Por Rafael Navarro Valls, catedrático de la Universidad Complutense, autor del libro Del poder y de la gloria, sobre la Presidencia americana (EL MUNDO, 07/02/08):
No es un deseo ni un pronóstico: es una hipótesis. El sinuoso camino de las primarias ha sembrado ya de cadáveres la marcha hacia la Casa Blanca. Las almas de una docena de difuntos políticos vagan por los campos de batalla que se extienden de California a Nueva York, de Florida a New Hampshire. Mientras la gran carrera electoral sigue su curso, los espectros de Giuliani a Richardson pasando por los de Thompson y Edwards lamentan su infortunio. Otros se resisten a morir, pero en realidad son cadáveres vivientes después del supermartes: me refiero a Mitt Romney, Mike Huckabee y Ron Paul. La realidad es que sólo tres caballos tienen posibilidades de romper la cinta del Despacho Oval en enero de 2009: Hillary Clinton, Barack Obama y John McCain. Es decir, una mujer y dos varones: un afroamericano y un blanco anglosajón. ¿Quién de los candidatos con posibilidades reales puede ganar la elección presidencial de este noviembre? Comencemos por el candidato republicano, el Lázaro resucitado que, después de un desastroso resultado en los comienzos de las primarias, ha acabado llevándose el gato al agua en el maratón electoral de ayer. Uno de los motivos de desconfianza acerca de McCain es su edad. En noviembre tendrá 72 años, tres más que Ronald Reagan en 1980, lo que le convierte en el posible presidente de mayor edad en toda la historia de Estados Unidos. ¿Es esto, en realidad, un handicap en contra? No está claro. Podría ser una ventaja en su confrontación con Obama o Hillary. Si estamos de acuerdo con los analistas, los norteamericanos han tendido a considerar a su presidente como una figura paternal. De hecho, los presidentes más queridos por los ciudadanos han respondido a este estereotipo: así ocurrió con F. D. Roosevelt, Einsenhower y Reagan. Sin embargo, una indefinible desconfianza gravitó sobre Carter, Ford y Nixon, precisamente por no alcanzar ese nivel de complicidad con los ciudadanos. En la confrontación Mondale-Reagan por la Presidencia, el primer debate televisado fue un desastre para Reagan. Una serie de equivocaciones puso en el ambiente político la sospecha del factor senil en el septuagenario presidente. En el segundo debate, la primera pregunta fue si la edad (para Reagan era su segundo mandato, 73 años) no iba a representar un problema. Reagan se adelantó sonriente: «No voy a explotar por razones políticas la juventud y la inexperiencia del señor Mondale». Las carcajadas del público resonaron en el estudio, la campaña cambió de signo y Reagan fue reelegido.
Los lectores me preguntarán: ¿y la juventud de Bill Clinton? Su gurú electoral, Dick Morris, narra la estrategia que siguió hasta alcanzar esa figura paternal. Lo hizo a través de una manipulación consciente. Se centró en temas vinculados con los niños y comenzó a vérsele con frecuencia junto a jóvenes que lo adoraban, de modo que la imagen paterna empezó a consolidarse. Dejó la práctica del jogging para el ámbito privado. Cesó de explicarse con timidez y de hacer las confesiones francas que salpicaban sus discursos. Los padres no muestran vulnerabilidad. Sólo cuando quedó entre la espada y la pared por el escándalo Lewinsky, se permitió una grieta en su muro de dignidad. Un caso aparte fue Kennedy, pero su muerte ha mitificado de tal manera su figura que no es un paradigma fiable.
