Por George Soros, presidente del Soros Fund Management y del Instituto Open Society (LA VANGUARDIA, 15/11/07):
En su novela 1984,George Orwell describió de manera escalofriante un régimen totalitario en el que todas las comunicaciones son controladas por un Ministerio de la Verdad y los disidentes son perseguidos por la policía política. Estados Unidos sigue siendo una democracia regida por una constitución y el imperio de la ley, con medios de comunicación pluralistas, y sin embargo hay señales perturbadoras de que los métodos de propaganda descritos por Orwell han echado raíz aquí.
De hecho, las técnicas para engañar han mejorado enormemente desde los tiempos de Orwell.
Muchas de ellas fueron desarrolladas en relación con la publicidad y el mercadeo de productos y servicios comerciales, y luego se adaptaron a la política. Su característica distintiva es que se pueden comprar con dinero. En tiempos recientes, la ciencia cognitiva ha ayudado a hacer estas técnicas más eficaces, dando origen a profesionales de la política que se concentran sólo en “lograr resultados”.
Estos profesionales se enorgullecen de sus logros y hasta pueden llegar a disfrutar del respeto de un público estadounidense que admira el éxito sin importar cómo se consiga. Ese hecho tiende una sombra de duda sobre el concepto de Karl Popper de una sociedad abierta basado en el reconocimiento de que, si bien no es posible lograr un conocimiento perfecto, podemos llegar a una mejor comprensión de la sociedad a través del pensamiento crítico.
Popper no vio que, en la política democrática, obtener el apoyo público cobra mayor importancia que la búsqueda de la verdad. Pero en política la percepción del electorado acerca de la realidad se puede manipular fácilmente. La razón de que la política democrática genere manipulación es que los políticos no aspiran a decir la verdad. Quieren ganar elecciones, y la mejor manera de hacerlo es distorsionar la realidad en su beneficio.
Descubrir esto no debería hacernos abandonar el concepto de una sociedad abierta, sino revisar y reafirmar su necesidad. Debemos abandonar el supuesto tácito de Popper de que el discurso político aspira a una mejor comprensión de la realidad y reintroducirlo como un requisito explícito. La separación de poderes, la libertad de expresión y las elecciones libres por sí solas no pueden asegurar una sociedad abierta; también se necesita un fuerte compromiso con la búsqueda de la verdad.
Los políticos respetarán la realidad, en lugar de manipularla, sólo si al público le importa la verdad y castiga a los políticos a los que sorprenda en maniobras engañosas deliberadas. Y al público le debería importar la verdad porque el engaño confunde a la gente en la elección de sus representantes, distorsiona las opciones políticas, socava la rendición de cuentas ante el pueblo y destruye la confianza en la democracia.
La historia reciente ofrece evidencias convincentes de que las políticas basadas en una realidad tergiversada tienen efectos contraproducentes. La respuesta de la Administración Bush a los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 - declarar una guerra al terrorismo y tratar las críticas como antipatrióticas- tuvo éxito en conseguir apoyo en el público, pero los resultados fueron exactamente lo opuesto a lo que deseaba, tanto para ella misma como para Estados Unidos.
La dificultad práctica está en reconocer cuándo los profesionales de la política están distorsionando la realidad. Aquí tienen un papel importante los medios de comunicación, la elite política y el sistema educacional, todos los cuales deben actuar como instancias de vigilancia.
Una técnica influyente, que el encuestador republicano Frank Lutz dice haber aprendido de 1984,simplemente invierte los significados y da la vuelta a la realidad. Así, Fox News se llama a sí misma “justa y equilibrada”, y Karl Rove - ex consejero de Bush- y sus acólitos convierten los rasgos más sólidos de sus oponentes en sus talones de Aquiles, mediante insinuaciones y mentiras para mostrar los logros de sus adversarios como falsos y mal ganados. Así es como las insinuaciones de cobardía y juego sucio ayudaron a derrotar a dos veteranos de Vietnam con altas condecoraciones, el senador Max Cleland en el 2002, y John Kerry en el 2004, mientras que Bush y el vicepresidente Dick Cheney - que evitaron el servicio militar- fueron presentados como grandes patriotas.
El público estadounidense ha demostrado ser especialmente susceptible a la manipulación de la verdad, que domina cada vez más el discurso político del país. Aun así, creo que es posible vacunar al público contra los falsos argumentos, elevando el rechazo a la neolengua orwelliana. Lo que se necesita es un esfuerzo concertado para identificar las técnicas de manipulación, y señalar y poner en evidencia y avergonzar a quienes las usan.
Ahora es un momento ideal para comenzar ese esfuerzo. Los estadounidenses están despertando, como si se tratara de un mal sueño. Lo que hemos aprendido de la experiencia de los últimos años es que no se puede dar por sentada la supremacía del pensamiento crítico en el discurso político. Se puede asegurar únicamente mediante un electorado que respeta la realidad y castiga a los políticos que mienten o practican otras formas de impostura.
