Por Eugenio Bregolat Obiols, embajador de España en China de 1987 a 1991 y de 1999 al 2003 (LA VANGUARDIA, 25/02/08):
En la edición de La Vanguardia del 22 de enero el distinguido ensayista Ian Buruma sostiene: “Si hay algo que la creciente riqueza de China ha enterrado es la reconfortante idea de que el capitalismo y el desarrollo de una burguesía próspera conducirán inevitablemente a la democracia liberal”. Es indudable que hoy conviven en China una economía de mercado, cada vez más difícil de distinguir del capitalismo, con el monopolio del poder del PCCh, es decir, la transición a una democracia liberal no se ha producido por ahora. No es inevitable que se produzca algún día, ciertamente, pero tampoco puede descartarse. Nadie conoce el futuro. Solo el tiempo, año a año, década a década, se encargará de desvelar la historia, desmintiendo o confirmando la eventual evolución de China hacia la democracia.
Los dirigentes chinos no quieren una democracia liberal, pero sí un país rico, fuerte y que no pueda volver a ser humillado y sometido a explotación colonial como lo fue de mediados del siglo XIX a mediados del XX. Para conseguir estos objetivos crearon una economía de mercado que ha impulsado un proceso de desarrollo económico nunca visto: el PIB se multiplicó por diez en menos de treinta años. Semejante éxito, al tiempo que da al partido una nueva legitimidad y refuerza la seguridad del país, conlleva enormes cambios sociales, mentales y políticos. Nuevas clases sociales (burguesía, amplias clases medias), que crecen cada día; retroceso de la propiedad pública; cientos de millones de teléfonos móviles y de internautas; difusión de la educación, con cientos de miles de estudiantes en el extranjero; millones de turistas que van y vienen; crecientes márgenes de libertad individual. Todo ello redunda en una gran reducción del poder del Estado para controlar a la sociedad. Es obvio que el joven de treinta o cuarenta años habitante de una ciudad de la zona costera, con móvil en el bolsillo, conectado a internet, que viaja con alguna frecuencia al extranjero y recibe su sueldo no de una empresa estatal, sino de una empresa privada, sea china o extranjera, o de una joint-venture,es inmune en gran medida al lavado de cerebro de la propaganda oficial.
En el terreno político, lo único que acepta por ahora al partido es el “perfeccionamiento de la democracia socialista”. Aun rechazada de plano la democracia liberal, comporta cambios de gran calado: introducción del Estado de derecho (porque sin seguridad jurídica la economía de mercado no funciona), que aún se encuentra en una fase muy inicial; aceptación en la Constitución de los derechos humanos (como bien dijo el ex primer ministro Zhu Rongji, “China tiene un largo camino por recorrer, pero los derechos humanos en China nunca estuvieron mejor que ahora”); introducción del principio democrático en las elecciones municipales (ampliable en el futuro); reconocimiento constitucional y legal de la propiedad privada; aceptación de los empresarios privados, es decir, de los capitalistas, en el que todavía se llama Partido Comunista (verdadera cuadratura del círculo). Se puede ver el vaso medio vacío, si se compara con las democracias occidentales, pero también se puede ver medio lleno, si se compara con la China de Mao. Un viaje a Pyongyang es muy ilustrativo: así era China treinta años atrás. Hoy Pekín o Shanghai se parecen más a Barcelona o a Nueva York que a Pyongyang. China no es una democracia, pero sí es hoy un país mucho más abierto, plural y próximo a los valores occidentales que en 1978.
¿Conducirán todos estos cambios económicos, sociales, mentales y políticos una día a una democracia liberal? Nadie puede dar una respuesta segura a esta pregunta, ni en sentido afirmativo ni negativo. Sólo el tiempo puede hacerlo.
Por mi parte, únicamente me atrevo a avanzar algunos escenarios posibles.
