Discurso íntegro pronunciado por Barack Obama en St. Paul (Minnesota) la noche del 3 de junio tras proclamarse vencedor de las elecciones primarias del Partido Demócrata y candidato por este partido a la Presidencia de EEUU (EL MUNDO, 05/06/08):
Esta noche, después de 54 enfrentamientos, reñidos al máximo, nuestra fase de elecciones primarias ha llegado finalmente a su fin. Han transcurrido 16 meses desde que comparecimos juntos por primera vez en las escalinatas del Old State Capitol [Antiguo Capitolio del Estado] de Springfield (Illinois). Miles de kilómetros han quedado atrás. Se han dejado oír millones de voces. En fin, gracias a lo que habéis dicho -porque habéis sido vosotros los que habéis decidido que ha de llegar un cambio a Washington, porque habéis sido vosotros los que habéis creído que este año debe ser diferente a todos los demás, porque habéis sido vosotros los que habéis optado por prestar atención no a vuestras dudas, ni a vuestros temores, sino a vuestras esperanzas más grandes y a vuestras aspiraciones más ambiciosas-, en esta noche celebramos el fin de un viaje histórico con el comienzo de otro, un viaje que traerá un día nuevo y mejor para Estados Unidos. En esta noche puedo presentarme ante vosotros y deciros que voy a ser el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos.
Quiero dar las gracias a todos los estadounidenses que han estado con nosotros a lo largo de esta campaña, en los días buenos y en los malos, en las nieves de Cedar Rapids y bajo el sol resplandeciente de Sioux Falls. Además, en esta noche quiero dar las gracias también a los hombres y a la mujer que emprendieron este viaje a la par que yo y que han sido mis colegas candidatos a presidente.
En este momento clave para nuestra nación, deberíamos sentirnos orgullosos de que nuestro partido presente uno de los elencos de personas con mayor talento y mejores títulos de cuantos hayan competido jamás por este puesto. No sólo he competido con ellos como rivales; he aprendido de ellos como amigos, como servidores de la cosa pública y como patriotas apasionados por Estados Unidos y deseosos de trabajar incansablemente para conseguir que este país sea mejor. Son dirigentes de este partido, unos dirigentes a los que Estados Unidos recurrirá en los años venideros.
Esto es particularmente cierto en el caso de la candidata que ha llegado en este viaje más lejos que nadie. La senadora Hillary Clinton ha hecho historia en esta campaña no sólo porque se trata de una mujer que ha conseguido lo que ninguna otra ha logrado antes, sino porque es una dirigente que moviliza a millones de estadounidenses con su firmeza, su valor y su compromiso con las causas que nos han traído aquí esta noche.
Hemos tenido nuestras diferencias a lo largo de los pasados 16 meses, de eso no cabe duda. Ahora bien, tras haber compartido con ella un mismo escenario en numerosas ocasiones, puedo aseguraros que lo que hace que Hillary Clinton se levante por las mañanas, incluso ante la perspectiva de unos malos augurios, es exactamente lo mismo que les llevó a ella y a Bill Clinton a apuntarse en su primera campaña en Texas hace ya tantos años, lo que la llevó a trabajar en el Children’s Defense Fund [Fondo para la Defensa de la Infancia] y la empujó a luchar por la asistencia sanitaria universal cuando era primera dama, lo que la llevó al Senado de Estados Unidos y ha alimentado su campaña por la presidencia, lo que ha derribado barreras, esto es, un afán inflexible por mejorar la vida de los norteamericanos comunes y corrientes, con independencia de lo difícil y complicada que pueda ser esa lucha. Es más, podéis estar seguros de que, cuando ganemos finalmente la batalla de la asistencia sanitaria para todo el mundo en este país, ella habrá sido decisiva en esa victoria. Cuando cambiemos nuestra política energética y saquemos a nuestros niños de la pobreza, se deberá a que ella puso todo su esfuerzo en contribuir a que eso ocurriera. Nuestro partido y nuestro país están mejor gracias a ella, y yo soy un candidato mejor por haber tenido el honor de competir con Hillary Rodham Clinton.