Así que McCain puede explotar su edad y su madurez. Incluso su legendario carácter duro y, en ocasiones, mal humor, acentúan la imagen de un padre vigilante que, a veces, explota. Pero las bases también cuentan, y un tópico que corre en la prensa es su carácter de «moderado-liberal», que plantea reticencias en los sectores más conservadoras del partido. La verdad es que, si se analiza su trayectoria en temas espinosos, la imagen que da es más bien la de un hombre de fuertes convicciones morales. Por ejemplo, el historial de McCain en las votaciones del Senado es 100% pro vida, algo que los evangélicos que llevaron a Bush a la Casa Blanca acabarán valorando. Así, en 2003 votó a favor de la ley para prohibir el aborto de nacimiento parcial con decapitación del feto, y también votó sí en 2007 a prohibir fondos federales para grupos que promueven ampliar la ley del aborto. Considera que Roe vs. Wade (la sentencia del Supremo que liberalizó el aborto) es una decisión errónea que debe ser revocada. Incluso, en materia de uniones entre personas del mismo sexo, se ha definido claramente por la consideración del matrimonio como una unión de hombre y mujer, estimando acertada la ley Clinton que, a nivel federal, reserva el concepto de matrimonio solamente a la unión hombre-mujer. Otra cosa es que estime prudente una enmienda a la Constitución federal: prefiere trasladar el tema a las constituciones estatales.
No parece que tenga especiales dificultades para conseguir que pasen a él los votos huérfanos que deje la más pronta o más tardía retirada de Mike Huckabee. Sobre todo si se piensa que en materia de defensa se asemeja a un duro neocon que ha votado a favor del uso de la fuerza militar en Irak, se ha sumado al veto de Bush a la ley demócrata de gastos de guerra para forzar la retirada de la mayoría de las tropas de los EEUU y ha sido de los primeros senadores en proponer el envío de tropas estadounidenses adicionales a Irak. «Estos son tiempos difíciles y peligrosos», dijo McCain en manifestaciones políticas en Pensacola y Fort Walton Beach, acompañado en el estrado por un compañero que languideció con él en un campamento de prisioneros durante la Guerra de Vietnam. «He pasado mi vida preparándome para dirigir a esta nación», apuntó. Y tiene razón. Esto puede acabar de unir al dividido Partido Republicano a su alrededor
También Hillary ha pasado tiempo preparándose para la Presidencia. Pero el problema es que ha ido de la mano de su tutor y marido Bill Clinton. De algún modo tiene razón la vieja guardia de la izquierda del caviar (Kennedy, Kerry, Gore) cuando apoyan a Obama sobre Clinton. Tienen miedo de que, en la confontación con el candidato republicano, sea vista como «algo más de lo mismo». El problema de Hillary es su pasado y su tendencia a ver conspiraciones por todos lados. En los ocho años que estuvo en la Casa Blanca tuvo que afrontar, en cadena, los borrascosos episodios del Whitewater, el Travelgate y el Filegate, el oscuro suicido de Vincent Foster, su posición ante el affaire Lewinsky, por no hablar de una serie en cascada de escándalos y encuestas judiciales menores. Normalmente reaccionaba acusando -al estilo nixoniano- a «fuerzas oscuras» de la derecha que querían destruirle a ella y a la Presidencia de su marido. De este modo acabó siendo acusada de «hermafroditismo electoral», lo que ha llevado a denominarla festivamente «Billary Clinton». Su unión política con Bill (la empresa Clinton&Clinton) es tan llamativa que hace unos días se le escapó en el Teatro Kodak de Los Angeles: «Se necesitó un Clinton para limpiar las cosas después del primer Bush, y creo que podría necesitarse otro para hacerlo después del segundo Bush». Un error que la fosiliza en un pasado inquietante que debería quitarse de encima.
El hecho de que sea mujer es, a la vez, una ventaja y una desventaja, siempre desde el punto de vista del electorado norteamericano. Para éste -según encuestas especializadas- un presidente varón lo haría mejor en materia fiscal, defensa y seguridad. Es preferible una mujer cuando lo que está en juego son las áreas de integridad, asistencia social y educación. El problema para Hillary será mantener en su campaña la atención hacia esas habilidades, desviándola de aquellos puntos en que el electorado (machista o no) desconfía de una mujer. Creo que un ejemplo bastará. Si John McCain comienza a lanzar imágenes en internet o en televisión en que recuerda que el presidente es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, presentándose rodeado de soldados y tanques, este estereotipo de género puede bastar para sembrar la duda en el electorado acerca de la capacidad de Hillary. Como recuerdan los analistas, eso hizo Bob Siquier, el asesor electoral de William Winter, candidato a gobernador de Mississipi, en su campaña contra su oponente femenina Evelyn Gandy. Sin citarla, comenzó a sembrar las televisiones locales de anuncios recordando que un gobernador está al mando de la Guardia Nacional del Estado, presentando a Winter en medio de ametralladoras y fuerzas locales. Gandy perdió.
