Por Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein. Autor de Nasser, el último árabe (LA VANGUARDIA, 13/02/08):
En lugar de contribuir a una solución del problema árabe-israelí, el reciente viaje del presidente Bush a Oriente Medio ha redundado en alcanzar un grado mucho mayor de dificultad para resolverlo y, de paso, ha vuelto a realzarlo como principal obstáculo en la senda del entendimiento entre el mundo árabe y Occidente.
Bush no tenía nada que ofrecer a los palestinos, a los israelíes e incluso a los países árabes prooccidentales, salvo armas. Pasó por alto el propósito principal de su viaje - promover la paz entre los palestinos e Israel- y se centró en atacar a Irán. Sus ruegos para que los países árabes del Golfo cerraran filas contra el peligro iraní y bajaran el precio del petróleo chocaron contra oídos sordos. Nadie se sumó a su condena de los iraníes.
Para los países anfitriones de Bush en el Golfo, Irán sigue siendo un país vecino y, aunque potencialmente peligroso, no ha actuado manifiestamente contra ellos.
A buena parte de ellos les gustaría en su fuero interno que Irán fabricara una bomba nuclear como contrapeso a Israel. Y censuran a EE. UU. por consumir demasiado petróleo per cápita favoreciendo una crisis de suministro.
El fracaso de Bush al impulsar los propósitos de la conferencia de Annapolis sobre Oriente Medio ha dejado a todo el mundo perplejo. Todos los países árabes que visitó Bush asistieron a la conferencia confiando en una iniciativa estadounidense. Y al no producirse, pensaron que haría algún anuncio durante la gira. Y no lo hubo.
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, necesita desesperadamente un cable. Figura moderada e interesada efectivamente en finalizar el conflicto con Israel - incluido el primer ministro israelí-, Abas necesita justificar asimismo su continuada convicción de que EE. UU. puede solucionar el problema. Su popularidad ha caído a su punto más bajo. Sin embargo, en lugar de ayudarle, Bush se negó a criticar la expansión de la presencia israelí en los territorios ocupados incluida Jerusalén. Hace casi
16 años, el primer presidente Bush calificó la política israelí de asentamientos de “escasamente fructífera”. El actual presidente Bush nunca iría tan lejos.
Aparte de sus maniobras - frustradas- para encender un conflicto entre los árabes e Irán, la Administración Bush se ha mostrado mucho más interesada en que la ANP a las órdenes de Abas empleara la fuerza contra el movimiento islámico Hamas que controla la franja de Gaza. Cosa que equivaldría a un suicidio político en el caso de Abas y el pueblo palestino no aceptaría.
En el otro lado, el primer ministro israelí Olmert no sólo se halla en posición demasiado frágil para hacer concesiones encaminadas a un acuerdo de paz con los palestinos, sino que se ve muy presionado para castigar a Hamas por lanzar cohetes contra localidades israelíes. La única forma de que Olmert o cualquier gobierno israelí hagan realmente concesiones es aspirar a que la presión estadounidense no les deje otra opción.
En una iniciativa que recuerda a su invasión de Líbano en el 2006, Olmert intentó aplacar a la derecha israelí con asesinatos selectivos e imponiendo el cerco a Gaza, bajo control de Hamas. Pero, como en Líbano, les ha salido el tiro por la culata. A los militantes de Hamas les da igual quién lanza los cohetes, y en cuanto al cerco - constitucionalmente ilegal- ha suscitado una oleada de simpatía hacia los palestinos en el mundo árabe y el resto del mundo. Cientos de miles de ellos pasaron al otro lado a través de una enorme brecha en el muro que les separa de Egipto. El 24 de febrero hubo paros de la población en Arabia Saudí en solidaridad con los habitantes de Gaza. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, presionado por la opinión pública, descartó el uso de la fuerza para detener a los palestinos aunque luego cambió de parecer ante la presión israelí y estadounidense. En Qatar, Bahrein, los EAU, Arabia Saudí e incluso Kuwait hubo grandes manifestaciones en apoyo de los palestinos, actitud que asimismo adoptó la televisión Al Yazira. Pero acaso resultaron más reveladores la negativa de las fuerzas de seguridad egipcias a usar la fuerza para detener la avalancha de palestinos y el ofrecimiento de Mubarak de mediar entre Hamas y Abas.
Desactivar la bomba de relojería a punto de estallar y llevarse consigo a todo Oriente Medio sólo es concebible si hay algún tipo de progreso en las negociaciones entre los palestinos e Israel. Los palestinos no tienen nada que ofrecer aparte de prometer la paz con sus vecinos. Olmert trata de ganar tiempo. La Administración Bush se halla paralizada por la ineptitud.
Si Oriente Medio era un desbarajuste antes de la gira de Bush, ahora lo es aún más. Bush habría hecho bien en apelar a una suspensión de los asentamientos israelíes en los territorios ocupados, cuestión que ha contado con el apoyo de la ONU, la UE y los anteriores gobiernos estadounidenses. No lo hizo y ha pretendido que los árabes olviden a los palestinos y se apresten a luchar contra Irán. Ha revelado una singular falta de criterio. Es el mejor aliado de Irán y de Hamas.
