Por Daniel Reboredo (EL CORREO DIGITAL, 06/02/08):
Se resolvió la ecuación. El resultado de la segunda vuelta de las elecciones serbias celebradas el pasado domingo ha dado el resultado ansiado por todos los grandes actores de la escena internacional. Todos respiran con la victoria de Boris Tadic (50,5% de los votos), el denominado candidato proeuropeo, y la derrota del ultranacionalista Tomislav Nikolic (47% de los votos), al que se considera la encarnación del radicalismo que, manipulado por elementos ajenos a la antigua Yugoslavia, llevó a la deriva a los Balcanes. La alta participación de los ciudadanos serbios (superior al 67%) ha evitado la victoria de quien dominó la primera vuelta de las elecciones celebradas el pasado 20 de enero. EE UU, la UE y la propia Rusia respiran satisfechas con la victoria de Tadic. A ninguno le interesaba, por diferentes motivos, el éxito del Partido Radical del filorruso Nikolic, el regreso de los fantasmas del pasado y la segura celebración de elecciones anticipadas ante la crisis general de gobierno que se produciría. Todos contentos (Tadic, Kostunica, Ilic, las potencias mundiales) menos los derrotados. ¿Seguro? ¿Tan sencilla era la solución al problema? Por supuesto que no. Serbia, maltratada y humillada en los últimos años, es hoy un problema mucho más complejo de lo que nos transmiten los dueños del mundo. Y lo es, porque éstos siguen castigando al pequeño país centroeuropeo y porque en esta política de castigo pretenden cercenar un 15% de su territorio sin justificación alguna salvo la de sus intereses espurios.
Así de claro. Nada de lo que se dice es verdad. Todo está manipulado hasta la saciedad. Ni EE UU defiende el derecho de autodeterminación de los pueblos, ni el de las mayorías (musulmanas, cristianas o budistas), ni los derechos humanos frente a la fiera nacionalista serbia, no más nociva que la croata, bosnia o ahora la albanokosovar. La única realidad es que se pretende rematar el despedazamiento de la antigua Yugoslavia y debilitar todavía más a una Serbia poco interesada en ser parte del neoliberalismo occidental y de la OTAN; que existe un enclave autónomo estadounidense (base militar de Camp Bondsteel) en territorio serbio; que con la independencia de Kosovo nacerá un Estado títere, o nueva colonia, que dará a EE UU libertad de movimientos en los Balcanes y que será un cáncer para el proyecto europeo; que Kosovo es una zona rica en minerales (lignito y carbón) e infraestructuras para su transformación que, casualmente, están situados en la zona de mayoría serbia; que algunos países europeos, sobre todo Alemania y sus empresas, quieren controlar estos recursos y beneficiarse de su venta a terceros; que las denominadas autoridades albano-kosovares han iniciado la privatización del sector energético a favor de empresas europeas y norteamericanas, dejando fuera a Rusia; y, finalmente, que dentro de la lucha energética en la que se mueve el mundo actual, Kosovo es interesante para completar un corredor energético vía Bosnia, Croacia o algún puerto albanés, iniciativa que ha perdido interés tanto por el reciente acuerdo Serbia-Rusia de 25 de enero, como por el más antiguo realizado entre Rusia, Bulgaria y Grecia (Burgas-Alexandropoulos).
Y la UE, ¿qué defiende? Realmente nada, salvo el mercado de algunos de sus miembros. Primero, ofreciendo un Acuerdo de Asociación y Estabilización cuya firma, prevista para el 28 de enero, se frustró porque Bélgica y Holanda ‘recordaron’ que Serbia sólo había entregado al Tribunal Penal Internacional para los crímenes en la ex Yugoslavia a 20 de los 24 reclamados, como si no existieran criminales de guerra croatas, bosnios o kosovares; y más tarde, con un ‘magnánimo’ ‘Acuerdo Político Interino de Cooperación’, a firmar supuestamente el 7 de febrero. Un trato discriminatorio y humillante que ha llevado a Serbia a rubricar compromisos de claro matiz defensivo, como el acuerdo energético sellado con Rusia, aun sabiendo que se trata de un valedor interesado y nada altruista.
