Por Jaume Ribera, profesor del IESE (EL PERIÓDICO, 26/02/08):
Kenia ha ocupado las portadas de los medios internacionales en los últimos meses con imágenes de una violencia increíble para un país que durante años ha sido un modelo de éxito de democracia en África. La chispa de esta situación la encontramos en las discutidas elecciones del pasado noviembre, en las que el presidente anterior, Mwai Kibaki (del Partido de Unificación Nacional, PNU), se declaró ganador por un margen de 2,5%, dando la vuelta a unos sondeos que pocos meses antes apuntaban a una victoria del opositor Raila Odinga (del Partido Naranja, ODM).
A principios de mes tuve ocasión de pasar una semana en Kenia, invitado por la escuela de negocios de la Universidad de Strathmore, donde pude compartir experiencias con profesores y alumnos de diversas etnias. Frente a las prevenciones previas al iniciar mi viaje, encontré en Nairobi una ciudad tranquila con gente amable y sonriente, paseé por su centro, fui de compras al mercado masai callejero, hablé con muchas personas y solo encontré facilidades. Fui advertido de evitar ciertas zonas, pero no noté ninguna sensación de peligro superior a la que siento cuando visito grandes ciudades en otros países. En las aulas, se notaba la tensión, y si se tocaba el tema político, la discusión pronto se tornaba acalorada, pero siempre manteniendo la educación.
MI PERCEPCIÓN de tranquilidad no pudo hacerme olvidar los más de mil muertos y las 300.000 personas desplazadas por un conflicto cuya raíz, en el momento de escribir este artículo, tiene apariencia de acercarse a la solución gracias a las conversaciones lideradas por Kofi Annan. La economía está sufriendo, en particular el transporte, la agricultura y el turismo. Mombasa es el puerto de entrada más importante de mercan- cías para los países del este de África, y Kenia es el origen de muchas de las flores que compramos en Europa. Encontré los hoteles de Nairobi y de la zona de safari de Masai Mara muy vacíos en lo que debería ser su temporada alta. En otras zonas, el desplazamiento de personas por temor a la violencia hace que las empresas no dispongan de los trabajadores necesarios. En algunos restaurantes de la capital cuesta encontrar patatas, ya que en los campos no hay gente para recogerlas.
Los observadores internacionales parecen estar de acuerdo en que las elecciones no fueron limpias, pero también coinciden en que la suciedad afecta a ambos partidos. La discusión ahora no está en quién hizo trampa, sino más bien en quién hizo menos trampa, o quién la hizo con menor visibilidad.
El fraude electoral fue el detonante, pero son muchos otros problemas los que han permanecido latentes y han alimentado esta explosión. A pesar de ser considerado un país modélico en África, Kenia tiene más de la mitad de su población viviendo por debajo del nivel de pobreza. Con tan solo un 14% del suelo cultivable, y un 70% de la población activa dedicada a la agricultura, hay una gran presión por conseguir propiedad de suelo, lo que constituye una de sus reformas pendientes y explica buena parte del descontento actual. El acceso al suelo, tema recurrente desde la guerra de independencia contra los británicos, ya se había cobrado centenares de víctimas en los meses anteriores a las elecciones.
El problema de Kenia es mucho más que un enfrentamiento tribal, pero las etnias tienen también su importancia. La tribu de Kibaki es la kikuyu, la más numerosa, pero aún pequeña, con solo el 22% de los habitantes, quienes posiblemente se ha beneficiado de tener a uno de sus miembros como presidente. Pero las dos tribus que le siguen en número (luhyas y luos) juntas, alcanzan el 27% de la población. Esto significa que, desde el punto de vista de tribus, Kenia ha sido, y muy probablemente será también en el futuro, un país obligado a gestionar políticas de coaliciones. Las diferencias tribales no son obvias para un extranjero, o incluso para los locales, que tienen que oír el acento de la persona cuando habla o conocer su apellido para reconocer su tribu de origen. En algunos hoteles, los empleados han eliminado el apellido en los carteles con sus nombres para evitarse problemas.
El país precisa reformas profundas. Hay déficits muy importantes de infraestructuras, tales como electricidad, puertos y carreteras. Los atascos de tráfico son continuos. El puerto de Mombasa, que da servicio a los países vecinos, está sobresaturado. Sin embargo, estos temas no ocupan posiciones de prioridad en las agendas de los políticos, por lo que la mayoría de los ciudadanos han visto a la clase política más como parte del problema que de la solución.
LOS KENIANOS reconocen que, aunque la solución política puede llegar pronto, se tardarán muchos años en cerrar las heridas abiertas en estos meses de caos. Va a resultar difícil para los desplazados volver a habitar junto a los vecinos violentos que fueron la causa de su huida en las últimas semanas. La reconciliación puede necesitar toda una generación.
Lamentablemente, las personas no traemos incorporada la tecla deshacer como los ordenadores. Kenia sigue siendo un destino turístico excelente, que aconsejo visitar. Es, además, en estas circunstancias, una oportunidad de ayudar a un país a mantener su economía en marcha, base de toda futura estabilidad.
