Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 07/02/08):
Cinco ex jefes de Estado Mayor de países occidentales, el general John Shalikashvili (Estados Unidos), el general Klaus Naumann (Alemania), el mariscal lord Peter Inge (Reino Unido), el general Hank van den Breemen (Países Bajos) y el almirante Jacques Lanxade (Francia) acaban de publicar un documento cuyo contenido, en caso de ponerse en práctica, comportaría repercusiones estratégicas notables, además grávidas de nuevas amenazas.
Tales ideas, en efecto, apelan a un nuevo pacto entre Europa y la OTAN para afrontar nuevos desafíos estratégicos. Reclaman que se ponga fin al obstruccionismo europeo y las rivalidades con la OTAN; propugnan el uso de la fuerza sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cuando es menester actuar con urgencia para salvar numerosas vidas humanas. Consideran, igualmente, que el empleo en primer lugar del arma nuclear debe mantenerse como instrumento en última instancia para evitar el empleo de armas de destrucción masiva.
¿Qué cabe pensar de este documento de 150 páginas? Desde luego, no se trata de una postura oficial de la OTAN, sino del punto de vista personal de cinco mandos de alto rango que por otra parte pasan a la reserva. Sin embargo, la hoja de servicios de los distintos firmantes del texto y su procedencia de cinco países importantes otorgan al documento un prestigio y autoridad intelectual indudables.
Cabe igualmente pensar - y temer- que estos ex mandos militares no han actuado en este caso como electrones libres y que, por tanto, su documento - de un modo u otro- da cuenta de hecho de una determinada corriente de pensamiento existente entre los responsables actuales de la OTAN. Aunque los mandos de la OTAN no pueden expresar de manera clara y enérgica sus puntos de vista, pueden no obstante juzgar que el lanzamiento de un globo sonda por parte de quienes ya no están al timón de la organización - pero lo han estado anteriormente- es un modo de comprobar determinadas ideas, así como las reacciones que pueden suscitar, anticipándose con disimulo a los acontecimientos. Claro que estas mismas ideas pueden despertar una indudable inquietud. Nótese que el desafío del terrorismo no es de naturaleza superior a la amenaza soviética de antaño. ¿Es que hay que cerrar filas realmente en el seno de la OTAN bajo el liderazgo estadounidense?
Es evidente que, si alguien ha de dirigir la Alianza Atlántica, no puede ser otro que Estados Unidos, que, de hecho, abriga la voluntad de poner fin a las opiniones alternativas o disidentes en el seno de la OTAN y de convertirla en una organización monolítica. Pero, a la vista de ciertos errores estratégicos notables cometidos por Estados Unidos, no hay garantía alguna de que ello constituya una clave de éxito.
Igualmente, sólo cabe sorprenderse ante su aspiración de prescindir del Consejo de Seguridad de la ONU a la hora de emprender una acción militar. Se trata, sencillamente, de una iniciativa contraria al derecho internacional. La justificación de salvar vidas humanas parece constituir, más bien, un pretexto. Y, por lo visto, las lecciones de la guerra de Iraq no han dado resultado. Un mundo occidental unificado, susceptible de reforzar su potencia militar en un momento en que Estados Unidos ya representa por sí solo el 50% del gasto militar mundial y está dispuesto a ir a la guerra sin tener en cuenta las normas legales internacionales, no puede ser más que una fuente de inquietud para el mundo exterior y no sólo para el musulmán.
Entraríamos rápidamente en un círculo vicioso: argumentando una amenaza exterior, los países occidentales se reforzarían militarmente y acrecentarían su integración bajo liderazgo estadounidense. Cosa que una parte del resto del mundo sentiría como amenaza y voluntad de dominio del mundo occidental, factor que a su vez alimentaría la hostilidad contra él.
La propuesta en cuestión sobre la nueva estrategia nuclear resulta aún más peligrosa. Durante la guerra fría, el mundo occidental basó su defensa en la disuasión nuclear. La idea se cifraba en disuadir a la URSS de lanzarse a la agresión mediante la amenaza de una respuesta nuclear. Para los partidarios de la disuasión, las armas nucleares son armas políticas cuyo objetivo no consiste en ganar guerras, sino en evitarlas. Sin embargo, ha habido siempre otra lectura de las armas nucleares: la que juzga que sirven para ganar batallas y son más eficaces que las demás armas. Y la lectura del documento de los jefes de Estado mayor revela que esta última es precisamente su mentalidad sobre las armas nucleares.
Se trata, no ya de impedir un conflicto mediante la amenaza de empleo de armas nucleares, sino de emplear tales armas incluso antes de que haya estallado un conflicto. Y, por tanto, de emplear las armas nucleares para un ataque preventivo de modo y manera conducentes a destruir la capacidad del posible adversario en este terreno. A ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú le han salido cinco retoños.
