domingo, febrero 24, 2008

Nicolas Sarkozy, un personaje proteico

Por Olivier Mongin, director de la revista Esprit. Traducción de José Luis Sánchez-Silva (EL PAÍS, 01/02/08):

La victoria presidencial de Nicolas Sarkozy vino marcada por el signo de la ruptura. Ruptura histórica, en primer lugar, tanto con el “gaullo-comunismo” instituido durante la posguerra que hizo posible los “treinta gloriosos” -aquellos años de crecimiento transcurridos entre 1945 y 1975-, como con las presidencias de Mitterrand y Jacques Chirac que aplazaron y esquivaron las reformas doblegándose a la opinión pública y escudándose en Europa. Ruptura política e institucional, a continuación: ésta reduce el papel de la democracia de partidos, aunque Sarkozy haya tenido que conquistar la UMP, en beneficio de una relación directa con los ciudadanos. En tal contexto, la ruptura de estilo presidencial se ha impuesto como la principal línea de conducta de Sarkozy. La multiplicación de las comisiones de toda clase (casi una treintena en el momento en el que escribo) tiene como objetivo debilitar al Parlamento y a los diputados, igual que el primer círculo de consejeros, situados bajo la férula del secretario general del Elíseo, Claude Guéant, tiene como meta frenar las ambiciones de los ministros. El papel de la política aperturista no es otro que el de debilitar a la oposición (de centro e izquierda). Paralelamente, la toma de poder mediático por la presidencia impone a los periodistas una agenda y un tempo apremiante. Este activismo presidencial, calificado como “hiperpresidencialismo”, responde antes que nada a la voluntad de reducir las mediaciones e intervenir constantemente “en directo”, lo que alimenta una relación de empatía con la gente. El presidente, cuyo saber hacer mediático es incuestionable, ha impuesto un ritmo desenfrenado que hoy se vuelve contra él. Pero ese ritmo no data de la campaña presidencial, sino que remite a todo un itinerario. Y Nicolas Sarkozy no se cansa de recordar: “Yo conocí el fracaso y tuve que superarlo (…). El valiente no es aquel que nunca ha tenido miedo, pues el valor consiste precisamente en superar el miedo”. Lo que significa concretamente: “Ustedes, como yo, tienen que demostrar valor y renunciar a la cultura del fracaso”.

Pero, más allá de sí mismo y de su trayectoria, el presidente se ha apropiado del estilo de ciertos personajes que constituyen modelos de éxito social de nuestros días: el ejecutivo, el entrenador y el presentador televisivo, entre otros. Marcado por su pasado como diputado por una circunscripción de fuera de la capital parisina, Nicolas Sarkozy, más que un político a la francesa, es un ejecutivo, es decir, el jefe de la empresa estatal. Pero el ejecutivo contemporáneo no es aquel empresario de ayer -tan caro a Max Weber- sensible al colectivo laboral y respetuoso de cierta ética. Y como tampoco parece un liberal convencido de que una mano invisible equilibre el mercado naturalmente, el presidente no ha renunciado al poder del Estado e impone reglas destinadas a exacerbar la competencia entre las empresas y en el seno de éstas. Sarkozy siente más debilidad por aquellos que triunfan por sí mismos que por los herederos de un patrimonio.

Su faceta de entrenador, reforzada por su proximidad con Bernard Laporte, el técnico del equipo francés de rugby convertido en secretario de Estado de deportes, consiste en recrear lo colectivo en un contexto marcado por las estrategias individualistas: “Todos juntos formaremos el mejor equipo posible, un equipo ganador”.

Finalmente, el presentador televisivo recuerda que Nicolas Sarkozy es hijo de la televisión y demuestra que domina perfectamente el oficio. El presidente no es tanto un político que se presta al espectáculo televisivo, como un profesional que hace política del mismo modo que se produce y realiza una emisión televisiva para el gran público y dirigida “directamente a todos”.

