Por Henry Kamen, historiador. Recientemente ha publicado Los Desheredados. España y la Huella del Exilio (EL MUNDO, 06/02/08):
Pensarán algunos que yerro cuando cito aquí pasajes del famoso libro sobre Don Quijote, escrito por el honorable Miguel de Cervantes, pero pienso sinceramente que mis fuentes son correctas. Me refiero, por supuesto, a «las admirables cosas que el estremado Don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Moratinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa». La verdad es que no se puede dudar de la existencia de la cueva, porque yo también la he visto y paso a contar lo que de labios de Don Quijote salió. Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere. La verdad es que antes de que el famoso hidalgo bajara a la cueva de Moratinos, le habían dicho que ésta se encontraba en el corazón de la Mancha; sin embargo, cuando entró, vio que estaba en otro continente. En la cueva se topó con un venerable señor, pequeño y un tanto corpulento, medio calvo y con una alegre sonrisa en su redonda cara, que le dijo: «Soy el mismo Moratinos de quien la cueva toma nombre, y ésta es mi tierra que, vosotros mortales, conocéis como Africa». «¿Cómo es eso?» le preguntó el valeroso caballero, «¿cómo es que yo entré dentro de las entrañas de España y he acabado en Africa?». «Eso es fácil de explicar», dijo el otro, «porque en verdad todos los caminos llevan a Africa». «¿Pero no sois vos, venerable señor, una persona de cierta distinción en vuestro propio continente? ¿Por qué habéis venido a Africa?».
«¡Ay!», contestó él, «debéis escuchar mi triste historia. Hubo un tiempo en que yo estaba en una posición de autoridad en mi tierra, y dirigía su política exterior. Muy pronto, sin embargo, los dirigentes de las otras naciones empezaron a cuestionar mi política y despreciar mis iniciativas. Los mandatarios extranjeros que hablan extrañas lenguas como inglés, alemán, francés y ruso empezaron a discrepar de mi política y me contradecían en sus reuniones. Un comentarista del Strategic Study Group de Estados Unidos llegó a declarar que ‘España ha perdido su credibilidad’. Así que comprendí que es mejor cultivar amigos en tu propia familia, y me adherí a los generosos dirigentes que hablan nuestra misma lengua. Tu habrás visto como me acojo al amable y cultivado dirigente de Venezuela, a quien el anterior Gobierno de mi país vilmente intentó derrocar; pero todos mis gestos de amistad se colapsaron cuando mi Rey, públicamente, le enseñó el dedo. Realmente no es justo. He puesto todo de mi parte para apoyar el régimen progresista de Cuba, pero los otros europeos se me han opuesto constantemente. Y ahora otros países europeos acaban de tener una reunión en Londres, pero han rehusado invitar a mi venerado dirigente. Ciertamente, parece que todos se burlan de mí. Ni tan solo he tenido el privilegio de encontrarme formalmente con el gran dirigente de Estados Unidos. Su representante, Condi, me visitó brevemente el año pasado. Cuando defendí mi amistad con Cuba y dije ‘estoy seguro de que con el tiempo usted se convencerá de que mi estrategia producirá resultados’, ella simplemente movió sus ojos y dijo: ‘No aguantes la respiración.’ ¿Puedes entender por qué estoy molesto?».
«Veo vuestras razones», dijo Don Quijote, con cierta simpatía, «¿pero supongo que habrá alguna salida para vos?».
«Por supuesto, por supuesto», respondió el guardián de la cueva. «He inventado una nueva Alianza que substituirá todas las otras alianzas, porque sólo será entre gente civilizada. La he llamado Alianza de Civilizaciones, porque será sólo para gente progresista, no para europeos o norteamericanos. Tuvimos una reunión en Madrid este año. Costó muy poco, unos cuatro millones de euros, que no es nada por tan valioso foro. Y ofrecimos nuestro firme apoyo a Turquía, a quien los europeos han excluido de su familia. Tenemos mucho en común con nuestros amigos turcos».