Cinco ex jefes de Estado Mayor de países occidentales, el general John Shalikashvili (Estados Unidos), el general Klaus Naumann (Alemania), el mariscal lord Peter Inge (Reino Unido), el general Hank van den Breemen (Países Bajos) y el almirante Jacques Lanxade (Francia) acaban de publicar un documento cuyo contenido, en caso de ponerse en práctica, comportaría repercusiones estratégicas notables, además grávidas de nuevas amenazas.
Tales ideas, en efecto, apelan a un nuevo pacto entre Europa y la OTAN para afrontar nuevos desafíos estratégicos. Reclaman que se ponga fin al obstruccionismo europeo y las rivalidades con la OTAN; propugnan el uso de la fuerza sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cuando es menester actuar con urgencia para salvar numerosas vidas humanas. Consideran, igualmente, que el empleo en primer lugar del arma nuclear debe mantenerse como instrumento en última instancia para evitar el empleo de armas de destrucción masiva.
¿Qué cabe pensar de este documento de 150 páginas? Desde luego, no se trata de una postura oficial de la OTAN, sino del punto de vista personal de cinco mandos de alto rango que por otra parte pasan a la reserva. Sin embargo, la hoja de servicios de los distintos firmantes del texto y su procedencia de cinco países importantes otorgan al documento un prestigio y autoridad intelectual indudables.
Cabe igualmente pensar - y temer- que estos ex mandos militares no han actuado en este caso como electrones libres y que, por tanto, su documento - de un modo u otro- da cuenta de hecho de una determinada corriente de pensamiento existente entre los responsables actuales de la OTAN. Aunque los mandos de la OTAN no pueden expresar de manera clara y enérgica sus puntos de vista, pueden no obstante juzgar que el lanzamiento de un globo sonda por parte de quienes ya no están al timón de la organización - pero lo han estado anteriormente- es un modo de comprobar determinadas ideas, así como las reacciones que pueden suscitar, anticipándose con disimulo a los acontecimientos. Claro que estas mismas ideas pueden despertar una indudable inquietud. Nótese que el desafío del terrorismo no es de naturaleza superior a la amenaza soviética de antaño. ¿Es que hay que cerrar filas realmente en el seno de la OTAN bajo el liderazgo estadounidense?
Es evidente que, si alguien ha de dirigir la Alianza Atlántica, no puede ser otro que Estados Unidos, que, de hecho, abriga la voluntad de poner fin a las opiniones alternativas o disidentes en el seno de la OTAN y de convertirla en una organización monolítica. Pero, a la vista de ciertos errores estratégicos notables cometidos por Estados Unidos, no hay garantía alguna de que ello constituya una clave de éxito.
Igualmente, sólo cabe sorprenderse ante su aspiración de prescindir del Consejo de Seguridad de la ONU a la hora de emprender una acción militar. Se trata, sencillamente, de una iniciativa contraria al derecho internacional. La justificación de salvar vidas humanas parece constituir, más bien, un pretexto. Y, por lo visto, las lecciones de la guerra de Iraq no han dado resultado. Un mundo occidental unificado, susceptible de reforzar su potencia militar en un momento en que Estados Unidos ya representa por sí solo el 50% del gasto militar mundial y está dispuesto a ir a la guerra sin tener en cuenta las normas legales internacionales, no puede ser más que una fuente de inquietud para el mundo exterior y no sólo para el musulmán.
Entraríamos rápidamente en un círculo vicioso: argumentando una amenaza exterior, los países occidentales se reforzarían militarmente y acrecentarían su integración bajo liderazgo estadounidense. Cosa que una parte del resto del mundo sentiría como amenaza y voluntad de dominio del mundo occidental, factor que a su vez alimentaría la hostilidad contra él.
La propuesta en cuestión sobre la nueva estrategia nuclear resulta aún más peligrosa. Durante la guerra fría, el mundo occidental basó su defensa en la disuasión nuclear. La idea se cifraba en disuadir a la URSS de lanzarse a la agresión mediante la amenaza de una respuesta nuclear. Para los partidarios de la disuasión, las armas nucleares son armas políticas cuyo objetivo no consiste en ganar guerras, sino en evitarlas. Sin embargo, ha habido siempre otra lectura de las armas nucleares: la que juzga que sirven para ganar batallas y son más eficaces que las demás armas. Y la lectura del documento de los jefes de Estado mayor revela que esta última es precisamente su mentalidad sobre las armas nucleares.
Se trata, no ya de impedir un conflicto mediante la amenaza de empleo de armas nucleares, sino de emplear tales armas incluso antes de que haya estallado un conflicto. Y, por tanto, de emplear las armas nucleares para un ataque preventivo de modo y manera conducentes a destruir la capacidad del posible adversario en este terreno. A ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú le han salido cinco retoños.
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