miércoles, junio 04, 2008

Un legado calamitoso

Por Samuel Hadas, analista diplomático, y primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 03/06/08):

El presidente George W. Bush deja a su sucesor un legado desastroso. Su desmirriada política en Oriente Medio, carente hoy de credibilidad, ha ubicado en los últimos siete años a la única superpotencia mundial en la especial posición de “no deseada, no temida y no respetada”, como señala un negociador de anteriores administraciones en la región, Aaron David Miller en su libro The Much Too Promised Land.

La administración de Bush ha sido proclive a ver el mundo de una manera estática y categorizar a los gobiernos en buenos y malos (el “eje del mal” sigue siendo su obsesión). Ha condicionado los intereses de otros países a los de Estados Unidos. El resultado ha sido un repudio generalizado en la región; incluso en países de gobiernos amigos su popularidad anda por los suelos. La situación actual es mucho peor hoy que siete años atrás. El consistente rechazo al diálogo con los miembros del “eje del mal” en Oriente Medio, sólo ha logrado, según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, que Hamas, Hizbulah, Irán y Siria sean hoy más fuertes que nunca. El dramático anuncio de la disposición de Israel y Siria, con la mediación de Turquía, a negociar un acuerdo de paz fue posible por cuanto Israel dejó esta vez de condicionar sus intereses a los de Washington. Hasta ahora, la categórica oposición de la Administración Bush a que negocie con Siria fue el principal escollo a la reanudación de las negociaciones.

Un islam rehén de extremistas dispuestos a sacrificar a sus propias sociedades en pos de una utopía apocalíptica sigue ganando terreno en Oriente Medio, causando una inquietud que nadie disimula. Irán prosigue, imperturbable, su carrera nuclear y sus pretensiones hegemónicas son hoy factor de desestabilización. El programa nuclear iraní ha empujado a los más importantes países de la región a elaborar planes para desarrollar programas de energía nuclear. Aunque estos programas aún no han madurado, la amenaza que significa una Irán nuclear, estimulará a países como Arabia Saudí y Egipto a acelerar sus planes. Demás está recordar el fracaso de la política de Estados Unidos en Iraq, que debió poner en acción el “dominó democrático” que vitalizaría el “Gran Oriente Medio” democratizado. Los enfrentamientos étnicos se cobran más y más víctimas y la fallida política de Bush se encuentra en estos momentos ante un callejón sin salida. No debe sorprender que no falten allí quienes añoran los tiempos de Sadam Husein. En Líbano, aunque se haya logrado en los últimos días un acuerdo entre la coalición gubernamental y la oposición, que ha hecho de una organización fundamentalista extremista como Hizbulah el catalizador de la política libanesa, el futuro sigue tan incierto como antes. El territorio de Siria sigue siendo corredor de paso a Iraq de los terroristas de la escuela ideológica de Osama Bin Laden, a la vez que santuario de los líderes terroristas palestinos que se oponen a las negociaciones con Israel. Ello, mientras que su gobierno mantiene su “alianza estratégica” con Teherán. Oriente Medio está más cerca que nunca del colapso total.

No sirvió la tardía implicación personal del presidente Bush en la búsqueda de un acuerdo de paz palestino-israelí. Buscando pasar a la historia con una marca positiva, convocó la cumbre de Annapolis. Pero el proceso negociador entre palestinos e israelíes, que debía conducir a un acuerdo antes del fin de su mandato, sigue empantanado, y las perspectivas de un acuerdo significativo antes del término de su mandato son ínfimas.

El The New York Times anhela el cambio de administración, así como una política dialogante más civilizada y respetuosa, necesaria para recuperar el respeto del mundo. Del próximo presidente espera un compromiso mucho más firme con el proceso de paz y que designe un equipo de asesores mejor calificado y creativo. Aún así, no le será fácil a la nueva administración enfrentar el tremendo reto que le espera en Oriente Medio, invertir la política de Bush y avanzar la causa de la paz y la seguridad en la región. Quizás alguien debería recordar al próximo presidente de la única superpotencia mundial el legado que dejaron en un pasado no muy lejano estadistas como Henry Kissinger (el acuerdo de desenganche egipcio-israelí que posibilitó el fin de la guerra de Yom Kipur, 1974), Jimmy Carter (el primer acuerdo de paz de Israel con un país árabe, Egipto, el más significativo avance en el conflicto árabe-israelí, 1979) y James Baker (que convocara la Conferencia de Madrid, que impulsó las negociaciones y el reconocimiento mutuo entre palestinos e israelíes, así como el acuerdo de paz jordano-israelí, 1991), lograron estos avances gracias a una vigorosa y equilibrada implicación en la búsqueda de soluciones al conflicto árabe-israelí.

La lección, con letras en mayúsculas, está escrita en la pared: sólo una participación internacional vigorosa, ponderada, consecuente y equilibrada puede contribuir a la paz y la estabilidad en Oriente Medio.

Un liderazgo firme de Washington, un nuevo enfoque y la búsqueda de una convergencia con la Unión Europea y los países moderados de la región podría modificar sustancialmente la situación en la región más volátil del mundo.

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