Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 10/02/08):
Winston Churchill dijo una vez que Rusia era una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma; sin embargo, y en comparación con EE. UU., siempre se me antojó que tal apreciación era equivocada. EE. UU. es mucho más impredecible que Rusia, cosa que nunca ha sido tan cierta como en el 2008. Por esta razón, los extranjeros, y muchos estadounidenses, han errado constantemente en sus pronósticos. Hace seis meses dijeron todos que el senador McCain estaba acabado; ahora parece casi seguro que será el candidato republicano. Además está el fenómeno Obama, agradable y encantador aunque nadie sabe con seguridad lo que quiere salvo “cambio y esperanza” (¿pero qué cambio y qué esperanza?). Algunos lo han comparado con la princesa Diana en su última etapa, rodeada de una enorme popularidad sobre todo tras su trágica muerte.
Obama es el candidato de la izquierda pero ha obtenido mayor apoyo económico que cualquier otro candidato (McCain hubo de recurrir a un préstamo de dos millones de dólares para continuar su campaña).
Entre la gente que gana un cuarto de millón de dólares o más, está mucho mejor situado que Hillary Clinton. Pero tal respaldo no parece suficiente; a Obama le han apoyado varios Kennedy y otros políticos de Massachusetts, pero perdió ese estado en favor de Clinton. A Obama le va bien entre la comunidad negra pero no así entre los latinos. ¿Cómo reunir todos estos elementos para trazar un panorama mínimamente coherente?
En este momento, parece que la candidatura demócrata no se decidirá hasta principios de marzo con las elecciones en Ohio y Texas, y posiblemente en el último momento gracias a los delegados de Puerto Rico (donde el partido cuenta con unos 60 delegados), circunstancia que sería un tanto irónica.
La mayoría de los sondeos de opinión indican que a Obama le iría mucho mejor en caso de enfrentarse contra McCain que contra Clinton, una mujer competente pero cuya personalidad lamentablemente no transpira cordialidad y simpatía.
Claro que en el futuro podría suceder que Obama, que ha contado con un respaldo mediático aplastante, no tenga más remedio que acaparar la atención. La gente examinará más detalladamente su historial y trayectoria así como a sus asesores, además de su verdadera manera de pensar. Tal examen podría serle perjudicial. Es cierto que los demócratas poseen ventaja numérica; 14 millones de ellos votaron el supermartes frente a sólo 10 millones de republicanos: el entusiasmo, pues, era mayor entre los primeros. Pero puede suceder que reaccione la apatía republicana. McCain sigue siendo objeto de duras críticas de parte de la derecha republicana, que sostiene que en realidad no es un conservador sino una figura excesivamente independiente (no juzga, por ejemplo, que la inmigración ilegal sea el problema principal y no quiere prohibir el aborto). Pero, en último término, el ala derecha, muy fuerte en el sur, cerrará probablemente filas en torno a él y además el hecho de haber sido criticado puede ayudarle a obtener el favor de votantes independientes del centro e incluso entre las filas demócratas.
En cuanto a Hillary Clinton, no puede ser descartada; es posible que no sea la candidata ideal, pero ¿cómo explicar que sea realmente tan odiada por tanta gente como ningún otro candidato? Se trata de un factor notablemente irracional, como han señalado ciertos comentaristas de tono izquierdista: este elemento no hace más que añadir dificultad al intento de hacer pronósticos. Hace diez años, se popularizó el dicho “¡Es la economía, estúpido!” para aludir al hecho de que el factor económico sería determinante en la conducta del electorado.
Sin embargo, muchos estadounidenses han comprendido que históricamente el papel del presidente en una posible influencia sobre la situación económica es mucho más modesto de lo que suele creerse. El precio bajo del petróleo no fue mérito de Clinton, e incluso Roosevelt no gestionó el término de la Gran Depresión, sino que lo hizo la Segunda Guerra Mundial. Pero actualmente es obvio que la “personalidad” es, como mínimo, factor al menos igualmente importante, y el hecho de que McCain habla más abiertamente que otros candidatos (aunque duela) no le acarrea perjuicio político alguno. Sus asesores le han dicho a Obama que reserve para sí sus puntos de vista polémicos porque distan excesivamente del centro y difundirlos prematuramente le perjudicaría. Pero en el fondo no es un buen consejo; suponiendo que llegue a la Casa Blanca no por ello se convertirá en un dictador sino que habrá de contar con el Congreso cuya mayoría puede no coincidir con sus opiniones.
Todo ello explica la dificultad de pronosticar los derroteros de una campaña que se prolonga demasiado. Cuesta demasiado dinero (más de mil millones de dólares) y afecta negativamente a la salud de los candidatos que se desgañitan y pierden peso. Y las cuestiones verdaderamente importantes apenas se han debatido. Pero no pienso que esto vaya a cambiar en breve. La larga campaña electoral se ha convertido en parte del estilo de vida estadounidense. Suscita, sin duda, pasión y diversión como la reciente SuperBowl.
