Por Rafael José R. de Espona, Cónsul Honorario de la República de Lituania (REAL INSTITUTO ELCANO, 21/11/07):
1. Introducción
El entorno europeo de los dos últimos años ha supuesto un escenario cambiante, caracterizado por el avance en la ampliación de la UE hacia el Este de Europa con la incorporación a inicios de 2007 de Rumanía y Bulgaria. Simultáneamente, la UE ha intentado reconducir su proceso constitucional integrador, tras haber sido inicialmente frenado debido a los desfavorables resultados de las consultas populares francesa y holandesa sobre el Tratado Constitucional. Durante este tiempo se han vislumbrado además futuros horizontes que la UE habrá de ponderar, como la posible integración de nuevos países como Turquía, Ucrania y Moldavia. De modo paralelo, se ha ido atemperando la unilateralidad de EEUU en su política exterior, lo cual ha repercutido en sus relaciones con la UE. Tras el cierto deterioro sufrido en el vínculo euroatlántico debido a la última campaña de Irak, la perspectiva diplomática eurocontinental y un creciente protagonismo de Rusia en la comunidad internacional han tomado forma en un contexto energético mundial de gran intensidad. En este contexto, la relación bilateral ruso-germana ha desarrollado un vínculo centro-oriental europeo que introduce una nueva variable específica, fundada en un partnership energético de alcance estratégico. No obstante lo dicho, en este contexto la UE, por su parte, no ha logrado conformar –hasta el momento– una política común hacia Rusia. La estructuración del continente europeo en torno a las dos grandes organizaciones internacionales –UE y OTAN– no anula la relación, directa e intensa, de algunos Estados en particular con su aliado norteamericano, lo cual constituye el pilar básico de su proyección exterior integrada estratégicamente en el vínculo euroatlántico, como es el caso elocuente del Reino Unido, entre otros.
El protagonismo de Rusia se ha visto económicamente favorecido por el escenario energético global caracterizado por un alza de precios que ha generado importantes plusvalías para las empresas rusas. El sistema energético corporativo ruso se configura en base al principio de verticalidad, controlando jerárquicamente el gobierno la producción y estrategia empresarial de las compañías del sector, con el imperio Gazprom en cabeza. La incidencia del factor energético en el panorama estratégico global ha motivado la intensificación de las gestiones diplomáticas de Rusia, evidenciadas en el acuerdo bilateral ruso-germano (E.On-Gazprom), en el ruso-argelino (Sonatrach-Gazprom) y en el proyecto relativo a la constitución de un cártel gasístico mundial. El arma energética ha sido esgrimida por Rusia como instrumento de poder exterior y, como consecuencia de la incidencia del factor energético, la renovada capacidad financiera rusa ha permitido una serie de movimientos corporativos internacionales tendentes a la entrada de inversión rusa en importantes empresas europeas (como el consorcio EADS), aunque en Rusia se continúa limitando internamente la acción de multinacionales extranjeras. La intensificación de los esfuerzos de la Administración Putin por recuperar protagonismo en el espacio ex-soviético se ha desarrollado en paralelo a diversos episodios de disidencia y persecución política interna, lo cual ha generado la negativa percepción, desde Occidente, de una creciente inseguridad e inestabilidad social en Rusia. La tensión internacional con relación a Rusia se ha extendido también, durante los últimos meses, al ámbito de la defensa, con ciertas reminiscencias de la Guerra Fría.
Entre las potencias europeas, Francia y Alemania han sabido estrechar sus vínculos y tender hacia Rusia un puente que, simultáneamente a la consolidación de su liderazgo dentro de la UE, permita construir un sólido vector eurocontinental con un gran peso en el sector energético y una considerable capacidad de cooperación en política exterior económica. En el caso ruso-germano, cabe añadir la especial relación bilateral basada en los acuerdos energéticos y en la coincidencia de intereses geoestratégicos en su espacio de influencia común en el Báltico. Ciertamente, los nuevos gobiernos alemán (Merkel) y francés (Sarkozy) se han mostrado dispuestos a superar las cercanas discrepancias con EEUU, aunque el vector eurocontinental genera un escenario favorable a su protagonismo. La relación especial entre EEUU y el Reino Unido y los intereses de las potencias medias europeas mediterráneas –España e Italia– pueden suponer un contrapeso geoestratégico al mencionado vector aunque, en el caso de estos últimos Estados, su postura pueda bascular favorablemente hacia él, dependiendo de factores políticos nacionales.
