdad y racionalidad, de derechos universales y sometimiento de la economía a los intereses colectivos, de rechazo del autoritarismo y de los privilegios, incluidos los de los poderes fácticos. En España, el temor a estos poderes resulta paralizante incluso a la hora de defender algo tan obvio como lo que expresa el proyecto de ley de la Memoria Histórica, simplemente una condena del franquismo y un reconocimiento de sus víctimas. Lo cual requiere una cierta dosis de coraje. Pero como escribió Borges, “nunca nadie se arrepiente de haber tenido algunos momentos de coraje en su vida”.
Sarkozy, “el presidente caníbal”, como titula el Nouvel Observateur, es la última moda de la derecha europea. Presidente hiperactivo que anula a sus ministros e impone una acción reformadora a ritmo diario o casi, ha desarbolado a la izquierda francesa esgrimiendo la bandera del cambio y reclutando a algunas de sus personalidades.
Rocard (el cual por cierto no se ha pasado a la corte de Sarkozy como Lang o Kouchner) recuerda que no se “cambia la sociedad por decreto” (como dijo en su día el sociólogo Michel Crozier) y por ahora las reformas sarkozyanas con efectos prácticos han sido desgravar las herencias de los ricos y aumentar la represión sobre la inmigración imponiendo a los servicios del Ministerio del Interior cupos anuales de detenciones y expulsiones de extranjeros y limitación del reagrupamiento familiar mediante normas más propias de regímenes racistas como lo es la exigencia del ADN de los hijos. Si éstos son los cambios de la derecha moderna la izquierda tiene asegurada una larga vida.
Pero debe reconocerse que el estilo de Sarkozy (al que ha sucumbido Yasmina Reza, la autora de Arte, la exitosa obra teatral, quien acaba de publicar un libro sobre el personaje) es llamativo, seductor y tiene la virtud de afrontar problemas reales de la sociedad con un lenguaje nuevo, muy lejos de la ramplonería grosera de las conservadoras cúpulas del PP o de la Iglesia.
La otra cara de la moda actual es considerar a la socialdemocracia como algo vetusto, casi reaccionario, a la que se acusa contradictoriamente de defender ideas utópicas (por ejemplo, su generosidad o tolerancia respecto a temas como la inmigración) y privilegios sindicales o sociales (como los relativos a la reducción del trabajo y la generación de empleo). Es decir, valores propios del liberalismo democrático y del Estado del bienestar como reductor de desigualdades sociales y garantizador del acceso a los servicios básicos que proporcionan seguridad frente al riesgo y ofrecen esperanza de movilidad ascendente.
El principal acusado es el Partido Socialista Francés. Se olvida que su candidata al Elíseo, Ségolène Royal, tan criticada incluso por algunos de los líderes de su partido (Jospin acaba de publicar un libro de una sorprendente agresividad), alcanzó el 47% de los votos en las elecciones presidenciales y que posteriormente el PS obtuvo uno de sus mejores resultados en las legislativas, aunque el sistema mayoritario haya permitido que la derecha alcanzara la mayoría absoluta, lo cual no hubiera ocurrido con un sistema proporcional, como en España. Ya nos gustaría en España que el debate y las ideas renovadoras que se producen en la izquierda francesa tuvieran su equivalente acá.
Un libro reciente del brillante intelectual Jacques Attali ha irrumpido con fuerza en este debate, en Francia y en otros países europeos y americanos: una voluminosa biografía de Karl Marx. Attali fue asesor de Mitterrand pero, como él mismo reconoce, se consideraba ajeno a la cultura política dominante en los partidos de izquierda y nunca se había interesado por el marxismo. Pero tuvo la intuición de que Marx podía ofrecer algunas pistas para entender el mundo actual, el de la globalización. Algo que ya habían explicado otros autores anglosajones como David Harvey en su libro Espacios de esperanza, traducido al castellano. La obra de Attali es ante todo una biografía de las ideas de Marx y reconstruye su pensamiento sin perderse por los caminos dogmáticos e inoperantes del marxismo burocrático y menos aún por la degeneración criminal del modelo político estalinista, tan alejado de Marx como la Inquisición pueda estarlo de la teología de la liberación.