No quiero decir con esto que en una confrontación entre Hillary y McCain necesariamente haya de ganar éste. Sólo aporto datos que explican por qué un reciente sondeo de ABC News y The Washington Post da al senador por Arizona una ligera ventaja (49% contra 46%) sobre la senadora por Nueva York, en caso de un hipotético match entre ellos. Es cierto que el mismo sondeo refleja ventaja de Obama sobre el candidato republicano por tres puntos, lo que nos lleva a las posibilidades del afroamericano senador por Illinois.
Obama es una incógnita. Lo es por su pasado y por su presente. Cuando el Jerusalem Post y Los Angeles Times demostraron con datos una supuesta educación islámica del joven afroamericano, los desmentidos fueron primero categóricos y luego matizados. El caso es que un sector de votantes desconfían de estos antecedentes para gobernar un gran país amenazado por el terrorismo islamista. Es una incógnita el desenlace de ese vago movimiento -«mágico», lo llaman algunos- que se está generando a su alrededor y que ha producido un ambiente de fervor político a favor del «cambio» de Obama. Puede persistir o puede evaporarse como se evaporó el tirón de Howard Dean -el candidato de la izquierda demócrata- que protagonizó elecciones anteriores. Hoy por hoy, sin embargo, su popularidad se mantiene sobre tres factores: su encanto personal, sus mensaje transracial y, todo hay que decirlo, la antipatía que suscita en distintos ambientes la señora Clinton.
Así que, uno de los dos (la incógnita Obama o la inquietante Billary), será el que luche contra McCain. La ventaja para éste es que su resurrección puede tirar de él para arriba; la desventaja para los demócratas es que los dos llevan demasiado tiempo en cartelera. ¿Y si, a la postre, ganara McCain? Recuerden que es sólo una hipótesis.
No es un deseo ni un pronóstico: es una hipótesis. El sinuoso camino de las primarias ha sembrado ya de cadáveres la marcha hacia la Casa Blanca. Las almas de una docena de difuntos políticos vagan por los campos de batalla que se extienden de California a Nueva York, de Florida a New Hampshire. Mientras la gran carrera electoral sigue su curso, los espectros de Giuliani a Richardson pasando por los de Thompson y Edwards lamentan su infortunio. Otros se resisten a morir, pero en realidad son cadáveres vivientes después del supermartes: me refiero a Mitt Romney, Mike Huckabee y Ron Paul. La realidad es que sólo tres caballos tienen posibilidades de romper la cinta del Despacho Oval en enero de 2009: Hillary Clinton, Barack Obama y John McCain. Es decir, una mujer y dos varones: un afroamericano y un blanco anglosajón. ¿Quién de los candidatos con posibilidades reales puede ganar la elección presidencial de este noviembre? Comencemos por el candidato republicano, el Lázaro resucitado que, después de un desastroso resultado en los comienzos de las primarias, ha acabado llevándose el gato al agua en el maratón electoral de ayer. Uno de los motivos de desconfianza acerca de McCain es su edad. En noviembre tendrá 72 años, tres más que Ronald Reagan en 1980, lo que le convierte en el posible presidente de mayor edad en toda la historia de Estados Unidos. ¿Es esto, en realidad, un handicap en contra? No está claro. Podría ser una ventaja en su confrontación con Obama o Hillary. Si estamos de acuerdo con los analistas, los norteamericanos han tendido a considerar a su presidente como una figura paternal. De hecho, los presidentes más queridos por los ciudadanos han respondido a este estereotipo: así ocurrió con F. D. Roosevelt, Einsenhower y Reagan. Sin embargo, una indefinible desconfianza gravitó sobre Carter, Ford y Nixon, precisamente por no alcanzar ese nivel de complicidad con los ciudadanos. En la confrontación Mondale-Reagan por la Presidencia, el primer debate televisado fue un desastre para Reagan. Una serie de equivocaciones puso en el ambiente político la sospecha del factor senil en el septuagenario presidente. En el segundo debate, la primera pregunta fue si la edad (para Reagan era su segundo mandato, 73 años) no iba a representar un problema. Reagan se adelantó sonriente: «No voy a explotar por razones políticas la juventud y la inexperiencia del señor Mondale». Las carcajadas del público resonaron en el estudio, la campaña cambió de signo y Reagan fue reelegido.
