Por Ignacio Álvarez-Ossorio (EL CORREO DIGITAL, 13/11/07):
Hace unas semanas, el ex jefe de las fuerzas en Irak, el teniente general Ricardo Sánchez, sacudió al estamento militar norteamericano al acusar de incompetencia a la Administración de Bush por su manejo de la guerra de Irak. Desde su punto de vista, «el fracaso de liderazgo» había llevado a «una pesadilla sin fin» para las tropas estadounidenses, que desde la ocupación del país árabe han perdido cerca de 4.000 efectivos. Para obtener el número de víctimas iraquíes en estos últimos cinco años deberíamos multiplicar esta cifra por cien y, según varias estimaciones, aún nos quedaríamos cortos.
Pero la cara más desconocida del caos en el que está sumido Irak es el éxodo de millones de personas, que se han visto obligadas a abandonar sus hogares huyendo de la violencia sectaria y de las operaciones de limpieza desarrolladas en varias regiones del país con el objeto de crear zonas étnica y confesionalmente puras. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha denunciado que cada mes huyen de sus localidades 60.000 nuevos iraquíes. El número de refugiados en los países vecinos supera ya los dos millones y medio de personas; otros dos millones se han convertido en desplazados internos.
Pese a su invisibilidad mediática, se trata de la mayor oleada de refugiados en Oriente Medio desde el éxodo palestino de 1948. El problema se agrava si tenemos en cuenta que la comunidad internacional no ha reaccionado tal y como requeriría una situación de semejante envergadura que, de prolongarse en el tiempo, podría acabar desestabilizando la región en su conjunto. Es cierto que el ACNUR ha redoblado sus esfuerzos para tratar de cubrir las necesidades alimentarias, sanitarias y educativas de los refugiados, pero la mayor parte de los desplazados internos se encuentran desamparados, ya que las pésimas condiciones de seguridad les impiden acceder a la ayuda. Según las propias estadísticas de la agencia onusiana, a finales de año el número de desplazados podría llegar hasta los tres millones de personas.
A pesar de que los países vecinos están completamente sobrepasados por el fenómeno migratorio, casi el 95% de los refugiados ha optado por quedarse en la zona a la espera de que amaine el temporal. Hasta el momento, Siria ha acogido a más de millón y medio de iraquíes. Por su parte, Jordania ha hecho lo propio con más de 750.000 iraquíes. La recepción de los refugiados ha obligado a ambos países a hacer un extraordinario esfuerzo financiero para cubrir sus necesidades básicas, pero ambas economías, que de por sí acarrean profundos problemas estructurales, corren el riesgo de encallar en el caso de que el problema se prolongue en el tiempo. Además de la escalada registrada tanto en el precio de la vivienda como en los productos elementales, se teme que el aumento del número de exiliados iraquíes acabe por provocar tensiones internas y disparar la delincuencia.
Un caso especialmente inquietante es el de los 30.000 refugiados palestinos que residían en Irak y que han tenido que abandonar sus hogares. Muchos de ellos habían sido desplazados por el régimen de Sadam Hussein a las zonas kurdas con el propósito de arabizarlas y, tras la creación de la autonomía kurda en el norte del país, la mayor parte han sido expulsados, quedando en una situación de extrema vulnerabilidad. No por casualidad la provincia kurda de Sulaymaniya tiene el dudoso mérito de ser la que mayor número de desplazados ha generado (más de 330.000 personas). Aunque 15.000 palestinos han logrado salir del país, otros tantos han sido incapaces de hacerlo por la negativa de los vecinos a acogerles.
Aunque en los dos últimos años la mayoría de los refugiados se ha establecido en los países del entorno, no sería de extrañar que si la situación continúa deteriorándose muchos opten finalmente por tratar de buscar refugio en Occidente. Según el ACNUR, en 2006 fueron 22.000 los iraquíes que pidieron asilo en los países industrializados, mientras que tan sólo en el primer semestre de 2007 la cifra se disparó hasta los 20.000. El país más proclive a aceptar demandas de asilo fue Suecia (con 7.815 asilos concedidos en 2006), situándose EE UU en las antípodas al permitir únicamente la entrada de 202 iraquíes (frente a los 30.000 refugiados aceptados por dicho país en la década de los noventa). Mención especial merece el caso español, ya que en 2006 únicamente solicitaron asilo 42 iraquíes. Esta situación se explica porque en el pasado las solicitudes presentadas fueron rechazadas en su práctica totalidad. Entre 1997 y 2001, la Administración española denegó el 99% de las demandas de asilo de ciudadanos iraquíes, concediéndose únicamente 6 de las 583 solicitadas.
Es más que probable que el éxodo iraquí no se detenga mientras no se den unas mínimas condiciones de seguridad en el país árabe. No obstante, el retorno depende de varios factores, entre ellos el fin de la violencia sectaria y la interrupción de todas las operaciones de limpieza étnica-confesional desarrolladas por las diferentes facciones armadas. En el caso de que Irak deje de existir como Estado y se fragmente en tres entidades nacionales -una kurda en el norte, otra chií en el sur y una tercera suní en el oeste-, la vía de retorno para los refugiados iraquíes podría quedar definitivamente obstaculizada, añadiendo un nuevo factor de inestabilidad para un Oriente Medio en plena erupción.