Ante este contexto europeo, los países de la UE con menor peso específico, gran parte de los cuales atraviesan una delicada fase de consolidación nacional y estabilización político-económica –así como aquellos Estados de la antigua URSS y su entorno que puedan aspirar a integrarse en la UE–, pueden ver disminuidas sus atribuciones de independencia real y percibir falta de solidaridad en la UE. Esta situación se da principalmente entre los países de Europa Central y del Este. Respecto de ellos, aunque no sólo en este caso, hacer predominar la doctrina exterior de bilateralidad con Rusia puede perjudicar la cohesión europea y, por lo tanto, resentir la fortaleza de la UE como entidad propia. En este sentido, la construcción, por parte de unos pocos Estados en el seno de la UE, de un núcleo duro eurocontinental que armonice intereses entre todos los países europeos no parece ser compatible con la eventual particular alianza bilateral de determinadas potencias europeas con Rusia, máxime cuando ello implique soslayar o incluso perjudicar directamente los intereses de sus socios comunitarios.
Lituania constituye uno de los pequeños Estados de la UE, recientemente ingresado (en 2004), donde se perciben de modo patente las consecuencias de la situación geopolítica europea anteriormente descrita. Paralelamente al avance experimentado en su integración europea, Lituania ha ido cumpliendo paulatinamente sus objetivos políticos, sociales y económicos a la par que los vectores exteriores han influido en los elementos geoestratégicos del entorno regional báltico respecto de la influencia rusa. Lituania ha destacado por haber logrado articular, de modo eficaz y en un corto plazo, un sistema institucionalizado de alianza multilateral permanente con Estonia y Letonia, conjugando un equilibrio de intereses comunes y particulares, de modo que propiamente puede aludirse a un “bloque báltico” que cohesiona a estas tres naciones. Simultáneamente, Lituania ha profundizado sus vínculos bilaterales con Polonia, algo que se ha intensificado con la Administración Kaczynski en los últimos dos años. Pero, aparte de esta geopolíticamente natural conjunción de alianzas, la particularidad de Lituania en materia de política exterior reside en la proyección de su actividad diplomática y económica hacia escenarios más alejados geográficamente, si bien cercanos funcionalmente en cuanto al tipo de procesos nacionales y problemas que afrontan, como son los relativos a Ucrania, Georgia y Azerbaiyán. Más aún, con la limítrofe Bielorrusia totalitaria, Lituania mantiene una relación de buena vecindad bajo la cual, partiendo de una clara contraposición de sistemas políticos, Lituania apoya abiertamente la liberalización del régimen sin perjuicio de la cooperación económica. Esta promoción democrática, junto con otras iniciativas de política exterior lituana, es coordinada asimismo con Estonia y Letonia, de modo que lo que Lituania lidera es una proyección exterior propia y a su vez de inequívoco signo báltico conjunto.
En el presente estudio se tratará de describir la situación actual y prospectiva de Lituania como Estado dotado de una posición consolidada en la región del Este de Europa, incorporando los avances experimentados en el país una vez transcurridos tres años en el seno de la UE y la OTAN. Junto a ello, incidiremos en el análisis de la acción política exterior que desarrolla Lituania de modo autónomo y a la vez conjunto con los demás Estados bálticos, así como en las posibilidades de coordinación multilateral con otros países de la UE en base a un principio fundado en la vocación euroatlántica, pero sin perjuicio de construir una doctrina genuinamente europea para las relaciones con el entorno geopolítico de Rusia. Todo ello implica enfocar dicho análisis desde la percepción de una proyección lituano-báltica de carácter geopolítico, en tanto que el alcance de dicha acción exterior incluye a toda Europa del Este, así como su potencial permite dilucidar una prospectiva de significación estratégica a largo plazo.