Hay quienes dicen que, en cierto sentido, estas primarias nos han dejado más débiles y más divididos. Pues bien, yo digo que, gracias a estas primarias, hay millones de estadounidenses que por primera vez han depositado su voto en una urna. Son votantes independientes y republicanos que entienden que en estas elecciones no se ventila sólo qué partido ha de estar en el poder en Washington sino que se trata de la necesidad de cambiar Washington. Hay jóvenes, afroamericanos, latinos y mujeres de todas las edades, que han votado en unos porcentajes que han batido todas las marcas y que han movilizado a la nación.
Todos vosotros habéis optado por apoyar a un candidato en el que creéis profundamente. Sin embargo, al final no somos nosotros la razón de que os hayáis echado a la calle y hayáis esperado en largas colas que daban vueltas a manzanas y más manzanas para hacer que se oyera vuestra voz. No lo habéis hecho por mí, ni por la senadora Clinton, ni por ningún otro. Lo habéis hecho porque, en el fondo de vuestros corazones, sabéis que, en este momento, un momento que definirá a toda una generación, no podemos seguir haciendo lo mismo que hemos venido haciendo. Les debemos un mejor futuro a nuestros hijos. Le debemos un mejor futuro a nuestro país. A todos aquellos que en esta noche sueñan con ese futuro yo les digo ¡pongámonos a hacer juntos este trabajo! ¡Unámonos en un esfuerzo común por trazar un nuevo rumbo para Estados Unidos!
En apenas unos pocos meses, el Partido Republicano llegará a St. Paul con unas prioridades políticas muy diferentes. Vendrán aquí para proclamar candidato a John McCain, un hombre que ha servido con heroísmo a este país. Rindo homenaje a esos servicios, y respeto los grandes logros que ha conseguido, incluso aunque él prefiera negar los míos. Mis diferencias con él no son personales; tienen que ver con las políticas que ha propuesto en su campaña
Porque, si bien John McCain puede reivindicar con toda legitimidad sus momentos de independencia de su partido en el pasado, esa independencia no ha sido el sello de su campaña presidencial. No se puede hablar de cambio cuando John McCain decidió ponerse de lado de George Bush en el 95% de las veces, como hizo en el Senado durante el año pasado.
No se puede hablar de cambio cuando ofrece otros cuatro años más de política económica de Bush, que ha fracasado a la hora de crear puestos de trabajo bien pagados, o de dar cobertura sanitaria a nuestros trabajadores, o de ayudar a los estadounidenses a hacer frente a los costes de la enseñanza superior, que se han puesto por la nubes, es decir, cuatro años más de unas políticas que han reducido en términos reales los ingresos de la familia norteamericana media, que han ampliado la distancia entre Wall Street y Main Street [los potentados y la gente de la calle] y que han dejado a nuestro hijos con un una montaña de deudas.
En fin, no se puede hablar de cambio cuando ya adelanta que mantendrá en Irak una política que lo exige todo de nuestros valientes hombres y mujeres de uniforme y nada de los políticos iraquíes, una política en la que todo lo que se busca son razones para seguir en Irak mientras gastamos miles de millones de dólares al mes en una guerra que no está consiguiendo que el pueblo de Estados Unidos esté más seguro.
Así pues, esto es lo que voy a decir, que hay muchas palabras para describir el intento de John McCain de hacer pasar por consensuada y novedosa su adhesión a las políticas de George Bush, pero que el cambio no es una de ellas.
Cambio es una política exterior que no empiece y termine con una guerra que nunca debería haberse autorizado y que nunca debería haberse emprendido. No me voy a quedar aquí como si tal cosa y hacer como que en Irak todavía disponemos de muchas y muy buenas alternativas, pero lo que no es una alternativa en ningún caso es mantener a nuestros soldados en ese país durante los próximos 100 años, especialmente en un momento en el que nuestro Ejército ya no da más abasto, nuestra nación está aislada y prácticamente se hace caso omiso de todas las demás amenazas que penden sobre Estados Unidos.
Tenemos que ser tan cuidadosos para salir de Irak como descuidados fuimos para meternos allí, pero eso sí, tenemos que empezar a marcharnos. Es hora de que los iraquíes asuman la responsabilidad de su futuro. Es hora de que reconstruyamos nuestro Ejército y prestemos a nuestros veteranos la atención que necesitan y las ayudas que merecen cuando regresen a sus casas. Es hora de que concentremos nuestros esfuerzos en el liderazgo de Al-Qaeda y en Afganistán y de que reorganicemos el mundo contra las amenazas comunes del siglo XXI, como el terrorismo y las armas nucleares, el cambio climático y la pobreza, el genocidio y la enfermedad. En eso es en lo que consiste el cambio.
