Por Andrés Serbin, analista internacional y presidente de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (LA VANGUARDIA, 28/02/08):
La semana pasada un periódico brasileño difundió la noticia de que, durante la reciente visita de Lula a La Habana, en la reunión a puerta cerrada mantenida con Raúl Castro, este le había solicitado ayuda para avanzar en el desarrollo de los cambios en curso en Cuba y en el mejoramiento y la eventual normalización de las relaciones con Estados Unidos. La noticia fue rápidamente desmentida a nivel oficial en Brasilia, pero, curiosamente, se comenzó a conformar un destacado “grupo de amigos” brasileños para avanzar esta gestión.
Las señales que, asociadas a este hecho, envía Cuba son más que ominosas. En primer lugar, parece privilegiarse, como interlocutor confiable, a un gobierno de la izquierda democrática, de un país con un creciente liderazgo regional, en el eventual establecimiento de un diálogo con Estados Unidos.
En segundo lugar, por omisión más que por acción, el aliado estratégico incondicional y socio económico clave de Cuba en la región - el régimen bolivariano de Chávez- aparece postergado, lo que hace pensar que la lección de la impronta dejada por los estrechos vínculos económicos con la URSS en su momento, no ha sido desaprovechada por los cubanos. En tercer lugar, desplaza a un segundo plano, pese a la actual normalización de relaciones, el papel que podría jugar otra potencia regional media como México, posiblemente bajo el peso del legado negativo del sexenio de tumultuosas y difíciles relaciones durante la administración del presidente Fox.
Por otra parte, la elección de los miembros del Consejo de Estado por parte de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, el domingo 24 de febrero, confirmó algunas predicciones y deparó algunas sorpresas. La certidumbre de que Raúl Castro asumiría la presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros se vio confirmada; la sorpresa la trajo la elección de Ramón Machado Ventura, un dirigente histórico que responde a la más dura ortodoxia del Partido Comunista (PCC), a primer vicepresidente del Consejo de Estado y segundo en el orden jerárquico.
A estas designaciones en el Consejo, se sumaron un incremento de militares entre los miembros del Consejo y ninguna renovación generacional relevante. Una lectura superficial de la nueva composición del Consejo de Estado puede conducir a pensar que, de hecho, nada ha cambiado después de la renuncia de Fidel a reasumir el cargo de presidente del Consejo, anunciada poco antes, especialmente si consideramos la solicitud explícita de su hermano a la Asamblea Popular de seguir consultando con él los asuntos clave de Estado.
Un análisis mas de fondo, sin embargo, muestra, por un lado, la consolidación de la elite política que rige los destinos de la isla y, en especial, la unidad - reiteradamente mencionada en el discurso de Raúl Castro durante la Asamblea-, entre los sectores protagonistas de esta elite, el PCC y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, necesaria para legitimar la continuidad del proceso.
A su vez, una lectura detallada de este discurso evidencia algunas señales muy claras. Por un lado, la necesidad de más disciplina, entendida como la profundización del control político. Por otro, la urgencia de avanzar en algunas reformas económicas que abarcan desde el sector clave para el abastecimiento de la población - la agricultura-, hasta la progresiva revaluación del peso cubano y, posiblemente, su gradual convergencia con la unidad cambiaria cubana, que actualmente parten en dos la economía de la isla y el acceso de la población a diversos bienes.
A esto se suma el anuncio de la posible eliminación de la libreta de racionamiento y el incremento de los salarios, junto a una serie de medidas que mejoren la gestión estatal. El mensaje responde, en este sentido, a algunas de las expectativas de cambio de la población cubana expresadas en los numerosos y amplios debates impulsados en los meses precedentes.
Por otra parte, pese a la reiteración del duro lenguaje contra el enemigo, emblematizado por Estados Unidos, la nueva estructura de poder parece no opacar la reiterada oferta del mismo Raúl Castro de entablar un diálogo con estos, “de igual a igual”, pero insiste en que todo cambio en Cuba responderá a su dinámica interna y no a las presiones del exterior. Sin embargo, es obvio que este diálogo, si se produce, deberá esperar a que asuma una nueva administración estadounidense.
Y en este sentido, los potenciales candidatos a suceder a George W. Bush difieren manifiestamente en sus planteamientos. Mientras que los demócratas Obama y Hillary Clinton han marcado claramente sus diferencias al respecto - entre la disposición a abrirse a un diálogo incondicional con Cuba y a modificar gradualmente las restricciones al envío de remesas y a las visitas de ciudadanos estadounidenses a la isla del primero, y la abierta reticencia a cualquier diálogo hasta que se produzcan cambios sustantivos orientados a la democratización de la isla de la segunda-, el republicano John McCain ha rechazado de plano cualquier posibilidad de cancelación del embargo a Cuba, encomendándose a una próxima reunión de Fidel con Karl Marx, en el otro mundo.
Los tres candidatos, no obstante, apuntan a sectores diferentes del electorado hispano en Estados Unidos. Mientras que Obama especula con un probable cambio generacional en el voto de los cubanoamericanos, crecientemente volcados al Partido Demócrata y abiertos a restablecer el diálogo con el Gobierno cubano, Clinton y McCain coquetean con el peso del voto de los sectores más radicalmente anticastristas de la comunidad cubanoamericana.
En este contexto, ningún hecho augura cambios perceptibles, a corto plazo, en la actitud estadounidense de mantener el embargo, pero algunos movimientos de la política exterior cubana evidencian que Cuba se está posicionando para desarrollar algún tipo de interlocución después de las elecciones estadounidenses en noviembre, mientras que, en lo interno, despuntan algunas reformas económicas sin afectar la continuidad en el poder de la elite dirigente.
