martes, abril 01, 2008

El asfalto, la Red y las aulas

Por Juan C. Rodríguez Ibarra, ex presidente de la Junta de Extremadura (EL PAÍS, 28/03/08):

Estas mismas páginas vieron publicado el pasado día 14 un excelente artículo de la rectora de la Universitat Oberta de Catalunya, Imma Tubella, con el título siguiente: Bajo el asfalto estaba la Red. El estudio de la rectora confirma estadísticamente lo que algunos venimos defendiendo por intuición y observación desde hace ya algunos años: el corte drástico que se ha producido entre dos generaciones -la analógica y la digital- con consecuencias que o vemos y aplicamos o volveremos a perder otra oportunidad, la mejor de la historia, para avanzar por un camino nuevo e inimaginable hace sólo una decena de años.

Ese artículo plasmaba las horas que un joven se pasa delante de la pantalla de un ordenador, los SMS que enviaba, los e-mails que contestaba o escribía, etcétera. Puesto que mi acuerdo es absoluto con su contenido y con la conclusión obtenida, escribo estas líneas para añadir algo que ayude a comprender aún más la realidad que nos inunda.

Esos jóvenes digitalizados pasan seis horas de cada día, casi la mitad del tiempo que no duermen, imbuidos de una cultura analógica en los centros educativos españoles, sean éstos de primaria, secundaria o universitarios. En su casa, en su ocio, digitales; en la escuela o en la universidad, analógicos. No hay nada más diferente que un hospital del Primer Mundo comparado con un hospital del Tercer Mundo, pero no hay nada más idéntico que una escuela del Primer Mundo comparada con una escuela del Tercer Mundo. Si pudiéramos resucitar a un cirujano del siglo XIX y lo pusiéramos inmediatamente en un quirófano de cualquiera de nuestros hospitales, con toda seguridad no sabría dónde se encontraba y con total certeza no se atrevería a realizar una intervención quirúrgica consistente en un trasplante de corazón; pero si la misma operación la realizáramos con un maestro de aquel siglo y lo introdujéramos en una de nuestras aulas escolares, sabría decir que está en un centro educativo y que estaría capacitado para empezar a impartir allí mismo sus clases magistrales. Sólo necesitaría su voz, su libro de texto, sus apuntes y su pizarra, es decir, como siempre, como ayer y como hoy. Y durante seis horas diarias ese profesor, y la inmensa mayoría, se enfrentan a un proceso educativo analógico teniendo delante de ellos a unos alumnos que nacieron en la era de la digitalización.

¿Qué está sucediendo? Que la educación española no está dirigida a la creatividad innovadora en el desarrollo e investigación de nuevas técnicas, tecnologías y productos, sino a la obtención de unos titulados tendentes a trabajar por cuenta ajena para la obtención de un beneficio comercial inmediato. Nosotros, por ejemplo, vendemos equipos y componentes para la red informática, incluso estamos en condiciones de realizar la instalación y puesta en marcha de esos equipos; pero la inteligencia que incorpora la tarjeta de red que transforma los impulsos eléctricos en datos la desarrollan en Estados Unidos, en Alemania, en Irlanda o en Finlandia.

En la nueva sociedad digital, que tan bien describe la señora Tubella, se impone la necesidad de dar un valor real a las personas más que a las cosas, como consecuencia del proceso de digitalización que vivimos, donde la materia prima fundamental es la inteligencia. Hay que invertir en las personas porque son las que con sus capacidades pueden hacer crecer lo que se propongan. Esto puede parecer obvio y por lo tanto desgraciadamente lo obviamos. Estamos en esta nueva sociedad y todavía tenemos sistemas demasiado tradicionales. Los sistemas contables siguen contado como “gasto social” a las personas y como “inversión” a las cosas. En consecuencia, los primeros gastos que recorta una empresa cuando afronta una crisis afectan a las personas y no a las cosas. Esto ya no debe ser así en esta nueva sociedad, es un reto que se debe solucionar. No se puede seguir anclados en los sistemas de la sociedad industrial, donde era mejor invertir en máquinas que agilizasen el proceso, antes que en personas que lo reinventasen. Hoy el valor de la nueva sociedad es el capital humano.

Esa sociedad, esa nueva sociedad, ya no se basa en los parámetros tradicionales de la era del vapor y de la sociedad industrial clásica. Así que tenemos la responsabilidad histórica de ir a otros sitios por otros caminos. Otros sitios donde el proceso no es lineal (compro un producto, lo transformo y lo vendo más caro de lo que lo compré), sino que es un proceso biológico; otros sitios donde cuenta la formación, la inteligencia, la imaginación, la osadía, el riesgo, la diversidad y la emoción. Ése es el nuevo sitio, ésos son los factores que definen al nuevo sitio, a la nueva sociedad. ¿Y quiénes reúnen esas características para acometer esa aventura? La respuesta son los jóvenes; ellos son los que tienen esas características (osadía, imaginación, formación, diversidad, capacidad, riesgo). Y con ellos nos debemos proponer hacer una revolución en España para llegar a un sitio nuevo, para llegar a la nueva sociedad. Tenemos millones de jóvenes en España con edades comprendidas entre los 16 y 35 y que están llamando a nuestra puerta esperando que esa sociedad nueva que ellos sí ven, porque la imaginan, se pueda abrir y puedan tener su oportunidad.

Nuestros jóvenes son tolerantes, solidarios, abiertos, flexibles a las diferencias culturales, generosos, tan inteligentes como cualquiera, responsables, trabajadores y con unas ansias enormes de vivir y de ser felices y con una predisposición enorme para asumir riesgos hasta límites que pudieran, a los que no lo somos ya, parecernos insensatos; jóvenes que hacen proyectos y que dicen: como no sabía que era imposible lo hice y lo logré. Jóvenes capaces de aprender y desaprender con facilidad. Ahí está el ejemplo del euro: los jóvenes aprendieron la peseta y desaprendieron rápidamente la peseta y aprendieron el euro; los mayores no fuimos capaces de desaprender nunca la peseta. Frente a nuestra cultura analógica los jóvenes de hoy día tienen una cultura digital, y sólo digital. Es innata en ellos su capacidad de experimentación. Asumen con facilidad el riesgo sin temor al fracaso, precisamente porque son jóvenes, porque tienen tiempo y están en edad de aprender y probar de nuevo una y otra vez. Están habituados a los cambios de la nueva sociedad y de la cultura digital: Internet, el euro, los teléfonos móviles, los ordenadores, etcétera, son sólo pasos que los asimilan con facilidad, a diferencia de las generaciones mayores. Para ellos el cambio constante y vertiginoso por el que circula la nueva sociedad no es una tragedia que los paralice, sino un paso más en su proceso de formación y de aprendizaje. Y, además, por si fuera poco, tienen la capacidad y la formación para provocar ellos mismos los cambios, no necesitan de nadie. Sólo necesitan que sus gobernantes, sus profesores, los banqueros, sus familias no aspiren a que hagan lo mismo que sus padres pero mejor, y que entiendan que su mundo digital es el único que pueden seguir para ir a sitios distintos y ganar el futuro nuevo y asequible para ellos.

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