Por Araceli Medrano (EL CORRERO DIGITAL, 19/11/07):
El 20 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Infancia, y es una jornada que señala la fecha en la que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración de los derechos del niño (1959), y más tarde (1989) la Convención sobre los derechos del niño. Esta última es el instrumento internacional que más ratificaciones ha alcanzado (excepto EE UU y Somalia), e insta a proteger el derecho de los niños a la vida, la educación, la salud y otras necesidades fundamentales. Estas disposiciones que teóricamente se deben observar tanto en situación de paz como de guerra resultan ineficaces (la legislación no se hace efectiva) si no se aplican, y crean una situación de desprotección e indefensión real para los niños.
El hecho de que EE UU no haya ratificado aunque sí firmado la Convención sobre los derechos del niño, ni el Protocolo facultativo de la Convención relativo a la participación de niños en los conflictos armados, sitúa en una posición de labilidad al sistema mundial para preservar la paz.
Es el caso de la situación trágica que padecen los niños en Irak, donde se han producido cotidianamente violaciones de derechos universales fundamentales como el derecho a la vida y a unas condiciones dignas de existencia que posibiliten el adecuado desarrollo físico y psíquico del niño.
Desde que comenzó el conflicto bélico en Irak ha aumentado el número de niños desnutridos, detenidos (en prisiones como Abu Ghraib y Um) y huérfanos, que mendigan por las calles de Bagdad o que han sido depositados en orfanatos en los que se les abandona a su suerte, como si estuvieran destinados a sobrevivir en un infierno y a padecer una lenta y mortífera agonía. En el orfanato de Al Hanán para niños discapacitados, soldados norteamericanos descubrieron a veinticuatro niños desnudos en el suelo, desnutridos y cubiertos por sus propios excrementos. Los adultos responsables del cuidado especial de estos pequeños se estaban preparando una opulenta comida, y parece que tenían la despensa repleta de alimentos y ropa nueva, envuelta en bolsas de plástico. Es más que vergonzoso que este tipo de noticias hayan sido manipuladas tanto por el Gobierno iraquí como por las fuerzas de ocupación, para demostrar que es el contrario el responsable de este acto cruel, sin importarles en realidad las consecuencias graves del estado de desnutrición y deterioro psicofísico de estos menores con una problemática específica.
Por lo demás, los niños no han dejado de ser víctimas del abuso y la perversión de los adultos: la explotación, la tortura, la prostitución, los abusos sexuales y la masacre de sus seres queridos. Merecen un recuerdo especial los niños y niñas que han sido testigos mudos del asesinato de sus padres, y de cómo se destruyen su entorno, su país y sus legítimas ilusiones. Esta situación traumática genera un sentimiento de orfandad que aniquila los referentes básicos en la identidad del menor, y desencadena un estado de desamparo y soledad que les deja desprovistos de las mínimas condiciones de seguridad afectiva para sobrevivir. En este contexto, es muy difícil elaborar el duelo psicológico que conlleva la brutal pérdida de los familiares, ya que la violencia cotidiana evoca aún más el acontecimiento traumático.
La mirada melancólica de Enma, la niña de 9 años que presenció en su casa el asesinato de sus familiares en la batalla de Haditha, nos reenvía al escenario traumático de la muerte, en el que los soldados (primer juicio a unos marines) asesinaron a 24 civiles, entre los que había siete niños. El sargento Wuterich justifica tal masacre con un razonamiento que implica la negación de este acto como «masacre», y el habitual argumento de atacar en su defensa y en la de sus ‘guerreros’. Aunque uno de los marines ha declarado que, como eran hombres ‘de acción’, no podían soportar la tranquilidad de Haditha, y De La Cruz, que estaba «furioso» y remató la faena orinando encima de los cadáveres.
De esta situación caótica, que desgarra el alma y aniquila los derechos de la infancia, hablan los niños en sus dibujos ‘infantiles’, en los que se constata que su ‘casa’, su ‘escuela’, es destruida por las bombas del enemigo, y cómo lloran solos, desconsolados y sin ayuda, al lado del cuerpo herido, o sin vida, de algún familiar.
