Por Paul Krugman © The New York Times News Service.
La principal diferencia política entre Hillary Clinton y Barack Obama se relaciona con la atención de la salud. Es una diferencia que puede parecer técnica y poco clara, y he oído muchas aseveraciones de que solo a los que tiran a la erudición les interesan las letras chiquitas de sus propuestas.
Sin embargo, realmente hay una gran diferencia en los enfoques de los candidatos. Y nueva investigación, apenas dada a conocer, confirma lo que he estado diciendo: la diferencia en los planes bien podría ser la clave entre lograr la cobertura universal en atención de la salud –un objetivo clave y progresista– y quedarse demasiado cortos.
Específicamente, nuevas estimaciones muestran que un plan parecido al de Clinton cubriría casi el doble de las personas no aseguradas en este momento de lo que lo haría uno similar al de Obama, y con un costo ligeramente mayor.
Hablemos del resultado de comparar los planes.
Ambos requieren que las aseguradoras privadas ofrezcan pólizas a todo el mundo, sin importar su historial médico. Ambos permiten que la gente opte por los seguros que ofrece el gobierno en lugar de los privados.
Y ambos planes buscan hacer que sean accesibles para los estadounidenses de bajos ingresos. No obstante, el plan Clinton es más explícito en cuanto a su asequibilidad ya que promete limitar el costo como un porcentaje del ingreso familiar. Y también parece incluir más fondos para subsidios.
Sin embargo, la gran diferencia son los mandatos: el plan Clinton precisa que todo el mundo tenga seguro, no así el de Obama.
Obama dice que las personas comprarán el seguro si se vuelve accesible. Desafortunadamente, la evidencia dice lo contrario.
Después de todo, ya tenemos programas por los cuales el seguro médico es gratuito o muy barato para muchos estadounidenses de bajos ingresos, sin que se exija que se registren. Y muchos de los que tienen derecho no se registran, por la razón que sea.
Un plan del tipo del de Obama también se enfrentaría al problema de personas sanas que deciden arriesgarse o no se registran hasta que tienen algún padecimiento, y con ello aumentan las primas para todos los demás. Obama, contradiciendo sus afirmaciones anteriores de que la asequibilidad es el único obstáculo para la cobertura, ahora está hablando de penalizar a quienes se tarden en registrarse, pero no está claro cómo funcionaría.
Así es que el plan Obama dejaría más personas sin seguro que el Clinton. ¿Qué tan grande es la diferencia?
Para responder esta pregunta, se necesita hacer un análisis detallado de las decisiones sobre atención de la salud. Eso es lo que Jonathan Gruber del Instituto Tecnológico de Massachusetts, uno de los principales economistas especializados en atención de la salud de Estados Unidos, hace en un ensayo reciente.
Gruber concluye que un plan sin mandatos, que se parece en lo general al de Obama, cubriría 23 millones de quienes actualmente no están asegurados, a un costo para los contribuyentes de 102 mil millones de dólares al año. Un plan de alguna forma idéntico con mandatos cubriría 45 millones de no asegurados –prácticamente todo el mundo– a un costo para el contribuyente de 124 mil millones de dólares. En conjunto, el plan tipo Obama costaría 4.400 dólares por persona recién asegurada, el tipo Clinton, solo 2.700 dólares.
Eso no me parece una diferencia trivial. Un plan logra más o menos la cobertura universal; el otro, aun cuando cuesta más del 80%, cubre solo cerca de la mitad de los no asegurados actualmente.
Como con cualquier análisis económico, los resultados de Gruber solo son tan buenos como su modelo. Sin embargo, están de acuerdo con los de otros análisis como los de un estudio de 2003 comisionado por la Fundación Robert Wood Johnson, en el que se compararon los planes de la reforma del sistema de salud y se concluyó que los mandatos significaban una gran diferencia tanto para el éxito en la cobertura de los no asegurados como en su rentabilidad.
Y ese es el porqué muchos expertos en atención de la salud como Gruber apoyan tajantemente los mandatos.
Ahora, algunos podrían argumentar que nada de esto importa porque la legislación que los presidentes logran que en realidad entre en vigor con frecuencia tiene poco parecido con sus propuestas de campaña. Y, en efecto, no hay ninguna garantía de que Clinton, de ser elegida, pudiera hacer que se aprobara nada parecido a su actual plan.
Sin embargo, aun cuando es fácil ver cómo sería invalidado el plan Clinton, es difícil ver cómo se puede reparar el hoyo en el de Obama. ¿Por qué? Porque las propuestas de campaña de Obama sobre atención de la salud han saboteado sus propios pronósticos.
Miren, la campaña de Obama ha satanizado la idea de los mandatos: la forma más reciente fue la de correos electrónicos como táctica para infundir temor enviados al electorado que se parece asombrosamente al anuncio “Harry y Louise” de un cabildeador de seguros en 1993, que ayudó a minar nuestra última oportunidad de obtener la atención médica universal.
Si Obama llega a la Casa Blanca y trata de lograr la cobertura universal, se dará cuenta que no se puede hacer sin mandatos, pero si trata de instituirlos, los enemigos de la reforma usarán sus propias palabras en su contra.
Al combinar el análisis económico con estas realidades políticas, esto es lo que creo que significaría: si Clinton obtiene la nominación demócrata, hay alguna oportunidad –nadie sabe qué tan grande– de que tendremos atención médica universal en el próximo gobierno. Si la consigue Obama, simplemente eso no sucederá.