Los lectores me preguntarán: ¿y la juventud de Bill Clinton? Su gurú electoral, Dick Morris, narra la estrategia que siguió hasta alcanzar esa figura paternal. Lo hizo a través de una manipulación consciente. Se centró en temas vinculados con los niños y comenzó a vérsele con frecuencia junto a jóvenes que lo adoraban, de modo que la imagen paterna empezó a consolidarse. Dejó la práctica del jogging para el ámbito privado. Cesó de explicarse con timidez y de hacer las confesiones francas que salpicaban sus discursos. Los padres no muestran vulnerabilidad. Sólo cuando quedó entre la espada y la pared por el escándalo Lewinsky, se permitió una grieta en su muro de dignidad. Un caso aparte fue Kennedy, pero su muerte ha mitificado de tal manera su figura que no es un paradigma fiable.
Así que McCain puede explotar su edad y su madurez. Incluso su legendario carácter duro y, en ocasiones, mal humor, acentúan la imagen de un padre vigilante que, a veces, explota. Pero las bases también cuentan, y un tópico que corre en la prensa es su carácter de «moderado-liberal», que plantea reticencias en los sectores más conservadoras del partido. La verdad es que, si se analiza su trayectoria en temas espinosos, la imagen que da es más bien la de un hombre de fuertes convicciones morales. Por ejemplo, el historial de McCain en las votaciones del Senado es 100% pro vida, algo que los evangélicos que llevaron a Bush a la Casa Blanca acabarán valorando. Así, en 2003 votó a favor de la ley para prohibir el aborto de nacimiento parcial con decapitación del feto, y también votó sí en 2007 a prohibir fondos federales para grupos que promueven ampliar la ley del aborto. Considera que Roe vs. Wade (la sentencia del Supremo que liberalizó el aborto) es una decisión errónea que debe ser revocada. Incluso, en materia de uniones entre personas del mismo sexo, se ha definido claramente por la consideración del matrimonio como una unión de hombre y mujer, estimando acertada la ley Clinton que, a nivel federal, reserva el concepto de matrimonio solamente a la unión hombre-mujer. Otra cosa es que estime prudente una enmienda a la Constitución federal: prefiere trasladar el tema a las constituciones estatales.
No parece que tenga especiales dificultades para conseguir que pasen a él los votos huérfanos que deje la más pronta o más tardía retirada de Mike Huckabee. Sobre todo si se piensa que en materia de defensa se asemeja a un duro neocon que ha votado a favor del uso de la fuerza militar en Irak, se ha sumado al veto de Bush a la ley demócrata de gastos de guerra para forzar la retirada de la mayoría de las tropas de los EEUU y ha sido de los primeros senadores en proponer el envío de tropas estadounidenses adicionales a Irak. «Estos son tiempos difíciles y peligrosos», dijo McCain en manifestaciones políticas en Pensacola y Fort Walton Beach, acompañado en el estrado por un compañero que languideció con él en un campamento de prisioneros durante la Guerra de Vietnam. «He pasado mi vida preparándome para dirigir a esta nación», apuntó. Y tiene razón. Esto puede acabar de unir al dividido Partido Republicano a su alrededor
También Hillary ha pasado tiempo preparándose para la Presidencia. Pero el problema es que ha ido de la mano de su tutor y marido Bill Clinton. De algún modo tiene razón la vieja guardia de la izquierda del caviar (Kennedy, Kerry, Gore) cuando apoyan a Obama sobre Clinton. Tienen miedo de que, en la confontación con el candidato republicano, sea vista como «algo más de lo mismo». El problema de Hillary es su pasado y su tendencia a ver conspiraciones por todos lados. En los ocho años que estuvo en la Casa Blanca tuvo que afrontar, en cadena, los borrascosos episodios del Whitewater, el Travelgate y el Filegate, el oscuro suicido de Vincent Foster, su posición ante el affaire Lewinsky, por no hablar de una serie en cascada de escándalos y encuestas judiciales menores. Normalmente reaccionaba acusando -al estilo nixoniano- a «fuerzas oscuras» de la derecha que querían destruirle a ella y a la Presidencia de su marido. De este modo acabó siendo acusada de «hermafroditismo electoral», lo que ha llevado a denominarla festivamente «Billary Clinton». Su unión política con Bill (la empresa Clinton&Clinton) es tan llamativa que hace unos días se le escapó en el Teatro Kodak de Los Angeles: «Se necesitó un Clinton para limpiar las cosas después del primer Bush, y creo que podría necesitarse otro para hacerlo después del segundo Bush». Un error que la fosiliza en un pasado inquietante que debería quitarse de encima.