«Sé eso», dijo Don Quijote, «mi amigo Cervantes tuvo un notable encuentro con ellos en un lugar llamado Lepanto. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Decidme, amigo Moratinos, ¿cómo es que habéis limitado vuestra Alianza sólo a musulmanes? Corregidme si me equivoco, ¿pero no tenían los judíos también una civilización en España?».
«Tonterías, los judíos no han sido parte de España desde hace mucho tiempo, mucho antes de Lepanto. No pertenecen a la Alianza porque sus puntos de vista son diferentes, ellos no piensan como yo. No son parte de nuestra civilización. ¿Acaso sois judio?».
«No, no en absoluto, os lo aseguro. Soy un buen cristiano, como vos. Y apoyo a la Santa Inquisición».
«Pero si apoyáis a la Santa Inquisición, ¿acaso sois un integrista, fundamentalista y neoconservador, como los obispos de mi país, que también se me oponen?».
«No, no, os lo aseguro. Entonces, decidme, buen amigo, ¿pensáis que deberíamos rechazar a los europeos y norteamericanos y confiar sólo en los musulmanes?»
«Bien, es verdad que nuestro destino no es Europa, sino que se sitúa hacia el sur, en Africa. Es por eso que esta cueva se halla en Africa. Acabo de hacer un largo viaje a través del continente, y tranquilizado a todas las gentes del continente diciéndoles que obtendrán de mí -de nosotros- aquello que no han podido obtener de los europeos y norteamericanos, amistad verdadera y mucha ayuda financiera, de modo que puedan vivir al fin en paz. Incluso hablo su lengua: ‘nalingi botondi’, les dije en el Congo. Tal vez os preguntéis, por qué Africa. Os lo diré, en palabras de uno de nuestros filósofos, Ortega y Gasset: Africa para nosotros es ‘una fatalidad histórica y, en la Historia, la fatalidad es obligación’. Otro de nuestros grandes hombres, Joaquín Costa, explicaba que ‘el Estrecho de Gibraltar no es un tabique que separa una casa de otra casa; es, al contrario, una puerta abierta por la Naturaleza para poner en comunicación dos habitaciones de una misma casa’».
«He oído», comentó Don Quijote, «que intentáis construir un túnel por debajo del mar para conectarnos a Africa».
Al oír la palabra «túnel» los ojos del guardián Moratinos se iluminaron, y las palabras casi se precipitaron de sus labios. «¡El túnel, el túnel! Sí, ese es el gran futuro. Costará casi nada, y será más grande y mejor que cualquier cosa que han construido los británicos y franceses bajo el Canal de la Mancha. Mi túnel irá desde La Mancha -perdón por el juego de palabras- directamente a Marruecos. Realmente convertirá a Africa y a nosotros mismos en ‘dos habitaciones de la misma casa’! ¿Os podéis imaginar eso? Millones de españoles podrán ir libremente a Africa, y millones de africanos nos vendrán a visitar. Como dije el otro día en Luxemburgo: ‘Va a ser irreversible que el continente africano sea uno de los ejes prioritarios de la política exterior española’. ¡Africa, Africa, ese es el gran futuro para nosotros! ¡España será grande en Africa!».
«He oído estas palabras antes», Don Quijote murmuró, sin atreverse con el emocionado guardián, «pero las dijo alguien poco antes de una batalla que ocurrió en un lugar llamado Annual».
«Como no estás experimentado en las cosas del mundo», el guardián respondió, a penas escuchado lo que Don Quijote decía, «todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles. La verdad es que en esta cueva he descubierto los secretos del futuro, y aunque neguéis con la cabeza os puedo asegurar que, a pesar de que tanto Washington como Londres me han cerrado las puertas, el camino hacia delante se encuentra donde siempre ha estado desde los grandes días de Isabel la Católica, en Africa».
Esas fueron las últimas palabras que Don Quijote oyó antes de que, de repente, se desvaneciera, y se despertara delante de su buen amigo Sancho Panza. Cuando explicó todo lo que había visto y oído a su sorprendido asistente, Sancho comentó: «Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le había dado, y no agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse».