La principal diferencia política entre Hillary Clinton y Barack Obama se relaciona con la atención de la salud. Es una diferencia que puede parecer técnica y poco clara, y he oído muchas aseveraciones de que solo a los que tiran a la erudición les interesan las letras chiquitas de sus propuestas.
Sin embargo, realmente hay una gran diferencia en los enfoques de los candidatos. Y nueva investigación, apenas dada a conocer, confirma lo que he estado diciendo: la diferencia en los planes bien podría ser la clave entre lograr la cobertura universal en atención de la salud –un objetivo clave y progresista– y quedarse demasiado cortos.
Específicamente, nuevas estimaciones muestran que un plan parecido al de Clinton cubriría casi el doble de las personas no aseguradas en este momento de lo que lo haría uno similar al de Obama, y con un costo ligeramente mayor.
Hablemos del resultado de comparar los planes.
Ambos requieren que las aseguradoras privadas ofrezcan pólizas a todo el mundo, sin importar su historial médico. Ambos permiten que la gente opte por los seguros que ofrece el gobierno en lugar de los privados.
Y ambos planes buscan hacer que sean accesibles para los estadounidenses de bajos ingresos. No obstante, el plan Clinton es más explícito en cuanto a su asequibilidad ya que promete limitar el costo como un porcentaje del ingreso familiar. Y también parece incluir más fondos para subsidios.
Sin embargo, la gran diferencia son los mandatos: el plan Clinton precisa que todo el mundo tenga seguro, no así el de Obama.
Obama dice que las personas comprarán el seguro si se vuelve accesible. Desafortunadamente, la evidencia dice lo contrario.
Después de todo, ya tenemos programas por los cuales el seguro médico es gratuito o muy barato para muchos estadounidenses de bajos ingresos, sin que se exija que se registren. Y muchos de los que tienen derecho no se registran, por la razón que sea.
Un plan del tipo del de Obama también se enfrentaría al problema de personas sanas que deciden arriesgarse o no se registran hasta que tienen algún padecimiento, y con ello aumentan las primas para todos los demás. Obama, contradiciendo sus afirmaciones anteriores de que la asequibilidad es el único obstáculo para la cobertura, ahora está hablando de penalizar a quienes se tarden en registrarse, pero no está claro cómo funcionaría.
Así es que el plan Obama dejaría más personas sin seguro que el Clinton. ¿Qué tan grande es la diferencia?
Para responder esta pregunta, se necesita hacer un análisis detallado de las decisiones sobre atención de la salud. Eso es lo que Jonathan Gruber del Instituto Tecnológico de Massachusetts, uno de los principales economistas especializados en atención de la salud de Estados Unidos, hace en un ensayo reciente.
Gruber concluye que un plan sin mandatos, que se parece en lo general al de Obama, cubriría 23 millones de quienes actualmente no están asegurados, a un costo para los contribuyentes de 102 mil millones de dólares al año. Un plan de alguna forma idéntico con mandatos cubriría 45 millones de no asegurados –prácticamente todo el mundo– a un costo para el contribuyente de 124 mil millones de dólares. En conjunto, el plan tipo Obama costaría 4.400 dólares por persona recién asegurada, el tipo Clinton, solo 2.700 dólares.
Eso no me parece una diferencia trivial. Un plan logra más o menos la cobertura universal; el otro, aun cuando cuesta más del 80%, cubre solo cerca de la mitad de los no asegurados actualmente.
Como con cualquier análisis económico, los resultados de Gruber solo son tan buenos como su modelo. Sin embargo, están de acuerdo con los de otros análisis como los de un estudio de 2003 comisionado por la Fundación Robert Wood Johnson, en el que se compararon los planes de la reforma del sistema de salud y se concluyó que los mandatos significaban una gran diferencia tanto para el éxito en la cobertura de los no asegurados como en su rentabilidad.
Y ese es el porqué muchos expertos en atención de la salud como Gruber apoyan tajantemente los mandatos.
Ahora, algunos podrían argumentar que nada de esto importa porque la legislación que los presidentes logran que en realidad entre en vigor con frecuencia tiene poco parecido con sus propuestas de campaña. Y, en efecto, no hay ninguna garantía de que Clinton, de ser elegida, pudiera hacer que se aprobara nada parecido a su actual plan.
Sin embargo, aun cuando es fácil ver cómo sería invalidado el plan Clinton, es difícil ver cómo se puede reparar el hoyo en el de Obama. ¿Por qué? Porque las propuestas de campaña de Obama sobre atención de la salud han saboteado sus propios pronósticos.
Miren, la campaña de Obama ha satanizado la idea de los mandatos: la forma más reciente fue la de correos electrónicos como táctica para infundir temor enviados al electorado que se parece asombrosamente al anuncio “Harry y Louise” de un cabildeador de seguros en 1993, que ayudó a minar nuestra última oportunidad de obtener la atención médica universal.
Si Obama llega a la Casa Blanca y trata de lograr la cobertura universal, se dará cuenta que no se puede hacer sin mandatos, pero si trata de instituirlos, los enemigos de la reforma usarán sus propias palabras en su contra.
Al combinar el análisis económico con estas realidades políticas, esto es lo que creo que significaría: si Clinton obtiene la nominación demócrata, hay alguna oportunidad –nadie sabe qué tan grande– de que tendremos atención médica universal en el próximo gobierno. Si la consigue Obama, simplemente eso no sucederá.
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