A día de hoy, los niños están en peores condiciones físicas y psíquicas que cuando comenzó la guerra, ya que padecen enfermedades, retrasos en el desarrollo, dificultades en la adquisición de aprendizajes básicos y trastornos severos de la personalidad. Los niños son especialmente permeables al trauma, debido a que la repetición de los sucesos bélicos es tan intensa e impactante que deja una huella duradera en su psiquismo. Los niveles de estrés postraumático tienen una relación directa con la actitud de estos niños en un futuro hacia la venganza, la repetición de actos destructivos o la reconstrucción de su mundo psíquico interno y externo. Los niveles altos de estrés postraumático (haber presenciado asesinatos, pánico permanente) generan odio, y deseos de venganza hacia el agresor.
Así es que esta guerra que supuestamente se inició para implantar un Estado democrático y liberar a Irak del mal ha pisoteado derechos fundamentales que estructuran los pilares de una democracia. Es por lo que no puede existir causa política ni ideología defendible más importante que el derecho a la vida de miles de víctimas inocentes, que han sido condenadas a malvivir en un infierno. Por lo tanto, cualquier reflexión que intente evitar el ciclo de repetición destructiva que generan los conflictos bélicos no puede ser ética ni políticamente responsable si no reconoce y repara el daño realizado a las víctimas inocentes. Éstas tendrían que ocupar el primer plano de la escena, y ser el centro en el análisis de las prioridades de cualquier propuesta política que implique la defensa a ultranza de unos valores democráticos, y que quiera crear las condiciones reparadoras de un escenario posbélico.
Aún más, es necesario ser beligerantes cuando se trata de defender los derechos de miles de niños inocentes, que son víctimas de una guerra que no ha sido declarada por ellos. A este respecto, ¿qué dice los niños? Los alumnos de primaria de la escuela de Al-Asail (Bagdad) realizaron unos dibujos expuestos en la Galería Puffin Room (Nueva York), bajo el título ‘Impactados y Estupefactos’. En uno de los dibujos infantiles aparece un helicóptero militar, y tanques que abren fuego sobre una pradera con árboles, bajo la cual se lee: «No somos culpables».
El 20 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Infancia, y es una jornada que señala la fecha en la que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración de los derechos del niño (1959), y más tarde (1989) la Convención sobre los derechos del niño. Esta última es el instrumento internacional que más ratificaciones ha alcanzado (excepto EE UU y Somalia), e insta a proteger el derecho de los niños a la vida, la educación, la salud y otras necesidades fundamentales. Estas disposiciones que teóricamente se deben observar tanto en situación de paz como de guerra resultan ineficaces (la legislación no se hace efectiva) si no se aplican, y crean una situación de desprotección e indefensión real para los niños.
El hecho de que EE UU no haya ratificado aunque sí firmado la Convención sobre los derechos del niño, ni el Protocolo facultativo de la Convención relativo a la participación de niños en los conflictos armados, sitúa en una posición de labilidad al sistema mundial para preservar la paz.
Es el caso de la situación trágica que padecen los niños en Irak, donde se han producido cotidianamente violaciones de derechos universales fundamentales como el derecho a la vida y a unas condiciones dignas de existencia que posibiliten el adecuado desarrollo físico y psíquico del niño.
Desde que comenzó el conflicto bélico en Irak ha aumentado el número de niños desnutridos, detenidos (en prisiones como Abu Ghraib y Um) y huérfanos, que mendigan por las calles de Bagdad o que han sido depositados en orfanatos en los que se les abandona a su suerte, como si estuvieran destinados a sobrevivir en un infierno y a padecer una lenta y mortífera agonía. En el orfanato de Al Hanán para niños discapacitados, soldados norteamericanos descubrieron a veinticuatro niños desnudos en el suelo, desnutridos y cubiertos por sus propios excrementos. Los adultos responsables del cuidado especial de estos pequeños se estaban preparando una opulenta comida, y parece que tenían la despensa repleta de alimentos y ropa nueva, envuelta en bolsas de plástico. Es más que vergonzoso que este tipo de noticias hayan sido manipuladas tanto por el Gobierno iraquí como por las fuerzas de ocupación, para demostrar que es el contrario el responsable de este acto cruel, sin importarles en realidad las consecuencias graves del estado de desnutrición y deterioro psicofísico de estos menores con una problemática específica.