Pensarán algunos que yerro cuando cito aquí pasajes del famoso libro sobre Don Quijote, escrito por el honorable Miguel de Cervantes, pero pienso sinceramente que mis fuentes son correctas. Me refiero, por supuesto, a «las admirables cosas que el estremado Don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Moratinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa». La verdad es que no se puede dudar de la existencia de la cueva, porque yo también la he visto y paso a contar lo que de labios de Don Quijote salió. Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere. La verdad es que antes de que el famoso hidalgo bajara a la cueva de Moratinos, le habían dicho que ésta se encontraba en el corazón de la Mancha; sin embargo, cuando entró, vio que estaba en otro continente. En la cueva se topó con un venerable señor, pequeño y un tanto corpulento, medio calvo y con una alegre sonrisa en su redonda cara, que le dijo: «Soy el mismo Moratinos de quien la cueva toma nombre, y ésta es mi tierra que, vosotros mortales, conocéis como Africa». «¿Cómo es eso?» le preguntó el valeroso caballero, «¿cómo es que yo entré dentro de las entrañas de España y he acabado en Africa?». «Eso es fácil de explicar», dijo el otro, «porque en verdad todos los caminos llevan a Africa». «¿Pero no sois vos, venerable señor, una persona de cierta distinción en vuestro propio continente? ¿Por qué habéis venido a Africa?».
«¡Ay!», contestó él, «debéis escuchar mi triste historia. Hubo un tiempo en que yo estaba en una posición de autoridad en mi tierra, y dirigía su política exterior. Muy pronto, sin embargo, los dirigentes de las otras naciones empezaron a cuestionar mi política y despreciar mis iniciativas. Los mandatarios extranjeros que hablan extrañas lenguas como inglés, alemán, francés y ruso empezaron a discrepar de mi política y me contradecían en sus reuniones. Un comentarista del Strategic Study Group de Estados Unidos llegó a declarar que ‘España ha perdido su credibilidad’. Así que comprendí que es mejor cultivar amigos en tu propia familia, y me adherí a los generosos dirigentes que hablan nuestra misma lengua. Tu habrás visto como me acojo al amable y cultivado dirigente de Venezuela, a quien el anterior Gobierno de mi país vilmente intentó derrocar; pero todos mis gestos de amistad se colapsaron cuando mi Rey, públicamente, le enseñó el dedo. Realmente no es justo. He puesto todo de mi parte para apoyar el régimen progresista de Cuba, pero los otros europeos se me han opuesto constantemente. Y ahora otros países europeos acaban de tener una reunión en Londres, pero han rehusado invitar a mi venerado dirigente. Ciertamente, parece que todos se burlan de mí. Ni tan solo he tenido el privilegio de encontrarme formalmente con el gran dirigente de Estados Unidos. Su representante, Condi, me visitó brevemente el año pasado. Cuando defendí mi amistad con Cuba y dije ‘estoy seguro de que con el tiempo usted se convencerá de que mi estrategia producirá resultados’, ella simplemente movió sus ojos y dijo: ‘No aguantes la respiración.’ ¿Puedes entender por qué estoy molesto?».
«Veo vuestras razones», dijo Don Quijote, con cierta simpatía, «¿pero supongo que habrá alguna salida para vos?».
«Por supuesto, por supuesto», respondió el guardián de la cueva. «He inventado una nueva Alianza que substituirá todas las otras alianzas, porque sólo será entre gente civilizada. La he llamado Alianza de Civilizaciones, porque será sólo para gente progresista, no para europeos o norteamericanos. Tuvimos una reunión en Madrid este año. Costó muy poco, unos cuatro millones de euros, que no es nada por tan valioso foro. Y ofrecimos nuestro firme apoyo a Turquía, a quien los europeos han excluido de su familia. Tenemos mucho en común con nuestros amigos turcos».