Winston Churchill dijo una vez que Rusia era una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma; sin embargo, y en comparación con EE. UU., siempre se me antojó que tal apreciación era equivocada. EE. UU. es mucho más impredecible que Rusia, cosa que nunca ha sido tan cierta como en el 2008. Por esta razón, los extranjeros, y muchos estadounidenses, han errado constantemente en sus pronósticos. Hace seis meses dijeron todos que el senador McCain estaba acabado; ahora parece casi seguro que será el candidato republicano. Además está el fenómeno Obama, agradable y encantador aunque nadie sabe con seguridad lo que quiere salvo “cambio y esperanza” (¿pero qué cambio y qué esperanza?). Algunos lo han comparado con la princesa Diana en su última etapa, rodeada de una enorme popularidad sobre todo tras su trágica muerte.
Obama es el candidato de la izquierda pero ha obtenido mayor apoyo económico que cualquier otro candidato (McCain hubo de recurrir a un préstamo de dos millones de dólares para continuar su campaña).
Entre la gente que gana un cuarto de millón de dólares o más, está mucho mejor situado que Hillary Clinton. Pero tal respaldo no parece suficiente; a Obama le han apoyado varios Kennedy y otros políticos de Massachusetts, pero perdió ese estado en favor de Clinton. A Obama le va bien entre la comunidad negra pero no así entre los latinos. ¿Cómo reunir todos estos elementos para trazar un panorama mínimamente coherente?
En este momento, parece que la candidatura demócrata no se decidirá hasta principios de marzo con las elecciones en Ohio y Texas, y posiblemente en el último momento gracias a los delegados de Puerto Rico (donde el partido cuenta con unos 60 delegados), circunstancia que sería un tanto irónica.
La mayoría de los sondeos de opinión indican que a Obama le iría mucho mejor en caso de enfrentarse contra McCain que contra Clinton, una mujer competente pero cuya personalidad lamentablemente no transpira cordialidad y simpatía.
Claro que en el futuro podría suceder que Obama, que ha contado con un respaldo mediático aplastante, no tenga más remedio que acaparar la atención. La gente examinará más detalladamente su historial y trayectoria así como a sus asesores, además de su verdadera manera de pensar. Tal examen podría serle perjudicial. Es cierto que los demócratas poseen ventaja numérica; 14 millones de ellos votaron el supermartes frente a sólo 10 millones de republicanos: el entusiasmo, pues, era mayor entre los primeros. Pero puede suceder que reaccione la apatía republicana. McCain sigue siendo objeto de duras críticas de parte de la derecha republicana, que sostiene que en realidad no es un conservador sino una figura excesivamente independiente (no juzga, por ejemplo, que la inmigración ilegal sea el problema principal y no quiere prohibir el aborto). Pero, en último término, el ala derecha, muy fuerte en el sur, cerrará probablemente filas en torno a él y además el hecho de haber sido criticado puede ayudarle a obtener el favor de votantes independientes del centro e incluso entre las filas demócratas.
En cuanto a Hillary Clinton, no puede ser descartada; es posible que no sea la candidata ideal, pero ¿cómo explicar que sea realmente tan odiada por tanta gente como ningún otro candidato? Se trata de un factor notablemente irracional, como han señalado ciertos comentaristas de tono izquierdista: este elemento no hace más que añadir dificultad al intento de hacer pronósticos. Hace diez años, se popularizó el dicho “¡Es la economía, estúpido!” para aludir al hecho de que el factor económico sería determinante en la conducta del electorado.
Sin embargo, muchos estadounidenses han comprendido que históricamente el papel del presidente en una posible influencia sobre la situación económica es mucho más modesto de lo que suele creerse. El precio bajo del petróleo no fue mérito de Clinton, e incluso Roosevelt no gestionó el término de la Gran Depresión, sino que lo hizo la Segunda Guerra Mundial. Pero actualmente es obvio que la “personalidad” es, como mínimo, factor al menos igualmente importante, y el hecho de que McCain habla más abiertamente que otros candidatos (aunque duela) no le acarrea perjuicio político alguno. Sus asesores le han dicho a Obama que reserve para sí sus puntos de vista polémicos porque distan excesivamente del centro y difundirlos prematuramente le perjudicaría. Pero en el fondo no es un buen consejo; suponiendo que llegue a la Casa Blanca no por ello se convertirá en un dictador sino que habrá de contar con el Congreso cuya mayoría puede no coincidir con sus opiniones.
Todo ello explica la dificultad de pronosticar los derroteros de una campaña que se prolonga demasiado. Cuesta demasiado dinero (más de mil millones de dólares) y afecta negativamente a la salud de los candidatos que se desgañitan y pierden peso. Y las cuestiones verdaderamente importantes apenas se han debatido. Pero no pienso que esto vaya a cambiar en breve. La larga campaña electoral se ha convertido en parte del estilo de vida estadounidense. Suscita, sin duda, pasión y diversión como la reciente SuperBowl.
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