Asistimos, pues, a una revalorización en los medios intelectuales del marxismo de Marx, o como él expresaba cuando se declaraba no marxista, de un conjunto de ideas que ayudan a entender nuestro mundo, sus contradicciones y sus tendencias de futuro, y que afortunadamente no se presentan como una receta política prêt-à-porter. Pero sí que son un estímulo para cualquier proyecto renovador.
Estamos, nos parece, en el inicio de un nuevo ciclo político, y los que no se renueven están destinados a desaparecer en las catacumbas de la historia. Lo viejo, lo que se muere, aún ocupa a veces el poder o está presente en el escenario de la política, pero es simplemente un poder agónico o una presencia fantasmal. Como Bush, este cadáver político disfrazado de presidente, que sólo ha destacado por su perversa ignorancia. O Berlusconi, un patético clown que, como cantaba Reggiani, está dando su última vuelta a la pista. En España no estoy seguro de que el PSOE haya hecho muchos merecimientos para ganar las elecciones, pero sí estoy con vencido de que el actual PP no puede ganarlas ni se lo merece, no por ser conservador sino por rancio, anticuado, retrógrado, apolillado, intolerante, feo y malo.
Sarkozy representa la derecha renovada, y es útil distinguir en qué es renovada y en qué es conservadora. Su discurso es republicano, democrático, ciudadano, sin resabios ancien régime, a diferencia del de una derecha como el actual Partido Popular español que incluso es incapaz de rechazar el franquismo y sus secuelas.
En España, una derecha inteligente sería la más interesada en promover una ley de la Memoria Histórica como la que ahora se debate. Sarkozy, cuando practica una política represiva contra la población inmigrada lo hace en nombre de los valores de la República y de los intereses de las clases populares. Es neoliberal y proamericano, pero se declara protector del interés y de la identidad nacionales. Exalta el valor de la autoridad y del orden, pero también del trabajo y del mérito como medio de ascenso social. Y lo utiliza para alargar la jornada laboral y reducir las ayudas sociales. En resumen, el discurso es renovado, capaz de llegar a amplios sectores de la sociedad, y al mismo tiempo exalta los valores del pasado y preserva la desigual estructura social, con sus privilegios y sus víctimas. En nuestras sociedades hipermodernas sólo esta derecha tiene futuro.
La izquierda busca también sus modos de renovarse. Como es más difícil cambiar para reformar la sociedad que para conservarla es lógico que sus intentos tarden más en convertirse en éxitos y en consolidarse. La vía predominante es el “centrismo”, como el blairismo, o el que ahora gobierna en Italia. Tiene el inconveniente de que se coloca en muchos aspectos en el terreno del adversario: sumisión al mercado, discurso securitario, aceptación acrítica de la globalización, actitud reverencial hacia poderes fácticos como los religiosos…
El riesgo de la renovación de la izquierda es que diluya un proyecto de futuro, que su práctica de gobierno mantenga las desigualdades y que se pierdan apoyos en los sectores populares. La renovación sólo será eficaz si recupera los valores de igualdad y racionalidad, de derechos universales y sometimiento de la economía a los intereses colectivos, de rechazo del autoritarismo y de los privilegios, incluidos los de los poderes fácticos. En España, el temor a estos poderes resulta paralizante incluso a la hora de defender algo tan obvio como lo que expresa el proyecto de ley de la Memoria Histórica, simplemente una condena del franquismo y un reconocimiento de sus víctimas. Lo cual requiere una cierta dosis de coraje. Pero como escribió Borges, “nunca nadie se arrepiente de haber tenido algunos momentos de coraje en su vida”.
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