1) Desde los sucesos de Tiananmen, en 1989, no se han producido demandas masivas de democracia a la occidental o de mayor participación política. Buruma habla de trato faustiano entre el poder y el pueblo: prosperidad económica a cambio de obediencia política. Este pacto social puede prolongarse sine die.
2) Pero no se puede descartar que algún día se reproduzcan demandas masivas de democracia, o de mayor participación de la ciudadanía en el proceso político. En tal caso, el poder podría intentar reprimirlas de nuevo, como hizo en 1989. Si tuviera éxito, castigaría a quienes hubieran formulado tales demandas, presumiblemente elementos de la burguesía, de las clases medias y de la intelectualidad, indispensables para el desarrollo económico, del que a su vez depende hoy día la legitimidad del partido.
3) También pudiera ocurrir que se organizara una ola de protesta mucho mayor que Tiananmen, extendida a la masa agraria del país (que no movió un dedo en los acontecimientos de 1989 y ahora está visiblemente descontenta), una ola incontenible, que barriera al partir. Es decir, un escenario de ruptura democrática, que podría apoyar un sector del partido, del ejército y de las fuerzas de seguridad.
4) Otro posible escenario, que entiendo sería el mejor para China si un día la presión para establecer un sistema democrático o para una mayor participación de los ciudadanos en el proceso político se reproduce, es la apertura desde dentro del sistema político. A ello aspiraron en su día dos secretarios generales destituidos por Deng Xiaoping por entender que querían ir demasiado deprisa: Hu Yaobang, destituido en 1987, y Zhao Ziyang, destituido en 1989, durante los sucesos de Tiananmen. El XIII congreso del PCCh, en octubre de 1987, cuando Zhao Ziyang estaba en la cresta de la ola, decidió separar el partido del Estado y de las empresas, suprimiendo las células del partido en estos últimos, y crear un sistema de controles y contrapesos (checks and balances)dentro del sistema socialista, dando mayor juego a las asambleas populares a todos los niveles y a la opinión pública. Tras Tiananmen Deng Xiaoping sentenció que “separar el partido del Estado es una muestra de liberalismo burgués”, y el programa del XIII congreso fue archivado. El principal efecto político de Tiananmen fue la muerte política de Zhao Ziyang. Con ella la apertura política desde dentro del sistema sufrió, cuando menos, un retraso de varias décadas, si es que algún día llega a producirse. Hay que recordar que tanto Zhao Ziyang como Hu Yaobang eran, al menos en público, opuestos a la democracia liberal.
En el seno del partido hay sectores favorables a la apertura desde dentro, empezando por la democratización interna del partido y dando mayor participación a la ciudadanía. En la Escuela Central del Partido, dirigida por el propio Hu Jintao antes de su acceso a la secretaría general del PCCh y a la presidencia de la República, principal think tank donde se discute sobre el futuro de China, se estudia la socialdemocracia europea. ¿Llegarán un día a imponerse estas tendencias aperturistas? Es posible, pero no seguro. Deng Xiaoping dijo en una ocasión: “Tal vez el próximo siglo (el actual) podrá haber elecciones directas”. Liu Ji, uno de los ideólogos de Jiang Zemin al que se atribuye la paternidad de la “teoría de las tres representaciones”, que hizo posible la aceptación de los empresarios privados en el PCCh, declaró en 1997: “Cuando el pueblo tenga lo suficiente para comer y vestirse y cuando esté mejor educado, querrá expresar sus opiniones. Si el Partido Comunista quiere servir al pueblo y quiere estar en la vanguardia de los tiempos, tendrá que adoptar nuevas medidas para satisfacer las demandas del pueblo”.
En todo caso, si un día China se da un sistema político más participativo, el resultado no será la democracia británica, sino otra cosa, una “democracia con características chinas”. Y el proceso, de avanzar China en esta dirección, tomará un largo tiempo, décadas.
En conclusión, si bien es cierto que por ahora en China no hay democracia, no se puede excluir esta posibilidad en el futuro. China sorprendió al mundo con sus cambios económicos y bien puede un día sorprenderlo en el terreno del cambio político. Demos tiempo al tiempo.