Kenia ha ocupado las portadas de los medios internacionales en los últimos meses con imágenes de una violencia increíble para un país que durante años ha sido un modelo de éxito de democracia en África. La chispa de esta situación la encontramos en las discutidas elecciones del pasado noviembre, en las que el presidente anterior, Mwai Kibaki (del Partido de Unificación Nacional, PNU), se declaró ganador por un margen de 2,5%, dando la vuelta a unos sondeos que pocos meses antes apuntaban a una victoria del opositor Raila Odinga (del Partido Naranja, ODM).
A principios de mes tuve ocasión de pasar una semana en Kenia, invitado por la escuela de negocios de la Universidad de Strathmore, donde pude compartir experiencias con profesores y alumnos de diversas etnias. Frente a las prevenciones previas al iniciar mi viaje, encontré en Nairobi una ciudad tranquila con gente amable y sonriente, paseé por su centro, fui de compras al mercado masai callejero, hablé con muchas personas y solo encontré facilidades. Fui advertido de evitar ciertas zonas, pero no noté ninguna sensación de peligro superior a la que siento cuando visito grandes ciudades en otros países. En las aulas, se notaba la tensión, y si se tocaba el tema político, la discusión pronto se tornaba acalorada, pero siempre manteniendo la educación.
MI PERCEPCIÓN de tranquilidad no pudo hacerme olvidar los más de mil muertos y las 300.000 personas desplazadas por un conflicto cuya raíz, en el momento de escribir este artículo, tiene apariencia de acercarse a la solución gracias a las conversaciones lideradas por Kofi Annan. La economía está sufriendo, en particular el transporte, la agricultura y el turismo. Mombasa es el puerto de entrada más importante de mercan- cías para los países del este de África, y Kenia es el origen de muchas de las flores que compramos en Europa. Encontré los hoteles de Nairobi y de la zona de safari de Masai Mara muy vacíos en lo que debería ser su temporada alta. En otras zonas, el desplazamiento de personas por temor a la violencia hace que las empresas no dispongan de los trabajadores necesarios. En algunos restaurantes de la capital cuesta encontrar patatas, ya que en los campos no hay gente para recogerlas.
Los observadores internacionales parecen estar de acuerdo en que las elecciones no fueron limpias, pero también coinciden en que la suciedad afecta a ambos partidos. La discusión ahora no está en quién hizo trampa, sino más bien en quién hizo menos trampa, o quién la hizo con menor visibilidad.
El fraude electoral fue el detonante, pero son muchos otros problemas los que han permanecido latentes y han alimentado esta explosión. A pesar de ser considerado un país modélico en África, Kenia tiene más de la mitad de su población viviendo por debajo del nivel de pobreza. Con tan solo un 14% del suelo cultivable, y un 70% de la población activa dedicada a la agricultura, hay una gran presión por conseguir propiedad de suelo, lo que constituye una de sus reformas pendientes y explica buena parte del descontento actual. El acceso al suelo, tema recurrente desde la guerra de independencia contra los británicos, ya se había cobrado centenares de víctimas en los meses anteriores a las elecciones.
El problema de Kenia es mucho más que un enfrentamiento tribal, pero las etnias tienen también su importancia. La tribu de Kibaki es la kikuyu, la más numerosa, pero aún pequeña, con solo el 22% de los habitantes, quienes posiblemente se ha beneficiado de tener a uno de sus miembros como presidente. Pero las dos tribus que le siguen en número (luhyas y luos) juntas, alcanzan el 27% de la población. Esto significa que, desde el punto de vista de tribus, Kenia ha sido, y muy probablemente será también en el futuro, un país obligado a gestionar políticas de coaliciones. Las diferencias tribales no son obvias para un extranjero, o incluso para los locales, que tienen que oír el acento de la persona cuando habla o conocer su apellido para reconocer su tribu de origen. En algunos hoteles, los empleados han eliminado el apellido en los carteles con sus nombres para evitarse problemas.
El país precisa reformas profundas. Hay déficits muy importantes de infraestructuras, tales como electricidad, puertos y carreteras. Los atascos de tráfico son continuos. El puerto de Mombasa, que da servicio a los países vecinos, está sobresaturado. Sin embargo, estos temas no ocupan posiciones de prioridad en las agendas de los políticos, por lo que la mayoría de los ciudadanos han visto a la clase política más como parte del problema que de la solución.
LOS KENIANOS reconocen que, aunque la solución política puede llegar pronto, se tardarán muchos años en cerrar las heridas abiertas en estos meses de caos. Va a resultar difícil para los desplazados volver a habitar junto a los vecinos violentos que fueron la causa de su huida en las últimas semanas. La reconciliación puede necesitar toda una generación.
Lamentablemente, las personas no traemos incorporada la tecla deshacer como los ordenadores. Kenia sigue siendo un destino turístico excelente, que aconsejo visitar. Es, además, en estas circunstancias, una oportunidad de ayudar a un país a mantener su economía en marcha, base de toda futura estabilidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario