Por Phillippe de Schoutheete, diplomático belga. Fue embajador en Madrid y durante diez años Representante Permanente de su país ante la Comisión Europea. Es patrono de la Fundación Carlos de Amberes y autor del libro Una Europa para todos (EL PAÍS, 10/02/08):
Uno de los puntos significativos del nuevo tratado firmado en Lisboa el pasado diciembre es la elección por un periodo de dos años y medio de un presidente del Consejo Europeo, organismo que integra a los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de la Unión. Esta nueva redacción elimina el sistema de presidencia rotatoria semestral vigente hasta ahora. La idea que ahora se adopta fue formulada por Aznar, Blair y Chirac durante la Convención que preparaba el finalmente non nato Tratado Constitucional. Las iniciales de los proponentes han hecho que fuera conocida como proposición ABC.
Algunos países miembros se opusieron con firmeza a su adopción como prueba el memorando del Benelux
[Bélgica, Holanda y Luxemburgo] de diciembre de 2002, donde se declaraba que los tres países jamás lo aceptarían por el temor a que reforzara la dominación de los grandes. Sin embargo, algunos meses más tarde la nueva figura de la presidencia del Consejo pudo pasar al Tratado Constitucional y después lo hizo al tratado de Lisboa, a cambio de otras concesiones y de la seguridad implícita de que el presidente no procedería necesariamente de uno de los grandes de la Unión Europea.
Ahora, el presidente de la República Francesa y el primer ministro británico sugieren que el puesto sea ocupado por Tony Blair. Es una propuesta a la que Bélgica, por ejemplo, debería oponerse de manera radical. No se trata de objeciones personales porque Blair es un hombre capaz, atrayente, buen comunicador, con probado coraje para tomar decisiones difíciles y azarosas como la guerra de Irak, y para defenderlas aun cuando se comprueben desastrosas. Pero el apreciar sus calidades humanas no impide que uno pueda oponerse a que ejerza la función de primer presidente del Consejo Europeo. Muchas razones abogan en ese sentido.
En primer lugar, Tony Blair pertenece a una escuela de pensamiento que cuenta casi con la unanimidad en Londres, es bastante corriente en París y, afortunadamente, es menos frecuente en Berlín. Consiste en creer que, en los asuntos europeos, el papel a desempeñar por los grandes países es el de tomar las decisiones importantes; el de las instituciones comunes, aplicarlas; y el de los países pequeños, seguirlas. El hecho de que esta aproximación sea opuesta a la de los fundadores de la Comunidad Europea y que en la práctica conduzca al fracaso no desanima a sus promotores.
Pueden mencionarse numerosos ejemplos del interés de algunos grandes por ningunear a las instituciones que integran a todos. El más reciente es el encuentro que, por iniciativa de Gordon Brown, reunió en Londres a Nicolas Sarkozy y Angela Merkel el pasado 29 de enero para discutir sobre la crisis financiera. La incorporación en el último minuto del presidente de la Comisión, Durão Barroso, tampoco fue satisfactoria. Y es que la crisis afecta a todos y, sin duda, es la zona euro el marco adecuado para debatirla. De ahí la plena razón que asiste a los países medios o pequeños para considerar contrario a sus intereses que la presidencia del Consejo Europeo sea ocupada por alguien cuyo reflejo natural sea un directorio de los grandes.
En segundo lugar, el Reino Unido se ha excluido de numerosas cooperaciones europeas. No pertenece a la zona euro. No forma parte del Espacio Schengen que asegura, en la mayor parte del territorio de la Unión, la libre circulación de las personas sin fronteras interiores. También ha logrado quedar exento de una gran parte de las disposiciones del tratado de Lisboa relativas al espacio de libertad, seguridad y justicia. Y, por último, ha decidido que no le sea de aplicación la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión.
En tercer lugar, el nuevo tratado dice que el presidente del Consejo Europeo asegura, a su nivel y en su calidad de tal, la representación exterior de la Unión. ¿Sería creíble que la representación de la Unión en las negociaciones económicas internacionales fuera asegurada por alguien que ha dejado a su país fuera de la zona euro? ¿Podría Blair representar a la Unión en un debate sobre la lucha contra el terrorismo, cuando el Reino Unido se ha situado deliberadamente fuera de la nueva cooperación policial y judicial europea?
Por entender que los belgas eran sospechosos de proclividad supranacional, el premier John Major bloqueó la candidatura de Jean Luc Dehaene para la presidencia de la Comisión en 1994 y Tony Blair la de Guy Verhofstadt para ese mismo puesto en 2004. ¿No sería ahora normal alegar que Tony Blair, integrado en el consejo de JP Morgan, tiene una visión demasiado intergubernamental para dirigir las actividades del Consejo Europeo, que es el motor de la integración?
La designación del presidente del Consejo debe hacerse por mayoría cualificada y tendría plena lógica que España, al igual que hará Bélgica, manifestara, con la moderación y firmeza debidas pero cuando todavía es útil, lo inaceptable de la candidatura de Tony Blair. Seguro que esos dos países no quedarían aislados por mucho tiempo.
