Por Miguel Martínez, periodista (EL PERIÓDICO, 13/02/08):
El rock’n'roll dorado de The Rolling Stones se llevaba bien con la diversión, lo impredecible y la anarquía, cierto, pero porque se trabajaba la inocencia buscando puntos de apoyo en la realidad. Que era una música muy útil para escapar de la convencional realidad cotidiana, también, pero porque tenía un muy intuitivo sentido de esa realidad de la que pretendía escapar (un ejemplo, Gimme shelter, una de sus tres mejores canciones). Eso ya es historia: hace lustros que sus nuevas composiciones no son útiles para vivir. Más o menos, los mismos que hace que se convirtieron en linces, o en ratas, de los negocios.
Su última maniobra comercial ha sido vaciar un jarro de agua helada en la cabeza de su discográfica de los últimos 16 años, EMI, al anunciar que su próximo álbum saldrá en marzo con Universal, otra multinacional. No protagonizaban un órdago tan intuitivo desde 1978 (aunque aquel fue artístico, no económico), cuando editaron su último gran disco, Some girls, en el que, con una habilidad impecable y sin cortarse un pelo, se apuntaron a los sonidos emergentes del momento (música disco en Miss you, nueva ola e inmediatez punk en Respectable y Shattered); hasta Keith Richards cantó en aquellos surcos mejor que nunca en la pícara Before they make me run.
TRAS LA MARCHA de Radiohead y Paul McCartney, perder a los Stones sería un duro golpe para la imagen de EMI –esa pérdida, además de los discos futuros del grupo, supondría también la de todo su catálogo de álbumes de estudio desde 1971–. Su contrato con la banda expira este año y todo apunta a que el próximo destino de Jagger y compañía, tras grabar con Universal, será Artist Nation, una división de la promotora Live Nation cuyo director es el antiguo productor de giras stonianas Michael Cohl, y que ha sido creada para compartir con los artistas la representación de diversos derechos (de grabación, digitales, emisión, merchandising, patrocinios) y darles una conexión directa con sus plataformas de distribución y márketing. Madonna fue la primera en mover esa ficha en octubre de 2007, al dejar Warner para firmar por Artist Nation por 10 años y a cambio de, según The Wall Street Journal, 120 millones de dólares. Warner, más que con resignación, se lo tomó con sentido práctico y en un comunicado aseguró que no iba a pagar de más a alguien que no parece que vaya a generar ingresos necesarios para sostener un contrato de tal magnitud.
Los mismos argumentos que podría esgrimir EMI contra The Rolling Stones. Un ejemplo: de su último disco de estudio, A bigger bang, que salió en el 2005, se han despachado en el Reino Unido unas 120.000 copias hasta la fecha. Para que se hagan una idea, eso es casi lo que ha vendido en el 2007 en España una nadería como El mundo se equivoca, de La Quinta Estación. Primera conclusión: los Stones son unos superventas… de publicidad. Segunda conclusión: si no como músicos de estudio, que va a ser que no, sí siguen en forma como hombres de negocios; e igual que en los tiempos dorados de su rock’n'roll, los que desde Beggar’s banquet hasta Exile on main street empalmaron cuatro obras maestras, están demostrando un muy intuitivo sentido de la realidad de la que pretenden escapar (ahora, la crisis del sector discográfico) y las cartas que juegan no son tan imprevisibles y anárquicas como pudieran parecer. Sobrevivirán. Que eso pase con EMI no está tan claro: han anunciado el despido de 2.000 trabajadores, un tercio de su plantilla.
Y tercera conclusión, la que nos coge más cerca: la España discográfica va de mal en peor. No solo por lo deprimente que resulta que una irrelevancia como La Quinta Estación sea el quinto grupo más vendedor del 2007. O que el público haya aupado al número uno (243.840 unidades) a Papito, de Miguel Bosé, un álbum que con su olor a refrito apela a esa mesa de tres patas que se llama nostalgia, con versiones –no necesariamente mejores– de viejos éxitos. Consecuencias directas del mal endémico de nuestro mercado, su pan duro de cada día: la avaricia con que se ha cebado, sobre todo por parte de las grandes compañías, a un consumidor casual y televisivo a base de una dieta del mal gusto.
LO PEOR ES que, si alguien quisiera arreglarlo, parece demasiado tarde. Porque las estadísticas no engañan y son letales: el 2007 ha sido el séptimo ejercicio consecutivo de retroceso en las ventas de discos en España. De los 367 millones de euros facturados en el 2006 se bajó a 284 millones. Un 22,7% menos. Y los tres más vendedores en el 2006 (La Oreja de Van Gogh, David Bisbal y Alejandro Sanz) superaron las cifras del último de Bosé. Las previsiones del 2008 son que esa tendencia descendente no se detendrá.
Los sellos se hunden y de momento no hay ventas digitales que lo remedien. Así que a las compañías que no ofrezcan pronto el paquete completo que Live Nation ha negociado con Madonna –la explotación de derechos y del márketing y la distribución asociados con los conciertos y la parafernalia que estos generan–, y además sepan llevarlo a buen puerto, la cruda realidad les está dedicando el arranque de la soleá Náufragos del hambre, esa que canta Miguel Poveda en su disco Tierra del alma: “Sin rumbo por los caminos, sin estrellas ni vereas, y sin saber el destino de los pasitos que me quedan”.
