Por Ian Buruma, profesor de Derechos Humanos en el Bard College, autor de Crimen en Amsterdam: el asesinato de Theo van Gogh y los límites de la tolerancia © Project Syndicate, 2008. Traducción: David Meléndez Tormen (LA VANGUARDIA, 11/02/08):
Cuando la tolerancia se convierte en un término de abuso en un lugar como Holanda, es que algo anda realmente mal. Los holandeses siempre se han enorgullecido de ser el pueblo más tolerante del planeta. En épocas menos agitadas que estas, nadie podría haberse sentido ajeno a las palabras del discurso de la reina Beatriz la Navidad pasada, cuando pidió tolerancia y “respeto por las minorías”. Pero Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, de derechas y antimusulmán, se disgustó tanto por la “basura multicultural” de la reina holandesa que expresó su deseo de despojarla de su papel constitucional en el Gobierno.
Wilders, político populista cuyo partido ocupa nueve escaños en el Parlamento holandés, compara el Corán con el Mein Kampf de Hitler, desea detener la migración de musulmanes a Holanda y dice a gritos que los que ya están en el país deberían deshacerse de la mitad de las páginas del Corán si es que desean quedarse. A sus ojos, la tolerancia hacia el islam es sinónimo de cobardía. Piensa que Europa corre peligro de “islamizarse”. “Pronto habrá más mezquitas que iglesias”, dice, si los verdaderos europeos no se ponen los pantalones y salvan la civilización occidental.
A pesar de su llamamiento a prohibir el Corán, Wilders y sus seguidores afirman creer en una total libertad de expresión como un derecho occidental intrínseco. La reina Beatriz declaró que la libertad de expresión no significa automáticamente el derecho a ofender. Wilders no está de acuerdo. Ninguna crítica al islam, por más ofensiva que sea, debería jamás verse limitada por el tener que ser políticamente correctos.
Wilders aprovecha cualquier oportunidad para poner a prueba la tolerancia de los musulmanes (que a menudo es muy limitada). Su última provocación es un vídeo de denuncia al islam, aún por estrenarse pero que ya ha hecho cundir el pánico. Las bufonadas de Wilders han llegado a la prensa mundial, lo que es algo notable para un político holandés (y uno de talla menor, ya que estamos). Así, las embajadas holandesas ya se están preparando para las posibles manifestaciones y el Gobierno está considerando adoptar medidas especiales de seguridad.
Algunos comentaristas sugieren que Wilders, nacido y criado como católico en una ciudad holandesa de provincias, es - igual que sus enemigos musulmanes- un fundamentalista, guiado por la idea de mantener una Europa “judeocristiana”. Tal vez, pero esto probablemente sea una distracción. Su guerra al islam es también, y quizás incluso principalmente, una guerra a las elites políticas y culturales, el establishment holandés, los eurócratas de Bruselas y la reina de orientación liberal.
De hecho, sus discursos están llenos de referencias a las elites arrogantes que están fuera de sintonía con lo que siente el hombre de la calle. La tolerancia se ve como algo débil y elitista, típico de la gente que vive lejos de las duras realidades de la calle, donde extranjeros violentos e irrefrenables amenazan a los honrados holandeses.
Esta noción del apaciguador elitista no se limita a Holanda. En Israel, a los activistas judíos bien educados que critican los abusos contra los palestinos, partidarios de la paz que creen que la negociación es mejor que la violencia y que incluso los árabes tienen derechos, se les llama con sorna las “almas hermosas”. El hombre común y corriente, con los pies bien plantados en el mundo real, supuestamente conoce mejor las cosas: la única manera de lograr resultados es una dureza intransigente, la mano dura.
En Estados Unidos, la palabra liberal en boca de los presentadores de radio populistas y los políticos de derechas se ha convertido casi en sinónimo de “esnob de la Costa Este” o, peor aún, “intelectual de Nueva York”. Esta visión considera a los liberales no sólo unos blandos, sino personas claramente opuestas a todo lo que significa ser estadounidenses.