En la edición de La Vanguardia del 22 de enero el distinguido ensayista Ian Buruma sostiene: “Si hay algo que la creciente riqueza de China ha enterrado es la reconfortante idea de que el capitalismo y el desarrollo de una burguesía próspera conducirán inevitablemente a la democracia liberal”. Es indudable que hoy conviven en China una economía de mercado, cada vez más difícil de distinguir del capitalismo, con el monopolio del poder del PCCh, es decir, la transición a una democracia liberal no se ha producido por ahora. No es inevitable que se produzca algún día, ciertamente, pero tampoco puede descartarse. Nadie conoce el futuro. Solo el tiempo, año a año, década a década, se encargará de desvelar la historia, desmintiendo o confirmando la eventual evolución de China hacia la democracia.
Los dirigentes chinos no quieren una democracia liberal, pero sí un país rico, fuerte y que no pueda volver a ser humillado y sometido a explotación colonial como lo fue de mediados del siglo XIX a mediados del XX. Para conseguir estos objetivos crearon una economía de mercado que ha impulsado un proceso de desarrollo económico nunca visto: el PIB se multiplicó por diez en menos de treinta años. Semejante éxito, al tiempo que da al partido una nueva legitimidad y refuerza la seguridad del país, conlleva enormes cambios sociales, mentales y políticos. Nuevas clases sociales (burguesía, amplias clases medias), que crecen cada día; retroceso de la propiedad pública; cientos de millones de teléfonos móviles y de internautas; difusión de la educación, con cientos de miles de estudiantes en el extranjero; millones de turistas que van y vienen; crecientes márgenes de libertad individual. Todo ello redunda en una gran reducción del poder del Estado para controlar a la sociedad. Es obvio que el joven de treinta o cuarenta años habitante de una ciudad de la zona costera, con móvil en el bolsillo, conectado a internet, que viaja con alguna frecuencia al extranjero y recibe su sueldo no de una empresa estatal, sino de una empresa privada, sea china o extranjera, o de una joint-venture,es inmune en gran medida al lavado de cerebro de la propaganda oficial.
En el terreno político, lo único que acepta por ahora al partido es el “perfeccionamiento de la democracia socialista”. Aun rechazada de plano la democracia liberal, comporta cambios de gran calado: introducción del Estado de derecho (porque sin seguridad jurídica la economía de mercado no funciona), que aún se encuentra en una fase muy inicial; aceptación en la Constitución de los derechos humanos (como bien dijo el ex primer ministro Zhu Rongji, “China tiene un largo camino por recorrer, pero los derechos humanos en China nunca estuvieron mejor que ahora”); introducción del principio democrático en las elecciones municipales (ampliable en el futuro); reconocimiento constitucional y legal de la propiedad privada; aceptación de los empresarios privados, es decir, de los capitalistas, en el que todavía se llama Partido Comunista (verdadera cuadratura del círculo). Se puede ver el vaso medio vacío, si se compara con las democracias occidentales, pero también se puede ver medio lleno, si se compara con la China de Mao. Un viaje a Pyongyang es muy ilustrativo: así era China treinta años atrás. Hoy Pekín o Shanghai se parecen más a Barcelona o a Nueva York que a Pyongyang. China no es una democracia, pero sí es hoy un país mucho más abierto, plural y próximo a los valores occidentales que en 1978.
¿Conducirán todos estos cambios económicos, sociales, mentales y políticos una día a una democracia liberal? Nadie puede dar una respuesta segura a esta pregunta, ni en sentido afirmativo ni negativo. Sólo el tiempo puede hacerlo.
Por mi parte, únicamente me atrevo a avanzar algunos escenarios posibles.
1) Desde los sucesos de Tiananmen, en 1989, no se han producido demandas masivas de democracia a la occidental o de mayor participación política. Buruma habla de trato faustiano entre el poder y el pueblo: prosperidad económica a cambio de obediencia política. Este pacto social puede prolongarse sine die.