Uno de los puntos significativos del nuevo tratado firmado en Lisboa el pasado diciembre es la elección por un periodo de dos años y medio de un presidente del Consejo Europeo, organismo que integra a los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de la Unión. Esta nueva redacción elimina el sistema de presidencia rotatoria semestral vigente hasta ahora. La idea que ahora se adopta fue formulada por Aznar, Blair y Chirac durante la Convención que preparaba el finalmente non nato Tratado Constitucional. Las iniciales de los proponentes han hecho que fuera conocida como proposición ABC.
Algunos países miembros se opusieron con firmeza a su adopción como prueba el memorando del Benelux
[Bélgica, Holanda y Luxemburgo] de diciembre de 2002, donde se declaraba que los tres países jamás lo aceptarían por el temor a que reforzara la dominación de los grandes. Sin embargo, algunos meses más tarde la nueva figura de la presidencia del Consejo pudo pasar al Tratado Constitucional y después lo hizo al tratado de Lisboa, a cambio de otras concesiones y de la seguridad implícita de que el presidente no procedería necesariamente de uno de los grandes de la Unión Europea.
Ahora, el presidente de la República Francesa y el primer ministro británico sugieren que el puesto sea ocupado por Tony Blair. Es una propuesta a la que Bélgica, por ejemplo, debería oponerse de manera radical. No se trata de objeciones personales porque Blair es un hombre capaz, atrayente, buen comunicador, con probado coraje para tomar decisiones difíciles y azarosas como la guerra de Irak, y para defenderlas aun cuando se comprueben desastrosas. Pero el apreciar sus calidades humanas no impide que uno pueda oponerse a que ejerza la función de primer presidente del Consejo Europeo. Muchas razones abogan en ese sentido.
En primer lugar, Tony Blair pertenece a una escuela de pensamiento que cuenta casi con la unanimidad en Londres, es bastante corriente en París y, afortunadamente, es menos frecuente en Berlín. Consiste en creer que, en los asuntos europeos, el papel a desempeñar por los grandes países es el de tomar las decisiones importantes; el de las instituciones comunes, aplicarlas; y el de los países pequeños, seguirlas. El hecho de que esta aproximación sea opuesta a la de los fundadores de la Comunidad Europea y que en la práctica conduzca al fracaso no desanima a sus promotores.
Pueden mencionarse numerosos ejemplos del interés de algunos grandes por ningunear a las instituciones que integran a todos. El más reciente es el encuentro que, por iniciativa de Gordon Brown, reunió en Londres a Nicolas Sarkozy y Angela Merkel el pasado 29 de enero para discutir sobre la crisis financiera. La incorporación en el último minuto del presidente de la Comisión, Durão Barroso, tampoco fue satisfactoria. Y es que la crisis afecta a todos y, sin duda, es la zona euro el marco adecuado para debatirla. De ahí la plena razón que asiste a los países medios o pequeños para considerar contrario a sus intereses que la presidencia del Consejo Europeo sea ocupada por alguien cuyo reflejo natural sea un directorio de los grandes.
En segundo lugar, el Reino Unido se ha excluido de numerosas cooperaciones europeas. No pertenece a la zona euro. No forma parte del Espacio Schengen que asegura, en la mayor parte del territorio de la Unión, la libre circulación de las personas sin fronteras interiores. También ha logrado quedar exento de una gran parte de las disposiciones del tratado de Lisboa relativas al espacio de libertad, seguridad y justicia. Y, por último, ha decidido que no le sea de aplicación la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión.
En tercer lugar, el nuevo tratado dice que el presidente del Consejo Europeo asegura, a su nivel y en su calidad de tal, la representación exterior de la Unión. ¿Sería creíble que la representación de la Unión en las negociaciones económicas internacionales fuera asegurada por alguien que ha dejado a su país fuera de la zona euro? ¿Podría Blair representar a la Unión en un debate sobre la lucha contra el terrorismo, cuando el Reino Unido se ha situado deliberadamente fuera de la nueva cooperación policial y judicial europea?
Por entender que los belgas eran sospechosos de proclividad supranacional, el premier John Major bloqueó la candidatura de Jean Luc Dehaene para la presidencia de la Comisión en 1994 y Tony Blair la de Guy Verhofstadt para ese mismo puesto en 2004. ¿No sería ahora normal alegar que Tony Blair, integrado en el consejo de JP Morgan, tiene una visión demasiado intergubernamental para dirigir las actividades del Consejo Europeo, que es el motor de la integración?
La designación del presidente del Consejo debe hacerse por mayoría cualificada y tendría plena lógica que España, al igual que hará Bélgica, manifestara, con la moderación y firmeza debidas pero cuando todavía es útil, lo inaceptable de la candidatura de Tony Blair. Seguro que esos dos países no quedarían aislados por mucho tiempo.
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