La asociación de las elites con lo extranjero, la tolerancia y las ciudades metropolitanas no es nada nuevo. A menudo, las elites hablan idiomas extranjeros y tradicionalmente las grandes ciudades son más tolerantes y abiertas a la mezcla de personas. El populismo moderno - los políticos estadounidenses que hacen campaña, o fingen hacerla, “contra Washington”, o los populistas franceses que hablan en nombre de la “Francia profunda”- es invariablemente hostil a las ciudades capitales. Bruselas, capital de la Unión Europea, simboliza todo lo que los populistas odian, sean de derechas o izquierdas. Y los inmigrantes musulmanes viven en Amsterdam, Londres o Marsella, no en los pueblos donde los populistas de derechas encuentran la mayor parte de sus votantes.
Aun así, la política del resentimiento funciona mejor cuando puede aprovechar verdaderos temores. Hay razones para que la gente sienta ansiedad acerca de la globalización económica, la burocracia paneuropea, el enorme y no siempre bien controlado flujo de inmigrantes y la agresión del islam político radical. Con demasiada frecuencia, no se ha prestado atención a estas inquietudes.
Entre muchos europeos, no sólo holandeses, existe la sensación de haber sido abandonados en un mundo que cambia velozmente, que las corporaciones multinacionales son más poderosas que los estados nación, que los ricos de las ciudades y aquellos que han recibido una buena educación prosperan mientras la gente común y corriente de las provincias languidece, al tiempo que los políticos electos democráticamente no sólo no tienen poder, sino que se entregan vilmente a estas fuerzas mayores que amenazan al hombre de la calle. Se ve la tolerancia no sólo como debilidad, sino como traición.
Por supuesto, la amenaza musulmana no es una fantasía. Una pequeña cantidad de extremistas ideológicos ha infligido violencia real en nombre del islam, y seguirán haciéndolo. Pero el resentimiento popular hacia el islam está más arraigado y generalizado.
Wilders y otros como él no están sólo atacando a los extremistas islámicos. Su éxito radica en la noción de la tolerancia como traición. Y, como ocurre con frecuencia, la animosidad contra las elites ha encontrado una vía de escape en la animosidad contra los extranjeros, que aparecen distintos y cuyas costumbres son extrañas. Debemos combatir el extremismo islámico, pero no aprovechando los sentimientos más viscerales y oscuros de la masa irracional. Nada bueno ha salido nunca de eso.
Cuando la tolerancia se convierte en un término de abuso en un lugar como Holanda, es que algo anda realmente mal. Los holandeses siempre se han enorgullecido de ser el pueblo más tolerante del planeta. En épocas menos agitadas que estas, nadie podría haberse sentido ajeno a las palabras del discurso de la reina Beatriz la Navidad pasada, cuando pidió tolerancia y “respeto por las minorías”. Pero Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, de derechas y antimusulmán, se disgustó tanto por la “basura multicultural” de la reina holandesa que expresó su deseo de despojarla de su papel constitucional en el Gobierno.
Wilders, político populista cuyo partido ocupa nueve escaños en el Parlamento holandés, compara el Corán con el Mein Kampf de Hitler, desea detener la migración de musulmanes a Holanda y dice a gritos que los que ya están en el país deberían deshacerse de la mitad de las páginas del Corán si es que desean quedarse. A sus ojos, la tolerancia hacia el islam es sinónimo de cobardía. Piensa que Europa corre peligro de “islamizarse”. “Pronto habrá más mezquitas que iglesias”, dice, si los verdaderos europeos no se ponen los pantalones y salvan la civilización occidental.
A pesar de su llamamiento a prohibir el Corán, Wilders y sus seguidores afirman creer en una total libertad de expresión como un derecho occidental intrínseco. La reina Beatriz declaró que la libertad de expresión no significa automáticamente el derecho a ofender. Wilders no está de acuerdo. Ninguna crítica al islam, por más ofensiva que sea, debería jamás verse limitada por el tener que ser políticamente correctos.
Wilders aprovecha cualquier oportunidad para poner a prueba la tolerancia de los musulmanes (que a menudo es muy limitada). Su última provocación es un vídeo de denuncia al islam, aún por estrenarse pero que ya ha hecho cundir el pánico. Las bufonadas de Wilders han llegado a la prensa mundial, lo que es algo notable para un político holandés (y uno de talla menor, ya que estamos). Así, las embajadas holandesas ya se están preparando para las posibles manifestaciones y el Gobierno está considerando adoptar medidas especiales de seguridad.
