Por Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea y director del Centre d’Estudis Històrics Internacionals (CEHI) de la Universidad de Barcelona (EL PAÍS, 01/02/08):
La reciente gira de George Bush por Oriente Medio puso al descubierto las contradicciones de la política exterior de la Casa Blanca en la región. Por un lado, insistió en el peligro del programa nuclear iraní. Por otro, apoyó las objeciones del primer ministro israelí Ehud Olmert al desmantelamiento de los asentamientos ilegales y la negociación sobre Jerusalén Este. ¡Qué poco ha durado la nueva hoja de ruta pactada en Anápolis en noviembre! Por último, tras la visita de Bush, Israel continuó con el bloqueo de Gaza, lo que ha llevado a la población de la franja al desastre humanitario, mientras el Ejército prosigue con el acoso militar a los dirigentes de Hamás, provocando decenas de víctimas.
La gira no fue, pues, una apuesta por la paz, sino que tenía otros objetivos: visualizar la estrecha alianza de Bush con Tel Aviv, fortalecer los vínculos -y la venta de armas- con las monarquías del Golfo y poner en la picota al régimen de Teherán.
En Tel Aviv George Bush declaró que veía “una nueva oportunidad para la paz”. Lo mismo afirmó en el discurso sobre el Estado de la Unión: “Haremos todo lo que podamos para lograr un acuerdo de paz que defina un Estado palestino para fin de año”. La realidad, sin embargo, es tozuda y desmiente estas afirmaciones. Fatah, apoyado por la comunidad internacional, y Hamás, que venció en las elecciones de enero de 2006 y controla Gaza pero no cuenta con el respaldo internacional, se disputan a tiros el liderazgo palestino; el Ejército de Israel prosigue sus acciones militares en los Territorios Ocupados; y la población palestina se sume en la desesperación ante la indiferencia de todo el mundo.
En su informe de 2007, Amnistía Internacional denunciaba que, en 2006, más de 650 palestinos (”la mitad de ellos civiles desarmados, unos 120 menores”), el triple que en 2005, y 27 israelíes (”incluido un menor y seis soldados”) perdieron la vida violentamente. En 2007, la violencia se cobró nuevas víctimas, continuaron los asentamientos ilegales, la construcción del muro, el bloqueo militar y el embargo, las restricciones a la libertad de circulación de la población palestina y la confiscación israelí de los derechos de aduana palestinos. Todo ello ha provocado un deterioro considerable de las condiciones de vida de la población, hasta tal punto que “la pobreza, la dependencia de la ayuda alimentaria, los problemas de salud y el desempleo alcanzaron proporciones de crisis”, que se vio agravada por el “aumento de la violencia entre facciones políticas rivales palestinas” a mediados de 2007.
La situación de desprotección y negación de los derechos humanos de la población en Gaza ha alcanzado tales niveles que la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo) hizo una llamada de urgencia (Emergency Appeal 2007) a la comunidad internacional para paliar la crisis humanitaria que se avecinaba. En 2008, la UNRWA ha reiterado (Emergency Appeal 2008) la dramática situación de Gaza (1,5 millones de habitantes, de los cuales un millón son refugiados), denunciando los “deplorables niveles de penalidad y desesperación” de una población sometida a un “bloqueo feudal”, que incluye el cierre de fronteras, la falta de ayuda humanitaria, las restricciones eléctricas y la falta de combustible, y solicita la ayuda internacional para hacer frente a las necesidades de un 40% de la población que vive en condiciones extremas de pobreza y sin la posibilidad de encontrar empleo.
Pero la crisis humanitaria ya ha llegado y hace unos días una población desesperada, las víctimas inocentes del conflicto, atravesaba la frontera con Egipto en busca de alimentos y carburantes.
Muchos analistas seguirán argumentando que la complejidad del conflicto, la persistencia de la violencia -de consecuencias desiguales-, los enfrentamientos entre Fatah y Hamás y lo alejado de las posiciones de Tel Aviv y Ramala dificultan su resolución. Sin embargo, se sabe cómo resolverlo: creación de un Estado palestino política y territorialmente viable según las fronteras de 1967, doble capitalidad de Jerusalén, fin y desmantelamiento de los asentamientos ilegales, solución justa a la cuestión de los refugiados y reconocimiento del Estado de Israel y de su seguridad por los países árabes. Simplificando, cumplir con las resoluciones 194 (1948), 242 (1967) y 338 (1973) de Naciones Unidas, máxime cuando, según las encuestas de opinión, son mayoría los palestinos y los israelíes que desean la paz.
Ésta, sin embargo, parece todavía muy lejana, y mientras llega la comunidad internacional no puede ignorar por más tiempo la situación de penuria de la población de Gaza. Situación que puede repetirse si no se llega pronto a un acuerdo definitivo sobre quién debe gestionar la frontera de Rafah y si Tel Aviv no ejerce sus deberes de ocupante, que no son otros que proteger a la población civil afectada por la ocupación. En momentos como éste deberían anteponerse los derechos humanitarios al conflicto político, pero, lamentablemente, parece que tampoco en este caso va a ser así y entre todos seguiremos condenando a la población de Gaza a la desesperación, que es la antesala del terrorismo, o a una lenta desaparición por inanición.