Por lo demás, los niños no han dejado de ser víctimas del abuso y la perversión de los adultos: la explotación, la tortura, la prostitución, los abusos sexuales y la masacre de sus seres queridos. Merecen un recuerdo especial los niños y niñas que han sido testigos mudos del asesinato de sus padres, y de cómo se destruyen su entorno, su país y sus legítimas ilusiones. Esta situación traumática genera un sentimiento de orfandad que aniquila los referentes básicos en la identidad del menor, y desencadena un estado de desamparo y soledad que les deja desprovistos de las mínimas condiciones de seguridad afectiva para sobrevivir. En este contexto, es muy difícil elaborar el duelo psicológico que conlleva la brutal pérdida de los familiares, ya que la violencia cotidiana evoca aún más el acontecimiento traumático.
La mirada melancólica de Enma, la niña de 9 años que presenció en su casa el asesinato de sus familiares en la batalla de Haditha, nos reenvía al escenario traumático de la muerte, en el que los soldados (primer juicio a unos marines) asesinaron a 24 civiles, entre los que había siete niños. El sargento Wuterich justifica tal masacre con un razonamiento que implica la negación de este acto como «masacre», y el habitual argumento de atacar en su defensa y en la de sus ‘guerreros’. Aunque uno de los marines ha declarado que, como eran hombres ‘de acción’, no podían soportar la tranquilidad de Haditha, y De La Cruz, que estaba «furioso» y remató la faena orinando encima de los cadáveres.
De esta situación caótica, que desgarra el alma y aniquila los derechos de la infancia, hablan los niños en sus dibujos ‘infantiles’, en los que se constata que su ‘casa’, su ‘escuela’, es destruida por las bombas del enemigo, y cómo lloran solos, desconsolados y sin ayuda, al lado del cuerpo herido, o sin vida, de algún familiar.
A día de hoy, los niños están en peores condiciones físicas y psíquicas que cuando comenzó la guerra, ya que padecen enfermedades, retrasos en el desarrollo, dificultades en la adquisición de aprendizajes básicos y trastornos severos de la personalidad. Los niños son especialmente permeables al trauma, debido a que la repetición de los sucesos bélicos es tan intensa e impactante que deja una huella duradera en su psiquismo. Los niveles de estrés postraumático tienen una relación directa con la actitud de estos niños en un futuro hacia la venganza, la repetición de actos destructivos o la reconstrucción de su mundo psíquico interno y externo. Los niveles altos de estrés postraumático (haber presenciado asesinatos, pánico permanente) generan odio, y deseos de venganza hacia el agresor.
Así es que esta guerra que supuestamente se inició para implantar un Estado democrático y liberar a Irak del mal ha pisoteado derechos fundamentales que estructuran los pilares de una democracia. Es por lo que no puede existir causa política ni ideología defendible más importante que el derecho a la vida de miles de víctimas inocentes, que han sido condenadas a malvivir en un infierno. Por lo tanto, cualquier reflexión que intente evitar el ciclo de repetición destructiva que generan los conflictos bélicos no puede ser ética ni políticamente responsable si no reconoce y repara el daño realizado a las víctimas inocentes. Éstas tendrían que ocupar el primer plano de la escena, y ser el centro en el análisis de las prioridades de cualquier propuesta política que implique la defensa a ultranza de unos valores democráticos, y que quiera crear las condiciones reparadoras de un escenario posbélico.
Aún más, es necesario ser beligerantes cuando se trata de defender los derechos de miles de niños inocentes, que son víctimas de una guerra que no ha sido declarada por ellos. A este respecto, ¿qué dice los niños? Los alumnos de primaria de la escuela de Al-Asail (Bagdad) realizaron unos dibujos expuestos en la Galería Puffin Room (Nueva York), bajo el título ‘Impactados y Estupefactos’. En uno de los dibujos infantiles aparece un helicóptero militar, y tanques que abren fuego sobre una pradera con árboles, bajo la cual se lee: «No somos culpables».
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