Cambio es darse cuenta de que hacer frente a las amenazas de nuestros tiempos requiere no sólo nuestra potencia de fuego sino el poder de nuestra diplomacia, una diplomacia directa, sin contemplaciones, en la que el presidente de Estados Unidos no tenga miedo de hacer saber a cualquier dictador de medio pelo cuál es la postura de Estados Unidos y qué es lo que defendemos. Una vez más, debemos tener el valor y la convicción de ponernos al frente del mundo libre. Esa es la herencia de Roosevelt, de Truman, de Kennedy. Eso es lo que los estadounidenses quieren. En eso consiste el cambio.
Cambio es levantar una economía que recompense no sólo la riqueza sino el trabajo y a los trabajadores que la han generado. Es comprender que los problemas a los que han de hacer frente las familias trabajadoras no pueden resolverse perdiendo miles de millones de dólares en más reducciones de impuestos en favor de grandes empresas y de ejecutivos riquísimos, sino concediendo esas rebajas fiscales a la clase media, invirtiendo en nuestras infraestructuras, que se están viniendo abajo, transformando la forma en que empleamos la energía, mejorando nuestras escuelas y renovando nuestro compromiso con la ciencia y la innovación. Es comprender que la responsabilidad fiscal y la prosperidad compartida pueden ir de la mano, como ocurría cuando Bill Clinton era presidente.
John McCain ha dedicado muchísimo tiempo durante las últimas semanas a hablar de viajes a Irak pero a lo mejor, si pasara algún tiempo haciendo viajes a las ciudades y a los pueblos que más duramente afectados se han visto por esta política económica, ciudades de Michigan, de Ohio, y de aquí mismo, de Minnesota, comprendería cuál es el cambio detrás del cual va la gente.
A lo mejor, si se pasara por Iowa y conociera al estudiante que trabaja un turno de noche después de todo un día de clase y ni siquiera así puede pagar las facturas del médico de una hermana suya que está enferma, comprendería que esa chica ya no se puede permitir otros cuatro años más de un sistema de asistencia sanitaria que sólo se ocupa de los sanos y de los ricos. Esa chica necesita que aprobemos un plan de asistencia sanitaria que extienda el seguro de salud a todos los estadounidenses que lo deseen y que reduzca el precio de las pólizas del seguro a todas aquellas familias que lo necesiten. Ese es el cambio que necesitamos.
A lo mejor, si fuera a Pensilvania y conociera al hombre que ha perdido su puesto de trabajo y no puede pagarse siquiera la gasolina para salir por ahí con el coche en busca de otro empleo, comprendería que no nos podemos permitir otros cuatro años más de adición al petróleo de los dictadores. Ese hombre necesita que aprobemos una política energética que colabore con los fabricantes de automóviles en mejorar el rendimiento de los combustibles, que obligue a las empresas a pagar por la contaminación que producen y que haga que las empresas petroleras inviertan sus ingentes beneficios en una energía limpia de cara al futuro, una política energética que creará millones de puestos de trabajo que estén bien pagados y que no puedan subcontratarse. Ese es el cambio que necesitamos.
Y a lo mejor, si pasara algún rato en las escuelas de Carolina del Sur o de St. Paul, o de donde él mismo habló ayer noche, en Nueva Orleans, comprendería que no nos podemos permitir el olvidarnos de dar dinero para No Child Left Behind [Ningún niño olvidado], ni de invertir en educación desde la primaria infancia, que es una deuda que tenemos con nuestros hijos, ni de reclutar todo un ejército de profesores nuevos y darles un salario mejor y un apoyo mayor, y que finalmente hemos de llegar a la conclusión de que, en esta economía global, la posibilidad de recibir enseñanza superior no debería ser un privilegio de unos pocos ricos sino un derecho de todo estadounidense desde su nacimiento. Ese es el cambio que necesitamos en Estados Unidos. Esa es la razón por la que me presento a presidente.
