Por Araceli Medrano (EL CORREO DIGITAL, 12/02/08):
En la localidad navarra de Mutilva Alta murieron la semana pasada dos niños, de 3 y 7 años, por una ingesta de tranquilizantes presuntamente proporcionados por su madre, que intentó posteriormente suicidarse inhalando el monóxido de carbono que despedía el tubo de escape de su automóvil; la policía llegó a tiempo de impedirlo. También habría pretendido intoxicar con benzodiacepina (psicotropo tranquilizante) a sus dos hijos mayores, de 12 y 14 años, que fueron hospitalizados y que ya se encuentran fuera de peligro.
La mujer, que recibía tratamiento psiquiátrico por una depresión, se encontraba muy abatida desde hace un año por el proceso de separación iniciado por su marido, y la angustiaba en exceso la idea de divorciarse. Según fuentes próximas al caso, la pareja había decidido, por mutuo acuerdo, que la guarda y custodia la ejerciera la madre y que el padre tuviera un amplio régimen de visitas. La vista para el divorcio estaba fijada para el próximo 14 de marzo.
Ante estos antecedentes y conocidos los hechos, los vecinos de Mutilva Alta se preguntaban consternados: ¿Cómo puede tener alguien semejante reacción hacia sus propios hijos? La pregunta nos invita, en primer lugar, a ahondar en el estado y en el proceso mental que lleva a una persona a un desenlace tan terrible. Y, en segundo término, plantea la importancia que debería tener la información, la prevención y el tratamiento en el ámbito de la salud mental.
En el análisis de las posibles causas de este tipo de tragedias (más allá del caso en particular) se hace referencia habitualmente al trastorno mental transitorio (estado de perturbación pasajero, de aparición brusca e imprevisible, con trastornos en la voluntad y en la comprensión), a la psicosis o a la depresión. En el caso de la localidad navarra, el diagnóstico que se ha difundido es el de depresión, y en torno a él realizaremos, fundamentalmente, nuestras reflexiones.
Hay personas en Mutilva Alta que han manifestado que ‘la mujer no está en su sano juicio’, y tienen razón porque a veces es el amor en su vertiente delirante lo que puede desencadenar que una madre dé por finalizada la vida de sus hijos. Este sentimiento desmedido, avivado por un cuadro de depresión profunda, puede explicar en parte estos casos. En sujetos que padecen una depresión grave se presentan de manera reiterada expectativas tremendamente catastróficas respecto a su futuro y al de sus hijos, y se instalan en una especie de túnel o agujero negro en el que la única salida que encuentran es la de terminar definitivamente con el supuesto sufrimiento de sus seres más queridos (ante su ausencia, nadie les va a proteger mejor que ellos), y con su propio infierno. Esta mujer ya ha manifestado que se encontraba seriamente afectada por el proceso de divorcio y que el 19 de enero había tomado la decisión de matar a sus hijos y luego suicidarse.
La depresión desde el discurso médico se puede entender como una ‘modificación profunda del humor’, en el sentido de la tristeza y el sufrimiento moral, asociada a un ‘desinvestimiento’ de toda actividad. El término depresión se utiliza a veces de un modo muy genérico para nombrar diversos síntomas y patologías, que se pueden entender de diferente manera según el diagnóstico (no es lo mismo una neurosis que una psicosis maniaco-depresiva) que se establezca de la estructura clínica en cuestión.
En otros casos de parricidio hacia los hijos nos encontramos con el denominado ’síndrome de Medea’, que hace referencia a la tragedia griega en la que la protagonista mata a sus hijos para vengarse de su marido. Medea, hija de Eetes, rey de la Cólquide, se enamoró de Jasón, a quien defendió contra su padre y luego ayudó a apoderarse del vellocino de oro. Más tarde huyeron a Corinto, donde Jasón rechazó a Medea para casarse con Creusa, hija del rey. Medea, por despecho, degolló a los hijos que había tenido con Jasón, vengándose de esta forma del esposo que la había abandonado.
También hay sujetos femeninos que identifican la feminidad fundamentalmente con la maternidad y que refuerzan esta identificación desde el reconocimiento del otro. El homicidio del propio hijo representa (más allá de la venganza) la destrucción de lo que simbolizaba el vínculo de unión con su compañero, que la sostenía desde la palabra de amor como mujer y como madre.
Sabemos que las separaciones traumáticas en casos muy concretos desencadenan un estado depresivo que, a veces, impide al propio sujeto demandar un tratamiento a tiempo, ya que desde la desesperación no se contempla la posibilidad de encontrar una solución.