En la reunión celebrada el pasado 25 de enero en Moscú entre Vladímir Putin, Vojislav Kostunica y Boris Tadic (un día antes lo habían hecho los ministros de Asuntos Exteriores serbio y ruso, Vuk Jeremic y Serguéi Lavrov respectivamente), se habló de Kosovo y de la cooperación energética. Respecto a la primera cuestión, Putin volvió a recordar la vigencia de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad que reconoce a Kosovo como parte inseparable de Serbia (con ella se puso fin a la última guerra de los Balcanes en 1999), y que cualquier proclamación unilateral de independencia modificaría la ley internacional y generaría innumerables problemas políticos en el mundo y graves daños en el sistema de derecho internacional.
La contraprestación al apoyo ruso y al acoso occidental, y ésta es la segunda cuestión, ha sido la de poner en manos de Rusia la independencia energética serbia. Los dos acuerdos firmados en esta materia son de gran trascendencia económica, política y geoestratégica para Rusia y en menor medida para los serbios. El primero de ellos se centra en la compra del 51% de las acciones de Industria Petrolera Serbia (NIS) por el gigante energético ruso Gazprom y el segundo, derivado del anterior, rubrica la construcción de un gaseoducto de 400 kilómetros, que conectará Serbia con el sistema de suministro de gas ruso Corriente Sur (South Stream) (suministrará gas a Bulgaria, Grecia, Italia y otros países europeos a través del Mar Negro y los Balcanes), competidor del proyecto europeo ‘Nabucco’ (Turquía, Bulgaria, Rumanía, Hungría y Austria), a lo que se añadirá la instalación de un inmenso depósito subterráneo para almacenar gas al noroeste de Belgrado (Banatski Dvor). Rusia se ha aprovechado, en pro de sus intereses geoestratégicos, políticos y energéticos del aislamiento internacional de Serbia y de su necesidad de ayuda para preservar su integridad territorial. Para el país balcánico, estos acuerdos representan una inversión de unos dos mil millones de euros que reactivarán su maltrecha economía (el 10% de la población vive en estado de pobreza y entre el 21% y el 30% está desempleada) y, a la par, lo convierten en una pieza clave del transporte de gas ruso al sur del continente y refuerzan su posición frente a EE UU y la UE respecto al tema de Kosovo. La extensión del imperio energético ruso (mayor exportador de gas natural del mundo y segundo de petróleo después de Arabia Saudí) a Serbia da al traste con la pretensión europea de lograr la independencia energética y, asimismo, extiende el temor del uso de la energía como medio de presión política, hecho éste que Rusia ya ha aplicado en Ucrania y Bielorrusia.
La apuesta de la asfixia a Serbia ha hecho que ésta se revuelva como ha podido para devolver parte del daño que se le está infligiendo. Ésta es la primera consecuencia. Pero habrá una segunda, y de peores efectos, derivada de la mutilación de su territorio. El tumor de Kosovo, ‘controlado’ por la ONU (misión especial UNMIK), la OSCE (supervisión de las elecciones locales), la OTAN (control militar de la provincia con el KFOR) y el gobierno provisional radical albanokosovar, generará un efecto irredentista sin fin. Y recordemos que todos los países del planeta tienen en su seno, más o menos activos, virus destructivos de este tipo. Desde los Balcanes (República serbia de Bosnia, fronteras croatas, Kosovo, albanokosovares en Macedonia, etcétera) hasta España (Cataluña, País Vasco, Galicia), pasando por Grecia (agitación étnica albanesa en sus fronteras), Chipre (partición del país por la fuerza de las armas turcas), Bélgica (recordemos la situación actual), Francia (bretones, vascos), Gran Bretaña (Escocia, cuestión de Ulster), Italia (Padania), Kurdistán iraquí, China y demás países ya que no existe uno solo donde no se planteen estas cuestiones. Tampoco tenemos que olvidar que los efectos más inmediatos se notarían, además de en los Balcanes, en zonas cercanas como Transnistria (territorio moldavo en los confines de Ucrania con mayoría rusa), Abjasia y Osetia del Sur (pugnando por separarse de Georgia) y el Alto Karabaj (poblado por armenios e inmerso en Azerbayán).
Los serbios han votado pensando en su futuro. Ahora le toca a Occidente corresponder. Ya va siendo hora de acabar con la agresión continua e indiscriminada a Serbia, de sacarla del agujero negro en el que se encuentra y de decir la verdad de lo ocurrido en la ex Yugoslavia. Incluso la UE, si quiere ser algo más que una asociación de mercaderes y aspirar de verdad a la supranacionalidad del viejo continente, debería cambiar su postura respecto al país balcánico para que éste pueda dejar de estar encerrado en sí mismo y excluido de Europa y, fundamentalmente, para evitar que el Sarajevo de 1914 y lo que de él nació tenga una reedición en el Siglo XXI.
