Por Pere Vilanova, catedrático de Ciencias Políticas, UB (EL PERIÓDICO, 20/11/07):
En medio de tanta especulación sobre el famoso “choque de civilizaciones”, sobre todo en su versión más reduccionista de confrontación entre islam y occidente, tenemos dos noticias, una buena y otra mala. La buena es que es relativamente fácil deconstruir (a la manera de un Ferran Adrià) estos dos conceptos, para ver que su complejidad interna, su heterogeneidad, nos obligan a un esfuerzo de análisis considerable, pero limita la credibilidad de un escenario de confrontación tan global como simplista.
La mala noticia es que, por culpa de tales reduccionismos, estamos perdiendo de vista la emergencia de nuevos fenómenos de desorden mundial, que constituyen en sí mismos una poderosa amenaza, entre otras cosas y más allá de la voluntad política de sus responsables directos porque los medios de acción que hay sobre la mesa son aterradores. Estamos hablando de las armas nucleares, de modo que no se trata tanto de la emergencia de una nueva amenaza, como de una vuelta al escenario de un viejo conocido.
Y ES QUE con las armas nucleares han pasado cosas muy curiosas. Por un lado, nos tuvieron en vilo –a la humanidad entera– durante más de cuatro décadas. Vayan a cualquier hemeroteca de los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta, y a lo largo de una semana ordinaria (esto es, sin crisis como la de los misiles de Cuba de 1962) podrán constatar que las armas nucleares estaban cuatro o cinco días en las primeras páginas, ya se tratara de pruebas nucleares, de amenazas nuevas, o –cuando había suerte– de negociaciones. De todo ello salió progresivamente una de las cosas más insólitas de la llamada guerra fría, y que se estudia todavía hoy en los centros especializados como claro ejemplo de la alta racionalidad que alcanzó el mundo bipolar.
Por ejemplo, los dos bloques, o mejor dicho, sus jefes (Estados Unidos y la URSS) podían enfrentarse en varios sitios del planeta, incluso a través de guerras como las de Corea o Vietnam, y luego Afganistán, pero al mismo tiempo y en paralelo negociar complejos tratados sobre armas nucleares como los Salt I y Salt II en 1972 y 1979, por no mencionar el polémico TNP (Tratado de No proliferación Nuclear) que consagró en 1968 un arbitrario pero securizante invento jurídico. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que, casualmente, eran los únicos que tenían entonces armas nucleares, decidieron que nadie más podía tener. Bien, pero mal, porque en la actualidad estamos viviendo momentos de gran inestabilidad en torno a la cuestión de las armas nucleares, pero a los países que no firmaron el TNP no les es exigible que lo cumplan, y los que lo firmaron y lo incumplen, reciben tratos tan dispares como Corea del Norte e Irán por parte de la comunidad internacional.
Con todo, lo cierto es que a partir de 1991, la presencia mediática de las armas nucleares decayó radicalmente, como si el fin de la guerra fría hubiera conllevado su desaparición. Lo que de verdad decayó fue el uso político que de ellas hicieron ambos bloques, y en versión más discreta, China, Reino Unido y Francia. Y sin embargo, siguieron existiendo, aunque algunos tratados de reducción se aplicaron de modo constructivo.
SEGÚN LAS cifras disponibles, en el 2006 entre EEUU y Rusia tienen casi 11.000 cabezas nucleares inmediatamente operativas, aunque hay que señalar otras 10.000 y 5.000 más (respectivamente de EEUU y Rusia) que están almacenadas pero no operativas. Sumemos a ello las 700, 350 y 150 cabezas nucleares de Reino Unido, Francia y China, y fíjense que no hemos entrado en calcular las que tienen Israel, India y Pakistán, países que no son firmantes del TNP.
La cuestión es saber por qué, si estas armas todavía existen y son operativas, y por tanto muy destructivas, cómo es que ya no salen en los periódicos o casi. Se habla de los casos de Corea del Norte, que tiene calderilla y, como es bien conocido, cobrará una fortuna por deshacerse de ella, e Irán, que no tiene armas nucleares, y el problema está de momento a otro nivel.
SOLO NOS queda, hay que insistir en ello, la explicación basada en el uso político del arma nuclear, de su exhibición, de sus posibilidades de negociación. Y éste es el meollo del caso. Por un lado hay que considerar algunos aspectos específicos de la actual política exterior de Estados Unidos, como la reactivación del proyecto guerra de las galaxias, con el proyecto de despliegue de diversos sistemas militares en países que, además de haber pertenecido a la zona de control soviética, están en la puerta de Rusia. Por el otro, la descarada ambición de Putin de restituir a Rusia el estatus de “la otra superpotencia” que tuvo en la guerra fría. Con todo esto, Putin y Bush están reabriendo la cuestión nuclear, rearmándose, y a la vez desmontando un complejo entramado de control de armamentos, convencional pero sobre todo nuclear: desde los tratados Salt I y Salt II (años setenta), pasando por los de armas intermedias INF y de armas nucleares estratégicas Start I y II de los años ochenta y noventa. Nos están llevando a un nuevo escenario de guerra fría que ni siquiera tiene antagonismos ideológicos de talla, solo lo que queda como razón última de la política en escenarios como el del mundo actual: el estatus y el poder.
En medio de tanta especulación sobre el famoso “choque de civilizaciones”, sobre todo en su versión más reduccionista de confrontación entre islam y occidente, tenemos dos noticias, una buena y otra mala. La buena es que es relativamente fácil deconstruir (a la manera de un Ferran Adrià) estos dos conceptos, para ver que su complejidad interna, su heterogeneidad, nos obligan a un esfuerzo de análisis considerable, pero limita la credibilidad de un escenario de confrontación tan global como simplista.
La mala noticia es que, por culpa de tales reduccionismos, estamos perdiendo de vista la emergencia de nuevos fenómenos de desorden mundial, que constituyen en sí mismos una poderosa amenaza, entre otras cosas y más allá de la voluntad política de sus responsables directos porque los medios de acción que hay sobre la mesa son aterradores. Estamos hablando de las armas nucleares, de modo que no se trata tanto de la emergencia de una nueva amenaza, como de una vuelta al escenario de un viejo conocido.
Y ES QUE con las armas nucleares han pasado cosas muy curiosas. Por un lado, nos tuvieron en vilo –a la humanidad entera– durante más de cuatro décadas. Vayan a cualquier hemeroteca de los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta, y a lo largo de una semana ordinaria (esto es, sin crisis como la de los misiles de Cuba de 1962) podrán constatar que las armas nucleares estaban cuatro o cinco días en las primeras páginas, ya se tratara de pruebas nucleares, de amenazas nuevas, o –cuando había suerte– de negociaciones. De todo ello salió progresivamente una de las cosas más insólitas de la llamada guerra fría, y que se estudia todavía hoy en los centros especializados como claro ejemplo de la alta racionalidad que alcanzó el mundo bipolar.
Por ejemplo, los dos bloques, o mejor dicho, sus jefes (Estados Unidos y la URSS) podían enfrentarse en varios sitios del planeta, incluso a través de guerras como las de Corea o Vietnam, y luego Afganistán, pero al mismo tiempo y en paralelo negociar complejos tratados sobre armas nucleares como los Salt I y Salt II en 1972 y 1979, por no mencionar el polémico TNP (Tratado de No proliferación Nuclear) que consagró en 1968 un arbitrario pero securizante invento jurídico. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que, casualmente, eran los únicos que tenían entonces armas nucleares, decidieron que nadie más podía tener. Bien, pero mal, porque en la actualidad estamos viviendo momentos de gran inestabilidad en torno a la cuestión de las armas nucleares, pero a los países que no firmaron el TNP no les es exigible que lo cumplan, y los que lo firmaron y lo incumplen, reciben tratos tan dispares como Corea del Norte e Irán por parte de la comunidad internacional.
Con todo, lo cierto es que a partir de 1991, la presencia mediática de las armas nucleares decayó radicalmente, como si el fin de la guerra fría hubiera conllevado su desaparición. Lo que de verdad decayó fue el uso político que de ellas hicieron ambos bloques, y en versión más discreta, China, Reino Unido y Francia. Y sin embargo, siguieron existiendo, aunque algunos tratados de reducción se aplicaron de modo constructivo.
SEGÚN LAS cifras disponibles, en el 2006 entre EEUU y Rusia tienen casi 11.000 cabezas nucleares inmediatamente operativas, aunque hay que señalar otras 10.000 y 5.000 más (respectivamente de EEUU y Rusia) que están almacenadas pero no operativas. Sumemos a ello las 700, 350 y 150 cabezas nucleares de Reino Unido, Francia y China, y fíjense que no hemos entrado en calcular las que tienen Israel, India y Pakistán, países que no son firmantes del TNP.
La cuestión es saber por qué, si estas armas todavía existen y son operativas, y por tanto muy destructivas, cómo es que ya no salen en los periódicos o casi. Se habla de los casos de Corea del Norte, que tiene calderilla y, como es bien conocido, cobrará una fortuna por deshacerse de ella, e Irán, que no tiene armas nucleares, y el problema está de momento a otro nivel.
SOLO NOS queda, hay que insistir en ello, la explicación basada en el uso político del arma nuclear, de su exhibición, de sus posibilidades de negociación. Y éste es el meollo del caso. Por un lado hay que considerar algunos aspectos específicos de la actual política exterior de Estados Unidos, como la reactivación del proyecto guerra de las galaxias, con el proyecto de despliegue de diversos sistemas militares en países que, además de haber pertenecido a la zona de control soviética, están en la puerta de Rusia. Por el otro, la descarada ambición de Putin de restituir a Rusia el estatus de “la otra superpotencia” que tuvo en la guerra fría. Con todo esto, Putin y Bush están reabriendo la cuestión nuclear, rearmándose, y a la vez desmontando un complejo entramado de control de armamentos, convencional pero sobre todo nuclear: desde los tratados Salt I y Salt II (años setenta), pasando por los de armas intermedias INF y de armas nucleares estratégicas Start I y II de los años ochenta y noventa. Nos están llevando a un nuevo escenario de guerra fría que ni siquiera tiene antagonismos ideológicos de talla, solo lo que queda como razón última de la política en escenarios como el del mundo actual: el estatus y el poder.
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