«Sé eso», dijo Don Quijote, «mi amigo Cervantes tuvo un notable encuentro con ellos en un lugar llamado Lepanto. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Decidme, amigo Moratinos, ¿cómo es que habéis limitado vuestra Alianza sólo a musulmanes? Corregidme si me equivoco, ¿pero no tenían los judíos también una civilización en España?».
«Tonterías, los judíos no han sido parte de España desde hace mucho tiempo, mucho antes de Lepanto. No pertenecen a la Alianza porque sus puntos de vista son diferentes, ellos no piensan como yo. No son parte de nuestra civilización. ¿Acaso sois judio?».
«No, no en absoluto, os lo aseguro. Soy un buen cristiano, como vos. Y apoyo a la Santa Inquisición».
«Pero si apoyáis a la Santa Inquisición, ¿acaso sois un integrista, fundamentalista y neoconservador, como los obispos de mi país, que también se me oponen?».
«No, no, os lo aseguro. Entonces, decidme, buen amigo, ¿pensáis que deberíamos rechazar a los europeos y norteamericanos y confiar sólo en los musulmanes?»
«Bien, es verdad que nuestro destino no es Europa, sino que se sitúa hacia el sur, en Africa. Es por eso que esta cueva se halla en Africa. Acabo de hacer un largo viaje a través del continente, y tranquilizado a todas las gentes del continente diciéndoles que obtendrán de mí -de nosotros- aquello que no han podido obtener de los europeos y norteamericanos, amistad verdadera y mucha ayuda financiera, de modo que puedan vivir al fin en paz. Incluso hablo su lengua: ‘nalingi botondi’, les dije en el Congo. Tal vez os preguntéis, por qué Africa. Os lo diré, en palabras de uno de nuestros filósofos, Ortega y Gasset: Africa para nosotros es ‘una fatalidad histórica y, en la Historia, la fatalidad es obligación’. Otro de nuestros grandes hombres, Joaquín Costa, explicaba que ‘el Estrecho de Gibraltar no es un tabique que separa una casa de otra casa; es, al contrario, una puerta abierta por la Naturaleza para poner en comunicación dos habitaciones de una misma casa’».
«He oído», comentó Don Quijote, «que intentáis construir un túnel por debajo del mar para conectarnos a Africa».
Al oír la palabra «túnel» los ojos del guardián Moratinos se iluminaron, y las palabras casi se precipitaron de sus labios. «¡El túnel, el túnel! Sí, ese es el gran futuro. Costará casi nada, y será más grande y mejor que cualquier cosa que han construido los británicos y franceses bajo el Canal de la Mancha. Mi túnel irá desde La Mancha -perdón por el juego de palabras- directamente a Marruecos. Realmente convertirá a Africa y a nosotros mismos en ‘dos habitaciones de la misma casa’! ¿Os podéis imaginar eso? Millones de españoles podrán ir libremente a Africa, y millones de africanos nos vendrán a visitar. Como dije el otro día en Luxemburgo: ‘Va a ser irreversible que el continente africano sea uno de los ejes prioritarios de la política exterior española’. ¡Africa, Africa, ese es el gran futuro para nosotros! ¡España será grande en Africa!».
«He oído estas palabras antes», Don Quijote murmuró, sin atreverse con el emocionado guardián, «pero las dijo alguien poco antes de una batalla que ocurrió en un lugar llamado Annual».
«Como no estás experimentado en las cosas del mundo», el guardián respondió, a penas escuchado lo que Don Quijote decía, «todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles. La verdad es que en esta cueva he descubierto los secretos del futuro, y aunque neguéis con la cabeza os puedo asegurar que, a pesar de que tanto Washington como Londres me han cerrado las puertas, el camino hacia delante se encuentra donde siempre ha estado desde los grandes días de Isabel la Católica, en Africa».
Esas fueron las últimas palabras que Don Quijote oyó antes de que, de repente, se desvaneciera, y se despertara delante de su buen amigo Sancho Panza. Cuando explicó todo lo que había visto y oído a su sorprendido asistente, Sancho comentó: «Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le había dado, y no agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse».
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