El otro bando vendrá aquí en septiembre y ofrecerá un conjunto de políticas y actitudes muy diferentes, y ése es un debate que espero con ansiedad. Es un debate que los estadounidenses se merecen. Por el contrario, lo que no os merecéis son otras elecciones gobernadas por el miedo, las insinuaciones poco claras y la división. Lo que no vais a oír de esta campaña o de este partido es esa clase de política que utiliza la religión para sembrar cizaña y el patriotismo como cachiporra, ésa que ve a nuestros oponentes no como unos competidores a los que hay que enfrentarse sino como unos competidores a los que hay que culpar de todos los males, porque unos nos llamaremos demócratas y otros republicanos, pero por encima de todo somos estadounidenses. Por encima de todo somos siempre estadounidenses,
A pesar de lo que el senador de Arizona dijera anoche, yo he visto a personas con puntos de vista y opiniones diferentes hacer causa común en muchas ocasiones a lo largo de mis dos décadas de vida pública y yo personalmente he reconciliado las posiciones divergentes de muchas de ellas. He caminado codo con codo con dirigentes sociales del South Side de Chicago y he visto que las tensiones se desvanecían cuando negros, blancos y latinos luchaban juntos por buenos trabajos y buenas escuelas. Me he sentado a la misma mesa con responsables de aplicar la ley y con abogados de derechos civiles para reformar un sistema de justicia penal que ha enviado a 13 inocentes al corredor de la muerte. Es más, he trabajado con amigos del otro partido para hacer llegar asistencia sanitaria a más niños y a más familias trabajadoras algunas reducciones de impuestos, para atajar la proliferación de armas nucleares, para garantizar que los estadounidenses supieran en qué se gastan los dólares de sus impuestos y para reducir la influencia de los grupos de presión que con excesiva frecuencia condicionan las prioridades políticas en Washington.
Me he encontrado con que, en nuestro país, esta colaboración se produce no porque estemos de acuerdo en todo sino porque, detrás de todas las etiquetas y de las falsas divisiones y categorías que nos definen, más allá de todas esas nimiedades por las que nos peleamos y con las que pretendemos anotarnos puntos en Washington, el estadounidense es un pueblo decente, generoso, solidario, unido por unos problemas comunes y unas esperanzas comunes. Y de vez en cuando, hay momentos en los que volvemos a hacer un llamamiento a esta bondad fundamental para hacer de éste otra vez un gran país.
Así fue en el caso de aquel grupo de patriotas que declararon en un salón de Filadelfia la formación de una unión más perfecta; y también en el de aquellos que en los campos de Gettysburg y Antietam dieron la medida más acabada de devoción para salvar aquella misma unión.
Así fue en el caso de la generación más sublime, la que conquistó el miedo y liberó un continente de la tiranía, e hizo de este país la patria de unas oportunidades y una prosperidad desconocidas. Así fue en los casos de los trabajadores que no se echaron atrás en las huelgas, en el de las mujeres que hicieron añicos los techos de cristal, en de los niños que desafiaron un puente en Selma [ciudad de Alabama] por la causa de la libertad. Así ha sido en el caso de todas las generaciones que han superado las dificultades más terribles y las probabilidades menos halagüeñas para dejar a sus hijos un mundo que fuera mejor, más amable y más justo.
Y así debe ser en nuestro caso.
¡Estados Unidos, éste es nuestro momento! ¡Ha llegado nuestra hora! ¡Nuestra hora de pasar la página de las políticas del pasado! ¡Nuestra hora de aportar nuevas energías y nuevas ideas a los problemas que tenemos ante nosotros! ¡Nuestra hora de ofrecer un nuevo rumbo al país que nos apasiona!
El viaje va a ser difícil. El camino va a ser largo. Encaro este reto con profunda humildad y a sabiendas de mis limitaciones, pero también con una fe ilimitada en la capacidad de los estadounidenses porque, si estamos dispuestos a trabajar en ello, a luchar por ello y a creer en ello, entonces estoy completamente seguro de que, durante generaciones y generaciones a partir de este momento, podremos mirar atrás y contarles a nuestros hijos que éste fue el momento en el que empezamos a proporcionar asistencia a los enfermos y buenos puestos de trabajo a los desempleados, que éste fue el momento en el que empezó a detenerse la subida de los océanos y nuestro planeta empezó a recobrar la salud, que éste fue el momento en que pusimos fin a una guerra, aportamos seguridad a nuestra nación y restauramos nuestra imagen de ser la última y mejor esperanza de la Tierra. Este fue el momento, ésta fue la hora, en que nos unimos para rehacer esta gran nación de modo que reflejara siempre lo mejor de nosotros mismos y nuestros más altos ideales.