Si es cierto que todo retrato político de Sarkozy es tributario de ese trío de personajes que “rinden culto al éxito”, no lo es menos que tal alquimia reposa sobre una convicción acerca de la naturaleza de la opinión y favorece, en cierta medida, los cambios de humor de ésta. Lejos de creer que la población francesa se apasiona de nuevo por la política, Sarkozy tiene la convicción de que hay que mantener en vilo a aquellos que desconfían de la política. Alistair Campbell, ex consejero de comunicación de Tony Blair, ha descrito muy bien la fuerza mediática del presidente francés: “Hoy la gente piensa mucho menos en la política que antes. Por lo tanto, es necesario que el mensaje sea más sólido, más contundente, más concreto. Y es necesario que todo lo que se dice y se hace contribuya a transmitirlo. La menor intervención, la menor imagen, la menor reacción. En inglés tenemos una expresión: ‘Hay que dar hasta el parte meteorológico”.

Pero esta presidencia en directo, que continúa con voluntarismo la exitosa trayectoria del joven Sarkozy, que llegó a la política en Neuilly, a la edad de 23 años, no ha tardado en convertirse en una caricatura ni en deslizarse hacia la privatización de la vida pública. Los sucesivos episodios people -las conflictivas relaciones de pareja con Cécilia Sarkozy, el flechazo por Carla Bruni- han ido acaparando la actualidad a riesgo de deformar y embrollar el mensaje político, pero ¿hay que reducir, sin embargo, al hiperpresidente a un people metido a político? ¿Hay que reducir la política de Sarkozy únicamente al personaje proteico de Sarkozy?

Muy al contrario, lejos de ser un histrión llegado a la política por casualidad y condenado a desaparecer como cualquier producto mediático averiado, Sarkozy tiene mucho que ver con ciertos cambios en profundidad de la sociedad francesa. Resulta difícil no relacionarlo con las evoluciones de la burguesía gala y las transformaciones de la cultura de masas. Resulta difícil no comprender que Sarkozy mira por un lado hacia el mundo de los people, con glamour o sin él, cuyo éxito pasa por el papel cuché, y, por otro, quiere captar la atención de un medio popular hasta ahora cautivo del Frente Nacional. En un sentido más amplio, su victoria expresa una renovación de las élites que afecta a la sociedad francesa en su conjunto, y no únicamente a la clase política.

Pese a que Nicolas Sarkozy representa una innegable ruptura con el estilo de gobierno anterior, la ruptura sociológica en marcha no es únicamente obra suya, ¿puede decirse entonces que el presidente haya iniciado una política nueva? ¿Acaso su política le convierte en el representante de una derecha capaz de reformar un país marcado por el sello de la “excepción francesa”? Ésa es la cuestión. Ahora bien, estas rupturas (histórica, política, institucional, mediática) no dibujan un programa susceptible de impulsar al país hacia el futuro, ni de dinamizarlo.

¿Por qué razón? Esencialmente, por un desfase histórico entre unas reformas destinadas a “destejer” las medidas de protección vinculadas a una concepción caduca del Estado-providencia, la de los treinta gloriosos, y unas reformas que no pretenden “retejer” coherentemente un Estado-providencia acorde al nuevo mundo industrial de nuestros días.

El programa carece de solidez, pues su acción no se inscribe en el contexto de la mundialización y, sin embargo, al apostar por los ganadores, participa de la indiferencia de la mundialización hacia los perdedores. Este programa de ruptura política con el inmovilismo chiraquiano es realista, pero sus raíces no se hunden en la historia tal y como ésta se desarrolla.

El programa de Sarkozy dispone sin embargo de recursos: pese a no poder seguir presentándose como el “Presidente del poder adquisitivo” que pretendía ser durante la campaña, conserva los medios para recuperar el favor de una parte de la opinión pública agitando, cuando le convenga, las banderas rojas de la seguridad y la inmigración. Entre los valores esgrimidos, la seguridad sigue siendo decisiva.

Aunque Sarkozy representa en efecto una ruptura, su realismo político y su concepción del éxito le debilitan, y más aún su incapacidad para responder a nuestra historia. Es por eso por lo que la historia personal de Nicolas Sarkozy ocupa el primer plano, a riesgo de perjudicarle. Pero nos gustaría que su “yo” concordase con un “vosotros” y un “nosotros”.

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