La reciente gira de George Bush por Oriente Medio puso al descubierto las contradicciones de la política exterior de la Casa Blanca en la región. Por un lado, insistió en el peligro del programa nuclear iraní. Por otro, apoyó las objeciones del primer ministro israelí Ehud Olmert al desmantelamiento de los asentamientos ilegales y la negociación sobre Jerusalén Este. ¡Qué poco ha durado la nueva hoja de ruta pactada en Anápolis en noviembre! Por último, tras la visita de Bush, Israel continuó con el bloqueo de Gaza, lo que ha llevado a la población de la franja al desastre humanitario, mientras el Ejército prosigue con el acoso militar a los dirigentes de Hamás, provocando decenas de víctimas.
La gira no fue, pues, una apuesta por la paz, sino que tenía otros objetivos: visualizar la estrecha alianza de Bush con Tel Aviv, fortalecer los vínculos -y la venta de armas- con las monarquías del Golfo y poner en la picota al régimen de Teherán.
En Tel Aviv George Bush declaró que veía “una nueva oportunidad para la paz”. Lo mismo afirmó en el discurso sobre el Estado de la Unión: “Haremos todo lo que podamos para lograr un acuerdo de paz que defina un Estado palestino para fin de año”. La realidad, sin embargo, es tozuda y desmiente estas afirmaciones. Fatah, apoyado por la comunidad internacional, y Hamás, que venció en las elecciones de enero de 2006 y controla Gaza pero no cuenta con el respaldo internacional, se disputan a tiros el liderazgo palestino; el Ejército de Israel prosigue sus acciones militares en los Territorios Ocupados; y la población palestina se sume en la desesperación ante la indiferencia de todo el mundo.
En su informe de 2007, Amnistía Internacional denunciaba que, en 2006, más de 650 palestinos (”la mitad de ellos civiles desarmados, unos 120 menores”), el triple que en 2005, y 27 israelíes (”incluido un menor y seis soldados”) perdieron la vida violentamente. En 2007, la violencia se cobró nuevas víctimas, continuaron los asentamientos ilegales, la construcción del muro, el bloqueo militar y el embargo, las restricciones a la libertad de circulación de la población palestina y la confiscación israelí de los derechos de aduana palestinos. Todo ello ha provocado un deterioro considerable de las condiciones de vida de la población, hasta tal punto que “la pobreza, la dependencia de la ayuda alimentaria, los problemas de salud y el desempleo alcanzaron proporciones de crisis”, que se vio agravada por el “aumento de la violencia entre facciones políticas rivales palestinas” a mediados de 2007.
La situación de desprotección y negación de los derechos humanos de la población en Gaza ha alcanzado tales niveles que la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo) hizo una llamada de urgencia (Emergency Appeal 2007) a la comunidad internacional para paliar la crisis humanitaria que se avecinaba. En 2008, la UNRWA ha reiterado (Emergency Appeal 2008) la dramática situación de Gaza (1,5 millones de habitantes, de los cuales un millón son refugiados), denunciando los “deplorables niveles de penalidad y desesperación” de una población sometida a un “bloqueo feudal”, que incluye el cierre de fronteras, la falta de ayuda humanitaria, las restricciones eléctricas y la falta de combustible, y solicita la ayuda internacional para hacer frente a las necesidades de un 40% de la población que vive en condiciones extremas de pobreza y sin la posibilidad de encontrar empleo.
Pero la crisis humanitaria ya ha llegado y hace unos días una población desesperada, las víctimas inocentes del conflicto, atravesaba la frontera con Egipto en busca de alimentos y carburantes.
Muchos analistas seguirán argumentando que la complejidad del conflicto, la persistencia de la violencia -de consecuencias desiguales-, los enfrentamientos entre Fatah y Hamás y lo alejado de las posiciones de Tel Aviv y Ramala dificultan su resolución. Sin embargo, se sabe cómo resolverlo: creación de un Estado palestino política y territorialmente viable según las fronteras de 1967, doble capitalidad de Jerusalén, fin y desmantelamiento de los asentamientos ilegales, solución justa a la cuestión de los refugiados y reconocimiento del Estado de Israel y de su seguridad por los países árabes. Simplificando, cumplir con las resoluciones 194 (1948), 242 (1967) y 338 (1973) de Naciones Unidas, máxime cuando, según las encuestas de opinión, son mayoría los palestinos y los israelíes que desean la paz.
Ésta, sin embargo, parece todavía muy lejana, y mientras llega la comunidad internacional no puede ignorar por más tiempo la situación de penuria de la población de Gaza. Situación que puede repetirse si no se llega pronto a un acuerdo definitivo sobre quién debe gestionar la frontera de Rafah y si Tel Aviv no ejerce sus deberes de ocupante, que no son otros que proteger a la población civil afectada por la ocupación. En momentos como éste deberían anteponerse los derechos humanitarios al conflicto político, pero, lamentablemente, parece que tampoco en este caso va a ser así y entre todos seguiremos condenando a la población de Gaza a la desesperación, que es la antesala del terrorismo, o a una lenta desaparición por inanición.
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