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1. Introducción
El entorno europeo de los dos últimos años ha supuesto un escenario cambiante, caracterizado por el avance en la ampliación de la UE hacia el Este de Europa con la incorporación a inicios de 2007 de Rumanía y Bulgaria. Simultáneamente, la UE ha intentado reconducir su proceso constitucional integrador, tras haber sido inicialmente frenado debido a los desfavorables resultados de las consultas populares francesa y holandesa sobre el Tratado Constitucional. Durante este tiempo se han vislumbrado además futuros horizontes que la UE habrá de ponderar, como la posible integración de nuevos países como Turquía, Ucrania y Moldavia. De modo paralelo, se ha ido atemperando la unilateralidad de EEUU en su política exterior, lo cual ha repercutido en sus relaciones con la UE. Tras el cierto deterioro sufrido en el vínculo euroatlántico debido a la última campaña de Irak, la perspectiva diplomática eurocontinental y un creciente protagonismo de Rusia en la comunidad internacional han tomado forma en un contexto energético mundial de gran intensidad. En este contexto, la relación bilateral ruso-germana ha desarrollado un vínculo centro-oriental europeo que introduce una nueva variable específica, fundada en un partnership energético de alcance estratégico. No obstante lo dicho, en este contexto la UE, por su parte, no ha logrado conformar –hasta el momento– una política común hacia Rusia. La estructuración del continente europeo en torno a las dos grandes organizaciones internacionales –UE y OTAN– no anula la relación, directa e intensa, de algunos Estados en particular con su aliado norteamericano, lo cual constituye el pilar básico de su proyección exterior integrada estratégicamente en el vínculo euroatlántico, como es el caso elocuente del Reino Unido, entre otros.
El protagonismo de Rusia se ha visto económicamente favorecido por el escenario energético global caracterizado por un alza de precios que ha generado importantes plusvalías para las empresas rusas. El sistema energético corporativo ruso se configura en base al principio de verticalidad, controlando jerárquicamente el gobierno la producción y estrategia empresarial de las compañías del sector, con el imperio Gazprom en cabeza. La incidencia del factor energético en el panorama estratégico global ha motivado la intensificación de las gestiones diplomáticas de Rusia, evidenciadas en el acuerdo bilateral ruso-germano (E.On-Gazprom), en el ruso-argelino (Sonatrach-Gazprom) y en el proyecto relativo a la constitución de un cártel gasístico mundial. El arma energética ha sido esgrimida por Rusia como instrumento de poder exterior y, como consecuencia de la incidencia del factor energético, la renovada capacidad financiera rusa ha permitido una serie de movimientos corporativos internacionales tendentes a la entrada de inversión rusa en importantes empresas europeas (como el consorcio EADS), aunque en Rusia se continúa limitando internamente la acción de multinacionales extranjeras. La intensificación de los esfuerzos de la Administración Putin por recuperar protagonismo en el espacio ex-soviético se ha desarrollado en paralelo a diversos episodios de disidencia y persecución política interna, lo cual ha generado la negativa percepción, desde Occidente, de una creciente inseguridad e inestabilidad social en Rusia. La tensión internacional con relación a Rusia se ha extendido también, durante los últimos meses, al ámbito de la defensa, con ciertas reminiscencias de la Guerra Fría.
Entre las potencias europeas, Francia y Alemania han sabido estrechar sus vínculos y tender hacia Rusia un puente que, simultáneamente a la consolidación de su liderazgo dentro de la UE, permita construir un sólido vector eurocontinental con un gran peso en el sector energético y una considerable capacidad de cooperación en política exterior económica. En el caso ruso-germano, cabe añadir la especial relación bilateral basada en los acuerdos energéticos y en la coincidencia de intereses geoestratégicos en su espacio de influencia común en el Báltico. Ciertamente, los nuevos gobiernos alemán (Merkel) y francés (Sarkozy) se han mostrado dispuestos a superar las cercanas discrepancias con EEUU, aunque el vector eurocontinental genera un escenario favorable a su protagonismo. La relación especial entre EEUU y el Reino Unido y los intereses de las potencias medias europeas mediterráneas –España e Italia– pueden suponer un contrapeso geoestratégico al mencionado vector aunque, en el caso de estos últimos Estados, su postura pueda bascular favorablemente hacia él, dependiendo de factores políticos nacionales.
Ante este contexto europeo, los países de la UE con menor peso específico, gran parte de los cuales atraviesan una delicada fase de consolidación nacional y estabilización político-económica –así como aquellos Estados de la antigua URSS y su entorno que puedan aspirar a integrarse en la UE–, pueden ver disminuidas sus atribuciones de independencia real y percibir falta de solidaridad en la UE. Esta situación se da principalmente entre los países de Europa Central y del Este. Respecto de ellos, aunque no sólo en este caso, hacer predominar la doctrina exterior de bilateralidad con Rusia puede perjudicar la cohesión europea y, por lo tanto, resentir la fortaleza de la UE como entidad propia. En este sentido, la construcción, por parte de unos pocos Estados en el seno de la UE, de un núcleo duro eurocontinental que armonice intereses entre todos los países europeos no parece ser compatible con la eventual particular alianza bilateral de determinadas potencias europeas con Rusia, máxime cuando ello implique soslayar o incluso perjudicar directamente los intereses de sus socios comunitarios.
Lituania constituye uno de los pequeños Estados de la UE, recientemente ingresado (en 2004), donde se perciben de modo patente las consecuencias de la situación geopolítica europea anteriormente descrita. Paralelamente al avance experimentado en su integración europea, Lituania ha ido cumpliendo paulatinamente sus objetivos políticos, sociales y económicos a la par que los vectores exteriores han influido en los elementos geoestratégicos del entorno regional báltico respecto de la influencia rusa. Lituania ha destacado por haber logrado articular, de modo eficaz y en un corto plazo, un sistema institucionalizado de alianza multilateral permanente con Estonia y Letonia, conjugando un equilibrio de intereses comunes y particulares, de modo que propiamente puede aludirse a un “bloque báltico” que cohesiona a estas tres naciones. Simultáneamente, Lituania ha profundizado sus vínculos bilaterales con Polonia, algo que se ha intensificado con la Administración Kaczynski en los últimos dos años. Pero, aparte de esta geopolíticamente natural conjunción de alianzas, la particularidad de Lituania en materia de política exterior reside en la proyección de su actividad diplomática y económica hacia escenarios más alejados geográficamente, si bien cercanos funcionalmente en cuanto al tipo de procesos nacionales y problemas que afrontan, como son los relativos a Ucrania, Georgia y Azerbaiyán. Más aún, con la limítrofe Bielorrusia totalitaria, Lituania mantiene una relación de buena vecindad bajo la cual, partiendo de una clara contraposición de sistemas políticos, Lituania apoya abiertamente la liberalización del régimen sin perjuicio de la cooperación económica. Esta promoción democrática, junto con otras iniciativas de política exterior lituana, es coordinada asimismo con Estonia y Letonia, de modo que lo que Lituania lidera es una proyección exterior propia y a su vez de inequívoco signo báltico conjunto.
En el presente estudio se tratará de describir la situación actual y prospectiva de Lituania como Estado dotado de una posición consolidada en la región del Este de Europa, incorporando los avances experimentados en el país una vez transcurridos tres años en el seno de la UE y la OTAN. Junto a ello, incidiremos en el análisis de la acción política exterior que desarrolla Lituania de modo autónomo y a la vez conjunto con los demás Estados bálticos, así como en las posibilidades de coordinación multilateral con otros países de la UE en base a un principio fundado en la vocación euroatlántica, pero sin perjuicio de construir una doctrina genuinamente europea para las relaciones con el entorno geopolítico de Rusia. Todo ello implica enfocar dicho análisis desde la percepción de una proyección lituano-báltica de carácter geopolítico, en tanto que el alcance de dicha acción exterior incluye a toda Europa del Este, así como su potencial permite dilucidar una prospectiva de significación estratégica a largo plazo.
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