Es por lo que este tipo de casos extremos que terminan en tragedia nos ponen de relieve la importancia que debería tener la información, la prevención y el tratamiento en el ámbito de la salud mental. A veces, solamente se toma conciencia de las dolencias del psiquismo cuando se desencadena una crisis aguda o un ataque de pánico y se acude al servicio de urgencias del hospital más próximo. En estas situaciones, se subvierten los habituales esquemas de razonamiento, no se entiende nada y se desmorona la vida del sujeto. Cuando se toca fondo se acepta de buen grado, aunque no siempre, el tratamiento farmacológico, que en muchos casos tiene que ir acompañado de la realización de una psicoterapia en la que el sujeto puede ir tejiendo y descubriendo de qué manera está implicado (con su posición personal, identificaciones ) en los acontecimientos que le desbordan, al mismo tiempo que va cambiando su posición subjetiva y su vínculo con el otro.
En algunas ocasiones, antes de comenzar un tratamiento nos encontramos con dos inconvenientes. El primero es que en el discurso social opera, a modo de resistencia al cambio, la creencia común de que uno tiene una personalidad débil si no puede superar por sí mismo (idea que toma fuerza del narcisismo y de la comparación imaginaria con el otro) determinados problemas. El segundo condicionante es la dificultad que existe desde el lado de la institución sanitaria pública para ofrecer tratamientos psicológicos que requieren una asistencia regular y continuada durante el tiempo que se estime necesario.
Ello no impide, en ningún caso, reconocer los progresos que se han realizado últimamente en este ámbito, aunque es necesario avanzar más para conseguir, entre otras cosas, que la salud mental ocupe un lugar tan relevante como el que tiene hoy en día la salud física. De esta manera se crearán las condiciones para que cuando una persona no pueda salir por sí misma de una depresión demande a tiempo un tratamiento o una psicoterapia a un profesional, al que se le otorga un saber acerca de su síntoma y de la causa de su sufrimiento, para que pueda dirigir la cura.
La tragedia de Mutilva Alta ha puesto de manifiesto la actualidad de estas cuestiones y la necesidad de investigar y avanzar en el conocimiento, la prevención y el tratamiento. Lo expresaba, a su manera, una vecina la localidad navarra, que se ponía en el lugar de la parricida y manifestaba, con una buena dosis de afecto y comprensión: «Los niños me dan pena, mucha pena, pero mucha más me da la madre. Cuando se dé cuenta de lo que ha hecho se hundirá para siempre». Esperamos que no sea así.
En la localidad navarra de Mutilva Alta murieron la semana pasada dos niños, de 3 y 7 años, por una ingesta de tranquilizantes presuntamente proporcionados por su madre, que intentó posteriormente suicidarse inhalando el monóxido de carbono que despedía el tubo de escape de su automóvil; la policía llegó a tiempo de impedirlo. También habría pretendido intoxicar con benzodiacepina (psicotropo tranquilizante) a sus dos hijos mayores, de 12 y 14 años, que fueron hospitalizados y que ya se encuentran fuera de peligro.
La mujer, que recibía tratamiento psiquiátrico por una depresión, se encontraba muy abatida desde hace un año por el proceso de separación iniciado por su marido, y la angustiaba en exceso la idea de divorciarse. Según fuentes próximas al caso, la pareja había decidido, por mutuo acuerdo, que la guarda y custodia la ejerciera la madre y que el padre tuviera un amplio régimen de visitas. La vista para el divorcio estaba fijada para el próximo 14 de marzo.
Ante estos antecedentes y conocidos los hechos, los vecinos de Mutilva Alta se preguntaban consternados: ¿Cómo puede tener alguien semejante reacción hacia sus propios hijos? La pregunta nos invita, en primer lugar, a ahondar en el estado y en el proceso mental que lleva a una persona a un desenlace tan terrible. Y, en segundo término, plantea la importancia que debería tener la información, la prevención y el tratamiento en el ámbito de la salud mental.
En el análisis de las posibles causas de este tipo de tragedias (más allá del caso en particular) se hace referencia habitualmente al trastorno mental transitorio (estado de perturbación pasajero, de aparición brusca e imprevisible, con trastornos en la voluntad y en la comprensión), a la psicosis o a la depresión. En el caso de la localidad navarra, el diagnóstico que se ha difundido es el de depresión, y en torno a él realizaremos, fundamentalmente, nuestras reflexiones.