2) Pero no se puede descartar que algún día se reproduzcan demandas masivas de democracia, o de mayor participación de la ciudadanía en el proceso político. En tal caso, el poder podría intentar reprimirlas de nuevo, como hizo en 1989. Si tuviera éxito, castigaría a quienes hubieran formulado tales demandas, presumiblemente elementos de la burguesía, de las clases medias y de la intelectualidad, indispensables para el desarrollo económico, del que a su vez depende hoy día la legitimidad del partido.
3) También pudiera ocurrir que se organizara una ola de protesta mucho mayor que Tiananmen, extendida a la masa agraria del país (que no movió un dedo en los acontecimientos de 1989 y ahora está visiblemente descontenta), una ola incontenible, que barriera al partir. Es decir, un escenario de ruptura democrática, que podría apoyar un sector del partido, del ejército y de las fuerzas de seguridad.
4) Otro posible escenario, que entiendo sería el mejor para China si un día la presión para establecer un sistema democrático o para una mayor participación de los ciudadanos en el proceso político se reproduce, es la apertura desde dentro del sistema político. A ello aspiraron en su día dos secretarios generales destituidos por Deng Xiaoping por entender que querían ir demasiado deprisa: Hu Yaobang, destituido en 1987, y Zhao Ziyang, destituido en 1989, durante los sucesos de Tiananmen. El XIII congreso del PCCh, en octubre de 1987, cuando Zhao Ziyang estaba en la cresta de la ola, decidió separar el partido del Estado y de las empresas, suprimiendo las células del partido en estos últimos, y crear un sistema de controles y contrapesos (checks and balances)dentro del sistema socialista, dando mayor juego a las asambleas populares a todos los niveles y a la opinión pública. Tras Tiananmen Deng Xiaoping sentenció que “separar el partido del Estado es una muestra de liberalismo burgués”, y el programa del XIII congreso fue archivado. El principal efecto político de Tiananmen fue la muerte política de Zhao Ziyang. Con ella la apertura política desde dentro del sistema sufrió, cuando menos, un retraso de varias décadas, si es que algún día llega a producirse. Hay que recordar que tanto Zhao Ziyang como Hu Yaobang eran, al menos en público, opuestos a la democracia liberal.
En el seno del partido hay sectores favorables a la apertura desde dentro, empezando por la democratización interna del partido y dando mayor participación a la ciudadanía. En la Escuela Central del Partido, dirigida por el propio Hu Jintao antes de su acceso a la secretaría general del PCCh y a la presidencia de la República, principal think tank donde se discute sobre el futuro de China, se estudia la socialdemocracia europea. ¿Llegarán un día a imponerse estas tendencias aperturistas? Es posible, pero no seguro. Deng Xiaoping dijo en una ocasión: “Tal vez el próximo siglo (el actual) podrá haber elecciones directas”. Liu Ji, uno de los ideólogos de Jiang Zemin al que se atribuye la paternidad de la “teoría de las tres representaciones”, que hizo posible la aceptación de los empresarios privados en el PCCh, declaró en 1997: “Cuando el pueblo tenga lo suficiente para comer y vestirse y cuando esté mejor educado, querrá expresar sus opiniones. Si el Partido Comunista quiere servir al pueblo y quiere estar en la vanguardia de los tiempos, tendrá que adoptar nuevas medidas para satisfacer las demandas del pueblo”.
En todo caso, si un día China se da un sistema político más participativo, el resultado no será la democracia británica, sino otra cosa, una “democracia con características chinas”. Y el proceso, de avanzar China en esta dirección, tomará un largo tiempo, décadas.
En conclusión, si bien es cierto que por ahora en China no hay democracia, no se puede excluir esta posibilidad en el futuro. China sorprendió al mundo con sus cambios económicos y bien puede un día sorprenderlo en el terreno del cambio político. Demos tiempo al tiempo.
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