En lugar de contribuir a una solución del problema árabe-israelí, el reciente viaje del presidente Bush a Oriente Medio ha redundado en alcanzar un grado mucho mayor de dificultad para resolverlo y, de paso, ha vuelto a realzarlo como principal obstáculo en la senda del entendimiento entre el mundo árabe y Occidente.
Bush no tenía nada que ofrecer a los palestinos, a los israelíes e incluso a los países árabes prooccidentales, salvo armas. Pasó por alto el propósito principal de su viaje - promover la paz entre los palestinos e Israel- y se centró en atacar a Irán. Sus ruegos para que los países árabes del Golfo cerraran filas contra el peligro iraní y bajaran el precio del petróleo chocaron contra oídos sordos. Nadie se sumó a su condena de los iraníes.
Para los países anfitriones de Bush en el Golfo, Irán sigue siendo un país vecino y, aunque potencialmente peligroso, no ha actuado manifiestamente contra ellos.
A buena parte de ellos les gustaría en su fuero interno que Irán fabricara una bomba nuclear como contrapeso a Israel. Y censuran a EE. UU. por consumir demasiado petróleo per cápita favoreciendo una crisis de suministro.
El fracaso de Bush al impulsar los propósitos de la conferencia de Annapolis sobre Oriente Medio ha dejado a todo el mundo perplejo. Todos los países árabes que visitó Bush asistieron a la conferencia confiando en una iniciativa estadounidense. Y al no producirse, pensaron que haría algún anuncio durante la gira. Y no lo hubo.
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, necesita desesperadamente un cable. Figura moderada e interesada efectivamente en finalizar el conflicto con Israel - incluido el primer ministro israelí-, Abas necesita justificar asimismo su continuada convicción de que EE. UU. puede solucionar el problema. Su popularidad ha caído a su punto más bajo. Sin embargo, en lugar de ayudarle, Bush se negó a criticar la expansión de la presencia israelí en los territorios ocupados incluida Jerusalén. Hace casi
16 años, el primer presidente Bush calificó la política israelí de asentamientos de “escasamente fructífera”. El actual presidente Bush nunca iría tan lejos.
Aparte de sus maniobras - frustradas- para encender un conflicto entre los árabes e Irán, la Administración Bush se ha mostrado mucho más interesada en que la ANP a las órdenes de Abas empleara la fuerza contra el movimiento islámico Hamas que controla la franja de Gaza. Cosa que equivaldría a un suicidio político en el caso de Abas y el pueblo palestino no aceptaría.
En el otro lado, el primer ministro israelí Olmert no sólo se halla en posición demasiado frágil para hacer concesiones encaminadas a un acuerdo de paz con los palestinos, sino que se ve muy presionado para castigar a Hamas por lanzar cohetes contra localidades israelíes. La única forma de que Olmert o cualquier gobierno israelí hagan realmente concesiones es aspirar a que la presión estadounidense no les deje otra opción.
En una iniciativa que recuerda a su invasión de Líbano en el 2006, Olmert intentó aplacar a la derecha israelí con asesinatos selectivos e imponiendo el cerco a Gaza, bajo control de Hamas. Pero, como en Líbano, les ha salido el tiro por la culata. A los militantes de Hamas les da igual quién lanza los cohetes, y en cuanto al cerco - constitucionalmente ilegal- ha suscitado una oleada de simpatía hacia los palestinos en el mundo árabe y el resto del mundo. Cientos de miles de ellos pasaron al otro lado a través de una enorme brecha en el muro que les separa de Egipto. El 24 de febrero hubo paros de la población en Arabia Saudí en solidaridad con los habitantes de Gaza. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, presionado por la opinión pública, descartó el uso de la fuerza para detener a los palestinos aunque luego cambió de parecer ante la presión israelí y estadounidense. En Qatar, Bahrein, los EAU, Arabia Saudí e incluso Kuwait hubo grandes manifestaciones en apoyo de los palestinos, actitud que asimismo adoptó la televisión Al Yazira. Pero acaso resultaron más reveladores la negativa de las fuerzas de seguridad egipcias a usar la fuerza para detener la avalancha de palestinos y el ofrecimiento de Mubarak de mediar entre Hamas y Abas.
Desactivar la bomba de relojería a punto de estallar y llevarse consigo a todo Oriente Medio sólo es concebible si hay algún tipo de progreso en las negociaciones entre los palestinos e Israel. Los palestinos no tienen nada que ofrecer aparte de prometer la paz con sus vecinos. Olmert trata de ganar tiempo. La Administración Bush se halla paralizada por la ineptitud.
Si Oriente Medio era un desbarajuste antes de la gira de Bush, ahora lo es aún más. Bush habría hecho bien en apelar a una suspensión de los asentamientos israelíes en los territorios ocupados, cuestión que ha contado con el apoyo de la ONU, la UE y los anteriores gobiernos estadounidenses. No lo hizo y ha pretendido que los árabes olviden a los palestinos y se apresten a luchar contra Irán. Ha revelado una singular falta de criterio. Es el mejor aliado de Irán y de Hamas.
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