Algunos comentaristas sugieren que Wilders, nacido y criado como católico en una ciudad holandesa de provincias, es - igual que sus enemigos musulmanes- un fundamentalista, guiado por la idea de mantener una Europa “judeocristiana”. Tal vez, pero esto probablemente sea una distracción. Su guerra al islam es también, y quizás incluso principalmente, una guerra a las elites políticas y culturales, el establishment holandés, los eurócratas de Bruselas y la reina de orientación liberal.
De hecho, sus discursos están llenos de referencias a las elites arrogantes que están fuera de sintonía con lo que siente el hombre de la calle. La tolerancia se ve como algo débil y elitista, típico de la gente que vive lejos de las duras realidades de la calle, donde extranjeros violentos e irrefrenables amenazan a los honrados holandeses.
Esta noción del apaciguador elitista no se limita a Holanda. En Israel, a los activistas judíos bien educados que critican los abusos contra los palestinos, partidarios de la paz que creen que la negociación es mejor que la violencia y que incluso los árabes tienen derechos, se les llama con sorna las “almas hermosas”. El hombre común y corriente, con los pies bien plantados en el mundo real, supuestamente conoce mejor las cosas: la única manera de lograr resultados es una dureza intransigente, la mano dura.
En Estados Unidos, la palabra liberal en boca de los presentadores de radio populistas y los políticos de derechas se ha convertido casi en sinónimo de “esnob de la Costa Este” o, peor aún, “intelectual de Nueva York”. Esta visión considera a los liberales no sólo unos blandos, sino personas claramente opuestas a todo lo que significa ser estadounidenses.
La asociación de las elites con lo extranjero, la tolerancia y las ciudades metropolitanas no es nada nuevo. A menudo, las elites hablan idiomas extranjeros y tradicionalmente las grandes ciudades son más tolerantes y abiertas a la mezcla de personas. El populismo moderno - los políticos estadounidenses que hacen campaña, o fingen hacerla, “contra Washington”, o los populistas franceses que hablan en nombre de la “Francia profunda”- es invariablemente hostil a las ciudades capitales. Bruselas, capital de la Unión Europea, simboliza todo lo que los populistas odian, sean de derechas o izquierdas. Y los inmigrantes musulmanes viven en Amsterdam, Londres o Marsella, no en los pueblos donde los populistas de derechas encuentran la mayor parte de sus votantes.
Aun así, la política del resentimiento funciona mejor cuando puede aprovechar verdaderos temores. Hay razones para que la gente sienta ansiedad acerca de la globalización económica, la burocracia paneuropea, el enorme y no siempre bien controlado flujo de inmigrantes y la agresión del islam político radical. Con demasiada frecuencia, no se ha prestado atención a estas inquietudes.
Entre muchos europeos, no sólo holandeses, existe la sensación de haber sido abandonados en un mundo que cambia velozmente, que las corporaciones multinacionales son más poderosas que los estados nación, que los ricos de las ciudades y aquellos que han recibido una buena educación prosperan mientras la gente común y corriente de las provincias languidece, al tiempo que los políticos electos democráticamente no sólo no tienen poder, sino que se entregan vilmente a estas fuerzas mayores que amenazan al hombre de la calle. Se ve la tolerancia no sólo como debilidad, sino como traición.
Por supuesto, la amenaza musulmana no es una fantasía. Una pequeña cantidad de extremistas ideológicos ha infligido violencia real en nombre del islam, y seguirán haciéndolo. Pero el resentimiento popular hacia el islam está más arraigado y generalizado.
Wilders y otros como él no están sólo atacando a los extremistas islámicos. Su éxito radica en la noción de la tolerancia como traición. Y, como ocurre con frecuencia, la animosidad contra las elites ha encontrado una vía de escape en la animosidad contra los extranjeros, que aparecen distintos y cuyas costumbres son extrañas. Debemos combatir el extremismo islámico, pero no aprovechando los sentimientos más viscerales y oscuros de la masa irracional. Nada bueno ha salido nunca de eso.
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