Por Koichiro Matsuura, director general de la Unesco (LA VANGUARDIA, 12/02/08):
Hemos recibido en legado un solo planeta. La Tierra es hoy un patrimonio en peligro y la propia especie humana corre peligro.
La Unesco acaba de publicar, bajo la dirección de Jérôme Bindé, la tercera antología de los Coloquios del siglo XXI, titulada Firmemos la paz con la Tierra (Ediciones Unesco/ Icaria), con la colaboración de quince científicos de fama mundial. Hemos efectuado en esta obra, publicada también en catalán, una radiografía prospectiva de la crisis ecológica mundial, formulando a la vez una serie de propuestas que resumiré en lo esencial.
No insistiré sobre el diagnóstico, ya que por desgracia el panorama es de sobra conocido: cambio climático, desertización, crisis mundial de los recursos hídricos, deforestación, deterioro de los océanos, erosión acelerada de la biodiversidad y contaminación del aire, del suelo, del agua dulce y del mar.
La guerra que hemos declarado a nuestro planeta puede costar tanto como una guerra mundial, como se ha señalado en el informe Stern. Además, corremos el riesgo de desembocar en la guerra de verdad, debido no sólo a la escasez cada vez mayor de energías fósiles y recursos naturales, sino también al desplazamiento de los 150 a 200 millones de ecorrefugiados que vaticinan los estudios prospectivos.
Lo que consideramos problemas son más bien síntomas, el del crecimiento material en un mundo finito, ya señalado desde 1972 en el informe Los límites del crecimiento presentado al Club de Roma. Pero en 1972 la humanidad estaba por debajo de sus límites, mientras que ahora está por encima de ellos. Así lo atestiguan los datos que publicamos sobre la huella ecológica de la especie humana.
En estas condiciones, ¿puede salvarse todavía la humanidad? Respondemos afirmativamente a este interrogante. En vez de contraponer el crecimiento económico y el desarrollo sostenible, tenemos que armonizarlos. Para lograr esa armonización, necesitamos no sólo más ciencia, más sobriedad, menos materia y más acciones concretas, sino también más ética y política, en contra de lo que algunos puedan creer.
Más ciencia. Muchos creen que el enemigo es la tecnociencia. Sin embargo, la mano que inflige la herida es también la que la cura. No conseguiremos salvaguardar nuestro planeta y hacer que se salve su huésped, la especie humana, si no logramos construir sociedades del conocimiento que den prioridad a la educación, la investigación y la prospectiva. La Unesco, por su parte, ha venido construyendo una base de conocimientos de importancia mundial sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible desde hace varios decenios y sus programas científicos internacionales relativos al agua, a los océanos, las ciencias de la tierra y la biosfera son reconocidos como fuentes de recursos únicas en su género.
Más sobriedad. Va a ser necesario inventar formas de consumo menos caras y más eficaces. En efecto, la humanidad necesitaría disponer de los recursos naturales de tres o cuatro Tierras si llegan a extenderse por todo el planeta los modos actuales de consumo imperantes en Norteamérica.
Menos materia. Vamos a tener que desmaterializar la economía. En efecto, es muy probable que no podamos detener el crecimiento económico y, por eso, tendremos que reducir el consumo de recursos naturales y materias primas. La evolución de la economía hacia la desmaterialización ya se ha iniciado con la sustitución revolucionaria de los átomos por los bits, que son la base de las nuevas tecnologías y las sociedades del conocimiento. La desmaterialización de la economía podrá incluso impulsar el desarrollo del Sur, siempre que el Norte se comprometa a desmaterializar su crecimiento a un ritmo algo más rápido que el primero durante unos cincuenta años. Pero la mayor transformación de nuestras sociedades ha de consistir en modificar nuestras actitudes. ¿Cómo podremos desmaterializar la producción si seguimos siendo materialistas? ¿Cómo podremos disminuir el consumo si el consumidor que todos llevamos dentro acaba por devorar nuestra conciencia cívica? La educación para el desarrollo sostenible será la impulsora de la imprescindible modificación de nuestro comportamiento.
Acciones más concretas, ejecutando proyectos precisos y realistas, a fin de suprimir el gran trecho que media entre la utopía y la tiranía impuesta por las miras a corto plazo. Por ejemplo, la biodiversidad. Se necesitarían unos 50.000 millones de dólares - esto es, algo menos del 0,1% del PIB mundial- para preservar las 34 zonas ecológicas más prioritarias del planeta. Esas zonas, que sólo abarcan un 2,3% de la superficie terrestre, albergan sin embargo el 50% de las especies de plantas vasculares conocidas y el 42% de los mamíferos, aves, reptiles y anfibios existentes.
Un contrato natural. Al contrato social ya establecido entre los seres humanos, hay que añadir el contrato que vincule a estos a la naturaleza. Estamos ya protegiendo determinadas especies y parques naturales. Eso quiere decir que vamos reconociendo paulatinamente que la naturaleza es un auténtico sujeto de derecho con el que es posible establecer un contrato. La verdadera democracia del futuro tendrá que ser forzosamente prospectiva. La ética del futuro sabrá armonizar el crecimiento y el desarrollo sostenible.