Hay personas en Mutilva Alta que han manifestado que ‘la mujer no está en su sano juicio’, y tienen razón porque a veces es el amor en su vertiente delirante lo que puede desencadenar que una madre dé por finalizada la vida de sus hijos. Este sentimiento desmedido, avivado por un cuadro de depresión profunda, puede explicar en parte estos casos. En sujetos que padecen una depresión grave se presentan de manera reiterada expectativas tremendamente catastróficas respecto a su futuro y al de sus hijos, y se instalan en una especie de túnel o agujero negro en el que la única salida que encuentran es la de terminar definitivamente con el supuesto sufrimiento de sus seres más queridos (ante su ausencia, nadie les va a proteger mejor que ellos), y con su propio infierno. Esta mujer ya ha manifestado que se encontraba seriamente afectada por el proceso de divorcio y que el 19 de enero había tomado la decisión de matar a sus hijos y luego suicidarse.
La depresión desde el discurso médico se puede entender como una ‘modificación profunda del humor’, en el sentido de la tristeza y el sufrimiento moral, asociada a un ‘desinvestimiento’ de toda actividad. El término depresión se utiliza a veces de un modo muy genérico para nombrar diversos síntomas y patologías, que se pueden entender de diferente manera según el diagnóstico (no es lo mismo una neurosis que una psicosis maniaco-depresiva) que se establezca de la estructura clínica en cuestión.
En otros casos de parricidio hacia los hijos nos encontramos con el denominado ’síndrome de Medea’, que hace referencia a la tragedia griega en la que la protagonista mata a sus hijos para vengarse de su marido. Medea, hija de Eetes, rey de la Cólquide, se enamoró de Jasón, a quien defendió contra su padre y luego ayudó a apoderarse del vellocino de oro. Más tarde huyeron a Corinto, donde Jasón rechazó a Medea para casarse con Creusa, hija del rey. Medea, por despecho, degolló a los hijos que había tenido con Jasón, vengándose de esta forma del esposo que la había abandonado.
También hay sujetos femeninos que identifican la feminidad fundamentalmente con la maternidad y que refuerzan esta identificación desde el reconocimiento del otro. El homicidio del propio hijo representa (más allá de la venganza) la destrucción de lo que simbolizaba el vínculo de unión con su compañero, que la sostenía desde la palabra de amor como mujer y como madre.
Sabemos que las separaciones traumáticas en casos muy concretos desencadenan un estado depresivo que, a veces, impide al propio sujeto demandar un tratamiento a tiempo, ya que desde la desesperación no se contempla la posibilidad de encontrar una solución.
Es por lo que este tipo de casos extremos que terminan en tragedia nos ponen de relieve la importancia que debería tener la información, la prevención y el tratamiento en el ámbito de la salud mental. A veces, solamente se toma conciencia de las dolencias del psiquismo cuando se desencadena una crisis aguda o un ataque de pánico y se acude al servicio de urgencias del hospital más próximo. En estas situaciones, se subvierten los habituales esquemas de razonamiento, no se entiende nada y se desmorona la vida del sujeto. Cuando se toca fondo se acepta de buen grado, aunque no siempre, el tratamiento farmacológico, que en muchos casos tiene que ir acompañado de la realización de una psicoterapia en la que el sujeto puede ir tejiendo y descubriendo de qué manera está implicado (con su posición personal, identificaciones ) en los acontecimientos que le desbordan, al mismo tiempo que va cambiando su posición subjetiva y su vínculo con el otro.
En algunas ocasiones, antes de comenzar un tratamiento nos encontramos con dos inconvenientes. El primero es que en el discurso social opera, a modo de resistencia al cambio, la creencia común de que uno tiene una personalidad débil si no puede superar por sí mismo (idea que toma fuerza del narcisismo y de la comparación imaginaria con el otro) determinados problemas. El segundo condicionante es la dificultad que existe desde el lado de la institución sanitaria pública para ofrecer tratamientos psicológicos que requieren una asistencia regular y continuada durante el tiempo que se estime necesario.
Ello no impide, en ningún caso, reconocer los progresos que se han realizado últimamente en este ámbito, aunque es necesario avanzar más para conseguir, entre otras cosas, que la salud mental ocupe un lugar tan relevante como el que tiene hoy en día la salud física. De esta manera se crearán las condiciones para que cuando una persona no pueda salir por sí misma de una depresión demande a tiempo un tratamiento o una psicoterapia a un profesional, al que se le otorga un saber acerca de su síntoma y de la causa de su sufrimiento, para que pueda dirigir la cura.
La tragedia de Mutilva Alta ha puesto de manifiesto la actualidad de estas cuestiones y la necesidad de investigar y avanzar en el conocimiento, la prevención y el tratamiento. Lo expresaba, a su manera, una vecina la localidad navarra, que se ponía en el lugar de la parricida y manifestaba, con una buena dosis de afecto y comprensión: «Los niños me dan pena, mucha pena, pero mucha más me da la madre. Cuando se dé cuenta de lo que ha hecho se hundirá para siempre». Esperamos que no sea así.
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