Gracias a todos vosotros, Dios os bendiga, y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América.
Esta noche, después de 54 enfrentamientos, reñidos al máximo, nuestra fase de elecciones primarias ha llegado finalmente a su fin. Han transcurrido 16 meses desde que comparecimos juntos por primera vez en las escalinatas del Old State Capitol [Antiguo Capitolio del Estado] de Springfield (Illinois). Miles de kilómetros han quedado atrás. Se han dejado oír millones de voces. En fin, gracias a lo que habéis dicho -porque habéis sido vosotros los que habéis decidido que ha de llegar un cambio a Washington, porque habéis sido vosotros los que habéis creído que este año debe ser diferente a todos los demás, porque habéis sido vosotros los que habéis optado por prestar atención no a vuestras dudas, ni a vuestros temores, sino a vuestras esperanzas más grandes y a vuestras aspiraciones más ambiciosas-, en esta noche celebramos el fin de un viaje histórico con el comienzo de otro, un viaje que traerá un día nuevo y mejor para Estados Unidos. En esta noche puedo presentarme ante vosotros y deciros que voy a ser el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos.
Quiero dar las gracias a todos los estadounidenses que han estado con nosotros a lo largo de esta campaña, en los días buenos y en los malos, en las nieves de Cedar Rapids y bajo el sol resplandeciente de Sioux Falls. Además, en esta noche quiero dar las gracias también a los hombres y a la mujer que emprendieron este viaje a la par que yo y que han sido mis colegas candidatos a presidente.
En este momento clave para nuestra nación, deberíamos sentirnos orgullosos de que nuestro partido presente uno de los elencos de personas con mayor talento y mejores títulos de cuantos hayan competido jamás por este puesto. No sólo he competido con ellos como rivales; he aprendido de ellos como amigos, como servidores de la cosa pública y como patriotas apasionados por Estados Unidos y deseosos de trabajar incansablemente para conseguir que este país sea mejor. Son dirigentes de este partido, unos dirigentes a los que Estados Unidos recurrirá en los años venideros.
Esto es particularmente cierto en el caso de la candidata que ha llegado en este viaje más lejos que nadie. La senadora Hillary Clinton ha hecho historia en esta campaña no sólo porque se trata de una mujer que ha conseguido lo que ninguna otra ha logrado antes, sino porque es una dirigente que moviliza a millones de estadounidenses con su firmeza, su valor y su compromiso con las causas que nos han traído aquí esta noche.
Hemos tenido nuestras diferencias a lo largo de los pasados 16 meses, de eso no cabe duda. Ahora bien, tras haber compartido con ella un mismo escenario en numerosas ocasiones, puedo aseguraros que lo que hace que Hillary Clinton se levante por las mañanas, incluso ante la perspectiva de unos malos augurios, es exactamente lo mismo que les llevó a ella y a Bill Clinton a apuntarse en su primera campaña en Texas hace ya tantos años, lo que la llevó a trabajar en el Children’s Defense Fund [Fondo para la Defensa de la Infancia] y la empujó a luchar por la asistencia sanitaria universal cuando era primera dama, lo que la llevó al Senado de Estados Unidos y ha alimentado su campaña por la presidencia, lo que ha derribado barreras, esto es, un afán inflexible por mejorar la vida de los norteamericanos comunes y corrientes, con independencia de lo difícil y complicada que pueda ser esa lucha. Es más, podéis estar seguros de que, cuando ganemos finalmente la batalla de la asistencia sanitaria para todo el mundo en este país, ella habrá sido decisiva en esa victoria. Cuando cambiemos nuestra política energética y saquemos a nuestros niños de la pobreza, se deberá a que ella puso todo su esfuerzo en contribuir a que eso ocurriera. Nuestro partido y nuestro país están mejor gracias a ella, y yo soy un candidato mejor por haber tenido el honor de competir con Hillary Rodham Clinton.
Hay quienes dicen que, en cierto sentido, estas primarias nos han dejado más débiles y más divididos. Pues bien, yo digo que, gracias a estas primarias, hay millones de estadounidenses que por primera vez han depositado su voto en una urna. Son votantes independientes y republicanos que entienden que en estas elecciones no se ventila sólo qué partido ha de estar en el poder en Washington sino que se trata de la necesidad de cambiar Washington. Hay jóvenes, afroamericanos, latinos y mujeres de todas las edades, que han votado en unos porcentajes que han batido todas las marcas y que han movilizado a la nación.
Todos vosotros habéis optado por apoyar a un candidato en el que creéis profundamente. Sin embargo, al final no somos nosotros la razón de que os hayáis echado a la calle y hayáis esperado en largas colas que daban vueltas a manzanas y más manzanas para hacer que se oyera vuestra voz. No lo habéis hecho por mí, ni por la senadora Clinton, ni por ningún otro. Lo habéis hecho porque, en el fondo de vuestros corazones, sabéis que, en este momento, un momento que definirá a toda una generación, no podemos seguir haciendo lo mismo que hemos venido haciendo. Les debemos un mejor futuro a nuestros hijos. Le debemos un mejor futuro a nuestro país. A todos aquellos que en esta noche sueñan con ese futuro yo les digo ¡pongámonos a hacer juntos este trabajo! ¡Unámonos en un esfuerzo común por trazar un nuevo rumbo para Estados Unidos!
En apenas unos pocos meses, el Partido Republicano llegará a St. Paul con unas prioridades políticas muy diferentes. Vendrán aquí para proclamar candidato a John McCain, un hombre que ha servido con heroísmo a este país. Rindo homenaje a esos servicios, y respeto los grandes logros que ha conseguido, incluso aunque él prefiera negar los míos. Mis diferencias con él no son personales; tienen que ver con las políticas que ha propuesto en su campaña
Porque, si bien John McCain puede reivindicar con toda legitimidad sus momentos de independencia de su partido en el pasado, esa independencia no ha sido el sello de su campaña presidencial. No se puede hablar de cambio cuando John McCain decidió ponerse de lado de George Bush en el 95% de las veces, como hizo en el Senado durante el año pasado.
No se puede hablar de cambio cuando ofrece otros cuatro años más de política económica de Bush, que ha fracasado a la hora de crear puestos de trabajo bien pagados, o de dar cobertura sanitaria a nuestros trabajadores, o de ayudar a los estadounidenses a hacer frente a los costes de la enseñanza superior, que se han puesto por la nubes, es decir, cuatro años más de unas políticas que han reducido en términos reales los ingresos de la familia norteamericana media, que han ampliado la distancia entre Wall Street y Main Street [los potentados y la gente de la calle] y que han dejado a nuestro hijos con un una montaña de deudas.
En fin, no se puede hablar de cambio cuando ya adelanta que mantendrá en Irak una política que lo exige todo de nuestros valientes hombres y mujeres de uniforme y nada de los políticos iraquíes, una política en la que todo lo que se busca son razones para seguir en Irak mientras gastamos miles de millones de dólares al mes en una guerra que no está consiguiendo que el pueblo de Estados Unidos esté más seguro.
Así pues, esto es lo que voy a decir, que hay muchas palabras para describir el intento de John McCain de hacer pasar por consensuada y novedosa su adhesión a las políticas de George Bush, pero que el cambio no es una de ellas.
Cambio es una política exterior que no empiece y termine con una guerra que nunca debería haberse autorizado y que nunca debería haberse emprendido. No me voy a quedar aquí como si tal cosa y hacer como que en Irak todavía disponemos de muchas y muy buenas alternativas, pero lo que no es una alternativa en ningún caso es mantener a nuestros soldados en ese país durante los próximos 100 años, especialmente en un momento en el que nuestro Ejército ya no da más abasto, nuestra nación está aislada y prácticamente se hace caso omiso de todas las demás amenazas que penden sobre Estados Unidos.
Tenemos que ser tan cuidadosos para salir de Irak como descuidados fuimos para meternos allí, pero eso sí, tenemos que empezar a marcharnos. Es hora de que los iraquíes asuman la responsabilidad de su futuro. Es hora de que reconstruyamos nuestro Ejército y prestemos a nuestros veteranos la atención que necesitan y las ayudas que merecen cuando regresen a sus casas. Es hora de que concentremos nuestros esfuerzos en el liderazgo de Al-Qaeda y en Afganistán y de que reorganicemos el mundo contra las amenazas comunes del siglo XXI, como el terrorismo y las armas nucleares, el cambio climático y la pobreza, el genocidio y la enfermedad. En eso es en lo que consiste el cambio.