El hecho de que sea mujer es, a la vez, una ventaja y una desventaja, siempre desde el punto de vista del electorado norteamericano. Para éste -según encuestas especializadas- un presidente varón lo haría mejor en materia fiscal, defensa y seguridad. Es preferible una mujer cuando lo que está en juego son las áreas de integridad, asistencia social y educación. El problema para Hillary será mantener en su campaña la atención hacia esas habilidades, desviándola de aquellos puntos en que el electorado (machista o no) desconfía de una mujer. Creo que un ejemplo bastará. Si John McCain comienza a lanzar imágenes en internet o en televisión en que recuerda que el presidente es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, presentándose rodeado de soldados y tanques, este estereotipo de género puede bastar para sembrar la duda en el electorado acerca de la capacidad de Hillary. Como recuerdan los analistas, eso hizo Bob Siquier, el asesor electoral de William Winter, candidato a gobernador de Mississipi, en su campaña contra su oponente femenina Evelyn Gandy. Sin citarla, comenzó a sembrar las televisiones locales de anuncios recordando que un gobernador está al mando de la Guardia Nacional del Estado, presentando a Winter en medio de ametralladoras y fuerzas locales. Gandy perdió.
No quiero decir con esto que en una confrontación entre Hillary y McCain necesariamente haya de ganar éste. Sólo aporto datos que explican por qué un reciente sondeo de ABC News y The Washington Post da al senador por Arizona una ligera ventaja (49% contra 46%) sobre la senadora por Nueva York, en caso de un hipotético match entre ellos. Es cierto que el mismo sondeo refleja ventaja de Obama sobre el candidato republicano por tres puntos, lo que nos lleva a las posibilidades del afroamericano senador por Illinois.
Obama es una incógnita. Lo es por su pasado y por su presente. Cuando el Jerusalem Post y Los Angeles Times demostraron con datos una supuesta educación islámica del joven afroamericano, los desmentidos fueron primero categóricos y luego matizados. El caso es que un sector de votantes desconfían de estos antecedentes para gobernar un gran país amenazado por el terrorismo islamista. Es una incógnita el desenlace de ese vago movimiento -«mágico», lo llaman algunos- que se está generando a su alrededor y que ha producido un ambiente de fervor político a favor del «cambio» de Obama. Puede persistir o puede evaporarse como se evaporó el tirón de Howard Dean -el candidato de la izquierda demócrata- que protagonizó elecciones anteriores. Hoy por hoy, sin embargo, su popularidad se mantiene sobre tres factores: su encanto personal, sus mensaje transracial y, todo hay que decirlo, la antipatía que suscita en distintos ambientes la señora Clinton.
Así que, uno de los dos (la incógnita Obama o la inquietante Billary), será el que luche contra McCain. La ventaja para éste es que su resurrección puede tirar de él para arriba; la desventaja para los demócratas es que los dos llevan demasiado tiempo en cartelera. ¿Y si, a la postre, ganara McCain? Recuerden que es sólo una hipótesis.
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