En su novela 1984,George Orwell describió de manera escalofriante un régimen totalitario en el que todas las comunicaciones son controladas por un Ministerio de la Verdad y los disidentes son perseguidos por la policía política. Estados Unidos sigue siendo una democracia regida por una constitución y el imperio de la ley, con medios de comunicación pluralistas, y sin embargo hay señales perturbadoras de que los métodos de propaganda descritos por Orwell han echado raíz aquí.
De hecho, las técnicas para engañar han mejorado enormemente desde los tiempos de Orwell.
Muchas de ellas fueron desarrolladas en relación con la publicidad y el mercadeo de productos y servicios comerciales, y luego se adaptaron a la política. Su característica distintiva es que se pueden comprar con dinero. En tiempos recientes, la ciencia cognitiva ha ayudado a hacer estas técnicas más eficaces, dando origen a profesionales de la política que se concentran sólo en “lograr resultados”.
Estos profesionales se enorgullecen de sus logros y hasta pueden llegar a disfrutar del respeto de un público estadounidense que admira el éxito sin importar cómo se consiga. Ese hecho tiende una sombra de duda sobre el concepto de Karl Popper de una sociedad abierta basado en el reconocimiento de que, si bien no es posible lograr un conocimiento perfecto, podemos llegar a una mejor comprensión de la sociedad a través del pensamiento crítico.
Popper no vio que, en la política democrática, obtener el apoyo público cobra mayor importancia que la búsqueda de la verdad. Pero en política la percepción del electorado acerca de la realidad se puede manipular fácilmente. La razón de que la política democrática genere manipulación es que los políticos no aspiran a decir la verdad. Quieren ganar elecciones, y la mejor manera de hacerlo es distorsionar la realidad en su beneficio.
Descubrir esto no debería hacernos abandonar el concepto de una sociedad abierta, sino revisar y reafirmar su necesidad. Debemos abandonar el supuesto tácito de Popper de que el discurso político aspira a una mejor comprensión de la realidad y reintroducirlo como un requisito explícito. La separación de poderes, la libertad de expresión y las elecciones libres por sí solas no pueden asegurar una sociedad abierta; también se necesita un fuerte compromiso con la búsqueda de la verdad.
Los políticos respetarán la realidad, en lugar de manipularla, sólo si al público le importa la verdad y castiga a los políticos a los que sorprenda en maniobras engañosas deliberadas. Y al público le debería importar la verdad porque el engaño confunde a la gente en la elección de sus representantes, distorsiona las opciones políticas, socava la rendición de cuentas ante el pueblo y destruye la confianza en la democracia.
La historia reciente ofrece evidencias convincentes de que las políticas basadas en una realidad tergiversada tienen efectos contraproducentes. La respuesta de la Administración Bush a los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 - declarar una guerra al terrorismo y tratar las críticas como antipatrióticas- tuvo éxito en conseguir apoyo en el público, pero los resultados fueron exactamente lo opuesto a lo que deseaba, tanto para ella misma como para Estados Unidos.
La dificultad práctica está en reconocer cuándo los profesionales de la política están distorsionando la realidad. Aquí tienen un papel importante los medios de comunicación, la elite política y el sistema educacional, todos los cuales deben actuar como instancias de vigilancia.
Una técnica influyente, que el encuestador republicano Frank Lutz dice haber aprendido de 1984,simplemente invierte los significados y da la vuelta a la realidad. Así, Fox News se llama a sí misma “justa y equilibrada”, y Karl Rove - ex consejero de Bush- y sus acólitos convierten los rasgos más sólidos de sus oponentes en sus talones de Aquiles, mediante insinuaciones y mentiras para mostrar los logros de sus adversarios como falsos y mal ganados. Así es como las insinuaciones de cobardía y juego sucio ayudaron a derrotar a dos veteranos de Vietnam con altas condecoraciones, el senador Max Cleland en el 2002, y John Kerry en el 2004, mientras que Bush y el vicepresidente Dick Cheney - que evitaron el servicio militar- fueron presentados como grandes patriotas.
El público estadounidense ha demostrado ser especialmente susceptible a la manipulación de la verdad, que domina cada vez más el discurso político del país. Aun así, creo que es posible vacunar al público contra los falsos argumentos, elevando el rechazo a la neolengua orwelliana. Lo que se necesita es un esfuerzo concertado para identificar las técnicas de manipulación, y señalar y poner en evidencia y avergonzar a quienes las usan.
Ahora es un momento ideal para comenzar ese esfuerzo. Los estadounidenses están despertando, como si se tratara de un mal sueño. Lo que hemos aprendido de la experiencia de los últimos años es que no se puede dar por sentada la supremacía del pensamiento crítico en el discurso político. Se puede asegurar únicamente mediante un electorado que respeta la realidad y castiga a los políticos que mienten o practican otras formas de impostura.
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