Hemos recibido en legado un solo planeta. La Tierra es hoy un patrimonio en peligro y la propia especie humana corre peligro.
La Unesco acaba de publicar, bajo la dirección de Jérôme Bindé, la tercera antología de los Coloquios del siglo XXI, titulada Firmemos la paz con la Tierra (Ediciones Unesco/ Icaria), con la colaboración de quince científicos de fama mundial. Hemos efectuado en esta obra, publicada también en catalán, una radiografía prospectiva de la crisis ecológica mundial, formulando a la vez una serie de propuestas que resumiré en lo esencial.
No insistiré sobre el diagnóstico, ya que por desgracia el panorama es de sobra conocido: cambio climático, desertización, crisis mundial de los recursos hídricos, deforestación, deterioro de los océanos, erosión acelerada de la biodiversidad y contaminación del aire, del suelo, del agua dulce y del mar.
La guerra que hemos declarado a nuestro planeta puede costar tanto como una guerra mundial, como se ha señalado en el informe Stern. Además, corremos el riesgo de desembocar en la guerra de verdad, debido no sólo a la escasez cada vez mayor de energías fósiles y recursos naturales, sino también al desplazamiento de los 150 a 200 millones de ecorrefugiados que vaticinan los estudios prospectivos.
Lo que consideramos problemas son más bien síntomas, el del crecimiento material en un mundo finito, ya señalado desde 1972 en el informe Los límites del crecimiento presentado al Club de Roma. Pero en 1972 la humanidad estaba por debajo de sus límites, mientras que ahora está por encima de ellos. Así lo atestiguan los datos que publicamos sobre la huella ecológica de la especie humana.
En estas condiciones, ¿puede salvarse todavía la humanidad? Respondemos afirmativamente a este interrogante. En vez de contraponer el crecimiento económico y el desarrollo sostenible, tenemos que armonizarlos. Para lograr esa armonización, necesitamos no sólo más ciencia, más sobriedad, menos materia y más acciones concretas, sino también más ética y política, en contra de lo que algunos puedan creer.
Más ciencia. Muchos creen que el enemigo es la tecnociencia. Sin embargo, la mano que inflige la herida es también la que la cura. No conseguiremos salvaguardar nuestro planeta y hacer que se salve su huésped, la especie humana, si no logramos construir sociedades del conocimiento que den prioridad a la educación, la investigación y la prospectiva. La Unesco, por su parte, ha venido construyendo una base de conocimientos de importancia mundial sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible desde hace varios decenios y sus programas científicos internacionales relativos al agua, a los océanos, las ciencias de la tierra y la biosfera son reconocidos como fuentes de recursos únicas en su género.
Más sobriedad. Va a ser necesario inventar formas de consumo menos caras y más eficaces. En efecto, la humanidad necesitaría disponer de los recursos naturales de tres o cuatro Tierras si llegan a extenderse por todo el planeta los modos actuales de consumo imperantes en Norteamérica.
Menos materia. Vamos a tener que desmaterializar la economía. En efecto, es muy probable que no podamos detener el crecimiento económico y, por eso, tendremos que reducir el consumo de recursos naturales y materias primas. La evolución de la economía hacia la desmaterialización ya se ha iniciado con la sustitución revolucionaria de los átomos por los bits, que son la base de las nuevas tecnologías y las sociedades del conocimiento. La desmaterialización de la economía podrá incluso impulsar el desarrollo del Sur, siempre que el Norte se comprometa a desmaterializar su crecimiento a un ritmo algo más rápido que el primero durante unos cincuenta años. Pero la mayor transformación de nuestras sociedades ha de consistir en modificar nuestras actitudes. ¿Cómo podremos desmaterializar la producción si seguimos siendo materialistas? ¿Cómo podremos disminuir el consumo si el consumidor que todos llevamos dentro acaba por devorar nuestra conciencia cívica? La educación para el desarrollo sostenible será la impulsora de la imprescindible modificación de nuestro comportamiento.
Acciones más concretas, ejecutando proyectos precisos y realistas, a fin de suprimir el gran trecho que media entre la utopía y la tiranía impuesta por las miras a corto plazo. Por ejemplo, la biodiversidad. Se necesitarían unos 50.000 millones de dólares - esto es, algo menos del 0,1% del PIB mundial- para preservar las 34 zonas ecológicas más prioritarias del planeta. Esas zonas, que sólo abarcan un 2,3% de la superficie terrestre, albergan sin embargo el 50% de las especies de plantas vasculares conocidas y el 42% de los mamíferos, aves, reptiles y anfibios existentes.
Un contrato natural. Al contrato social ya establecido entre los seres humanos, hay que añadir el contrato que vincule a estos a la naturaleza. Estamos ya protegiendo determinadas especies y parques naturales. Eso quiere decir que vamos reconociendo paulatinamente que la naturaleza es un auténtico sujeto de derecho con el que es posible establecer un contrato. La verdadera democracia del futuro tendrá que ser forzosamente prospectiva. La ética del futuro sabrá armonizar el crecimiento y el desarrollo sostenible.
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