La semana pasada un periódico brasileño difundió la noticia de que, durante la reciente visita de Lula a La Habana, en la reunión a puerta cerrada mantenida con Raúl Castro, este le había solicitado ayuda para avanzar en el desarrollo de los cambios en curso en Cuba y en el mejoramiento y la eventual normalización de las relaciones con Estados Unidos. La noticia fue rápidamente desmentida a nivel oficial en Brasilia, pero, curiosamente, se comenzó a conformar un destacado “grupo de amigos” brasileños para avanzar esta gestión.
Las señales que, asociadas a este hecho, envía Cuba son más que ominosas. En primer lugar, parece privilegiarse, como interlocutor confiable, a un gobierno de la izquierda democrática, de un país con un creciente liderazgo regional, en el eventual establecimiento de un diálogo con Estados Unidos.
En segundo lugar, por omisión más que por acción, el aliado estratégico incondicional y socio económico clave de Cuba en la región - el régimen bolivariano de Chávez- aparece postergado, lo que hace pensar que la lección de la impronta dejada por los estrechos vínculos económicos con la URSS en su momento, no ha sido desaprovechada por los cubanos. En tercer lugar, desplaza a un segundo plano, pese a la actual normalización de relaciones, el papel que podría jugar otra potencia regional media como México, posiblemente bajo el peso del legado negativo del sexenio de tumultuosas y difíciles relaciones durante la administración del presidente Fox.
Por otra parte, la elección de los miembros del Consejo de Estado por parte de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, el domingo 24 de febrero, confirmó algunas predicciones y deparó algunas sorpresas. La certidumbre de que Raúl Castro asumiría la presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros se vio confirmada; la sorpresa la trajo la elección de Ramón Machado Ventura, un dirigente histórico que responde a la más dura ortodoxia del Partido Comunista (PCC), a primer vicepresidente del Consejo de Estado y segundo en el orden jerárquico.
A estas designaciones en el Consejo, se sumaron un incremento de militares entre los miembros del Consejo y ninguna renovación generacional relevante. Una lectura superficial de la nueva composición del Consejo de Estado puede conducir a pensar que, de hecho, nada ha cambiado después de la renuncia de Fidel a reasumir el cargo de presidente del Consejo, anunciada poco antes, especialmente si consideramos la solicitud explícita de su hermano a la Asamblea Popular de seguir consultando con él los asuntos clave de Estado.
Un análisis mas de fondo, sin embargo, muestra, por un lado, la consolidación de la elite política que rige los destinos de la isla y, en especial, la unidad - reiteradamente mencionada en el discurso de Raúl Castro durante la Asamblea-, entre los sectores protagonistas de esta elite, el PCC y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, necesaria para legitimar la continuidad del proceso.
A su vez, una lectura detallada de este discurso evidencia algunas señales muy claras. Por un lado, la necesidad de más disciplina, entendida como la profundización del control político. Por otro, la urgencia de avanzar en algunas reformas económicas que abarcan desde el sector clave para el abastecimiento de la población - la agricultura-, hasta la progresiva revaluación del peso cubano y, posiblemente, su gradual convergencia con la unidad cambiaria cubana, que actualmente parten en dos la economía de la isla y el acceso de la población a diversos bienes.
A esto se suma el anuncio de la posible eliminación de la libreta de racionamiento y el incremento de los salarios, junto a una serie de medidas que mejoren la gestión estatal. El mensaje responde, en este sentido, a algunas de las expectativas de cambio de la población cubana expresadas en los numerosos y amplios debates impulsados en los meses precedentes.
Por otra parte, pese a la reiteración del duro lenguaje contra el enemigo, emblematizado por Estados Unidos, la nueva estructura de poder parece no opacar la reiterada oferta del mismo Raúl Castro de entablar un diálogo con estos, “de igual a igual”, pero insiste en que todo cambio en Cuba responderá a su dinámica interna y no a las presiones del exterior. Sin embargo, es obvio que este diálogo, si se produce, deberá esperar a que asuma una nueva administración estadounidense.
Y en este sentido, los potenciales candidatos a suceder a George W. Bush difieren manifiestamente en sus planteamientos. Mientras que los demócratas Obama y Hillary Clinton han marcado claramente sus diferencias al respecto - entre la disposición a abrirse a un diálogo incondicional con Cuba y a modificar gradualmente las restricciones al envío de remesas y a las visitas de ciudadanos estadounidenses a la isla del primero, y la abierta reticencia a cualquier diálogo hasta que se produzcan cambios sustantivos orientados a la democratización de la isla de la segunda-, el republicano John McCain ha rechazado de plano cualquier posibilidad de cancelación del embargo a Cuba, encomendándose a una próxima reunión de Fidel con Karl Marx, en el otro mundo.
Los tres candidatos, no obstante, apuntan a sectores diferentes del electorado hispano en Estados Unidos. Mientras que Obama especula con un probable cambio generacional en el voto de los cubanoamericanos, crecientemente volcados al Partido Demócrata y abiertos a restablecer el diálogo con el Gobierno cubano, Clinton y McCain coquetean con el peso del voto de los sectores más radicalmente anticastristas de la comunidad cubanoamericana.
En este contexto, ningún hecho augura cambios perceptibles, a corto plazo, en la actitud estadounidense de mantener el embargo, pero algunos movimientos de la política exterior cubana evidencian que Cuba se está posicionando para desarrollar algún tipo de interlocución después de las elecciones estadounidenses en noviembre, mientras que, en lo interno, despuntan algunas reformas económicas sin afectar la continuidad en el poder de la elite dirigente.
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