Cambio es darse cuenta de que hacer frente a las amenazas de nuestros tiempos requiere no sólo nuestra potencia de fuego sino el poder de nuestra diplomacia, una diplomacia directa, sin contemplaciones, en la que el presidente de Estados Unidos no tenga miedo de hacer saber a cualquier dictador de medio pelo cuál es la postura de Estados Unidos y qué es lo que defendemos. Una vez más, debemos tener el valor y la convicción de ponernos al frente del mundo libre. Esa es la herencia de Roosevelt, de Truman, de Kennedy. Eso es lo que los estadounidenses quieren. En eso consiste el cambio.
Cambio es levantar una economía que recompense no sólo la riqueza sino el trabajo y a los trabajadores que la han generado. Es comprender que los problemas a los que han de hacer frente las familias trabajadoras no pueden resolverse perdiendo miles de millones de dólares en más reducciones de impuestos en favor de grandes empresas y de ejecutivos riquísimos, sino concediendo esas rebajas fiscales a la clase media, invirtiendo en nuestras infraestructuras, que se están viniendo abajo, transformando la forma en que empleamos la energía, mejorando nuestras escuelas y renovando nuestro compromiso con la ciencia y la innovación. Es comprender que la responsabilidad fiscal y la prosperidad compartida pueden ir de la mano, como ocurría cuando Bill Clinton era presidente.
John McCain ha dedicado muchísimo tiempo durante las últimas semanas a hablar de viajes a Irak pero a lo mejor, si pasara algún tiempo haciendo viajes a las ciudades y a los pueblos que más duramente afectados se han visto por esta política económica, ciudades de Michigan, de Ohio, y de aquí mismo, de Minnesota, comprendería cuál es el cambio detrás del cual va la gente.
A lo mejor, si se pasara por Iowa y conociera al estudiante que trabaja un turno de noche después de todo un día de clase y ni siquiera así puede pagar las facturas del médico de una hermana suya que está enferma, comprendería que esa chica ya no se puede permitir otros cuatro años más de un sistema de asistencia sanitaria que sólo se ocupa de los sanos y de los ricos. Esa chica necesita que aprobemos un plan de asistencia sanitaria que extienda el seguro de salud a todos los estadounidenses que lo deseen y que reduzca el precio de las pólizas del seguro a todas aquellas familias que lo necesiten. Ese es el cambio que necesitamos.
A lo mejor, si fuera a Pensilvania y conociera al hombre que ha perdido su puesto de trabajo y no puede pagarse siquiera la gasolina para salir por ahí con el coche en busca de otro empleo, comprendería que no nos podemos permitir otros cuatro años más de adición al petróleo de los dictadores. Ese hombre necesita que aprobemos una política energética que colabore con los fabricantes de automóviles en mejorar el rendimiento de los combustibles, que obligue a las empresas a pagar por la contaminación que producen y que haga que las empresas petroleras inviertan sus ingentes beneficios en una energía limpia de cara al futuro, una política energética que creará millones de puestos de trabajo que estén bien pagados y que no puedan subcontratarse. Ese es el cambio que necesitamos.
Y a lo mejor, si pasara algún rato en las escuelas de Carolina del Sur o de St. Paul, o de donde él mismo habló ayer noche, en Nueva Orleans, comprendería que no nos podemos permitir el olvidarnos de dar dinero para No Child Left Behind [Ningún niño olvidado], ni de invertir en educación desde la primaria infancia, que es una deuda que tenemos con nuestros hijos, ni de reclutar todo un ejército de profesores nuevos y darles un salario mejor y un apoyo mayor, y que finalmente hemos de llegar a la conclusión de que, en esta economía global, la posibilidad de recibir enseñanza superior no debería ser un privilegio de unos pocos ricos sino un derecho de todo estadounidense desde su nacimiento. Ese es el cambio que necesitamos en Estados Unidos. Esa es la razón por la que me presento a presidente.