Hace unas semanas, el ex jefe de las fuerzas en Irak, el teniente general Ricardo Sánchez, sacudió al estamento militar norteamericano al acusar de incompetencia a la Administración de Bush por su manejo de la guerra de Irak. Desde su punto de vista, «el fracaso de liderazgo» había llevado a «una pesadilla sin fin» para las tropas estadounidenses, que desde la ocupación del país árabe han perdido cerca de 4.000 efectivos. Para obtener el número de víctimas iraquíes en estos últimos cinco años deberíamos multiplicar esta cifra por cien y, según varias estimaciones, aún nos quedaríamos cortos.
Pero la cara más desconocida del caos en el que está sumido Irak es el éxodo de millones de personas, que se han visto obligadas a abandonar sus hogares huyendo de la violencia sectaria y de las operaciones de limpieza desarrolladas en varias regiones del país con el objeto de crear zonas étnica y confesionalmente puras. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha denunciado que cada mes huyen de sus localidades 60.000 nuevos iraquíes. El número de refugiados en los países vecinos supera ya los dos millones y medio de personas; otros dos millones se han convertido en desplazados internos.
Pese a su invisibilidad mediática, se trata de la mayor oleada de refugiados en Oriente Medio desde el éxodo palestino de 1948. El problema se agrava si tenemos en cuenta que la comunidad internacional no ha reaccionado tal y como requeriría una situación de semejante envergadura que, de prolongarse en el tiempo, podría acabar desestabilizando la región en su conjunto. Es cierto que el ACNUR ha redoblado sus esfuerzos para tratar de cubrir las necesidades alimentarias, sanitarias y educativas de los refugiados, pero la mayor parte de los desplazados internos se encuentran desamparados, ya que las pésimas condiciones de seguridad les impiden acceder a la ayuda. Según las propias estadísticas de la agencia onusiana, a finales de año el número de desplazados podría llegar hasta los tres millones de personas.
A pesar de que los países vecinos están completamente sobrepasados por el fenómeno migratorio, casi el 95% de los refugiados ha optado por quedarse en la zona a la espera de que amaine el temporal. Hasta el momento, Siria ha acogido a más de millón y medio de iraquíes. Por su parte, Jordania ha hecho lo propio con más de 750.000 iraquíes. La recepción de los refugiados ha obligado a ambos países a hacer un extraordinario esfuerzo financiero para cubrir sus necesidades básicas, pero ambas economías, que de por sí acarrean profundos problemas estructurales, corren el riesgo de encallar en el caso de que el problema se prolongue en el tiempo. Además de la escalada registrada tanto en el precio de la vivienda como en los productos elementales, se teme que el aumento del número de exiliados iraquíes acabe por provocar tensiones internas y disparar la delincuencia.
Un caso especialmente inquietante es el de los 30.000 refugiados palestinos que residían en Irak y que han tenido que abandonar sus hogares. Muchos de ellos habían sido desplazados por el régimen de Sadam Hussein a las zonas kurdas con el propósito de arabizarlas y, tras la creación de la autonomía kurda en el norte del país, la mayor parte han sido expulsados, quedando en una situación de extrema vulnerabilidad. No por casualidad la provincia kurda de Sulaymaniya tiene el dudoso mérito de ser la que mayor número de desplazados ha generado (más de 330.000 personas). Aunque 15.000 palestinos han logrado salir del país, otros tantos han sido incapaces de hacerlo por la negativa de los vecinos a acogerles.
Aunque en los dos últimos años la mayoría de los refugiados se ha establecido en los países del entorno, no sería de extrañar que si la situación continúa deteriorándose muchos opten finalmente por tratar de buscar refugio en Occidente. Según el ACNUR, en 2006 fueron 22.000 los iraquíes que pidieron asilo en los países industrializados, mientras que tan sólo en el primer semestre de 2007 la cifra se disparó hasta los 20.000. El país más proclive a aceptar demandas de asilo fue Suecia (con 7.815 asilos concedidos en 2006), situándose EE UU en las antípodas al permitir únicamente la entrada de 202 iraquíes (frente a los 30.000 refugiados aceptados por dicho país en la década de los noventa). Mención especial merece el caso español, ya que en 2006 únicamente solicitaron asilo 42 iraquíes. Esta situación se explica porque en el pasado las solicitudes presentadas fueron rechazadas en su práctica totalidad. Entre 1997 y 2001, la Administración española denegó el 99% de las demandas de asilo de ciudadanos iraquíes, concediéndose únicamente 6 de las 583 solicitadas.
Es más que probable que el éxodo iraquí no se detenga mientras no se den unas mínimas condiciones de seguridad en el país árabe. No obstante, el retorno depende de varios factores, entre ellos el fin de la violencia sectaria y la interrupción de todas las operaciones de limpieza étnica-confesional desarrolladas por las diferentes facciones armadas. En el caso de que Irak deje de existir como Estado y se fragmente en tres entidades nacionales -una kurda en el norte, otra chií en el sur y una tercera suní en el oeste-, la vía de retorno para los refugiados iraquíes podría quedar definitivamente obstaculizada, añadiendo un nuevo factor de inestabilidad para un Oriente Medio en plena erupción.
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