Por Juan José Tamayo, teólogo (EL PERIÓDICO, 16/11/07):
Los dos últimos papas han sido tan pródigos en beatificaciones y canonizaciones, que han podido contribuir a devaluar la idea misma de santidad. A eso cabe añadir que los criterios seguidos para seleccionar a los nuevos beatos y santos no contemplan las distintas formas de santidad. Las personas elevadas a los altares son, en su mayoría, sacerdotes, religiosas y religiosos integrados en la institución, con una espiritualidad desencarnada, una actitud benéfico-asistencial y una falta de compromiso liberador. Recientemente ha tenido lugar la beatificación de 498 mártires de la guerra civil española, privilegiando un concepto de martirio que parece responder a motivaciones políticas más que a actitudes evangélicas. Buena prueba de ello es que entre ellos no aparece ninguno de los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares cristianos que, comprometidos con los valores democráticos y fieles a la República, fueron asesinados impunemente por las tropas de Franco.
EN ESTE concepto de martirio no caben los testigos que han dado su vida por mor de la justicia que brota de la fe, haciendo realidad una de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los perseguidos por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”. Es el caso de cientos de cristianas y cristianos latinoamericanos: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, líderes de comunidades de base… asesinados fría y calculadamente por los Ejércitos, por los regímenes militares basados en la seguridad nacional, por los escuadrones de la muerte, incluso por gobiernos cristianos.
Valga recordar algunos de los mártires latinoamericanos más emblemáticos. El sacerdote brasileño Joâo Bosco Penido Burnier fue asesinado en 1976 por un policía a sangre fría en presencia del obispo Pere Casaldàliga, quien le ha declarado “mártir por la Caridad y la Justicia”. Ese mismo año, el obispo argentino Enrique Angelelli fue objeto de un homicidio premeditado por denunciar la violación de los derechos humanos de la dictadura militar argentina. Monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado en 1980 por militares salvadoreños mientras decía misa por haber denunciando las matanzas del Ejército de su país contra la población civil. El mismo año morían a manos de la guardia salvadoreña las religiosas americanas Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan, comprometidas con las comunidades campesinas, como el sacerdote salvadoreño Rutilio Grande y dos campesinos tres años antes. El obispo guatemalteco Juan Gerardi fue asesinado en 1998 por miembros del Ejército dos días después de dar a conocer el informe Recuperación de la Memoria Histórica, que responsabilizaba a las Fuerzas Armadas del 90% de los crímenes de guerra.
Pero el caso de mayor impacto mundial por su brutalidad, nocturnidad y alevosía fue el asesinato, perpetrado por el Ejército salvadoreño el 16 de noviembre de 1989, de Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, cinco compañeros jesuitas y dos mujeres, comprometidos todos ellos con la liberación de las mayorías populares de su país.
Ninguno de ellos ha sido beatificado. Algunos procesos están siendo una verdadera carrera de obstáculos. Un ejemplo: cuando monseñor Romero ya ha pasado todas las pruebas para la beatificación, en las curias vaticana y salvadoreña se considera inoportuna la beatificación por temor a que su figura sea manipulada políticamente. Esta demora choca con la celeridad de algunos procesos, como el de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, beatificado a los 17 años de su muerte y canonizado diez años después. Los abogados del diablo de los mártires latinoamericanos van desmontando cada argumento a favor de la beatificación.
¿Mártires? No, se argumenta, abandonaron la misión evangelizadora y optaron por la política. ¿Seguidores de Jesús? Tampoco, dicen, eran seguidores de la teología de la liberación, condenada en reiteradas ocasiones por el Vaticano. ¿Ejemplo de virtudes cristianas y luchadores por la paz? Justificaban en determinadas situaciones la violencia, responden.
LA OPCIÓN por los pobres y el martirio por causa de la justicia que brota de la fe no parecen tenerse en cuenta entre los criterios para declarar beatos o santos hoy en el Vaticano. Si Jesús de Nazaret fuera sometido hoy a un proceso de beatificación, quizá no supera- ría la prueba. El abogado del diablo le echaría en cara sus permanentes conflictos con las autoridades po- líticas, su actitud antiimperialista, su desacato a las autoridades religiosas, su pertinaz anticlericalismo, sus constantes llamadas a subvertir el orden establecido, su heterodoxia religiosa, su libertad insobornable y su crítica de la religión.
Acaba de aparecer un libro sobre el padre Arrupe con motivo del centenario de su nacimiento –14 de noviembre– donde se recoge un apéndice con los 49 jesuitas asesinados por “la lucha de la fe y la justicia” durante su época al frente de la Compañía de Jesús, y el siguiente comentario de Arrupe: “Estos son los jesuitas que necesitan hoy el mundo y la Iglesia. Hombres movidos por el amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin distinción de raza o clase. Hombres que sepan identificarse con los que sufren y vivir con ellos hasta dar la vida en su ayuda. Hombres valientes que sepan defender los derechos humanos hasta el sacrificio de la vida, si fuera necesario”. ¿Tendrá en cuenta el Vaticano este testimonio?