Se resolvió la ecuación. El resultado de la segunda vuelta de las elecciones serbias celebradas el pasado domingo ha dado el resultado ansiado por todos los grandes actores de la escena internacional. Todos respiran con la victoria de Boris Tadic (50,5% de los votos), el denominado candidato proeuropeo, y la derrota del ultranacionalista Tomislav Nikolic (47% de los votos), al que se considera la encarnación del radicalismo que, manipulado por elementos ajenos a la antigua Yugoslavia, llevó a la deriva a los Balcanes. La alta participación de los ciudadanos serbios (superior al 67%) ha evitado la victoria de quien dominó la primera vuelta de las elecciones celebradas el pasado 20 de enero. EE UU, la UE y la propia Rusia respiran satisfechas con la victoria de Tadic. A ninguno le interesaba, por diferentes motivos, el éxito del Partido Radical del filorruso Nikolic, el regreso de los fantasmas del pasado y la segura celebración de elecciones anticipadas ante la crisis general de gobierno que se produciría. Todos contentos (Tadic, Kostunica, Ilic, las potencias mundiales) menos los derrotados. ¿Seguro? ¿Tan sencilla era la solución al problema? Por supuesto que no. Serbia, maltratada y humillada en los últimos años, es hoy un problema mucho más complejo de lo que nos transmiten los dueños del mundo. Y lo es, porque éstos siguen castigando al pequeño país centroeuropeo y porque en esta política de castigo pretenden cercenar un 15% de su territorio sin justificación alguna salvo la de sus intereses espurios.
Así de claro. Nada de lo que se dice es verdad. Todo está manipulado hasta la saciedad. Ni EE UU defiende el derecho de autodeterminación de los pueblos, ni el de las mayorías (musulmanas, cristianas o budistas), ni los derechos humanos frente a la fiera nacionalista serbia, no más nociva que la croata, bosnia o ahora la albanokosovar. La única realidad es que se pretende rematar el despedazamiento de la antigua Yugoslavia y debilitar todavía más a una Serbia poco interesada en ser parte del neoliberalismo occidental y de la OTAN; que existe un enclave autónomo estadounidense (base militar de Camp Bondsteel) en territorio serbio; que con la independencia de Kosovo nacerá un Estado títere, o nueva colonia, que dará a EE UU libertad de movimientos en los Balcanes y que será un cáncer para el proyecto europeo; que Kosovo es una zona rica en minerales (lignito y carbón) e infraestructuras para su transformación que, casualmente, están situados en la zona de mayoría serbia; que algunos países europeos, sobre todo Alemania y sus empresas, quieren controlar estos recursos y beneficiarse de su venta a terceros; que las denominadas autoridades albano-kosovares han iniciado la privatización del sector energético a favor de empresas europeas y norteamericanas, dejando fuera a Rusia; y, finalmente, que dentro de la lucha energética en la que se mueve el mundo actual, Kosovo es interesante para completar un corredor energético vía Bosnia, Croacia o algún puerto albanés, iniciativa que ha perdido interés tanto por el reciente acuerdo Serbia-Rusia de 25 de enero, como por el más antiguo realizado entre Rusia, Bulgaria y Grecia (Burgas-Alexandropoulos).
Y la UE, ¿qué defiende? Realmente nada, salvo el mercado de algunos de sus miembros. Primero, ofreciendo un Acuerdo de Asociación y Estabilización cuya firma, prevista para el 28 de enero, se frustró porque Bélgica y Holanda ‘recordaron’ que Serbia sólo había entregado al Tribunal Penal Internacional para los crímenes en la ex Yugoslavia a 20 de los 24 reclamados, como si no existieran criminales de guerra croatas, bosnios o kosovares; y más tarde, con un ‘magnánimo’ ‘Acuerdo Político Interino de Cooperación’, a firmar supuestamente el 7 de febrero. Un trato discriminatorio y humillante que ha llevado a Serbia a rubricar compromisos de claro matiz defensivo, como el acuerdo energético sellado con Rusia, aun sabiendo que se trata de un valedor interesado y nada altruista.
En la reunión celebrada el pasado 25 de enero en Moscú entre Vladímir Putin, Vojislav Kostunica y Boris Tadic (un día antes lo habían hecho los ministros de Asuntos Exteriores serbio y ruso, Vuk Jeremic y Serguéi Lavrov respectivamente), se habló de Kosovo y de la cooperación energética. Respecto a la primera cuestión, Putin volvió a recordar la vigencia de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad que reconoce a Kosovo como parte inseparable de Serbia (con ella se puso fin a la última guerra de los Balcanes en 1999), y que cualquier proclamación unilateral de independencia modificaría la ley internacional y generaría innumerables problemas políticos en el mundo y graves daños en el sistema de derecho internacional.