El rock’n'roll dorado de The Rolling Stones se llevaba bien con la diversión, lo impredecible y la anarquía, cierto, pero porque se trabajaba la inocencia buscando puntos de apoyo en la realidad. Que era una música muy útil para escapar de la convencional realidad cotidiana, también, pero porque tenía un muy intuitivo sentido de esa realidad de la que pretendía escapar (un ejemplo, Gimme shelter, una de sus tres mejores canciones). Eso ya es historia: hace lustros que sus nuevas composiciones no son útiles para vivir. Más o menos, los mismos que hace que se convirtieron en linces, o en ratas, de los negocios.
Su última maniobra comercial ha sido vaciar un jarro de agua helada en la cabeza de su discográfica de los últimos 16 años, EMI, al anunciar que su próximo álbum saldrá en marzo con Universal, otra multinacional. No protagonizaban un órdago tan intuitivo desde 1978 (aunque aquel fue artístico, no económico), cuando editaron su último gran disco, Some girls, en el que, con una habilidad impecable y sin cortarse un pelo, se apuntaron a los sonidos emergentes del momento (música disco en Miss you, nueva ola e inmediatez punk en Respectable y Shattered); hasta Keith Richards cantó en aquellos surcos mejor que nunca en la pícara Before they make me run.
TRAS LA MARCHA de Radiohead y Paul McCartney, perder a los Stones sería un duro golpe para la imagen de EMI –esa pérdida, además de los discos futuros del grupo, supondría también la de todo su catálogo de álbumes de estudio desde 1971–. Su contrato con la banda expira este año y todo apunta a que el próximo destino de Jagger y compañía, tras grabar con Universal, será Artist Nation, una división de la promotora Live Nation cuyo director es el antiguo productor de giras stonianas Michael Cohl, y que ha sido creada para compartir con los artistas la representación de diversos derechos (de grabación, digitales, emisión, merchandising, patrocinios) y darles una conexión directa con sus plataformas de distribución y márketing. Madonna fue la primera en mover esa ficha en octubre de 2007, al dejar Warner para firmar por Artist Nation por 10 años y a cambio de, según The Wall Street Journal, 120 millones de dólares. Warner, más que con resignación, se lo tomó con sentido práctico y en un comunicado aseguró que no iba a pagar de más a alguien que no parece que vaya a generar ingresos necesarios para sostener un contrato de tal magnitud.
Los mismos argumentos que podría esgrimir EMI contra The Rolling Stones. Un ejemplo: de su último disco de estudio, A bigger bang, que salió en el 2005, se han despachado en el Reino Unido unas 120.000 copias hasta la fecha. Para que se hagan una idea, eso es casi lo que ha vendido en el 2007 en España una nadería como El mundo se equivoca, de La Quinta Estación. Primera conclusión: los Stones son unos superventas… de publicidad. Segunda conclusión: si no como músicos de estudio, que va a ser que no, sí siguen en forma como hombres de negocios; e igual que en los tiempos dorados de su rock’n'roll, los que desde Beggar’s banquet hasta Exile on main street empalmaron cuatro obras maestras, están demostrando un muy intuitivo sentido de la realidad de la que pretenden escapar (ahora, la crisis del sector discográfico) y las cartas que juegan no son tan imprevisibles y anárquicas como pudieran parecer. Sobrevivirán. Que eso pase con EMI no está tan claro: han anunciado el despido de 2.000 trabajadores, un tercio de su plantilla.
Y tercera conclusión, la que nos coge más cerca: la España discográfica va de mal en peor. No solo por lo deprimente que resulta que una irrelevancia como La Quinta Estación sea el quinto grupo más vendedor del 2007. O que el público haya aupado al número uno (243.840 unidades) a Papito, de Miguel Bosé, un álbum que con su olor a refrito apela a esa mesa de tres patas que se llama nostalgia, con versiones –no necesariamente mejores– de viejos éxitos. Consecuencias directas del mal endémico de nuestro mercado, su pan duro de cada día: la avaricia con que se ha cebado, sobre todo por parte de las grandes compañías, a un consumidor casual y televisivo a base de una dieta del mal gusto.
LO PEOR ES que, si alguien quisiera arreglarlo, parece demasiado tarde. Porque las estadísticas no engañan y son letales: el 2007 ha sido el séptimo ejercicio consecutivo de retroceso en las ventas de discos en España. De los 367 millones de euros facturados en el 2006 se bajó a 284 millones. Un 22,7% menos. Y los tres más vendedores en el 2006 (La Oreja de Van Gogh, David Bisbal y Alejandro Sanz) superaron las cifras del último de Bosé. Las previsiones del 2008 son que esa tendencia descendente no se detendrá.
Los sellos se hunden y de momento no hay ventas digitales que lo remedien. Así que a las compañías que no ofrezcan pronto el paquete completo que Live Nation ha negociado con Madonna –la explotación de derechos y del márketing y la distribución asociados con los conciertos y la parafernalia que estos generan–, y además sepan llevarlo a buen puerto, la cruda realidad les está dedicando el arranque de la soleá Náufragos del hambre, esa que canta Miguel Poveda en su disco Tierra del alma: “Sin rumbo por los caminos, sin estrellas ni vereas, y sin saber el destino de los pasitos que me quedan”.
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