Los dos últimos papas han sido tan pródigos en beatificaciones y canonizaciones, que han podido contribuir a devaluar la idea misma de santidad. A eso cabe añadir que los criterios seguidos para seleccionar a los nuevos beatos y santos no contemplan las distintas formas de santidad. Las personas elevadas a los altares son, en su mayoría, sacerdotes, religiosas y religiosos integrados en la institución, con una espiritualidad desencarnada, una actitud benéfico-asistencial y una falta de compromiso liberador. Recientemente ha tenido lugar la beatificación de 498 mártires de la guerra civil española, privilegiando un concepto de martirio que parece responder a motivaciones políticas más que a actitudes evangélicas. Buena prueba de ello es que entre ellos no aparece ninguno de los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares cristianos que, comprometidos con los valores democráticos y fieles a la República, fueron asesinados impunemente por las tropas de Franco.
EN ESTE concepto de martirio no caben los testigos que han dado su vida por mor de la justicia que brota de la fe, haciendo realidad una de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los perseguidos por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”. Es el caso de cientos de cristianas y cristianos latinoamericanos: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, líderes de comunidades de base… asesinados fría y calculadamente por los Ejércitos, por los regímenes militares basados en la seguridad nacional, por los escuadrones de la muerte, incluso por gobiernos cristianos.
Valga recordar algunos de los mártires latinoamericanos más emblemáticos. El sacerdote brasileño Joâo Bosco Penido Burnier fue asesinado en 1976 por un policía a sangre fría en presencia del obispo Pere Casaldàliga, quien le ha declarado “mártir por la Caridad y la Justicia”. Ese mismo año, el obispo argentino Enrique Angelelli fue objeto de un homicidio premeditado por denunciar la violación de los derechos humanos de la dictadura militar argentina. Monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado en 1980 por militares salvadoreños mientras decía misa por haber denunciando las matanzas del Ejército de su país contra la población civil. El mismo año morían a manos de la guardia salvadoreña las religiosas americanas Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan, comprometidas con las comunidades campesinas, como el sacerdote salvadoreño Rutilio Grande y dos campesinos tres años antes. El obispo guatemalteco Juan Gerardi fue asesinado en 1998 por miembros del Ejército dos días después de dar a conocer el informe Recuperación de la Memoria Histórica, que responsabilizaba a las Fuerzas Armadas del 90% de los crímenes de guerra.
Pero el caso de mayor impacto mundial por su brutalidad, nocturnidad y alevosía fue el asesinato, perpetrado por el Ejército salvadoreño el 16 de noviembre de 1989, de Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, cinco compañeros jesuitas y dos mujeres, comprometidos todos ellos con la liberación de las mayorías populares de su país.
Ninguno de ellos ha sido beatificado. Algunos procesos están siendo una verdadera carrera de obstáculos. Un ejemplo: cuando monseñor Romero ya ha pasado todas las pruebas para la beatificación, en las curias vaticana y salvadoreña se considera inoportuna la beatificación por temor a que su figura sea manipulada políticamente. Esta demora choca con la celeridad de algunos procesos, como el de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, beatificado a los 17 años de su muerte y canonizado diez años después. Los abogados del diablo de los mártires latinoamericanos van desmontando cada argumento a favor de la beatificación.
¿Mártires? No, se argumenta, abandonaron la misión evangelizadora y optaron por la política. ¿Seguidores de Jesús? Tampoco, dicen, eran seguidores de la teología de la liberación, condenada en reiteradas ocasiones por el Vaticano. ¿Ejemplo de virtudes cristianas y luchadores por la paz? Justificaban en determinadas situaciones la violencia, responden.
LA OPCIÓN por los pobres y el martirio por causa de la justicia que brota de la fe no parecen tenerse en cuenta entre los criterios para declarar beatos o santos hoy en el Vaticano. Si Jesús de Nazaret fuera sometido hoy a un proceso de beatificación, quizá no supera- ría la prueba. El abogado del diablo le echaría en cara sus permanentes conflictos con las autoridades po- líticas, su actitud antiimperialista, su desacato a las autoridades religiosas, su pertinaz anticlericalismo, sus constantes llamadas a subvertir el orden establecido, su heterodoxia religiosa, su libertad insobornable y su crítica de la religión.
Acaba de aparecer un libro sobre el padre Arrupe con motivo del centenario de su nacimiento –14 de noviembre– donde se recoge un apéndice con los 49 jesuitas asesinados por “la lucha de la fe y la justicia” durante su época al frente de la Compañía de Jesús, y el siguiente comentario de Arrupe: “Estos son los jesuitas que necesitan hoy el mundo y la Iglesia. Hombres movidos por el amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin distinción de raza o clase. Hombres que sepan identificarse con los que sufren y vivir con ellos hasta dar la vida en su ayuda. Hombres valientes que sepan defender los derechos humanos hasta el sacrificio de la vida, si fuera necesario”. ¿Tendrá en cuenta el Vaticano este testimonio?
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