La contraprestación al apoyo ruso y al acoso occidental, y ésta es la segunda cuestión, ha sido la de poner en manos de Rusia la independencia energética serbia. Los dos acuerdos firmados en esta materia son de gran trascendencia económica, política y geoestratégica para Rusia y en menor medida para los serbios. El primero de ellos se centra en la compra del 51% de las acciones de Industria Petrolera Serbia (NIS) por el gigante energético ruso Gazprom y el segundo, derivado del anterior, rubrica la construcción de un gaseoducto de 400 kilómetros, que conectará Serbia con el sistema de suministro de gas ruso Corriente Sur (South Stream) (suministrará gas a Bulgaria, Grecia, Italia y otros países europeos a través del Mar Negro y los Balcanes), competidor del proyecto europeo ‘Nabucco’ (Turquía, Bulgaria, Rumanía, Hungría y Austria), a lo que se añadirá la instalación de un inmenso depósito subterráneo para almacenar gas al noroeste de Belgrado (Banatski Dvor). Rusia se ha aprovechado, en pro de sus intereses geoestratégicos, políticos y energéticos del aislamiento internacional de Serbia y de su necesidad de ayuda para preservar su integridad territorial. Para el país balcánico, estos acuerdos representan una inversión de unos dos mil millones de euros que reactivarán su maltrecha economía (el 10% de la población vive en estado de pobreza y entre el 21% y el 30% está desempleada) y, a la par, lo convierten en una pieza clave del transporte de gas ruso al sur del continente y refuerzan su posición frente a EE UU y la UE respecto al tema de Kosovo. La extensión del imperio energético ruso (mayor exportador de gas natural del mundo y segundo de petróleo después de Arabia Saudí) a Serbia da al traste con la pretensión europea de lograr la independencia energética y, asimismo, extiende el temor del uso de la energía como medio de presión política, hecho éste que Rusia ya ha aplicado en Ucrania y Bielorrusia.
La apuesta de la asfixia a Serbia ha hecho que ésta se revuelva como ha podido para devolver parte del daño que se le está infligiendo. Ésta es la primera consecuencia. Pero habrá una segunda, y de peores efectos, derivada de la mutilación de su territorio. El tumor de Kosovo, ‘controlado’ por la ONU (misión especial UNMIK), la OSCE (supervisión de las elecciones locales), la OTAN (control militar de la provincia con el KFOR) y el gobierno provisional radical albanokosovar, generará un efecto irredentista sin fin. Y recordemos que todos los países del planeta tienen en su seno, más o menos activos, virus destructivos de este tipo. Desde los Balcanes (República serbia de Bosnia, fronteras croatas, Kosovo, albanokosovares en Macedonia, etcétera) hasta España (Cataluña, País Vasco, Galicia), pasando por Grecia (agitación étnica albanesa en sus fronteras), Chipre (partición del país por la fuerza de las armas turcas), Bélgica (recordemos la situación actual), Francia (bretones, vascos), Gran Bretaña (Escocia, cuestión de Ulster), Italia (Padania), Kurdistán iraquí, China y demás países ya que no existe uno solo donde no se planteen estas cuestiones. Tampoco tenemos que olvidar que los efectos más inmediatos se notarían, además de en los Balcanes, en zonas cercanas como Transnistria (territorio moldavo en los confines de Ucrania con mayoría rusa), Abjasia y Osetia del Sur (pugnando por separarse de Georgia) y el Alto Karabaj (poblado por armenios e inmerso en Azerbayán).
Los serbios han votado pensando en su futuro. Ahora le toca a Occidente corresponder. Ya va siendo hora de acabar con la agresión continua e indiscriminada a Serbia, de sacarla del agujero negro en el que se encuentra y de decir la verdad de lo ocurrido en la ex Yugoslavia. Incluso la UE, si quiere ser algo más que una asociación de mercaderes y aspirar de verdad a la supranacionalidad del viejo continente, debería cambiar su postura respecto al país balcánico para que éste pueda dejar de estar encerrado en sí mismo y excluido de Europa y, fundamentalmente, para evitar que el Sarajevo de 1914 y lo que de él nació tenga una reedición en el Siglo XXI.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario