Por Joaquín Roy (EL CORREO DIGITAL, 31/01/08):
Desprovistos de alternativas, los cubanos no votaron según temas electorales en la variante de referéndum que fue el sufragio para la Asamblea Nacional del Poder Popular y las correspondientes provinciales. Los cubanos emiten su juicio de forma diferente. Hablan abiertamente y con aparente sinceridad a los visitantes.
La urgencia es modificar drásticamente la cuantía del (inexistente) sueldo oficial, como alternativa válida y legal para la (siempre ilegal) conducta basada en el ‘inventar’ (corrupción) y ‘resolver’ (sobrevivir). Es lo único que prioritariamente les importa a los cubanos.
Mientras el 91% del 96% de los electores que acudieron a las urnas (con un 96% de papeletas válidas) endosaron las listas gubernamentales mediante el ‘voto unido’, la ‘oposición’ revela un similar porcentaje con el ‘voto práctico’. Éste se deposita en las conversaciones con representantes de diversos estratos de la ciudadanía y con diferente instalación (voluntaria, mayoritariamente obligatoria), dependencia (todos) y colaboracionismo (una notable mayoría, aunque no tengan más remedio).
De cada 20 cubanos entrevistados en un método informal y directo, 19 (por lo menos) se muestran muy críticos con el sistema imperante. Centran sus reclamaciones y peticiones urgentes en las carencias económicas. No puede decirse que las políticas no tengan importancia, pero quedan eclipsadas por las prioridades diarias. Naturalmente, el sistema político (centralizado, opresivo, presente por doquier) representa un obstáculo para la modificación de la estructura económica.
Según toda la evidencia, una vez que se acumula la observación de los actos cotidianos de la vida habanera, los cubanos, desde que se levantan hasta que se van a descansar, se enfrentan a una serie de actividades que se dividen en ‘obligatorias’, ‘prohibidas’ o ‘ilegales’. El contraste entre la exteriorización de apoyo al sistema (en las marchas colectivas y en la reciente elección) y la desgana con la que se cumple la rutina es empíricamente comprobable.
No están ausentes la cortesía, el riguroso trato educado y la espontaneidad humana (desaparecidos en numerosas parcelas de las sociedades europeas y americanas). Pero hay una soterrada tristeza y un resentimiento larvado que es difícil de disimular en cuanto se desarrolla una conversación. Como sucedía en la antigua Unión Soviética y sus satélites, los ciudadanos ‘pretenden aparecer trabajando’, porque el Estado ‘pretende pagarles’.
La transformación política (con la excepción de los externamente minoritarios grupos de disidencia) se juzga, a inmediato o medio plazo, no como imposible, pero sí improbable. La alternativa es centrarse en la modificación de las estructuras económicas, sobre todo después de los mensajes crípticos lanzados por la dirigencia provisional, y las insólitas exteriorizaciones en la prensa oficial. De enfrentar esta urgencia, el régimen (ahora, en la transición e incluso en plena evolución de regreso hacia el capitalismo y la democracia) se enfrenta a dos descomunales tareas.
La primera es cómo desmantelar el dual (surrealista e injusto) sistema monetario, basado en la simultánea circulación de dos monedas (el peso cubano ‘normal’, de valor aproximado de 24 por dólar, y el CUC, peso ‘convertible’, valorado en 1,25 dólares. Los cubanos reciben sus sueldos en pesos de valor ínfimo, pero si quieren mejorar su existencia más allá de las necesidades de pura supervivencia, deben adquirir en el mercado abierto (o de economía sumergida) el resto, compitiendo con turistas, funcionarios extranjeros, y todo cubano que tenga acceso a remesas del exterior.
El resultado es que, en una sociedad teóricamente marxista, hay ‘clases’ difuminadas, pero reales. El pluriempleo es endémico. Pero es ilegal. Y todo el mundo, incluido el Gobierno, lo sabe. Y no tiene más remedio que tolerarlo porque es una importante válvula de escape para evitar males mayores, aunque no se reconozca públicamente.
La segunda tarea urgente, que heredará el sistema que venga después, aunque sea lentamente, es frenar el descomunal deterioro de las infraestructuras, viviendas urbanas y edificios públicos. Funcionarios y ciudadanos parecen impotentes para rebelarse al tener que trabajar o vivir en espacios deprimentes.
La sensación que el visitante se lleva es que, más que como resultado del paso del tiempo, lo que prima es una ‘precaria provisionalidad permanente’, un oxímoron que encaja para entender la realidad cubana. Es el resultado de la espera de algo que, en estos momentos, se considera políticamente inviable.