El otro bando vendrá aquí en septiembre y ofrecerá un conjunto de políticas y actitudes muy diferentes, y ése es un debate que espero con ansiedad. Es un debate que los estadounidenses se merecen. Por el contrario, lo que no os merecéis son otras elecciones gobernadas por el miedo, las insinuaciones poco claras y la división. Lo que no vais a oír de esta campaña o de este partido es esa clase de política que utiliza la religión para sembrar cizaña y el patriotismo como cachiporra, ésa que ve a nuestros oponentes no como unos competidores a los que hay que enfrentarse sino como unos competidores a los que hay que culpar de todos los males, porque unos nos llamaremos demócratas y otros republicanos, pero por encima de todo somos estadounidenses. Por encima de todo somos siempre estadounidenses,
A pesar de lo que el senador de Arizona dijera anoche, yo he visto a personas con puntos de vista y opiniones diferentes hacer causa común en muchas ocasiones a lo largo de mis dos décadas de vida pública y yo personalmente he reconciliado las posiciones divergentes de muchas de ellas. He caminado codo con codo con dirigentes sociales del South Side de Chicago y he visto que las tensiones se desvanecían cuando negros, blancos y latinos luchaban juntos por buenos trabajos y buenas escuelas. Me he sentado a la misma mesa con responsables de aplicar la ley y con abogados de derechos civiles para reformar un sistema de justicia penal que ha enviado a 13 inocentes al corredor de la muerte. Es más, he trabajado con amigos del otro partido para hacer llegar asistencia sanitaria a más niños y a más familias trabajadoras algunas reducciones de impuestos, para atajar la proliferación de armas nucleares, para garantizar que los estadounidenses supieran en qué se gastan los dólares de sus impuestos y para reducir la influencia de los grupos de presión que con excesiva frecuencia condicionan las prioridades políticas en Washington.
Me he encontrado con que, en nuestro país, esta colaboración se produce no porque estemos de acuerdo en todo sino porque, detrás de todas las etiquetas y de las falsas divisiones y categorías que nos definen, más allá de todas esas nimiedades por las que nos peleamos y con las que pretendemos anotarnos puntos en Washington, el estadounidense es un pueblo decente, generoso, solidario, unido por unos problemas comunes y unas esperanzas comunes. Y de vez en cuando, hay momentos en los que volvemos a hacer un llamamiento a esta bondad fundamental para hacer de éste otra vez un gran país.
Así fue en el caso de aquel grupo de patriotas que declararon en un salón de Filadelfia la formación de una unión más perfecta; y también en el de aquellos que en los campos de Gettysburg y Antietam dieron la medida más acabada de devoción para salvar aquella misma unión.
Así fue en el caso de la generación más sublime, la que conquistó el miedo y liberó un continente de la tiranía, e hizo de este país la patria de unas oportunidades y una prosperidad desconocidas. Así fue en los casos de los trabajadores que no se echaron atrás en las huelgas, en el de las mujeres que hicieron añicos los techos de cristal, en de los niños que desafiaron un puente en Selma [ciudad de Alabama] por la causa de la libertad. Así ha sido en el caso de todas las generaciones que han superado las dificultades más terribles y las probabilidades menos halagüeñas para dejar a sus hijos un mundo que fuera mejor, más amable y más justo.
Y así debe ser en nuestro caso.
¡Estados Unidos, éste es nuestro momento! ¡Ha llegado nuestra hora! ¡Nuestra hora de pasar la página de las políticas del pasado! ¡Nuestra hora de aportar nuevas energías y nuevas ideas a los problemas que tenemos ante nosotros! ¡Nuestra hora de ofrecer un nuevo rumbo al país que nos apasiona!
El viaje va a ser difícil. El camino va a ser largo. Encaro este reto con profunda humildad y a sabiendas de mis limitaciones, pero también con una fe ilimitada en la capacidad de los estadounidenses porque, si estamos dispuestos a trabajar en ello, a luchar por ello y a creer en ello, entonces estoy completamente seguro de que, durante generaciones y generaciones a partir de este momento, podremos mirar atrás y contarles a nuestros hijos que éste fue el momento en el que empezamos a proporcionar asistencia a los enfermos y buenos puestos de trabajo a los desempleados, que éste fue el momento en el que empezó a detenerse la subida de los océanos y nuestro planeta empezó a recobrar la salud, que éste fue el momento en que pusimos fin a una guerra, aportamos seguridad a nuestra nación y restauramos nuestra imagen de ser la última y mejor esperanza de la Tierra. Este fue el momento, ésta fue la hora, en que nos unimos para rehacer esta gran nación de modo que reflejara siempre lo mejor de nosotros mismos y nuestros más altos ideales.
Gracias a todos vosotros, Dios os bendiga, y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América.
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