Desprovistos de alternativas, los cubanos no votaron según temas electorales en la variante de referéndum que fue el sufragio para la Asamblea Nacional del Poder Popular y las correspondientes provinciales. Los cubanos emiten su juicio de forma diferente. Hablan abiertamente y con aparente sinceridad a los visitantes.
La urgencia es modificar drásticamente la cuantía del (inexistente) sueldo oficial, como alternativa válida y legal para la (siempre ilegal) conducta basada en el ‘inventar’ (corrupción) y ‘resolver’ (sobrevivir). Es lo único que prioritariamente les importa a los cubanos.
Mientras el 91% del 96% de los electores que acudieron a las urnas (con un 96% de papeletas válidas) endosaron las listas gubernamentales mediante el ‘voto unido’, la ‘oposición’ revela un similar porcentaje con el ‘voto práctico’. Éste se deposita en las conversaciones con representantes de diversos estratos de la ciudadanía y con diferente instalación (voluntaria, mayoritariamente obligatoria), dependencia (todos) y colaboracionismo (una notable mayoría, aunque no tengan más remedio).
De cada 20 cubanos entrevistados en un método informal y directo, 19 (por lo menos) se muestran muy críticos con el sistema imperante. Centran sus reclamaciones y peticiones urgentes en las carencias económicas. No puede decirse que las políticas no tengan importancia, pero quedan eclipsadas por las prioridades diarias. Naturalmente, el sistema político (centralizado, opresivo, presente por doquier) representa un obstáculo para la modificación de la estructura económica.
Según toda la evidencia, una vez que se acumula la observación de los actos cotidianos de la vida habanera, los cubanos, desde que se levantan hasta que se van a descansar, se enfrentan a una serie de actividades que se dividen en ‘obligatorias’, ‘prohibidas’ o ‘ilegales’. El contraste entre la exteriorización de apoyo al sistema (en las marchas colectivas y en la reciente elección) y la desgana con la que se cumple la rutina es empíricamente comprobable.
No están ausentes la cortesía, el riguroso trato educado y la espontaneidad humana (desaparecidos en numerosas parcelas de las sociedades europeas y americanas). Pero hay una soterrada tristeza y un resentimiento larvado que es difícil de disimular en cuanto se desarrolla una conversación. Como sucedía en la antigua Unión Soviética y sus satélites, los ciudadanos ‘pretenden aparecer trabajando’, porque el Estado ‘pretende pagarles’.
La transformación política (con la excepción de los externamente minoritarios grupos de disidencia) se juzga, a inmediato o medio plazo, no como imposible, pero sí improbable. La alternativa es centrarse en la modificación de las estructuras económicas, sobre todo después de los mensajes crípticos lanzados por la dirigencia provisional, y las insólitas exteriorizaciones en la prensa oficial. De enfrentar esta urgencia, el régimen (ahora, en la transición e incluso en plena evolución de regreso hacia el capitalismo y la democracia) se enfrenta a dos descomunales tareas.
La primera es cómo desmantelar el dual (surrealista e injusto) sistema monetario, basado en la simultánea circulación de dos monedas (el peso cubano ‘normal’, de valor aproximado de 24 por dólar, y el CUC, peso ‘convertible’, valorado en 1,25 dólares. Los cubanos reciben sus sueldos en pesos de valor ínfimo, pero si quieren mejorar su existencia más allá de las necesidades de pura supervivencia, deben adquirir en el mercado abierto (o de economía sumergida) el resto, compitiendo con turistas, funcionarios extranjeros, y todo cubano que tenga acceso a remesas del exterior.
El resultado es que, en una sociedad teóricamente marxista, hay ‘clases’ difuminadas, pero reales. El pluriempleo es endémico. Pero es ilegal. Y todo el mundo, incluido el Gobierno, lo sabe. Y no tiene más remedio que tolerarlo porque es una importante válvula de escape para evitar males mayores, aunque no se reconozca públicamente.
La segunda tarea urgente, que heredará el sistema que venga después, aunque sea lentamente, es frenar el descomunal deterioro de las infraestructuras, viviendas urbanas y edificios públicos. Funcionarios y ciudadanos parecen impotentes para rebelarse al tener que trabajar o vivir en espacios deprimentes.
La sensación que el visitante se lleva es que, más que como resultado del paso del tiempo, lo que prima es una ‘precaria provisionalidad permanente’, un oxímoron que encaja para entender la realidad cubana. Es el resultado de la espera de algo que, en estos momentos, se considera políticamente inviable.
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